10 - DE ENERO – LUNES –
1ª – SEMANA DEL T.O. – C
Beata María Dolores Rodríguez Sopeña
Comienzo del primer libro de Samuel (1,1-8):
Había un
hombre sufita, oriundo de Ramá, en la serranía de Efraín, llamado Elcaná, hijo
de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita. Tenía dos
mujeres: una se llamaba Ana y la otra Fenina; Fenina tenía hijos, y Ana no los
tenía.
Aquel hombre solía subir todos los años
desde su pueblo, para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en
Siló, donde estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí, Jofní y
Fineés. Llegado el día de ofrecer el sacrificio, repartía raciones a su mujer
Fenina para sus hijos e hijas, mientras que a Ana le daba sólo una ración; y
eso que la quería, pero el Señor la había hecho estéril. Su rival la insultaba,
ensañándose con ella para mortificarla, porque el Señor la había hecho estéril.
Así hacía año tras año; siempre que subían al templo del Señor, solía
insultarla así.
Una vez Ana lloraba y no comía. Y
Elcaná, su marido, le dijo: «Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué te
afliges? ¿No te valgo yo más que diez hijos?»
Palabra de Dios
Salmo: 115,12.13.14.17.18.19
R/. Te ofreceré, Señor, un
sacrificio de alabanza
¿Cómo pagaré al
Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R/.
Cumpliré al
Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor. R/.
Cumpliré al
Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(1,14-20):
Cuando
arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía:
«Se ha cumplido el plazo, está cerca el
reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a
Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en
el lago.
Jesús les dijo:
«Venid conmigo y os haré pescadores de
hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo
siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago,
hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las
redes.
Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en
la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
Palabra del Señor
1. El evangelio de Marcos
inicia el relato de la vida pública de Jesús. Y lo inicia con dos datos que
impresionan. En primer lugar, Jesús se va a Galilea.
Es sabido que Galilea era la región
pobre, subdesarrollada, y cuyos habitantes eran mal vistos por la sociedad
instalada, que vivía en la capital, Jerusalén.
O sea, Jesús vio que, para empezar, lo
primero que tenía que hacer era irse, no con los poderosos e influyentes, sino
con los marginados y atrasados, los sencillos trabajadores pobres y para los
pobres. Lo primero que vio Jesús es que los cambios profundos vienen de abajo.
2. El segundo dato, que
impresiona en este relato, es que Jesús se fue a Galilea cuando se enteró de
que a Juan Bautista lo habían metido en la cárcel.
Arrestar a Juan fue decisión de Herodes
Antipas, el hijo de Herodes el Grande, el tirano que reinaba cuando Jesús vino
a este mundo. Los poderes totalitarios de aquel tiempo no necesitaban muchos
argumentos, ni jueces, ni juicios, para meter a uno en la cárcel. Y, si se les
antojaba, para matar a cualquier preso o incluso a cualquier
ciudadano. Por otra parte, se sabe que Galilea vivía, ya entonces,
en un ambiente político-religioso de agitación, revueltas, grupos inquietos y
sospechosos, que no tardaron en organizarse para la lucha. Tal fue el caso de
los "zelotas", que estaban empezando a preparar el movimiento
violento (y desastroso), del que nos informa el historiador judío Flavio
Josefo.
Pues bien, Jesús fue a meterse en aquel
peligroso ambiente. Para anunciar su proyecto. Jesús unió su suerte y su
destino a los pobres más amenazados.
3. Y este relato nos informa
que lo primero, que Jesús se puso a organizar, fue un grupo de
"seguidores". Su proyecto no era reunir un movimiento de
gente violenta o algo parecido. El problema, que apunta aquí ya el Evangelio,
es mucho más serio y profundo.
Los numerosos relatos de
"seguimiento", que los evangelios, nos proponen una lección teológica
que mucha gente ni se imagina.
Todo se centra en este hecho: “Solamente
viviendo con Jesús y como Jesús se puede aprender quién es Jesús y en qué
consiste su mensaje.”
El “seguimiento" es constitutivo de
la "cristología". En la Iglesia abunda la gente que no se ha enterado
de esto.
