3 - DE OCTUBRE
– DOMINGO –
27ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Francisco de Borja
Lectura del libro del Génesis
(2,18-24):
El Señor Dios se dijo:
«No está bien que el hombre esté
solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude.»
Entonces el Señor Dios modeló de arcilla
todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y se los presentó al
hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que
el hombre le pusiera. Así, el hombre puso nombre a todos los animales
domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no
encontraba ninguno como él que lo ayudase.
Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el
hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el
sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al
hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre.
El hombre dijo:
«Ésta sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso
abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne.»
Palabra de Dios
Salmo: 127,1-2.3.4-5.6
R/. Que el Señor nos
bendiga todos los días de nuestra vida
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.
Ésta es la bendición del hombre que teme
al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.
Que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel! R/.
Lectura de la carta a los Hebreos
(2,9-11):
Al que Dios había hecho un poco inferior a
los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y
muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos.
Dios, para quien, y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una
multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al
guia de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del
mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.
Palabra de Dios
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (10,2-16):
En aquel tiempo, se acercaron unos
fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba:
«¿Le es lícito a un hombre divorciarse de
su mujer?»
Él les replicó:
«¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron:
«Moisés Permitió divorciarse, dándole a
la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo:
«Por vuestra terquedad dejó escrito
Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y
mujer.
Por eso abandonará el hombre a su
padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne."
De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo
separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a
preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo:
«Si uno se divorcia de su mujer y se casa
con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su
marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara,
pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
«Dejad que los niños se acerquen a mí: no
se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que
el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía
imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor
El problema del
divorcio.
La
formación de los discípulos, a la que Marcos dedica la segunda parte de su
evangelio, abarca aspectos muy diversos y no se atiene a un orden lógico. Si el
domingo pasado se habló de amigos y enemigos, y del problema del escándalo, el
evangelio de hoy se centra en el divorcio.
El relato
contiene dos escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede
repudiar a la mujer y reciben su respuesta (2-9);
2Se acercaron unos
fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron:
‒ ¿Puede un
hombre repudiar a su mujer?
3Les contestó:
‒ ¿Qué os
mandó Moisés?
4Respondieron:
‒ Moisés
permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.
5Jesús les dijo:
‒ Porque sois
obstinados escribió Moisés semejante precepto. 6Pero al
principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, 7y por
eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer, 8y
los dos se hacen una carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola
carne. 9Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe.
En la
segunda, una vez en la casa, los discípulos insisten sobre el tema y reciben
nueva respuesta (10-12).
Entrados en
casa, le preguntaron de nuevo los discípulos acerca de aquello. El les dice:
‒ Quien
repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si
ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio.
Aquí
terminaría la lectura breve que permite la liturgia. La larga añade el episodio
de la bendición de los niños (10,13-16), muy relacionado con lo anterior,
porque mujeres y niños son los seres más débiles de la sociedad familiar. Y
Jesús se pone de su parte.
Advertencia
previa
El
evangelio de Mt, al contar este episodio, introduce un cambio fundamental: los
fariseos no preguntan si «le está permitido al hombre separarse de su mujer»,
sino si «le está permitido separarse de su mujer por cualquier motivo».
Con esto quieren que Jesús se decante entre dos escuelas rabínicas: la radical
de Hillel, que solo acepta el divorcio en caso de adulterio, y la amplia de
Shammay, que lo acepta por cualquier motivo. En Mc, el pasaje no tiene el
sentido de debate entre escuelas.
Los fariseos y Jesús
La pregunta
de los fariseos resulta desconcertante, porque el divorcio estaba permitido en
Israel y ningún grupo religioso lo ponía en discusión. Que el matrimonio es una
institución divina lo sabe cualquier judío por el Génesis, donde Dios crea al
hombre y a la mujer para que se compenetren y complementen. Pero el judío sabe
también que los problemas matrimoniales comienzan con Adán y Eva. El
matrimonio, incluso en una época en la que la unión íntima y la convivencia
amistosa no eran los valores primordiales, se presta a graves conflictos.
Por eso,
desde antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad del
divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un
privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone
en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado yo separación, pero
no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su
nombre al divorcio».
La ley del
divorcio se encuentra en el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo
siguiente:
«Si uno se
casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo
vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa...»
Un detalle
que llama la atención en esta ley es su tremendo machismo: sólo el varón puede
repudiar y expulsar de la casa. En la perspectiva de la época tiene su lógica,
ya que la mujer se parece bastante a un objeto que se compra (como un televisor
o un frigorífico), y que se puede devolver si no termina convenciendo. Sin
embargo, aunque la sensibilidad de hace veinte siglos fuera distinta de la
nuestra (tanto entre los hombres como entre las mujeres), es indudable que unas
personas podían ser más sensibles que otras al destino de la mujer. Este
detalle es muy interesante para comprender la postura de Jesús.
En
cualquier caso, la ley es conocida y admitida por todos los grupos religiosos
judíos. Por consiguiente, la pregunta de los fariseos resulta desconcertante.
Cualquier judío piadoso habría respondido: sí, el hombre puede repudiar a su
mujer. Sin embargo, Jesús, además de ser un judío piadoso, se muestra muy
cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite que le acompañen.
¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así se comprende el
comentario que añade Mc: le preguntaban «para ponerlo a prueba». Los fariseos
quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer
y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción que haga, quedará mal: ante
sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades religiosas.
