9 - DE OCTUBRE
– SÁBADO
– 27ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
San Luis Bertrán, presbítero dominico
Lectura del libro del
profeta Joel (4,12-21):
«Que se levanten las
naciones y acudan al valle de Josafat; allí me sentaré a juzgar a las naciones
vecinas. Empuñen las hoces, porque ya la mies está madura, vengan a pisar las
uvas, porque ya está lleno el lagar, ya las cubas están rebosantes de sus
maldades.
¡Multitudes y
multitudes se reúnen en el valle del Juicio, porque está cerca el día del
Señor! El sol y la luna se oscurecen, las estrellas retiran su resplandor. El
Señor ruge desde Sión, desde Jerusalén levanta su voz; tiemblan los cielos y la
tierra. Pero el Señor protege a su pueblo, auxilia a los hijos de Israel. Entonces sabrán que yo soy el Señor, su Dios,
que habito en Sión, mi monte santo. Jerusalén será santa, y ya no pasarán por
ella los extranjeros. Aquel día los montes destilarán vino y de las colinas
manará leche.
Los ríos de Judá irán
llenos de agua y brotará un manantial del templo del Señor que regará el valle
de las Acacias. Egipto se volverá un desierto y Edom una árida llanura, porque
oprimieron a los hijos de Judá y derramaron sangre inocente en su país.
En cambio, Judá estará
habitada para siempre, y Jerusalén por todos los siglos. Vengaré su sangre, no
quedarán impunes los que la derramaron, y yo, el Señor, habitaré en Sión».
Palabra de
Dios
Salmo: 96
R/. Alegraos, justos, con
el Señor
El Señor
reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tinielba y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R/.
Los
montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.
Amanece
la luz para el justo
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre. R/.
Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (11,27-28):
En aquel
tiempo, mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo gritando, le
dijo:
«¡Dichosa la mujer que
te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!»
Pero Jesús le
respondió: «Dichosos todavía más los
que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica».
Palabra del
Señor
1.-
Algunos exegetas se preguntan si este breve relato no será una variante
del otro en que la madre y los hermanos de Jesús fueron a buscarlo a él (Lc. 8,
19-21) (E. Klostermann). Hay quienes descartan esa hipótesis (J. A. Fitzmyer).
Sea lo que sea de esta cuestión, el hecho
es que la respuesta de Jesús en ambos casos es la misma: la mayor grandeza y la
mayor dicha es escuchar la palabra de Dios y cumplirla.
Eso es más importante en la vida que
incluso tener la relación de parentesco más íntima que se puede tener con
Jesús, la relación "madre - hijo".
2.
Pero ¡atención!: lo decisivo no es "oír" la palabra de Dios,
sino "cumplirla". O sea, lo decisivo es que la Palabra de Dios se
constituya en el principio determinante y organizativo de nuestra vida.
Hay que recordar aquí que, en las culturas
del antiguo oriente, la palabra no tenía principalmente la función de signo que
transmite un conocimiento, sino que era considerada como una fuerza que
transformaba el ámbito en que penetraba.
Toda la Biblia se ha de entender desde este
punto de vista. De ahí que integrar la Palabra de Dios en la propia vida es más
determinante que ser de la misma familia de Jesús.
3.
Pero hay algo más fuerte aún. Según el N. T., la Palabra de Dios es
Jesús.
Esto ya se dice en los sinópticos (Mc 4, 14
ss; Lc 5, 1...). Pero, sobre todo, es en el evangelio de Juan en el que se
afirma que la Palabra se ha hecho carne (Jn 1,14), es decir, la Palabra de Dios
se ha hecho humanidad. Lo cual es como decir debilidad, bondad, cercanía
humana, amor. Por eso, lo que en definitiva afirma Jesús -y en lo que insiste-
es que lo más importante en la vida es ser profundamente humano. Esto es lo que
importa de verdad. Porque es mediante nuestra humanización como encontramos a
Dios. De la misma manera que haciéndose humano es como Dios nos encontró a
nosotros.
