viernes, 15 de octubre de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 17 - DE OCTUBRE – DOMINGO – 29ª – SEMANA DEL T. O. – B – San Ignacio de Antioquía

 

 

 


17 - DE OCTUBRE – DOMINGO –

29ª – SEMANA DEL T. O. – B –

San Ignacio de Antioquía

 

Lectura del libro de Isaías (53,10-11):

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.

Palabra de Dios

 

Salmo: 32,4-5.18-19.20 y 22

 

      R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Que la palabra del Señor es sincera,

y todas sus acciones son leales;

él ama la justicia y el derecho,

y su misericordia llena la tierra. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,

en los que esperan en su misericordia,

para librar sus vidas de la muerte

y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

 

Nosotros aguardamos al Señor:

él es nuestro auxilio y escudo.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,

como lo esperamos de ti. R/.

 

Lectura de la carta a los Hebreos (4,14-16):

Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un no sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

 

Palabra de Dios

 

      Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,35-45):

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:

«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»

Les preguntó:

«¿Qué queréis que haga por vosotros?»

Contestaron:

«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»

Jesús replicó:

«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»

Contestaron:

«Lo somos.»

Jesús les dijo:

«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.»

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

Jesús, reuniéndolos, les dijo:

 «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

Palabra del Señor

 

¿Triunfar o servir?

 

En las lecturas de los domingos anteriores Jesús ha ido instruyendo a los discípulos a propósito de los más diversos temas (los niños, el divorcio, la riqueza, etc.). En el de hoy da su última gran enseñanza antes de subir a Jerusalén para la pasión.

 

En lo que piensa Jesús

 

Todo comienza con el tercer anuncio de la pasión y resurrección, que no se lee, pero que es fundamental para entender lo que sigue. Jesús repite una vez más a los discípulos que los sumos sacerdotes y los escribas lo condenarán a muerte, lo entregarán a los paganos, se burlarán de él, le escupirán, azotarán y matarán.

 

En lo que piensan Santiago y Juan: Presidente del Gobierno y Primer Ministro

 

Igual que en los casos anteriores, al anuncio de la pasión sigue una muestra de incomprensión por parte de los apóstoles: Santiago y Juan, dos de los más importantes, de los más cercanos a Jesús, ni siquiera han prestado atención a lo que dijo.

 

            En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:

            -Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.

            Les preguntó:

            -¿Qué queréis que haga por vosotros?

            Contestaron:
         -Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
    

 

Mientras Jesús habla de sufrimiento, ellos quieren garantizarse el triunfo: sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. “En tu gloria” no se refiere al cielo, sino a lo que ocurrirá “en la tierra”, cuando Jesús triunfe y se convierta en rey de Israel en Jerusalén: quieren un puesto a la derecha y otro a la izquierda, Presidente de Gobierno y Primer Ministro. Para ellos, lo importante es subir.

 

Jesús replicó:

-No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?

Contestaron:
            -Lo somos.

Jesús les dijo:

-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

 

La respuesta de Jesús, menos dura de lo que cabría esperar, procede en dos pasos.

En primer lugar, les recuerda que para triunfar hay que pasar antes por el sufrimiento, beber el mismo cáliz de la pasión que él beberá. No queda claro si Juan y Santiago entendieron lo que les dijo Jesús sobre su cáliz y su bautismo, pero responden que están dispuestos a lo que sea.

Entonces Jesús, en un segundo paso, les echa un jarro de agua fría diciéndoles que, aunque beban el cáliz, eso no les garantizará los primeros puestos. Están ya reservados, no se dice para quién.

 

La reacción de los otros diez y la gran enseñanza de Jesús                                                                              

 

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

            Jesús, reuniéndolos, les dijo:

            -Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.    

 

¿Por qué se indignan? Probablemente porque también ellos ambicionan los primeros puestos. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles cómo deben ser las relacio­nes dentro de la comunidad. En la postura de los discípulos detecta una actitud muy humana, de simple búsqueda del poder. Para que no caigan en ella, les presenta dos ejemplos opuestos:

 

      1) el que no deben imitar es el de los reyes y monarcas helenísticos, famosos por su abuso del poder:

“Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las opri­men”.

 

2) el que deben imitar es el del mismo Jesús, que ha venido a servir y a dar su vida en rescate por todos.

En medio de estos dos ejemplos queda la enseñanza capital: 

el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. 

En la comunidad cristiana debe darse un cambio de valores absoluto.

Pero esto es lo que debe ocurrir “entre vosotros”, dentro de la comunidad. Jesús no dice nada a propósito de lo que debe ocurrir en la sociedad, aunque critica indirectamente el abuso de poder.

