6 - DE OCTUBRE
– MIERCOLES –
27ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
San Bruno de Colonia
Lectura de la profecía de Jonás
(4,1-11):
Jonás sintió
un disgusto enorme y estaba irritado. Oró al Señor en estos términos:
«Señor, ¿no es esto lo que me temía yo
en mi tierra? Por eso me adelanté a huir a Tarsis, porque sé que eres compasivo
y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, que te arrepientes de las
amenazas. Ahora, Señor, quítame la vida; más vale morir que vivir.»
Respondióle el Señor:
«¿Y tienes tú derecho a irritarte?»
Jonás había salido de la ciudad, y
estaba sentado al oriente. Allí se había hecho una choza y se sentaba a la
sombra, esperando el destino de la ciudad. Entonces hizo crecer el Señor un ricino,
alzándose por encima de Jonás para darle sombra y resguardarle del ardor del
sol. Jonás se alegró mucho de aquel ricino. Pero el Señor envió un gusano,
cuando el sol salía al día siguiente, el cual dañó al ricino, que se secó. Y,
cuando el sol apretaba, envió el Señor un viento solano bochornoso; el sol
hería la cabeza de Jonás, haciéndole desfallecer.
Deseó Jonás morir, y dijo:
«Más me vale morir que vivir.»
Respondió el Señor a Jonás:
«¿Crees que tienes derecho a irritarte
por el ricino?»
Contestó él:
«Con razón siento un disgusto mortal.»
Respondióle el Señor:
«Tú te lamentas por el ricino, que no
cultivaste con tu trabajo, y que brota una noche y perece la otra. Y yo, ¿no
voy a sentir la suerte de Nínive, la gran ciudad, que habitan más de ciento veinte
mil hombres, que no distinguen la derecha de la izquierda, y gran cantidad de
ganado?»
Palabra de Dios
Salmo: 85,3-4.5-6.9-10
R/. Tú, Señor, eres lento a la cólera, rico
en piedad
Tú eres mi
Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti. R/.
Porque tú,
Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R/.
Todos los pueblos
vendrán a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios.» R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (11,1-4):
Una vez que
estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le
dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan
enseñó a sus discípulos.»
Él les dijo:
«Cuando oréis decid: "Padre,
santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del
mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo
el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."»
Palabra del Señor
1. Como explican los especialistas en el estudio de los evangelios, llama la atención la diferencia que hay entre la redacción del "Padre nuestro" en el evangelio de Mateo (6, 7-15) y la que aquí tenemos de Lucas. La de Mateo es más extensa. Pero, aunque hay diferencias, ambas versiones del Padre nuestro tienen en común las peticiones más fundamentales. Y, sobre todo, se debe tener en cuenta la forma de oración en primera persona del plural. Esto parece indicar que esta oración se utilizaba en las reuniones de las comunidades cristianas, concretamente en las oraciones litúrgicas que cada domingo se celebraban en las comunidades cristianas (U. D. G. Dunn).
2. Por otra parte, esta era la oración que mejor definía lo que diferenciaba a la comunidad cristiana. Y era lo que se veía como lo específico de los cristianos, que llamaban a Dios "Padre"; que respetaban profundamente ese nombre, exactamente ese, cosa en la que ponían especial cuidado, ya que era lo primero que pedían y deseaban; que anhelaban la venida del reinado de Dios en este mundo, es decir, todo lo que Jesús había dicho y hecho al anunciar el Reino; que se conformaban con el pan de cada día; y que se distinguían por su capacidad de perdonar a todo el que les ofendía o todo lo que se les debía, en el más increíble desprendimiento económico.
3. La rutina ha hecho
del "Padre nuestro" una oración que se dice "de carretilla",
pero que en realidad representa muy poco en la vida de los creyentes en Jesús.
Urge recuperar el significado y la
experiencia original de la Iglesia.
Es decir, nos urge a todos tomar
conciencia y repensar hasta qué punto el "Padrenuestro" marca nuestra
vida y es un distintivo de los creyentes en Jesús.
San Bruno de Colonia
San Bruno, presbítero, que, oriundo de
Colonia, en Lotaringia, enseñó ciencias eclesiásticas en la Galia, pero
deseando llevar vida solitaria, con algunos discípulos se instaló en el
apartado valle de Cartuja, en los Alpes, dando origen a una Orden que conjuga
la soledad de los eremitas con la vida común de los cenobitas. Llamado por el
papa Urbano II a Roma, para que le ayudase en las necesidades de la Iglesia,
pasó los últimos años de su vida como eremita en el cenobio de La Torre, en
Calabria.