San Luis Bertrán, presbítero dominico
San Luis Beltrán Nació en Valencia, España, el primero de Enero de 1526;
murió el 9 de octubre de 1581. Sus padres fueron Juan Beltrán y Juana Ángela
Exarch.
A través de su padre se
relacionó con el ilustre San Vicente Ferrer, el gran taumaturgo de la Orden
Dominica.
Fue un santo español
del orden de los dominicos, canonizado por el papa Clemente X en 1691.
Infancia
y juventud.
Nació en Valencia
el 1 de enero de 1576, en una casa junto a la iglesia de San Esteban, en la que
fue bautizado a los pocos días, y en la misma pila bautismal en la que lo fue
San Vicente Ferrer (5 de abril y segundo Lunes de Pascua), pariente suyo por parte
de madre. Cuando pequeño y lloraba, solo tenía consuelo cuando le llevaban a
las iglesias y veía las imágenes y sobre todo a Nuestra Señora. A los 15 años
eligió por confesor a Fray Ambrosio de Jesús, un religioso mínimo, que le
encaminó en la oración, la penitencia sin descuidar el estudio. Sobre esta edad
recibió la primera comunión. A los 16 años se escapó de su casa para peregrinar
a Santiago, pero su familia le alcanzó en Bunyol, obligándole a regresar. Su
padre le permitió ser clérigo, y Luis se dedicó a servir en el Hospital de la
Ciudad, sirviendo a los pobres día y noche. Para poder comulgar frecuentemente
ideó la estratagema de ir a diferentes iglesias y así comulgar sin llamar la
atención por la frecuencia. Pero su confesor le regañó por actuar con doblez y
no lo hizo más.
Religioso
dominico.
A los 17 años
determinó tomar el hábito dominico, pero sus padres se opusieron por su débil
salud. Entristeció el joven que, de vez en cuando, se escondía en una capilla
del claustro para ver a los religiosos, oír sus cantos y en ocasiones escuchar
las pláticas del maestro de novicios. Finalmente, viendo sus padres la
melancolía de Luis, le dieron su bendición para ser fraile. Tomó el hábito el
26 de agosto de 1544, pero aun así tuvo que defender su vocación dominica ante
su padre, que le quería pasar a la Orden Jerónima, mucho menos austera. Luego
ocurrió que el demonio tentó a un seglar prominente que soltó un chismorreo
acerca de Luis, por lo que el prior determinó quitarle el hábito y mandarlo a
su casa, pero Luis clamó al cielo y el mentiroso se desdijo y Luis pudo
profesar el 27 de agosto de 1545.
Fue ejemplar
religioso, muy penitente, austerísimo aún en el trato y las conversaciones,
pues jamás dijo alguna palabra para provocar risa o gracia. Se disciplinaba
siempre que le permitían, y tanto que la sangre salpicaba las paredes, y
llevaba varios cilicios. Siempre llevaba los ojos bajos, las manos recogidas y
el pensamiento puesto en Dios, quiso dejar el estudio y ser solo un Hermano
Lego porque decía que el estudio le distraía de la contemplación, pero no se lo
permitieron y con los años confesó que eso era tentación del demonio. E hizo
bien, porque fue un docto religioso, muy versado en la Escritura y la doctrina
de Santo Tomás de Aquino Fue ordenado presbítero en 1547 por Santo Tomás de
Villanueva y fue destinado al convento de Santa Cruz de Lombay. Allí tuvo una
revelación de que su padre moría, y partió a Valencia antes que llegara el
mensajero con la noticia y ayudó a bien morir a su padre. Sufrió purgatorio muy
doloroso, según supo Luis por gracia de Dios, viendo los tormentos que padecía:
era arrojado de una torre, le molían los huesos, le apuñalaban, etc., así
durante ocho años durante los cuales el santo ofreció la misa, se disciplinó
duramente hasta que le vio subir a la gloria.
Maestro
de novicios.
