25 DE OCTUBRE – DOMINGO –
30ª – SEMANA DEL T. O. – A –
San Frutos, San Valentín y Santa Engracia de Segovia
Lectura del libro del Éxodo (22,20-26):
Así dice el
Señor:
«No oprimirás ni vejarás al forastero,
porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto.
No explotarás a viudas ni a huérfanos,
porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi
ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros
hijos huérfanos.
Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a
un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses.
Si tomas en prenda el manto de tu
prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido
para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo
escucharé, porque yo soy compasivo.»
Palabra de Dios
Salmo:17,2-3a.3bc-4.47.51ab
R/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza
Yo te amo,
Señor;
tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca,
mi alcázar, mi libertador. R/.
Dios mío, peña
mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. R/.
Viva el Señor,
bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Tesalonicenses (1,5c-10):
Sabéis cuál
fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis
nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la
alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los
creyentes de Macedonia y de Acaya.
Desde vuestra Iglesia, la palabra del
Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes.
Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no
teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles
de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a
Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su
Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos
libra del castigo futuro.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(22,34-40):
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos,
se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:
"Maestro, - ¿cuál es el mandamiento
principal de la Ley?"
Él le dijo:
"Amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser'.
Este mandamiento es el principal y
primero.
El segundo es semejante a él:
"Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Estos dos mandamientos sostienen la Ley
entera y
los profetas".
Palabra del Señor
Aprenda a salvarse en treinta segundos.
¿Cuál es el mandamiento
principal? Muchos católicos responderían: «Ir a misa el domingo». Los que
piensan así probablemente no irán a misa este domingo. A los que piensen de
otro modo y vayan, les gustará recordar lo que pensaba Jesús.
El problema de los
contemporáneos de Jesús
En
los domingos anteriores, diversos grupos religiosos se han ido enfrentado a
Jesús, y no han salido bien parados. Los fariseos envían ahora a un
especialista, un doctor de la Ley, que le plantea la pregunta sobre el
mandamiento principal. Para comprenderla, debemos recordar que la antigua sinagoga
contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones), que se dividían
en fáciles y difíciles: fáciles, los que exigían poco esfuerzo o poco dinero;
difíciles, los que exigían mucho dinero (como honrar padre y madre) o ponían en
peligro la vida (la circuncisión). Generalmente se pensaba que los importantes
eran los difíciles, y entre ellos estaban los relativos a la idolatría, la
lascivia, el asesinato, la profanación del nombre divino, la santificación del
sábado, la calumnia, el estudio de la Torá.
¿Se puede reducir todo a
uno?
Ante
este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de
saber qué era lo más importante. Este deseo se encuentra en una anécdota a
propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivieron pocos años
antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammay y le dijo: «Me haré prosélito
con la condición de que me enseñes toda la Torá mientras aguanto a pata coja».
Shammay, que era sastre, lo despidió amenazándolo con la vara de medir que
tenía en la mano. El pagano acudió entonces a Hillel, que le dijo: «Lo que no
te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás
es interpretación» (Schabat 31a). También el Rabí Aquiba (+
hacia 135 d.C.) sintetizó toda la Ley en una sola frase: «Amarás a tu prójimo
como a ti mismo; este es un gran principio general en la Torá».
La novedad de Jesús
Mateo
había puesto en boca de Jesús una síntesis parecida al final del Sermón del
Monte: «Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo
vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas» (Mt
7,12). Pero en el evangelio de hoy Jesús responde con una cita expresa de
la Escritura:
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente» (Deuteronomio 6,5).
Son parte de las palabras
que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse
el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de
originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente.
La
novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el mandamiento
principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu
prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Una vez más, su respuesta entronca
en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente
el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que
olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que
muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto,
peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos... Sin embargo,
los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente
el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una
sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se
puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos
preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel,
deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los
Profetas» (v.40).
