23 - DE
OCTUBRE – SÁBADO –
29ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
San Juan de Capistrano
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,1-11):
Ahora no pesa
condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús, pues, por la unión
con Cristo Jesús, la ley del Espíritu de vida me ha librado de la ley del
pecado y de la muerte.
Lo que no pudo hacer la Ley, reducida a
la impotencia por la carne, lo ha hecho Dios: envió a su Hijo encarnado en una
carne pecadora como la nuestra, haciéndolo víctima por el pecado, y en su carne
condenó el pecado. Así, la justicia que proponía la Ley puede realizarse en
nosotros, que ya no procedemos dirigidos por la carne, sino por el Espíritu.
Porque los que se dejan dirigir por la carne tienden a lo carnal; en cambio,
los que se dejan dirigir por el Espíritu tienden a lo espiritual.
Nuestra carne tiende a la muerte; el
Espíritu, a la vida y a la paz. Porque la tendencia de la carne es rebelarse
contra Dios; no sólo no se somete a la ley de Dios, ni siquiera lo puede. Los
que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis
sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en
vosotros.
El que no tiene el Espíritu de Cristo no
es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por
el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida.
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús
de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a
Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo
Espíritu que habita en vosotros.
Palabra de Dios
Salmo: 23,1-2.3-4ab.5-6
R/. Ésta es la generación que busca tu rostro, Señor.
Del Señor es
la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.
¿Quién puede
subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.
Ése recibirá
la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,1-9):
En una
ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre
vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús les contestó:
«¿Pensáis que esos galileos eran más
pecadores que los demás galileos, porque acabaron así?
Os digo que no; y, si no os convertís,
todos pereceréis lo mismo.
Y aquellos dieciocho que murieron
aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás
habitantes de Jerusalén?
Os digo que no; y, si no os convertís,
todos pereceréis de la misma manera.»
Y les dijo esta parábola:
«Uno tenía una higuera plantada en su
viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador:
"Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo
encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?"
Pero el viñador contestó:
"Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas."»
Palabra del Señor
1. Dos razones explican la
indignación popular ante este hecho perpetrado por el personaje brutal, que fue
Pilato: la mezcla de la sangre humana con la sangre de animales; y el hecho de
haber cometido aquel crimen en el espacio sagrado del Templo (J. Blinzler; F.
Bovon).
Por lo demás, carecemos de información sobre este suceso: quiénes eran aquellos galileos y por qué Pilato mandó asesinarlos. Con todo, aun siendo tan extraño y tan grave el incidente en sí mismo, lo que más interesa al lector actual del evangelio es cómo reacciona
Jesús y la enseñanza que da a sus oyentes con este motivo.
2. Como es lógico, el hecho -que tuvo que ser ampliamente comentado en la capital y su entorno-, no solo daba pie para hacer una denuncia contra la brutalidad del ejército de ocupación, sino que además exigía tal denuncia.
Como es lógico, callarse (ante semejante atropello) podía equivaler a una complicidad cobarde con las tropas imperiales de ocupación. Y, sin embargo, Jesús no dice ni palabra contra la barbarie de Pilato y sus legionarios.
- ¿Por qué hizo eso Jesús?
- ¿Fue cobarde?
- ¿Se le puede tachar de cómplice
político de Roma?
Y, en definitiva, - ¿cómo entendía Jesús
la responsabilidad ética y religiosa ante las violencias del poder
político-militar?
3. Jesús no puso el problema
en la maldad (abuso de poder) de Pilato.
Jesús -si hemos de creer a Lucas- vio claramente que el problema, y la raíz de todos los problemas, está en que los ciudadanos y los creyentes no tomamos conciencia de que la responsabilidad de lo mal que está el mundo y la vida es de todos nosotros.
Por supuesto, los gobernantes, y los
políticos en general, tienen una enorme responsabilidad en lo bien o mal que
están las cosas. Pero la responsabilidad última, de todo lo que no depende de
las responsabilidades humanas, está en la conciencia de los ciudadanos, de
todos los ciudadanos.
Y a eso nos remite Jesús en el
Evangelio: "Si no os convertís...".
Es decir, si no cambiáis y sois más
honrados y más responsables, esto no tiene arreglo.
Los problemas públicos no se resuelven cambiando a los políticos, sino cambiando las conciencias. Por eso, da igual que una desgracia pública esté causada por la decisión criminal de un tirano o por el descuido de los que no se preocuparon de que la "torre de Siloé" estuviera más protegida y asegurada. A fin de cuentas, desgracias de muerte que tienen unos responsables.
Vamos a pensar seriamente en nuestra
responsabilidad al emitir nuestro voto en las elecciones.
- ¿Somos conscientes de la dimensión,
más que "religiosa", sencillamente "humana", que tiene
nuestra decisión "política"?
San Juan de Capistrano
Año 1456
Nació en Capistrano, en la región de
los Abruzos, en el año 1386. Estudió derecho en Perusa y ejerció por un tiempo
el cargo de juez. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores y, ordenado
sacerdote, ejerció incansablemente el apostolado por toda Europa, trabajando en
la reforma de costumbres y en la lucha contra las herejías. Murió en Ilok
(Austria) en el año 1456.