En 1549, con 23
años fue nombrado Maestro de novicios, oficio que ejerció con gran ejemplo para
sus religiosos, aunque conocida es su severidad y aspereza para con los nuevos
religiosos. Pero si les disciplinaba, luego lo hacía él el doble. Conocido es
que, aunque les animaba a perseverar, al mismo tiempo les quitaba el hábito a
la primera que no mostraban juicio u observancia religiosa. Siempre que echaba
a uno preguntaba a los demás quien quería volver al mundo. Con solo mirarlos,
atinaba si tenían devoción o la fingían, y les echaba. No soportaba a los
mentirosos, los holgazanes o los escrupulosos, a todos les echaba. Quería
novicios y religiosos santos y sabios, por lo que insistía en la claridad de
mente, la inteligencia y la perseverancia en el estudio para ser un buen hijo
de Santo Domingo; eso para los que serían presbíteros, a la par que a los
novicios que iban para Legos, les daba algún libro piadoso o las Constituciones
de la Orden, diciendo que con eso les bastaba, para preservarles su sencillez y
simpleza. Quiso estudiar en el célebre convento salmantino de San Esteban de
los dominicos, para tener título universitario, pero su prior, Fray Micón le
hizo desestimar aquello como algo no necesario para formar novicios. Insistió,
pero un fraile de la Orden le dijo no era la voluntad de Dios, sino que se
complacía en que formase a los novicios.
En 1557 se destacó
como predicador y auxilio de los pobres durante una epidemia en Valencia. Se
prodigó socorriendo, enterrando difuntos, repartiendo pan y limosnas,
predicando y celebrando devociones y haciendo penitencia pública. En su mismo
convento murieron 22 frailes, entre ellos el prior, Fray Miguel de Santo
Domingo, que no se había reservado en los actos de caridad. Dios le reveló a
Luis que había entrado en el cielo por su gran caridad. A una mujer cuyo hijo
le pidió el demonio en forma de fraile para "hacerle santo", Luis le
contó la verdad: era un diablo que le quería arrebatar a su hijo. En 1560, terminada
la peste, atracó en Valencia una flota de moros para tratar el rescate de los
cautivos cristianos que poseían. San Luis dijo a sus novicios: "¿Cómo se
puede sufrir que los enemigos de Jesucristo se paseen por esta ciudad, y se
gloríen de pasar entre cristianos? A nosotros toca, hermanos, terminar este
negocio. Arrodillémonos todos y vueltos hacía la mar digamos con devoción
contra los moros el salmo que compuso el santo rey David contra los enemigos
del pueblo de Dios". Y una vez que se hizo el cambio, y los moros
emprendieron viaje una tormenta los echó a fondo.
Ese mismo año al
parecer recibe una carta de la Madre Santa Teresa de Jesús en la que, la santa
le consulta su intención de fundar un convento más austero y sencillo, donde
servir a Dios. Y digo “al parecer”, porque dicha carta no se conserva, pero sí
que se conoce la respuesta que habría dirigido a la Santa: "Madre Teresa,
recibí vuestra carta, y porque el negocio sobre que pedís mi parecer es tan en
servicio del Señor, he querido primero encomendárselo en mis pobres oraciones y
sacrificios, y esto ha sido la causa de haber tardado en responderos. Ahora os
digo en nombre del mismo Señor, que os animéis para tan grande empresa, que Él
os ayudará y favorecerá: y de su parte os certifico que no pasarán cincuenta
años que vuestra Religión no sea una de las más ilustres en la Iglesia de
Dios". Personalmente tengo dudas sobre su autenticidad, sobre todo porque
en 1560, la Santa Madre no pensaba ni por asomo ni reformar la Orden del
Carmen, ni mucho menos fundar una Orden nueva.
Apóstol
de Indias.