 

Primera lectura: Isaías 53,10-11

 

Este texto se ha elegido como comentario de las palabras de Jesús: “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” y de sus referencias anteriores a la pasión (el cáliz y el bautismo). Por eso comienza diciendo que El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento; unas palabras que escandalizan por la forma de hablar de Dios, pero que hay que interpretarlas como un recurso para el triunfo final. De hecho, el texto de Isaías insiste más en el éxito de Jesús (verá su descendencia, prolongará sus años, verá y se hartará) y de su obra (el plan de Dios prosperará por sus manos, justificará a muchos).

 

Reflexiones

 

1. Este pasaje constituye la última enseñanza de Jesús antes de la pasión, en la que nos deja su forma de entender su vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este ejemplo es válido para todos los cristianos, no sólo para papas y obispos.

 

2. Esta espléndida enseñanza no nos habría llegado si Santiago, Juan y los otros diez hubieran sido menos ambiciosos. Los fallos humanos pueden traer grandes beneficios.

 

3. La enseñanza de Jesús ha calado muy poco en la Iglesia después de veinte siglos y en ella se sigue dando un choque de ambiciones al más alto nivel. La única solución será tener siempre presente el ejemplo de Jesús.   

 

4. El texto de Isaías nos ayuda a mirar con esperanza los momentos difíciles de nuestra vida. Aunque la impresión que podemos tener a veces es que Dios nos está triturando con el sufrimiento, no es ésa su intención, sino sacar de nosotros algo muy bueno.

 

San Ignacio de Antioquía

 

Nace entre años 30 al 35 AD, muere C 107AD. San Ignacio de Antioquía fue discípulo directo de San Pablo y San Juan. Segundo sucesor de
Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía; El primero en llamar a la Iglesia "Católica".

Sus escritos demuestran que la doctrina de la Iglesia Católica viene de Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta doctrina incluye: La Eucaristía; La jerarquía y la obediencia a los obispos; La presidencia de la iglesia de Roma; La virginidad de María y el don de la virginidad; El privilegio que es morir mártir de Cristo.

Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador Trajano. En su viaje a Roma, escribió siete cartas, dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana.

 

Fue el tercer obispo de Antioquía, lugar donde se empezó a conocer a los seguidores de Cristo como cristianos. Ignacio fue el primero en llamar a la Iglesia católica. Fue condenado a morir devorado por los leones. Oraba intensamente para que los leones le destrozaran por amor a Dios. Durante el viaje al martirio escribió siete cartas a las Iglesias de Asia Menor

Poco se sabe de la vida familiar de Ignacio de Antioquía. Casi todo lo que hoy se sabe de él proviene de las siete cartas que él mismo escribió mientras era llevado al martirio.

Se dice que él fue el niño al que Jesucristo llamó para invitar a sus apóstoles a hacerse como niños: «Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Os aseguro que si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos».

Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, situada en Siria. La ciudad era una de las más importantes de toda la cristiandad. Fue allí donde se empezó a llamar cristianos a los discípulos de Cristo. Fue allí también donde Ignacio se refirió a la Iglesia como católica, es decir, universal. Antioquía, en orden de importancia, se situaba solo detrás de Roma y Alejandría. Era una ciudad con gran número de cristianos.

Antioquia era gobernada bajo las órdenes del emperador Trajano, que si bien al principio respetó a los cristianos, posteriormente los persiguió por oponerse a los dioses que él adoraba. Ignacio fue arrestado por negarse a adorar a dichos dioses y por proclamar la existencia de un solo Dios verdadero.

Fue conducido a Roma para ser martirizado. Durante el viaje escribió sus famosas siete cartas, que se pueden dividir en dos grupos. Las primeras seis cartas iban dirigidas a las iglesias de Asia Menor para exhortarlas a mantener la unidad interna y prevenirlas contra las enseñanzas judaizantes, entro otras. La séptima carta está dirigida a la Iglesia de Roma. En ella, les pide que no intercedan por él para salvarle del martirio. Al contrario, les escribió: «Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo, por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».

En cada parada de viaje aprovechaba para reunirse con los cristianos de la zona, que salían junto con su obispo para escuchar a Ignacio y recibir su bendición.

Al llegar a Roma, fue conducido al Coliseo donde fue echado a la tierra para ser devorado por las fieras. Las autoridades soltaron dos leones hambrientos que destrozaron a Ignacio, otorgándole la gloriosa corona del martirio que tanto ansiaba por amor a Jesucristo. San Ignacio murió en el año 107. Sus restos fueron trasladados de nuevo a Antioquía.

 

José Calderero @jcalderero

 

   

 

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