Gran apóstol: alcánzanos de Dios
entusiasmo y valor para defender siempre nuestra amada religión católica.
Orad y trabajad por la nación donde estáis
viviendo, porque su bien será vuestro bien (S. Biblia. Jeremías 29).
Misiones de California Es este uno de los predicadores más
famosos que ha tenido la Iglesia Católica.
Nació en un pueblecito llamado Capistrano,
en la región montañosa de Italia, en 1386. Fue un estudiante sumamente
consagrado a sus deberes y llegó a ser abogado y juez, y gobernador de Perugia.
Pero en una guerra contra otra ciudad cayó prisionero, y en la cárcel se puso a
meditar y se dio cuenta de que, en vez de dedicarse a conseguir dinero, honores
y dignidades en el mundo, era mejor dedicarse a conseguir la santidad y la
salvación en una comunidad de religiosos, y entró de franciscano.
Como era muy vanidoso y le gustaba mucho
aparecer, dispuso vencer su orgullo recorriendo la ciudad cabalgando en un
pobre burro, pero montado al revés, mirando hacia atrás, y con un sombrero de
papel en el cual había escrito en grandes letras: "Soy un miserable
pecador". La gente le silbó y le lanzaron piedras y basura. Así llegó
hasta el convento de los franciscanos a pedir que lo recibieran de religioso.
El Padre maestro de novicios dispuso
ponerle pruebas muy duras para ver si en verdad este hombre de 30 años era
capaz de ser religioso humilde y sacrificado. Lo humillaba sin compasión y lo
dedicaba a los oficios más cansones y humildes, pero Juan en vez de disgustarse
le conservó una profunda gratitud por toda su vida, pues le supo formar un
verdadero carácter, y lo preparó para enfrentarse valientemente a las
dificultades de la vida. Él recordaba muy bien aquellas palabras de Jesús:
"Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, se queda sin producir
fruto, pero si muere producirá mucho fruto"(Jn. 12,24).
A los 33 años fue ordenado de
sacerdote y luego, durante 40 años recorrió toda Europa predicando con enormes
éxitos espirituales. Tuvo por maestro de predicación y por guía espiritual al
gran San Bernardino de Siena, y formando grupos de seis y ocho religiosos se
distribuyeron primero por toda Italia, y después por los demás países de Europa
predicando la conversión y la penitencia.
Juan tenía que predicar en los campos y en
las plazas porque el gentío tan enorme no cabía en las iglesias.
Su presencia de predicador era
impresionante. Flaco, pálido, penitente, con voz sonora y penetrante; un
semblante luminoso, y unos ojos brillantes que parecían traspasar el alma,
conmovía hasta a los más indiferentes. La gente lo llamaba "El padre
piadoso", "el santo predicador". Vibraba en la predicación de
las verdades eternas. La gente al verlo y oírlo recordaba la figura austera de
San Juan Bautista predicando conversión en las orillas del río Jordán. Y les
repetía las palabras del Bautista: "Raza de víboras: tienen que producir
frutos de conversión. Porque ya está el hacha de la justicia divina junto a la
vida de cada uno, y árbol que no produce frutos de obras buenas será cortado y
echado al fuego" (Lc. 3,7).
Muchos pedían a gritos la confesión,
prometiendo cambiar de vida y estallaban en llanto de arrepentimiento. Las
gentes traían sus objetos de superstición y los libros de brujería y otros
juegos y los quemaban en públicas hogueras en la mitad de las plazas.
Muchos jóvenes al oírlo predicar se
proponían irse de religiosos. En Alemania consiguió 120 jóvenes para las
comunidades religiosas y en Polonia 130.
Sus sermones eran de dos y tres horas,
pero a los oyentes se les pasaba el tiempo sin darse cuenta. Atacaba sin miedo
a los vicios y malas costumbres, y muchísimos, después de escucharle, dejaban
sus malas amistades y las borracheras.
Después de predicar se iba a visitar
enfermos, y con sus oraciones y su bendición sacerdotal obtenía innumerables
curaciones.
Juan convertía pecadores no sólo por su
predicación tan elocuente y fuerte, sino por su gran espíritu de penitencia.
Dormía pocas horas cada noche. Vestía siempre trajes sumamente pobres. Comía
muy poco, y siempre alimentos burdos y nunca comidas finas ni especiales. Una
artritis muy dolorosa lo hacía cojear y dolores muy fuertes de estómago lo
hacían retorcerse, pero su rostro era siempre alegre y jovial. En su cuerpo era
débil, pero en su espíritu era un gigante.
Después de muerto reunieron los apuntes de
los estudios que hizo para preparar sus sermones y suman 17 gruesos volúmenes.
La Comunidad Franciscana lo eligió por dos
veces como Vicario Genera, y aprovechó este altísimo cargo para tratar de
reformar la vida religiosa de los franciscanos, llegando a conseguir que en
toda Europa esta Orden religiosa llegara a un gran fervor.
