17 - DE ENERO – LUNES –
2ª – SEMANA DEL T.O. – C
San Antonio Abad
Lectura del primer libro de Samuel
(15,16-23):
En aquellos
días, Samuel dijo a Saúl:
«Déjame que te cuente lo que el Señor me
ha dicho esta noche.»
Contestó Saúl:
«Dímelo.»
Samuel dijo:
«Aunque te creas pequeño, eres la cabeza
de las tribus de Israel, porque el Señor te ha nombrado rey de Israel. El Señor
te envió a esta campaña con orden de exterminar a esos pecadores amalecitas,
combatiendo hasta acabar con ellos.
¿Por qué no has obedecido al Señor?
¿Por qué has echado mano a los despojos,
haciendo lo que el Señor reprueba?»
Saúl replicó:
«¡Pero si he obedecido al Señor! He
hecho la campaña a la que me envió, he traído a Agag, rey de Amalec, y he
exterminado a los amalecitas. Si la tropa tomó del botin ovejas y vacas, lo
mejor de lo destinado al exterminio, lo hizo para ofrecérselas en sacrificio al
Señor, tu Dios, en Guilgal.»
Samuel contestó:
«¿Quiere el Señor sacrificios y
holocaustos, o quiere que obedezcan al Señor?
Obedecer vale más que un sacrificio; ser
dócil, más que la grasa de carneros. Pecado de adivinos es la rebeldía, crimen
de idolatría es la obstinación.
Por haber rechazado al Señor, el Señor
te rechaza como rey.»
Palabra de Dios
Salmo: 49,8-9.16bc-17.21.23
R/. Al que sigue buen camino le
haré ver la salvación de Dios
«No te reprocho
tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños.» R/.
«¿Por qué
recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?» R/.
«Esto haces, ¿y
me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.
El que me ofrece acción de gracias, ése me honra;
al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.» R/.
Lectura del santo evangelio según
san Marcos (2,18-22):
En aquel
tiempo, los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y
le preguntaron a Jesús:
«Los discípulos de Juan y los discípulos
de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?»
Jesús les contestó:
«¿Es que pueden ayunar los amigos del
novio, mientras el novio está con ellos?
Mientras tienen al novio con ellos, no
pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que
ayunarán.
Nadie le echa un remiendo de paño sin
remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto, lo nuevo de lo
viejo, y deja un roto peor.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos;
porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo,
odres nuevos.»
Palabra del Señor
1. Es importante hablar del
ayuno cuando sabemos que, como resultado de las políticas
económicas restrictivas que se nos han impuesto a partir de la última crisis
económica, la brecha y la distancia entre ricos y pobres se ha hecho
espantosamente grande y creciente.
El ayuno era antiguamente una práctica
religiosa libremente asumida por los creyentes. Ahora el ayuno es una exigencia
obligatoria, que los ricos les imponen a los pobres de la tierra, para acaparar
más riqueza a costa del hambre de los necesitados.
Esto es espantoso. Pero es así.
El 1 % de la población mundial obliga a
más del 60 % a ayunar en la comida, la salud, la vivienda, la propia seguridad,
la educación...
La codicia de unos pocos impone el
hambre de todo a la enorme mayoría de los ciudadanos. Y a esto le llaman el
"Estado de Derecho". Es la "economía canalla" (Loretta
Napoleón).
La más brutal agresión que se ha
cometido en la historia de la humanidad. Antiguamente, eran los
"dioses" los que mandaban ayunar, Hoy son los poderosos y los
capitalistas (los nuevos dioses de la tierra) los que imponen y exigen el ayuno
mortal de 35.000 niños desnutridos, que se mueren cada día.
2. Jesús cortó por lo sano con este tipo
de prácticas, normas y costumbres, propuestas por la religión. Porque, para
Jesús, Dios no se antepone a la vida. Ni entra en conflicto con la
vida de nadie. Ni soporta que la gente se imponga privaciones y sufrimientos
con la ingenua idea de que así se acerca más a lo divino, a lo sobrenatural, al
cielo.
El Padre, del que nos habla Jesús,
quiere que seamos felices y que disfrutemos de la vida.
3. Por eso aquí debemos recordar lo que
dijo, en nombre de Dios, el profeta Isaías: "Este es el ayuno que yo
quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a
los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento,
hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo, y no desentenderte
de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus
heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor"
(Is 58, 6-8).
San Antonio Abad
Uno de los primeros monjes de la
Iglesia. Se retiró al desierto para orar y hacer penitencia.
San Antón o San
Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251; – †Monte Colzim, Egipto, 17 de
enero del año 356), fue un monje cristiano fundador del movimiento eremítico.