Pasaron por
Valencia dos frailes, misioneros en Indias, y contaron a los religiosos la
falta que hacían apóstoles de Cristo en Nueva Granada (la actual Colombia y
Venezuela) y Luis enseguida supo que Dios le quería para ello, aunque fuera
para morir comido por los infieles, como muchos creían que pasaba. El deseo de
salvar almas creció en él con gran ímpetu, y el primer Sábado de Cuaresma de
1562 salió de Valencia con otros religiosos rumbo al Nuevo Mundo. Llegaron el
28 de septiembre del mismo año y apenas desembarcar, un indio corrió hacia él
para que bautizase a su hijo que se moría y quería que se salvase. Habitó en el
convento de San José que los dominicos habían fundado en Cartagena de Indias y
desde allí misionó en Cipacoa, Sierra de Santa Marta, Tubara, Tuneara,
Tenerife, Mompoix y Pelvato. Predicaba constantemente y tuvo Dios de lenguas,
pues los indios le entendían en su propia lengua, obrando muchas conversiones.
A pesar del clima, los trabajos, el hambre…, nunca abandonó sus penitencias,
ayunos y horas de contemplación. Amansaba a las fieras que se cruzaba en la
selva solo con hacer la señal de la cruz. Famosas fueron sus predicaciones de
Cuaresma y Semana Santa en Cartagena, donde convertía, reconciliaba y
denunciaba a los que maltrataban a los indios.
En Tubara
convirtió a los indios y desterró a un demonio que les asustaba para que no se
adhirieran a Cristo. Un indio polígamo que reprendió le lanzó una saeta, que
cayó a los pies del santo como detenida por un escudo invisible. A otro que
había sido sacerdote de los dioses, le libró del demonio y le ayudó a bien
morir luego que la Virgen del Rosario le advirtiera del peligro al que estaba
sometido el indio. Los indios, testigos de su éxtasis, le veneraban en vida y
escuchaban hasta sus más sencillas palabras como si vinieran del cielo. Y es
que a su ejemplo sumaba los portentos: atraer o alejar la lluvia, cruzar
rezando el rosario él y sus compañeros el río Cinoga, que estaba crecido y
salir ilesos. Se le vio predicando y a su lado asistiéndole aparecían San
Ambrosio (4 y 5 de abril, muerte y entierro; 7 de diciembre, consagración
episcopal) y Santo Tomás de Aquino. Otro día mientras se disciplinaba abrazó un
árbol y al separarse dejó impresa la huella de una cruz, que convirtió a
muchos. Por la conversión de los indios ofrecía la penitencia de quitarse la
camisa por las noches, dejando que le picaran los mosquitos, a los que decía:
"Hermanos mosquitos, ya habéis comido suficiente, dejad sitio a vuestros
compañeros".
También tuvo
enemigos, como aquel indio que le dio a beber un veneno y que el santo lo tragó
sin sucederle nada, salvo que al cabo de cinco días vomitó algunas culebras
pequeñas. También, por su protección a los indios, un español apuntó su arcabuz
para dispararle y el cañón de este se transformó en un crucifijo. Y a su
iconografía han pasado estos milagros.
De
nuevo España.
Su pelea con los
encomenderos y su defensa por los indios (en ocasiones se los sacaban de la
iglesia para que fueran a trabajar) melló su firmeza y en 1569 regresó a España.
Volvió a Valencia como un fraile más y de allí le destinaron en 1570 al
convento de San Onofre como prior. En 1575 regresó a Valencia como prior,
continuando dando ejemplo a los religiosos. En una ocasión, se fue a la celda
que había sido de San Vicente Ferrer y ante su imagen se desahogó: "Padre
San Vicente, me me han hecho prior de esta casa, habiendo en ella personas muy
dignas. Yo renuncio el Priorato en vuestras manos. Sed vos el prior, mandad y
regid a vuestro modo, que yo seré subprior y gobernaré según vuestras
órdenes". Y quiso besar las plantas del santo, cuando la imagen de San
Vicente se animó y doblándose, le abrazó.