La reacción
de Jesús es tan atrevida como inteligente. Porque él también va a poner a los
fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una
pregunta muy sencilla que se puede volver en contra suya: “¿Qué os mandó
Moisés?” Y luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés en
determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia humana.
En el
Génesis, Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en el mito griego
de Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola
carne. En el plan inicial de Dios, no cabe que el hombre abandone a su mujer; a
quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para formar una nueva
familia.
Las
palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad: el varón y la
mujer se convierten en un solo ser. Pero Jesús refuerza esa idea añadiendo que
esa unión la ha creado Dios; por consiguiente, «lo que Dios ha unido, que no lo
separe el hombre». Jesús rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio.
La
aceptación posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal,
sino que se debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús
supone una gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto
histórico. La tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el
Pentateuco) como un bloque inmutable y sin fisuras. Algunos rabinos condenaban
como herejes a los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal
frase». Jesús, en cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las
interpretaciones posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir
en contra de ese proyecto.
(Si
aplicamos este mismo criterio a la historia de la moral cristiana
comprenderemos su importancia: hay cosas que hoy se permiten o se mandan, pero
eso no significa que sean automáticamente buenas o mejores que la propuesta
inicial del evangelio.)
Los discípulos y Jesús
Entrados en casa,
le preguntaron de nuevo los discípulos acerca de aquello. El les dice:
‒ Quien
repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si
ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio.
Esta
escena saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como
para la mujer que se divorcian. Las palabras: Si ella se divorcia del marido y se
casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se divorcie,
cosa que la ley judía solo contemplaba en el caso de que la profesión del
marido hiciese insoportable la convivencia, como era el caso de los curtidores,
que debían usar unos líquidos pestilentes. En cambio, la legislación romana sí
admitía que la mujer pudiera divorciarse. Por eso, algunos autores ven aquí un
indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la comunidad de Roma.
Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III a.C.) no
se conoció el divorcio, más tarde se introdujo.
Reflexión final
Cada vez que se lee este evangelio en la misa, donde los matrimonios que participan no están pensando en divorciarse, y las religiosas no pueden hacerlo, cabe pensar que podría haber sido sustituido por otro. Sin embargo, la realidad del divorcio se ha difundido tanto en los últimos años, y afecta de manera tan directa a muchas familias cristianas, que es bueno recordar el ideal propuesto por el Génesis de la compenetración plena entre el varón y la mujer. Hay motivos para dar gracias a Dios los que siguen unidos y para pedir por los que se hallan en crisis y por los que han emprendido una nueva vida.
San Francisco de Borja
1510 - 1572
En Roma,
san
Francisco de Borja, presbítero, que, muerta su mujer, con quien había tenido
ocho hijos, ingresó en la Compañía de Jesús y, pese a que abdicó de las
dignidades del mundo y recusó las de la Iglesia, fue elegido prepósito general,
siendo memorable por su austeridad de vida y oración.
Vida
de San Francisco de Borja
San Francisco
Borja nació en Gandía (Valencia) el 28 de octubre de 1510, primogénito de Juan
de Borja y entró muy joven al servicio de la corte de España, como paje de la
hermana de Carlos V, Catalina. A los veinte años el emperador le dio el título
de marqués. Se casó a los 19 años y tuvo ocho hijos. A los 29 años, después de
la muerte de la emperatriz, que le hizo comprender la caducidad de los bienes
terrenos, resolvió “no servir nunca más a un señor que pudiese morir” y se
dedicó a una vida más perfecta. Pero el mismo año fue elegido virrey de
Cataluña (1539-43), cargo que desempeñó a la altura de las circunstancias, pero
sin descuidar la intensa vida espiritual a la que se había dedicado
secretamente.
En Barcelona se
encontró con San Pedro de Alcántara y con el Beato Pedro Favre de la Compañía
de Jesús. Este último encuentro fue decisivo para su vida futura. En 1546,
después de la muerte de la esposa Eleonora, hizo la piadosa práctica de los
ejercicios espirituales de san Ignacio y el 2 de junio del mismo año emitió los
votos de castidad, de obediencia, y el de entrar a la Compañía de Jesús, donde
efectivamente ingresó en 1548, y oficialmente en 1550, después de haberse
encontrado en Roma a San Ignacio de Loyola y haber renunciado al ducado de
Gandía. El 26 de mayo de 1551 celebraba su primera Misa.
Les cerró las
puertas a los honores y a los títulos mundanos, pero se le abrieron las de las
dignidades eclesiásticas. En efecto, casi inmediatamente Carlos V lo propuso
como cardenal, pero Francisco renunció y para que la renuncia fuera inapelable
hizo los votos simples de los profesos de la Compañía de Jesús, uno de los
cuales prohíbe precisamente la aceptación de cualquier dignidad eclesiástica. A
pesar de esto, no pudo evitar las tareas cada vez más importantes que se le
confiaban en la Compañía de Jesús, siendo elegido prepósito general en 1566,
cargo que ocupó hasta la muerte, acaecida en Roma el 30 de septiembre de 1572.
Fue un organizador
infatigable (a él se le debe la fundación del primer colegio jesuita en Europa,
en su tierra natal de Gandía, y de otros veinte en España), y siempre encontró
tiempo para dedicarse a la redacción de tratados de vida espiritual. Se destacó
por su gran devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Incluso dos días
antes de morir, ya gravemente enfermo, quiso visitar el santuario mariano de
Loreto. Fue beatificado en 1624 y canonizado en 1671, uno de los primeros
grandes apóstoles de la Compañía de Jesús.
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