3 DE OCTUBRE –SÁBADO –
26ª –
SEMANA DEL T. O. – A –
San Francisco de Borja
Lectura del libro de Job (42,1-3.5-6.12-16):
Job respondió al Señor:
«Reconozco que lo puedes todo, y
ningún plan es irrealizable para ti, yo, el que te empaño tus designios con
palabras sin sentido; hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que
superan mi comprensión. Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos;
por eso, me retracto y me arrepiento, echándome polvo y ceniza.»
El Señor bendijo a Job al final de su
vida más aún que al principio; sus posesiones fueron catorce mil ovejas, seis
mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas. Tuvo siete hijos y tres
hijas: la primera se llamaba Paloma, la segunda Acacia, la tercera Azabache. No
había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les
repartió heredades como a sus hermanos. Después Job vivió cuarenta años, y
conoció a sus hijos y a sus nietos y a sus biznietos. Y Job murió anciano y
satisfecho.
Palabra de Dios
Salmo: 118
R/. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre
tu siervo
Enséñame a gustar y a comprender,
porque me fío de tus mandatos. R/.
Me estuvo bien el sufrir,
así aprendí tus mandamientos. R/.
Reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos,
que con razón me hiciste sufrir. R/.
Por tu mandamiento subsisten hasta hoy,
porque todo está a tu servicio. R/.
Yo soy tu siervo: dame inteligencia,
y conoceré tus preceptos. R/.
La explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (10,17-24):
En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos
y dijeron a Jesús:
«Señor, hasta los demonios se nos
someten en tu nombre.»
Él les contestó:
«Veía a Satanás caer del cielo
como un rayo.
Mirad: os he dado potestad para
pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará
daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus;
estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.»
En aquel momento, lleno de la alegría
del Espíritu Santo, exclamó:
«Te doy gracias, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los
entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha
parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el
Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se lo quiere revelar.»
Y volviéndose a sus discípulos, les
dijo aparte:
«¡Dichosos los ojos que ven lo que
vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que
veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»
Palabra del Señor
1. En este evangelio se
unen, uno tras otro, dos textos que, al menos a primera vista, no parecen estar
directamente relacionados entre sí.
El primero de esos textos, recoge la
respuesta que, según Lucas, Jesús dio a los setenta y dos al regresar de su
misión.
El segundo (paralelo de Mt 11,
25-27), es la expresión de la experiencia más profunda de Jesús en su relación
con el Padre. Pero, si todo esto se piensa más a fondo, se advierte que,
precisamente porque Jesús tenía tal y tanta intimidad con el Dios Padre, por eso les
dio a los discípulos la respuesta que necesitaban escuchar después de su éxito
misional.
2. Los discípulos regresan
exultantes de la misión, por el éxito que han tenido y por la constatación de
que los demonios se les sometían. La respuesta de Jesús no es
congratularse con ellos. Por lo visto, Jesús no se congratulaba con nadie por
el hecho de conseguir sometimientos, ni siquiera de demonios. Lo que a Jesús le
interesaba no eran los éxitos de sus discípulos, sino la liberación de los que
sufrían las enfermedades que entonces se atribuían al demonio. Eso es lo que
nos tiene que alegrar. Y eso es ver a Satanás caer como un relámpago.
Nuestros éxitos personales no deben
ser el motor de lo que hacemos o dejamos de hacer.
3. La intimidad, y hasta
la fusión, de Jesús con el Padre es lo que capacita a Jesús para hablar del
Padre como nadie más puede darlo a conocer. Hablar de Dios es siempre
problemático. Dar a conocer a Dios lo es mucho más. Pero lo
es, sobre todo, porque de Dios hablamos por lo que de Él sabemos, no por lo que
de Él experimentamos.
Seguramente hablamos de Dios sin
saber lo que decimos. O presentamos a un Dios que poco a nada
tiene que ver con el Padre.
Porque nuestra experiencia del Padre
poco o nada tiene que ver con la experiencia de Jesús: experiencia de intimidad
y experiencia de bondad con todos.
San Francisco de Borja
1510 - 1572
En Roma, san
Francisco de Borja, presbítero, que, muerta su mujer, con quien había tenido
ocho hijos, ingresó en la Compañía de Jesús y, pese a que abdicó de las
dignidades del mundo y recusó las de la Iglesia, fue elegido prepósito general,
siendo memorable por su austeridad de vida y oración.
Vida de San Francisco de Borja
San Francisco
Borja nació en Gandía (Valencia) el 28 de octubre de 1510, primogénito de Juan
de Borja y entró muy joven al servicio de la corte de España, como paje de la
hermana de Carlos V, Catalina. A los veinte años el emperador le dio el título
de marqués. Se casó a los 19 años y tuvo ocho hijos. A los 29 años, después de
la muerte de la emperatriz, que le hizo comprender la caducidad de los bienes
terrenos, resolvió “no servir nunca más a un señor que pudiese morir” y se
dedicó a una vida más perfecta. Pero el mismo año fue elegido virrey de
Cataluña (1539-43), cargo que desempeñó a la altura de las circunstancias, pero
sin descuidar la intensa vida espiritual a la que se había dedicado
secretamente.
En Barcelona se
encontró con San Pedro de Alcántara y con el Beato Pedro Favre de la Compañía
de Jesús. Este último encuentro fue decisivo para su vida futura. En 1546,
después de la muerte de la esposa Eleonora, hizo la piadosa práctica de los
ejercicios espirituales de san Ignacio y el 2 de junio del mismo año emitió los
votos de castidad, de obediencia, y el de entrar a la Compañía de Jesús, donde
efectivamente ingresó en 1548, y oficialmente en 1550, después de haberse
encontrado en Roma a San Ignacio de Loyola y haber renunciado al ducado de Gandía.
El 26 de mayo de 1551 celebraba su primera Misa.
Les cerró las
puertas a los honores y a los títulos mundanos, pero se le abrieron las de las
dignidades eclesiásticas. En efecto, casi inmediatamente Carlos V lo propuso
como cardenal, pero Francisco renunció y para que la renuncia fuera inapelable
hizo los votos simples de los profesos de la Compañía de Jesús, uno de los
cuales prohíbe precisamente la aceptación de cualquier dignidad eclesiástica. A
pesar de esto, no pudo evitar las tareas cada vez más importantes que se le
confiaban en la Compañía de Jesús, siendo elegido prepósito general en 1566,
cargo que ocupó hasta la muerte, acaecida en Roma el 30 de septiembre de 1572.
Fue un organizador
infatigable (a él se le debe la fundación del primer colegio jesuita en Europa,
en su tierra natal de Gandía, y de otros veinte en España), y siempre encontró
tiempo para dedicarse a la redacción de tratados de vida espiritual. Se destacó
por su gran devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Incluso dos días
antes de morir, ya gravemente enfermo, quiso visitar el santuario mariano de
Loreto. Fue beatificado en 1624 y canonizado en 1671, uno de los primeros
grandes apóstoles de la Compañía de Jesús.
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