El prójimo son los más
pobres (1ª lectura)
En
esta misma línea, la primera lectura es muy significativa. Podían haber elegido
el texto de Deuteronomio 6,4ss donde se dice lo mismo que
Jesús al principio:
«Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón...»
Sin embargo, han elegido un
texto del Éxodo que subraya la preocupación por los
inmigrantes, viudas y huérfanos, que son los grupos más débiles de la sociedad
(la traducción que se usa en España dice los «forasteros», pero en realidad son
los inmigrantes, los obligados a abandonar su patria en busca de la
supervivencia, marroquíes, senegaleses, rumanos, etc.). Luego habla del
préstamo, indicando dos normas: si se presta dinero, no se pueden
cobrar intereses; si se pide el manto como garantía, hay que devolverlo
antes de ponerse el sol, para que el pobre no pase frío. Es una forma de
acentuar lo que dice Jesús: sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y
preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios.
El ejemplo de unos
cristianos pobres (2ª lectura: 1 Tes 1,5c-10)
La lectura de la primera carta a los Tesalonicenses,
continuación del fragmento que leímos el domingo pasado, recuerda lo bien que
acogieron «la Palabra, entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo». La
continuación de la carta aclara que «tanta lucha» se refiere a las
persecuciones de los judíos. La comunidad, quizá la más pobre de las que fundó
Pablo, supo unir dos realidades aparentemente irreconciliables: sufrir y vivir
alegres, gracias al Espíritu Santo. De este modo se convirtieron en modelo para
otros muchos cristianos de Macedonia y Grecia y nos recuerdan el ejemplo
parecido de otras comunidades actuales.
El
texto, aunque muy breve, contiene dos datos interesantes:
1) Resume la predicación de Pablo, al menos en sus
primeros tiempos: el recurso para evitar el castigo futuro de Dios consiste en
abandonar los ídolos, volverse al Dios verdadero y vivir aguardando la vuelta
de su Hijo Jesús.
2) Hay comunidades cristianas no solo en Macedonia,
sino también en Acaya y «en todas partes»; Acaya es la región situada al norte
del Peloponeso, entre la región de Corintia y el mar Jónico. Esto demuestra que
la predicación de Pablo y de los otros misioneros no se limitó a la ciudad de
Corinto, sino que se extendió también hasta relativamente lejos.
San Frutos, San Valentín
y Santa Engracia de Segovia
En las cercanías de Segovia, en Hispania, san Frutos, que llevó vida eremítica
junto a una escarpada montaña (c. 715).
Vida de San Frutos de Segovia
San
Frutos, Santa Engracia y San Valentín, mártires
Los
cuerpos de San Frutos, Santa Engracia y San Valentín, venerados por los
cristianos segovianos, se conservaron en la ermita de San Frutos, cerca de la
actual Sepúlveda, desde comienzos del siglo VIII hasta el siglo XI.
El
rey Alfonso VI concedió esta ermita al monasterio de San Sebastián de Silos
—hoy Santo Domingo de Silos- para que la cuidasen y facilitasen la creciente
devoción del pueblo; se hizo escritura en el 1076. Los monjes recomponen la
ermita como de nuevo y la habilitan para que puedan vivir en ella algunos
monjes. Terminadas las obras en el año 1100, la consagra D. Bernardo, el primer
Arzobispo de Toledo. Está construida sobre roca escarpada, como cortada a pico,
a orillas del río Duratón, afluente del Duero. En ese nuevo lugar se depositan las
reliquias de los tres santos.
Restaurada
Segovia y restituida a su dignidad episcopal, se pasan a su catedral la mitad
de las reliquias desde el monasterio de Silos, con autorización y mandato del
arzobispo de Toledo, en el 1125.
Tan
celosamente se guardan que se pierde el sitio donde fueron depositadas hasta
que se encontraron milagrosamente, en tiempos del celoso obispo D. Juan Arias
de Ávila.
En
el año 1558 se depositaron finalmente en la nueva catedral. Allí, en el
trascoro, reposan los restos del Patrono de la Ciudad, teniendo por fondo el
retablo que trazó Ventura Rodríguez para el palacio de Riofrío y que Carlos III
donó para la catedral segoviana.