El relato de su vida, transmitido principalmente por la obra de San Atanasio,
presenta la figura de un hombre que crece en santidad y lo convierte en modelo
de cristianos. Tiene elementos históricos y otros de carácter legendario; se
sabe que abandonó sus bienes para llevar una existencia de ermitaño y que
atendía varias comunidades monacales en Egipto, permaneciendo eremita. Se dice
que alcanzó los 105 años de edad.
El nombre de
Antonio puede significar: "Fluoresciente" (de "Antos",
flor) o "Invencible" (de "Anteos", el que se enfrenta
victorioso a los enemigos). La vida de este santo la escribió San Atanasio, su
gran amigo. Se le llama "Abad" que significaba "padre",
porque él fue el padre o fundador de los monasterios de monjes.
De pequeño no le
enseñaron a leer ni escribir, pero sí lo supieron educar cristianamente. A los
veinte años quedó huérfano de padre y madre, y al entrar a una iglesia oyó leer
aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes,
y dalo a los pobres". Se fue entonces y vendió las 300 fanegas de buenas
tierras que sus padres le habían dejado en herencia, y repartió el dinero a los
necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y mobiliario. Sólo dejó una pequeña
cantidad para vivir él y su hermana.
Pero luego oyó
leer en un templo aquella frase de Cristo: "No os preocupéis por el día de
mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban, y asegurando en
un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana, repartió todo lo
demás entre la gente más pobre, y él se quedó en absoluta pobreza, confiado
sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a vivir en soledad y
oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por allí, y de ellos fue
aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su memoria era tal que lo
que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir mucho para el futuro,
cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará maravillosamente lo leído
anteriormente.
Recordando la
frase de San Pablo: "El que no trabaja que no coma" aprendió a tejer
canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento y aún le quedaba
para ayudar a los pobres.
Su fervor era tan
grande que de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño muy santo, y se iba
hacia donde él a escuchar sus consejos y tratar de aprender cómo se llega a la
santidad. Y así pronto fue también él un ermitaño admirablemente santo. Pero el
demonio empezó a traerle temibles tentaciones. Le presentaba en la mente todo
el gran bien que él podría haber hecho si en vez de repartir sus riquezas a los
pobres las hubiera conservado para extender la religión. Y le mostraba lo
antipática y fea que sería su futura vida de monje ermitaño. Trataba de que se
sintiera descontento de la vocación a la cual Dios lo había llamado. Como no
lograba desanimarlo, entonces el demonio le trajo las más desesperantes
tentaciones contra la pureza. Le presentaba en la imaginación toda clase de
imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús: "Vigilad y
orad para no caer en la tentación", "Ciertos malos espíritus no se
alejan sino con ayuno y oración", se puso a vigilar sus sentidos: ojos,
oídos, etc., para que ninguna mala imagen o atracción lo sedujeran. Y luego
empezó a orar mucho y a ayunar fuertemente.
Pasaba muchas
horas del día y de la noche orando. No comía ni bebía nada jamás antes de que
se ocultara el sol. Y su alimento era un poco de pan o de dátiles, un poco de
sal, y agua de una cisterna.
Un día el demonio
enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan violento que el santo
quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver se lo llevó a
enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los funerales, él recobró el
sentido y se volvió a su choza a orar y meditar. Allí le dijo a Nuestro Señor:
¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba tan duramente?
Y una voz del cielo le respondió: "Yo estaba presenciando tus combates y
concediéndote fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y en todas
partes".
Se cuenta también
que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que estaban
ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y desde
entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se
acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el cerdo era un animal impuro
se hizo costumbre de representarlo dominando la impureza y por esto le
colocaban un cerdo domado a los pies, porque era vencedor de la impureza.
Además, en la Edad Media para mantener los hospitales soltaban los animales y
para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo el patrocinio del
famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología el colocar los
animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa persona había
entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo, puesto que dominaba la
creación.
A los 35 años
siente una voz interior que lo invita a dedicarse a la soledad absoluta. Hasta
entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la ciudad y cerca de otros
ascetas. La palabra "asceta" significa "el que lucha por
dominarse a sí mismo". La gente llamaba ascetas a los cristianos
fervorosos que se dedicaban con la oración, el sacrificio y la meditación a conseguir
la santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya varios años Antonio y
había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser santo. Ahora se sentía
capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con Dios.
Se fue lejos al
otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y allí se quedó a
vivir. Las gentes antiguas creían que las almas en penas venían a espantar en
los cementerios. Para convencerse de que tal creencia era cuento y mentiras, se
quedó a vivir en aquel cementerio y ningún alma de difunto vino a espantarlo.