Vida de San Bruno de Colonia
Confesor, autor eclesiástico y fundador de la Orden de la Cartuja. Nació en
Colonia hacia el año 1030; murió el 6 de octubre de 1101. Se le representa
habitualmente con una calavera en las manos, un libro y una cruz, o coronado
con siete estrellas; o con un pergamino que porta la divisa O Bonitas. Su
fiesta se celebra el 6 de Octubre. Según la tradición, San Bruno pertenecía a
la familia de Hartenfaust, o Hardebüst, una de las principales familias de la
ciudad, y en recuerdo de este origen diferentes miembros de la familia de
Hartenfaust han recibido de los Cartujos o bien oraciones especiales por los
muertos, como en el caso de Peter Bruno Hartenfaust en 1714, y Louis Alexander
Hartenfaust, barón de Laach, en 1740; o una relación personal con la orden, como
con Louis Bruno de Hardevüst, barón de Laach y burgomaestre de la ciudad de
Bergues-S. Winnoc, en la diócesis de Cambrai, con el que se extinguió la línea
masculina de la familia Hardevüst el 22 de Marzo de 1784.
Tenemos poca información sobre la infancia y juventud de San Bruno. Nacido
en Colonia, habría estudiado en el colegio de la ciudad, o colegiata de San
Cuniberto. Mientras era aún bastante joven (a pueris) fue a completar su
educación a Reims, atraído por la reputación de la escuela episcopal y de su
director, Heriman. Allí acabó sus estudios clásicos y se perfeccionó en las
ciencias sagradas que en esa época consistían principalmente en el estudio de
las Sagradas Escrituras y de los Padres. Allí se hizo, según el testimonio de
sus contemporáneos, instruido tanto en la ciencia humana como divina.
Completada su educación, San Bruno volvió a Colonia, donde fue provisto de una
canonjía en San Cuniberto, y según la opinión más probable, elevado a la
dignidad sacerdotal. Esto fue hacia el año 1055. En 1056, el obispo Gervais le
llamó a Reims, para ayudar a su antiguo maestro Heriman en la dirección de la
escuela. Este último estaba ya dirigiendo su atención hacia una forma de vida
más perfecta, y cuando al final dejó el mundo para ingresar en la vida religiosa,
en 1057, San Bruno se encontró como director de la escuela episcopal, o
ecólatra, un puesto tan difícil como elevado, pues entonces incluía la
dirección de las escuelas públicas y la supervisión de todos los
establecimientos educativos de la diócesis. Durante casi veinte años, de 1057 a
1075, mantuvo el prestigio que la escuela de Reims había alcanzado bajo sus
antiguos directores, Remi de Auxerre, Hucbald de St. Amand, Gerberto y
últimamente Heriman. De la excelencia de su enseñanza tenemos una prueba en los
títulos funerarios compuestos en su honor, que celebran su elocuencia, sus
talentos poético, filosófico y por encima de todos exegético y teológico; y
también en los méritos de sus discípulos, entre los cuales estaban Eudes de
Châtillon, después Urbano II, Rangier, cardenal y obispo de Reggio, Robert,
obispo de Langres y un gran número de prelados y abades.
En 1075 San Bruno fue nombrado canciller de la iglesia de Reims, y tuvo
entonces que dedicarse especialmente a la administración de la diócesis.
Mientras tanto, el piadoso obispo Gervais, amigo de San Bruno, había sido
sucedido por Manasés de Gournai, que rápidamente se hizo odioso por su impiedad
y violencia. El canciller y otros dos canónigos fueron encargados de llevar al
legado papal, Hugo de Die, las quejas del indignado clero, y en el concilio de
Autun, 1077, obtuvieron la suspensión del indigno prelado. La respuesta de este
último fue arrasar las casas de sus acusadores, confiscar sus bienes, vender
sus beneficios y apelar al Papa. Entonces Bruno se ausentó por un tiempo de
Reims, y fue probablemente a Roma a defender la justicia de su causa. Sólo en
1080 una sentencia clara, confirmada por un alzamiento del pueblo, obligó a
Manasés a retirarse y refugiarse con el emperador Enrique IV. Libre entonces de
elegir otro obispo, el clero estaba a punto de unir sus votos en el canciller.
