jueves, 28 de octubre de 2021

Párate un momento El Evangelio del dia 30 - DE OCTUBRE – SÁBADO – 30ª – SEMANA DEL T. O. – B – San Marcelo de León

 



30 - DE OCTUBRE – SÁBADO –

30ª – SEMANA DEL T. O. – B –

San Marcelo de León


    Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11,1-2a.11-12.25-29):

   ¿Habrá Dios desechado a su pueblo? De ningún modo. También yo soy israelita, descendiente de Abrahán, de la tribu de Benjamín. Dios no ha desechado al pueblo que él eligió.

    Pregunto ahora: ¿Han caído para no levantarse? Por supuesto que no. Por haber caído ellos, la salvación ha pasado a los gentiles, para dar envidia a Israel.

    Por otra parte, si su caída es riqueza para el mundo, es decir, si su devaluación es la riqueza de los gentiles, ¿qué será cuando alcancen su pleno valor?

    Hay aquí una profunda verdad, hermanos, y, para evitar pretensiones entre vosotros, no quiero que la ignoréis: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que entren todos los pueblos; entonces todo Israel se salvará, según el texto de la Escritura:

    «Llegará de Sión el Libertador, para alejar los crímenes de Jacob; así será la alianza que haré con ellos cuando perdone sus pecados.»

    Considerando el Evangelio, son enemigos, y ha sido para vuestro bien; pero considerando la elección, Dios los ama en atención a los patriarcas, pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 93,12-13a.14-15.17-18

 

    R/. El Señor no rechaza a su pueblo

 

   Dichoso el hombre a quien tú educas,

al que enseñas tu ley,

dándole descanso tras los años duros. R/.

 

   Porque el Señor no rechaza a su pueblo,

ni abandona su heredad:

el justo obtendrá su derecho,

y un porvenir los rectos de corazón. R/.

 

   Si el Señor no me hubiera auxiliado,

ya estaría yo habitando en el silencio.

Cuando me parece que voy a tropezar,

tu misericordia, Señor, me sostiene. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,1.7-11):

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:

«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá:

"Cédele el puesto a éste."

Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:

"Amigo, sube más arriba."

Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.

Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Para comprender debidamente lo que representa este relato, es necesario recordar, una vez más, que el valor más apreciado, en las culturas mediterráneas del s. I, no era la riqueza, sino el honor. Además, las distinciones y las categorías se manifestaban sobre todo con ocasión de las comidas y banquetes.

Se ha dicho con razón que "precisamente debido a la compleja interrelación de las categorías culturales, la comida es habitualmente una de las principales formas de marcar las diferencias entre los distintos grupos sociales" (G. Feeley-Harnik).

En el Banquete, de Platón, no es la misma la posición y la actividad de los esclavos que la de los invitados (177a) (W. A. Becker - H. Gól1).

Jesús invierte todos esos ordenamientos. Y en la Cena de despedida se puso él mismo a lavar los pies a los comensales, es decir, hizo de esclavo, siendo el Señor y el Maestro (Jn 13, 12-14).

 

2.  Es importante también tener en cuenta que este evangelio comienza, como el de ayer, recordando que todo esto sucede en casa de uno de los principales fariseos y con asistencia de bastantes de ellos. Es decir, lo que nota Jesús es que los observantes integristas, que eran tan rigurosos para el cumplimiento de las normas religiosas, se daban prisa para ponerse los primeros y, por tanto, para dejar a los demás detrás de ellos.

De nuevo nos encontramos con lo de siempre: la religiosidad integrista endurece el corazón humano.

     Desde el momento que antepone la norma a la dignidad o felicidad del otro, el corazón del hombre, en la misma medida en que se sacraliza, en esa misma medida se deshumaniza.

 

3.  Decididamente, la vida que llevó Jesús, los valores que defendió, los criterios que expuso, todo eso resulta insoportable, increíble, impracticable para todo el que no tiene la firme convicción de que lo primero y lo esencial en la vida es el ser humano, cada ser humano, el respeto, la dignidad, los derechos, la felicidad y el disfrute de la vida de cada persona. Eso es lo primero y lo esencial porque solo haciendo eso podemos encontrarnos a nosotros mismos, podemos encontrar el sentido de la vida y, en definitiva, podemos encontrar esa realidad última que los creyentes llamamos Dios. Pero todo esto solo se puede realizar si el creyente en Jesús toma, como proyecto de vida, la "autoestigmatización", que hace posible la bondad sin limitaciones.

 

San Marcelo de León




En Tánger, de Mauritania, pasión de san Marcelo, centurión, que el día del cumpleaños del emperador, mientras los demás sacrificaban, se quitó las insignias de su función y las arrojó al pie de los estandartes, afirmando que por ser cristiano no podía seguir manteniendo el juramento militar, pues debía obedecer solamente a Cristo, e inmediatamente fue degollado, consumando así su martirio.

Marcelo fue un Centurión que, según parece, pertenecía a la Legio VII Gemina y el lugar de los hechos bien pudo ser la ciudad de León.

Su proceso tuvo lugar en dos pasos: primero en España, ante el presidente o gobernador Fortunato (28 de Julio del 298) y en Tánger el definitivo, ante Aurelio Agricolano (30 de Octubre del mismo año).

Fortunato envió a Agricolano el siguiente texto causa del juicio contra Marcelo: «Manilio Fortunato a Agricolano, su señor, salud. En el felicísimo día en que en todo el orbe celebramos solemnemente el cumpleaños de nuestros señores augustos césares, señor Aurelio Agricolano, Marcelo, centurión ordinario, como si se hubiese vuelto loco, se quitó espontáneamente el cinto militar y arrojó la espada y el bastón de centurión delante de las tropas de nuestros señores».

Ante Fortunato, Marcelo explica su actitud diciendo que era cristiano y no podía militar en más ejército que en el de Jesucristo, hijo de Dios omnipotente.

Fortunato, ante un hecho de tanta gravedad, creyó necesario notificarlo a los emperadores y césares y enviar a Marcelo para que lo juzgase su superior, el viceprefecto Agricolano. En Tánger, y ante Agricolano, se lee a Marcelo el acta de acusación, que él confirma y acepta, por lo que es condenado a la decapitación.

La leyenda -no necesariamente falsa- abunda en algunos detalles que, si bien no son necesarios para el esclarecimiento del hecho, sí lo explicita, o al menos lo sublima para estímulo de los cristianos. Así, se añade la puntualización de que se trataba de un acto oficial y solemne en que toda la tropa militar estaba dispuesta para ofrecer sacrificios a los dioses paganos e invocar su protección sobre el Emperador.

 

   

 

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