Aquel terreno estaba infectado de serpientes venenosas. Les dio una bendición y
ellas se alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez en cuando a traerle
un poco de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio de no ver a nadie, y hasta
el que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima del muro. Muchas gentes
venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.
Pero la fama de
que sus consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al fin los peregrinos
no pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí estaba Antonio que
desde hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no comía carne, y sólo se
alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada día. Pero en su rostro no
se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino que aparecía amable y
lleno de alegría.
A los 55
años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le pedían les ayudara a
vivir vida de ermitaños como él, organizó una serie de chozas individuales,
donde se practicaba una pobreza heroica. En cada una de estas chozas vivía un
ermitaño dedicado a orar, a trabajar y a hacer sacrificios. Constantemente se
oían cantar por allí las alabanzas de Dios.
Antonio los fue
formando en la santidad con sus sabios consejos. San Atanasio narra que les
aconsejaba lo siguiente: "No vivir tan preocupados por el cuerpo sino por
la salvación del alma. Cada mañana pensad que éste puede ser el último día de
nuestra vida, y vivid tan santamente como si en verdad lo fuera. Ejecutad cada
acción como si fuera la última de la vida. Recordad que los enemigos del alma
son vencidos con la oración, la mortificación, la humildad y las buenas obras y
se alejan cuando hacemos bien la señal de la cruz.” Les contaba que muchas
veces había hecho salir huyendo al demonio con sólo pronunciar con toda fe el
santo nombre de Jesús. Les decía que para combatir la impureza hay que pensar
frecuentemente en lo que nos espera al final de la vida: Muerte, Juicio,
Infierno o Gloria. Les insistía que se esforzaran por llegar a ser mansos y
amables; que no buscaran ser alabados o muy estimados; que lo que obtuvieran
con el trabajo de sus manos (se dedicaban a tejer esteras y canastos) lo
dedicaran a los pobres y que su preocupación fuera siempre ir apreciando y
amando cada día más a Jesucristo. Así con San Antonio nació en la Iglesia la
primera comunidad de religiosos.
Cuando estalló la
persecución contra los cristianos, el santo se fue con algunos de sus monjes a
la ciudad de Alejandría a animar a los cristianos para que prefirieran perder
todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no renegar de Cristo y de su
santa religión. Los paganos no se atrevieron a hacerle daño porque la gente lo
veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va el santo", exclamaban hasta
los paganos al verlo pasar.
Luego se fue a
vivir más lejos todavía y estuvo 18 años sin ver a nadie, sólo meditando,
haciendo penitencias y hablando con Dios. En los terribilísimos calores del
desierto (44 grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez, ni cambiarse
de ropa. Era un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes. No bebía ni
una gota de agua antes de que se ocultara el sol.
Pero apareció
luego una terrible herejía que decía que Cristo no era Dios. La propagaba un
tal Arrio. San Antonio contempló en una visión que el mundo se llenaba de
serpientes venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que niegan que
Jesucristo es Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus monasterios a
todos los arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se fue otra vez a
Alejandría a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que atacaba a los
arrianos. Allá San Antonio hizo milagros portentosos para probar que Cristo sí
es Dios. Al famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no entristeciera por ser
ciego, sino que se alegrara porque con la fe podía ver a Dios en su alma.
En los últimos
años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a pedirle consejos. El
hacía que sus monjes más santos y más sabios los aconsejaran y luego reuniendo
al atardecer a todos los peregrinos les hacía algún pequeño sermón. Murió con
más de cien años, pero conservaba buena la vista y el cerebro. Y aparecía
siempre tan alegre y amable, que cuando llegaba un peregrino y preguntaba por
él, le decían: "Busque entre los monjes, y el más alegre de todos, ese es
Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo había visto antes en su vida,
pasaba por entre los monjes y al ver a uno más amable y risueño y alegre que
los demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le respondían que si era él.
Antes de morir
hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba enterrado, para que
las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle cultos
desproporcionados. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron llevadas
a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando
fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del Hospital de
San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas, se puso
bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con frecuencia a
Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que
vino a ser el emblema como era conocido.
Tras la caída de
Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la provincia
francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo célebre bajo el
nombre de Saint Antoine en Viennois. La devoción por este santo llegó también a
tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a principios del siglo
XIV.
Los antiguos le
tenían mucha fe para que alejara de sus campos las pestes que atacan a los
animales. Por ese lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo. Había también la
costumbre de que varios campesinos engordaban entre todos cada año un cerdo y
el día de San Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo repartían entre los
pobres.
Bibliografía
y más información en Trigueros-Web.
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