Él, sin embargo, tenía designios muy diferentes en perspectiva. Según una
tradición conservada en la Orden de la Cartuja, Bruno se persuadió de abandonar
el mundo por la contemplación de un célebre prodigio, popularizado por el
pincel de Lesueur – la triple resurrección del médico parisino, Raymond
Diocres. A esta tradición se opone el silencio de los contemporáneos y de los
primeros biógrafos del santo; el silencio del propio San Bruno en su carta a
Raoul le Vert, preboste de Reims; y la imposibilidad de probar que estuviera
nunca en París. No había necesidad de argumento tan extraordinario para hacerle
dejar el mundo. Algún tiempo antes, cuando estaba en conversación con dos de
sus amigos, Raúl y Fulco, canónigos como él de Reims, se habían inflamado tanto
en el amor de Dios y el deseo de los bienes eternos que habían hecho voto de
abandonar el mundo y abrazar la vida religiosa. Este voto, pronunciado en 1077,
no pudo ponerse en obra hasta 1080, debido a diversas circunstancias.
La primera idea de San Bruno al dejar Reims parece haber sido ponerse él y
sus compañeros bajo la dirección de un eminente solitario, San Roberto, que
recientemente (1075) se había establecido en Molesme, en la diócesis de
Langres, junto con un grupo de otros solitarios que iban más tarde (1098) a
constituir la Orden Cisterciense. Pero pronto vio que esta no era su vocación,
y después de una corta estancia en Sèche-Fontaine cerca de Molesme, dejó a dos
de sus compañeros, Pedro y Lamberto, y se dirigió con otros seis a Hugo de
Châteauneuf, obispo de Grenoble, y, según algunos autores, uno de sus
discípulos. El obispo, a quien Dios había mostrado a estos hombres en un sueño,
bajo la imagen de siete estrellas, les condujo e instaló él mismo (1084) en un
lugar agreste de los Alpes del Delfinado llamado Chartreuse, a unas cuatro
leguas de Grenoble, en medio de rocas escarpadas y montañas casi siempre
cubiertas de nieve. Con San Bruno estaban Landuino, los dos Esteban, de Bourg y
de Die, canónigos de San Rufo, y Hugo el Capellán, “todos ellos los hombres más
sabios de su tiempo”, y dos laicos, Andrés y Guerin, que después se
convirtieron en los primeros hermanos legos. Construyeron un pequeño monasterio
donde vivieron en profundo retiro y pobreza, completamente ocupados en la
oración y el estudio, y honrados frecuentemente con las visitas de San Hugo,
que se volvió como uno de ellos. Su modo de vida ha sido recogido por un
contemporáneo, Guibert de Nogent, que les visitó en su soledad. (De Vitâ suâ,
I, ii). Mientras tanto, otro discípulo de San Bruno, Eudes de Châtillon, se
había convertido en Papa con el nombre de Urbano II (1088). Resuelto a
continuar la obra de reforma comenzada por Gregorio VII, y estando obligado a
luchar contra el antipapa, Guiberto de Ravena, y el emperador Enrique IV, buscó
rodearse de aliados devotos y llamó a su antiguo maestro ad Sedis Apostolicae
servitium. Así el solitario se vio obligado a dejar el lugar donde había pasado
más de seis años de retiro, seguido por una parte de su comunidad que no podía
mentalizarse a vivir separada de él (1090). Es difícil indicar el lugar que
ocupó entonces en la corte pontificia, o su influencia en los acontecimientos
contemporáneos, que fue totalmente oculta y confidencial. Alojado en el palacio
del propio Papa y admitido a sus consejos, y encargado, además, con otros
colaboradores, de preparar asuntos para los numerosos concilios de este
periodo, debemos concederle algún crédito por sus resultados. Pero él tuvo
siempre cuidado de mantenerse en segundo plano, y aunque parece haber asistido
al Concilio de Benevento (Marzo de 1091), no encontramos evidencia de que
hubiera estado presente en los concilios de Troja (Marzo de 1093), de Piacenza
(Marzo de 1095) o de Clermont (Noviembre de 1095). Su papel en la historia está
borroso. Todo lo que podemos decir con seguridad es que apoyó con todas sus
fuerzas al Soberano Pontífice en sus esfuerzos para la reforma del clero,
esfuerzos inaugurados en el Concilio de Melfi (1089) y continuados en el de
Benevento.