¿Quién
fue el hombre que desde catorce siglos atrás es polo de atracción de tantas
generaciones de segovianos?
Nació
Frutos, en el año 642, en el seno de una familia rica que tuvo otros dos hijos
con los nombres de Valentín y Engracia. Debió ser una familia de profundas
convicciones cristianas que supieron, con la misma vida, inculcarlas a sus
hijos. Sin que se sepa la causa, murieron los dos. Ahora los tres jóvenes son
herederos de unos bienes y comienzan a conocer en la práctica la dureza que
supone el ser fieles a los principios. Parece ser que tanto tedio provocaron en
ellos los vicios, maldades, desenfrenos, asechanzas y envidias de su entorno
humano, que Frutos les propone un cambio radical de vida. Los tres, con la
misma libertad y libre determinación deciden vender sus bienes y los dan a los
pobres. Dejaron la ciudad del acueducto romano y quieren comenzar una vida de
la soledad, oración y penitencia por los pecados de los hombres. A la orilla
del río Duratón les pareció encontrar el lugar adecuado para sus propósitos.
Hacen tres ermitas separadas para lograr la deseada soledad y dedicar el tiempo
de su vida de modo definitivo al trato con Dios.
A partir
de aquí se tiene noticias de Frutos cuando el estallido de la invasión
musulmana y su rápida dominación del reino visigodo. Frutos, en su deseo de
servir a Dios, intervino de alguna manera —y con vivo deseo de martirio- en
procurar la conversión de algunos mahometanos que se aproximaron a su entorno;
defendió a grupos de cristianos que huían de los guerreros invasores; dio
ánimos, secó lágrimas y alentó los espíritus de quienes se desplazaban al norte;
fue protagonista de algunos sucesos sobrenaturales y murió en la paz del Señor,
con el halo de santo, el año 715.
La
misma historia refiere que sus hermanos Valentín y Engracia fueron de los
mártires decapitados por los sarracenos y sus cuerpos colocados con el del
Santo.
Lo
que se sabe hoy del entorno en que viven y mueren estos santos facilita cubrir
las lagunas o los interrogantes que pueden presentarse. La invasión musulmana,
su rápido avance por el reino hispano-visigodo y el martirio de cristianos tuvieron
su génesis. La unidad del reino tan lograda por la conversión del arrianismo a
la fe católica de Recaredo en el 589 presentaba ahora una falsa cohesión por su
fragilidad. Los clanes de nobles, civiles y eclesiásticos, con intereses
políticos y económicos contrapuestos, tratan de controlar cada uno
alternativamente el trono de Toledo y son una fuente continua de conflictos. La
nobleza que en un principio recibió unos territorios para ejercer en ellos
funciones administrativas, fiscales y militares, al hacerse hereditarias,
quedan prácticamente privatizadas con detrimento progresivo de las funciones
públicas características de un estado centralizado y llevan a la fragmentación
del poder del monarca. La clase aristócrata asienta aún más la diferencia social
con el pueblo cada vez más pobre, indefenso, desorientado, abandonado y
hastiado del lujo de sus señores. Hay que añadir desastres naturales que asolan
el país especialmente desde el reinado de Kindasvinto (642-653) como epidemias
que diezmaban a la población, plagas de langostas, sequía, pestes y
despoblamiento. El vicio, la amoralidad y desenfreno reina en la sociedad al
amparo de lo que sucede en las casas de la nobleza. A la muerte de Witiza, los
partidarios de Akhila, su hijo primogénito, no consiguen ponerlo en el trono
ocupado por D. Rodrigo, duque de la Bética, y piden ayuda a los bereberes. El
desastre de Guadalete del 711 hizo que lo que fue una simple ayuda de los moros
capitaneados por Tariq se convirtiera en toda una invasión y conquista posterior
que colma los planes estratégicos del Islam por la decrepitud que se había ido
gestando en el interior del reino visigodo.
santopedia.com
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