domingo, 25 de octubre de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 27 DE OCTUBRE – MARTES – 30ª – SEMANA DEL T. O. – A – Santos Vicente, Sabina y Cristeta (hermanos mártires del siglo IV)

 


 

27 DE OCTUBRE – MARTES –

30ª – SEMANA DEL T. O. – A –

Santos Vicente, Sabina y Cristeta

(hermanos mártires del siglo IV)

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,21-33):

Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada.

Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 18,2-3.4-5

R/. Dichosos los que temen al Señor

Dichoso el que teme al Señor

y sigue sus caminos.

Comerás del fruto de tu trabajo,

serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,

en medio de tu casa;

tus hijos, como renuevos de olivo,

alrededor de tu mesa. R/.

Esta es la bendición del hombre que teme al Señor.

Que el Señor te bendiga desde Sión,

que veas la prosperidad de Jerusalén

todos los días de tu vida. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,18-21):

En aquel tiempo, decía Jesús:

«- ¿A qué se parece el reino de Dios?

- ¿A qué lo compararé?

Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas.»

Y añadió:

 « - ¿A qué compararé el reino de Dios?

Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Las parábolas del grano de mostaza y de la levadura no se refieren directamente al éxito y el triunfo final del Reino de Dios, que llegará a ser un árbol grande y acogedor y que terminará transformando la masa entera. Estas dos parábolas no tienen su centro y clave de explicación en el resultado fina sino en el medio o procedimiento con el que se podrá alcanzar ese final feliz.

 

2.  Ahora bien, el procedimiento mediante el cual el Reino de Dios puede crecer y así transformar la masa entera de este mundo no es lo visible, sino lo invisible.

No es lo que brilla y luce, sino lo que se oculta y desaparece, porque la pequeñez del grano de mostaza tiene que ser sembrada y sepultada debajo de tierra. De la misma manera que la levadura tiene que perderse en la masa y fundirse con ella.  

Solamente desapareciendo es como grano de mostaza y la levadura transforman, dan vida, crecen y maduran.

Los afanes de subir, ser notorio, trepar no hacen bien a nadie, sino que, a lo más que se llega, es a engañar o sencillamente teatralizar la vida, la religión

y la fe.

 

3.  Jesús no elogia aquí la humildad, la pequeñez o la sencillez. Es decir, Jesús no elogia aquí esas virtudes cristianas. Lo que Jesús afirma y exige es la laicidad. Porque reconoce y enseña que cuando el grano de mostaza se funde con la tierra; y cuando la levadura se funde con la masa, entonces es cuando producen su fruto o causan su efecto.

Las religiones tienen la tendencia de destacar su presencia en la sociedad, a situarse por encima de las instituciones civiles, y a dictar las normas y valores que deben regir la vida y la convivencia social. Porque "lo sagrado" es considerado como la última referencia a la que se tiene que subordinar "lo profano", "lo civil" y "lo laico".

Lo que así se consigue -si es que se consigue- es dominar en la sociedad, pero no transformar la sociedad.  Pero Jesús no quiere que el cristianismo sea un principio de nación, sino una fuerza de transformación.

Santos Vicente, Sabina y Cristeta

(hermanos mártires del siglo IV)

 

Vicente, Sabina y Cristeta son hermanos. Han nacido y vivieron en Talavera (Toledo). Los tres disfrutan de su juventud —Cristeta, casi niña- y, como en tantos hogares después del fallecimiento de los padres, hace cabeza Vicente que es el mayor.

Manda en el Imperio la tetrarquía hecha por Diocleciano con el fin de poner término a la decadencia que se viene arrastrando a lo largo del siglo III por las innumerables causas internas y por las rebeliones y amenazas cada vez más apremiantes en las fronteras. Diocleciano, augusto, reside en Nicomedia y ocupa la cumbre de la jerarquía; su césar Galerio reside en Sirmio y se ocupa de Oriente; Maximiano es el otro augusto que se establece en Milán, con su césar Constancio, en Tréveris, gobiernan Occidente.

El presidente en España es Daciano hombre cruel, bárbaro y perverso, que odia sin límites el nombre cristiano y que va dejando un riego de mártires en Barcelona y en Zaragoza. Llega a Toledo y sus colaboradores buscan en Talavera seguidores de Cristo.

Allí es conocido como tal Vicente, que se desvive por la ayuda al prójimo y es ejemplo de alegría, nobleza y rectitud.

Llevado a la presencia del Presidente, se repite el esquema clásico, en parte verídico y en parte parenético de las actas de los mártires. Halagos por parte del poderoso juez pagano con promesas fáciles, y, por parte del cristiano, profesiones de fe en el Dios que es Trinidad, en Jesucristo-Señor y en la vida eterna prometida. Amenazas de la autoridad que se muestra dispuesta a hacer cumplir de modo implacable las leyes y exposición tan larga como firme de las disposiciones a perder todo antes de la renuncia a la fe nutriente de su vida que hace el cristiano. De ahí se pasa al martirio descrito con tonos en parte dramáticos y en parte triunfales, con el añadido de algún hecho sobrenatural con el que se manifiesta la complacencia divina ante la fidelidad libre del fiel.

Bueno, pues el caso es que a Vicente lo condenan a muerte por su pertinacia en perseverar en la fe cristiana. Lo meten en la cárcel y, en espera de que se cumpla la sentencia, es visitado por sus dos hermanas que, entre llantos y confirmándole en su decisión de ser fiel a Jesucristo, le sugieren la posibilidad de una fuga con el fin de que, sin padres que les tutelen, siga él siendo su apoyo y valedor. La escapada se realiza, pero los soldados romanos los encuentran en la cercana Ávila donde son los tres martirizados, en el año 304.

El amor a Dios no supone una dejación, olvido o deserción de los nobles compromisos humanos. Vicente, aceptando los planes divinos hasta el martirio, hizo cuanto legítimamente estuvo de su parte para sacar adelante su compromiso familiar.

 

   Fuente: http://www.archimadrid.es/princi/princip/otros/

san toral/san tora

 

 

 

 

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