Poco tiempo después de la llegada de San Bruno, el Papa se había visto
obligado a abandonar Roma ante las fuerzas victoriosas del emperador y el
antipapa. Se retiró con toda su corte al sur de Italia. Durante el viaje, el
antiguo profesor de Reims atrajo la atención del clero de Reggio en Calabria,
que acababa de perder a su arzobispo Arnulfo (1090), y le dieron sus votos. El
Papa y el príncipe normando Roger, Duque de Apulia, aprobaron firmemente la elección
y presionaron a San Bruno a aceptarla. En una coyuntura similar en Reims había
escapado huyendo; esta vez escapó haciendo que fuera elegido uno de sus
antiguos discípulos, Rangier, que afortunadamente estaba cerca en la abadía
benedictina de La Cava, cerca de Salerno. Pero temió que tales intentos se
repitieran; además estaba cansado de la agitada vida que le había sido
impuesta, y la soledad le invitaba siempre. Pidió, por tanto, y después de
mucha dificultad, consiguió el permiso del Papa para volver de nuevo a su vida
solitaria. Su intención era reunirse con sus hermanos en el Delfinado, como
deja claro una carta dirigida a ellos. Pero la voluntad de Urbano II le mantuvo
en Italia, cerca de la corte papal, a la que podía ser llamado en caso de necesidad.
El lugar elegido para su nuevo retiro por San Bruno y algunos seguidores estaba
en la diócesis de Squillace, en la vertiente oriental de la gran cadena que
cruza Calabria de norte a sur, y en un alto valle de tres millas de largo y dos
de ancho, cubierto de vegetación. Los nuevos solitarios construyeron una
pequeña capilla de tablones para sus reuniones piadosas y, en las profundidades
de los bosques, cabañas con techo de barro para sus moradas. Una leyenda dice
que San Bruno mientras estaba en oración fue descubierto por los sabuesos de
Roger, Gran Conde de Sicilia y Calabria y tío del Duque de Apulia, que estaba
cazando entonces en la vecindad, y que así aprendió a conocerlo y venerarlo;
pero el Conde no tenía necesidad de esperar esa ocasión para conocerle, pues
fue probablemente por invitación suya que los nuevos solitarios se
establecieron en sus dominios. Ese mismo año (1091) les visitó, les hizo cesión
de las tierras que ocupaban, y una estrecha amistad se creó entre ellos. Más de
una vez San Bruno fue a Mileto a tomar parte de las alegrías y las penas de la
noble familia, para visitar al Conde cuando enfermó (1098 y 1101), y para
bautizar a su hijo, Roger, el futuro Rey de Sicilia. Pero más a menudo fue
Roger quien fue al desierto a visitar a sus amigos, y cuando, por su
generosidad, se construyó el monasterio de San Esteban, en 1095, cerca de la
ermita de Santa María, se erigió anexa a él una pequeña casa de campo en la que
le gustaba pasar el tiempo que le dejaba libre el gobierno de su Estado.
Mientras tanto los amigos de San Bruno murieron uno tras otro: Urbano II en
1099; Landuino, el prior de la Gran Cartuja, su primer compañero, en 1100; el
Conde Roger en 1101. Su propio tiempo se acercaba. Antes de su muerte reunió
por última vez a sus hermanos a su alrededor e hizo en su presencia profesión
de la Fe Católica, cuyos términos se han conservado. Afirma con especial
énfasis su fe en el misterio de la Santísima Trinidad, y en la presencia real
de Nuestro Salvador en la Sagrada Eucaristía – una protesta contra las dos
herejías que habían perturbado ese siglo, el triteísmo de Roscelin, y la
empanación de Berengario. Tras su muerte, los Cartujos de Calabria, siguiendo
una costumbre frecuente de la Edad Media por medio de la cual el mundo
cristiano se asociaba a la muerte de sus santos, despacharon a un “portador de
rollo”, un criado del convento cargado con un largo rollo de pergamino, colgado
de su cuello, que viajó por Italia, Francia, Alemania e Inglaterra. Se detuvo
en las principales iglesias y comunidades para anunciar la muerte, y a cambio,
las iglesias, comunidades o capítulos inscribían en su rollo, en prosa o verso,
la expresión de sus sentimientos, con promesas de oraciones. Muchos de estos
rollos se han conservado, pero pocos son tan extensos o tan llenos de alabanzas
como el de San Bruno. Mil setenta y ocho testigos, de los que la mayoría había
conocido al fallecido, celebraban la extensión de su conocimiento y lo
fructífero de su instrucción. Los que le eran extraños estaban sobre todo impresionados
por su conocimiento y talentos. Pero sus discípulos alababan sus tres
principales virtudes – su gran espíritu de oración, una extrema mortificación y
una filial devoción a la Santísima Virgen. Las dos iglesias construidas por él
en el desierto estaban dedicadas a la Santísima Virgen: Nuestra Señora de
Casalibus en el Delfinado, Nuestra Señora della Torre en Calabria, y, fieles a
su inspiración, los Estatutos Cartujos proclaman a la Madre de Dios como la
primera y principal patrona de todas las casas de la orden, cualquiera que sea
su patrón particular.