Muchos se le oponían a sus ideas de
reformar y de volver más fervorosos a los religiosos. Y lo que más lo hacía
sufrir era que la oposición venía de sus mismos colegas en el apostolado. Se
cumplía en él lo que dice el Salmo: "Aquél que comía conmigo el pan en la
misma mesa se ha declarado en contra de mí". Pero esas incomprensiones le
sirvieron para no dedicarse a buscar las alabanzas de las gentes, sino las
felicitaciones de Dios. Él repetía la frase de San Pablo: "Si lo que busco
es agradar a la gente, ya no seré siervo de Cristo".
Juan tenía unas dotes nada comunes para la
diplomacia. Era sabio, era prudente, y medía muy bien sus juicios y sus
palabras. Había sido juez y gobernador y sabía tratar muy bien a las personas.
Por eso cuatro Pontífices (Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III) lo
emplearon como embajador en muchas y muy delicadas misiones diplomáticas y con
muy buenos resultados. Tres veces le ofrecieron los Sumos Pontífices nombrarlo
obispo de importantes ciudades, pero prefirió seguir siendo humilde predicador,
pobre y sin títulos honoríficos.
40 años llevaba Juan predicando de
ciudad en ciudad y de nación en nación, con enormes frutos espirituales, cuando
a la edad de 70 años lo llamó Dios a que le colaborara en la liberación de sus
católicos en Hungría. Y fue de la siguiente manera.
En 1453 los turcos musulmanes se habían
apoderado de Constantinopla, y se propusieron invadir a Europa para acabar con
el cristianismo. Y se dirigieron a Hungría.
Las noticias que llegaban de Serbia,
nación invadida por los turcos, eran impresionantes. Crueldades salvajes contra
los que no quisieran renegar de la fe en Cristo, y destrucción de todo lo que
fuera cristiano católico.
Entonces Juan se fue a Hungría y recorrió
toda la nación predicando al pueblo, incitándolo a salir entusiasta en defensa
de su santa religión. Las multitudes respondieron a su llamado, y pronto se
formó un buen ejército de creyentes.
Los musulmanes llegaron cerca de Belgrado
con 200 cañones, una gran flota de barcos de guerra por el río Danubio, y
50,000 terribles jenízaros de a caballo, armados hasta los dientes. Los jefes
católicos pensaron en retirarse porque eran muy inferiores en número. Pero fue
aquí cuando intervino Juan de Capistrano.
El gran misionero salvó a la ciudad de
Bucarest de tres modos. El primero, convenciendo al jefe católico Hunyades a
que atacara la flota turca que era mucho más numerosa. Atacaron y salieron
vencedores los católicos. El segundo, fue cuando ya los católicos estaban
dispuestos a abandonar la fortaleza de la ciudad y salir huyendo. Entonces Juan
se dedicó a animarlos, llevando en sus manos una bandera con una cruz y
gritando sin cesar: Jesús, Jesús, Jesús. Los combatientes cristianos se
llenaron de valor y resistieron heroicamente. Y el tercer modo, fue cuando ya
Hunyades y sus generales estaban dispuestos a abandonar la ciudad, juzgando la
situación insostenible, ante la tremenda desproporción entre las fuerzas
católicas y las enemigas, Juan recorrió todos los batallones gritando
entusiasmado: "Creyentes valientes, todos a defender nuestra santa religión".
Entonces los católicos dieron el asalto final y derrotaron totalmente a los
enemigos que tuvieron que abandonar aquella región.
Jamás empleó armas materiales. Sus armas
eran la oración, la penitencia y la fuerza irresistible de su predicación.
Las gentes decían que aquellos cuarteles
de guerreros más parecían casas de religiosos que campamentos militares, porque
allí se rezaba y se vivía una vida llena de virtudes. Todos los capellanes
celebraban cada día la santa misa y predicaban. Muchísimos soldados se confesaban
y comulgaban. Y los militares repetían en sus batallones: "Tenemos un
capellán santo. Hay que portarse de manera digna de este gran sacerdote que nos
dirige. Si nos portamos mal no vamos a conseguir victorias sino derrotas".
Y los oficiales afirmaban: "Este padrecito tiene más autoridad sobre
nuestros soldados, que el mismo jefe de la nación".
Mientras los católicos luchaban con las
armas en Hungría, el Sumo Pontífice hacía rezar en todo el mundo el Angelus (o
tres Avemarías diarias) por los guerreros católicos y la Stma. Virgen consiguió
de su Hijo una gran victoria. Con razón en Budapest le levantaron una gran
estatua a San Juan de Capistrano, porque salvó la ciudad de caer en manos de
los más crueles enemigos de nuestra santa religión.
Y sucedió que la cantidad de muertos
en aquella descomunal batalla fue tan grande, que los cadáveres dispersados por
los campos llenaron el aire de putrefacción y se desató una furiosa epidemia de
tifo. San Juan de Capistrano había ofrecido a Dios su vida con tal de conseguir
la victoria contra los enemigos del catolicismo, y Dios le aceptó su oferta. El
santo se contagió de tifo, y como estaba tan débil a causa de tantos trabajos y
de tantas penitencias, murió el 23 de octubre de 1456.
https://www.ewtn.com/spanish/saints/Juan_Capistrano.htm
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