Fue amigo del
franciscano Beato Nicolás Factor, el cual durante un éxtasis en público
exclamó: "Yo no soy santo, pero Fray Luis Bertrán sí". Y aquí que
ocurrió que, a los pocos días, cuando Luis predicaba en la catedral de Valencia
enseñó a los fieles que no todos los arrobamientos eran divinos, algunos
entendieron que hablaba mal de Nicolás, juzgándole por falso místico. Ambos
amigos pusieron rápidamente fin al malentendido. Se cuenta que el 29 de
septiembre de 1579, al salir de maitines se le aparecieron los Santos Padres
San Francisco y Santo Domingo, que le bendijeron y le consolaron en sus
pesares, enfermedades y tentaciones del demonio. Porque mucho le atacó el
maligno, apareciéndosele en forma de perro que le impedía llegarse al agua
bendita a persignarse.
En 1581 los
achaques se le arreciaron, perdió visión, agudeza, oído, teniendo que suspender
algunas predicaciones que ya tenía concertadas. A finales de verano tuvo que
guardar cama, y le administraron el viático, estando presente el arzobispo de
Valencia, San Juan de Ribera. Profesó su fe católica, pidió el auxilio de la
Virgen del Rosario y sus santos dominicos y franciscanos. Comulgó con ardor y
luego tuvo una leve mejoría. Gustaba de las visitas de los demás religiosos, a
los que pedía perdón y besaba las manos, a la par que impedía besaran las
suyas, huyendo de reverencia alguna. Un religioso que pretendió tomarle las
manos, le quitó las sábanas y vio que tenía bajo la espalda un ladrillo. Le
preguntó que era aquello, estando tan mal de salud. "Hermano mío, ya se
acerca la jornada y es menester mucho para ir al cielo. Mas, mire que le
conjuro que no de parte de esto a persona del mundo", fue la respuesta.
San Juan de Ribera
le llevó consigo a Godella, donde tenía una casa de descanso, y allí le servía
de su mano, le complacía y entretenía. Volvió a Valencia cuando agravó y fue
hospitalizado en el Hospital de los Clérigos, y luego a su convento, al ser
previsible su muerte. El 6 de octubre reveló que moriría en cuatro días. El día
9 un franciscano que no alcanzó a conocerle, le vio por revelación siendo
protegido por Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino y San Pedro Mártir. A las 10
de la mañana del 9 de octubre dijo al arzobispo: "Despídame, que ya me
muero", pidió a los religiosos rezasen por él las típicas oraciones de la
Orden por sus difuntos y expiró suavemente, al tiempo que se vio una luz
sobrenatural sobre él, y un olor suavísimo emanó de su cuerpo. 9 de octubre de
1581. Varios días duraron los funerales, durante los cuales el pueblo acudió en
masa para venerarle y llevarse, como no, reliquias de su hábito o tocar objetos
a su cuerpo. Llegó la histeria a tanto que, al ir a enterrarle, fue necesario
apartar con antorchas a la multitud que le arrancaba el hábito. Y aun así
algunos prefirieron les quemaran las manos, quedando el cuerpo casi desnudo.
Esa noche cuatro religiosos bajaron a la cripta y le vistieron decentemente,
hallándole flexible y emanando un leve resplandor.
En 1582 se exhumó
el cuerpo y fue hallado incorrupto, fue sepultado de nuevo y junto a él se
pusieron los huesos de sus padres, enterrados en la iglesia de San Juan del
Mercado. En esta ocasión Felipe II se procuró un escapulario hecho con el
escapulario del santo fraile, para protección de su hijo mayor. En 1585 se
inició el proceso de canonización, impulsado por el arzobispo Ribera. El papa
Pablo V le beatificó el 19 de julio de 1608, y el 18 de noviembre del mismo año
la Ciudad de Valencia le nombró patrono de esta. Alejandro VII le nombró santo
patrono del Nuevo Reino de Granada. Clemente X le canonizó el 12 de abril de
1671. Su cuerpo fue profanado y desapareció durante la persecución religiosa en
España luego de 1936, aunque algunas reliquias se conservan en la catedral
valenciana.
En Cuba se le
considera protector de los niños, especialmente contra "el mal de
ojos", siendo costumbre que su oración sea puesta bajo las sábanas de los
infantes.
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