San Bruno fue enterrado en el pequeño cementerio de la ermita de Santa
María, y muchos milagros se obraron en su tumba. Nunca ha sido canonizado
formalmente. Su culto, autorizado para la Orden Cartuja por León X en 1514, se
extendió a toda la Iglesia por Gregorio XV, el 17 de Febrero de 1623, como
fiesta semi-doble, y elevada a la clase de doble por Clemente X el 14 de Marzo
de 1674. San Bruno es el santo popular de Calabria; todos los años una gran multitud
acude a la Cartuja de San Esteban, el lunes y martes de Pentecostés, en que sus
reliquias son llevadas en procesión a la ermita de Santa María, donde vivió, y
la gente visita los lugares santificados por su presencia. Una cantidad inmensa
de medallas se acuña en su honor y se distribuye entre la muchedumbre, y se
bendicen los pequeños hábitos cartujos, que tantos niños de la vecindad llevan.
Se le invoca especialmente, y con éxito, para la liberación de los posesos.
Como escritor y fundador de una orden, San Bruno ocupa un puesto importante
en la historia del Siglo XI. Compuso comentarios sobre los Salmos y las
Epístolas de San Pablo, los primeros escritos probablemente durante su época de
profesor en Reims, los segundos durante su estancia en la Gran Cartuja si
podemos creer a un viejo manuscrito visto por Mabillon-- "Explicit
glosarius Brunonis heremitae super Epistolas B. Pauli".
Dos cartas suyas aún se conservan, también su profesión de fe, y una corta
elegía de desprecio del mundo que muestra que cultivó la poesía. Los
“Comentarios” nos descubren a un hombre ilustrado; sabe un poco de hebreo y
griego y lo usa para explicar, o si es necesario, para rectificar la Vulgata;
está familiarizado con los Padres, especialmente San Agustín y San Ambrosio, sus
favoritos. “Su estilo”, dice Dom Rivet, “es conciso, claro, nervioso y simple,
y su latín tan bueno como podría esperarse de ese siglo: sería difícil
encontrar una composición de esta clase más sólida y más luminosa, más concisa
y más clara”. Sus escritos se han publicado varias veces: en París, 1509-24;
Colonia, 1611-40; Migne, Patrología Latina, CLII, CLIII, Montreuil-sur-Mer,
1891. La edición de París de 1524 y las de Colonia incluyen también algunos
sermones y homilías que pueden ser más justamente atribuidos a San Bruno,
obispo de Segni. El Prefacio de la Santísima Virgen le ha sido también
erróneamente atribuido; es muy anterior, aunque puede haber contribuido a
introducirlo en la liturgia. Lo distintivo de San Bruno como fundador de una
orden fue que introdujo en la vida religiosa la forma mixta, o unión de los
modos eremítico y cenobita del monasticismo, un estado intermedio entre la
regla de la Camáldula y la de San Benito. No escribió regla, pero dejó tras sí
dos instituciones que tenían poca relación una con la otra – la del Delfinado y
la de Calabria. La fundación de Calabria, en cierto modo parecida a la de la
Camáldula, comprendía dos clases de religiosos: ermitaños, que tenían la
dirección de la orden, y cenobitas que no se sentían llamados a la vida
solitaria; sólo duró un siglo, no erigió más que cinco casas, y finalmente, en
1191, se unió con la Orden Cisterciense. La fundación de Grenoble, más similar
a la regla de San Benito, comprendía sólo una clase de religiosos, sujetos a
una disciplina uniforme, y la mayor parte de cuya vida se pasaba en soledad,
sin la completa exclusión, sin embargo, de la vida conventual. Esta vida se
extendió por toda Europa, contó con 250 monasterios, y pese a muchas pruebas
continua hasta ahora.
La gran figura de San Bruno ha sido representada a menudo por los artistas y
ha inspirado más de una obra maestra: en escultura, por ejemplo, la gran
estatua de Houdon, en Santa María de los Ángeles en Roma, “que hablaría si su
regla no le obligara al silencio”; en pintura, el bello retrato de Zurbarán, en
el Museo de Sevilla, que representa a Urbano II y San Bruno en conversación; la
Aparición de la Santísima Virgen a San Bruno, de Guercino, en Bolonia; y por
encima de todas las veintidós pinturas que forman la galería de San Bruno en el
Museo del Louvre, “una obra maestra de Le Sueur y de la escuela francesa”.
(Fuente:
Enciclopedia Católica en aciprensa.com)
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