Beata María Dolores Rodríguez Sopeña
En Madrid, España,
beata María Dolores Rodríguez Sopeña, virgen, la cual dio muestras de su gran
caridad cristiana al dedicarse a los más abandonados de la sociedad de su
tiempo, acercándose especialmente a los suburbios de las mayores ciudades, y
para anunciar el Evangelio y atender a los pobres y a los obreros en cuestiones
sociales, fundó el Instituto de la Damas Catequistas y la Obra de la Doctrina.
Dolores Rodríguez
Sopeña nace en Vélez Rubio (Almería), el 30 de diciembre de 1848, cuarta entre
siete hermanos. Sus padres, Tomás Rodríguez Sopeña y Nicolasa Ortega Salomón,
castellanos, se habían trasladado desde Madrid a esa localidad por motivos de
trabajo. Don Tomás había terminado su carrera judicial demasiado joven, por lo
que no podía ejercer y consigue un empleo como administrador de las fincas de
los marqueses de Vélez.
Su infancia y
adolescencia transcurren en distintos pueblos de las Alpujarras pues, cuando su
padre empieza a ejercer como magistrado sufre a lo largo de su carrera diversos
traslados. Con todo, ella define esta etapa de su vida como un «lago de
tranquilidad». En 1866, su padre es nombrado Fiscal de la Audiencia de Almería.
Dolores tiene 17 años. Allí empieza a frecuentar la sociedad, pero a ella no le
llamaban la atención las fiestas ni la vida social; su interés es hacer bien a
los demás. En Almería tiene sus primeras experiencias apostólicas: atiende,
material y espiritualmente, a dos hermanas enfermas de tifus y a un leproso,
todo ello a escondidas por miedo a que se lo prohibiesen sus padres. También
visita a los pobres de las Conferencia de San Vicente de Paúl con su madre.
Tres años más tarde, su padre es trasladado a la Audiencia de Puerto Rico,
donde viaja con uno de sus hijos mientras el resto de la familia se instala en
Madrid. En la capital Dolores ordena mejor su vida: elige un director
espiritual y colabora enseñando la doctrina en la cárcel de mujeres, en el
hospital de la Princesa y en las Escuelas Dominicales.
En 1872, la
familia se reúne en Puerto Rico. Dolores tiene 23 años y permanecerá en América
hasta los 28. Empieza su contacto con los jesuitas. El P. Goicoechea fue su
primer director espiritual. Allí funda la Asociación de Hijas de María y
Escuelas para las personas de color donde se alfabetiza y enseña el catecismo.
En 1873, su padre
es nombrado Fiscal de la Audiencia de Santiago de Cuba. Son tiempos difíciles,
pues estalla un cisma religioso en la isla. Por este motivo, su acción se
reduce a visitar a los enfermos del hospital militar. Pide la admisión en las
Hermanas de la Caridad, pero no lo consigue por su falta de vista. A la edad de
8 años había sido operada de los ojos y esta dolencia la acompañará toda la
vida.
Al terminar el
cisma empieza a trabajar en los barrios marginales y funda lo que ella denomina
«Centros de Instrucción», pues en ellos no sólo se enseñaba el catecismo sino
cultura general e incluso se prestaba asistencia médica. Para esta obra
consigue muchas colaboradoras y la establece en tres barrios distintos.
En Cuba muere su madre,
su padre pide el retiro y vuelven a Madrid en 1877. En Madrid organiza su vida
en tres frentes: el cuidado de la casa y de su padre, el apostolado, el mismo
que hacía antes de dejar la Península, y su vida espiritual: elige director
espiritual y empieza a hacer anualmente los Ejercicios Espirituales de san
Ignacio. En 1883 muere su padre y se reavivan sus luchas vocacionales.
Por indicación de
su director, el P. López Soldado sj, ingresa en el convento de las Salesas,
pese a que nunca se había planteado una vida enteramente contemplativa. A los
diez días deja el convento pues comprobó no ser su vocación. Al salir se dedica
con más intensidad al apostolado.
Abre una «Casa
Social» donde se tramitan los diversos asuntos que salen en sus visitas al
hospital y a la cárcel. En una de sus visitas a una de las presas que acababa
de quedar en libertad, conoce el Barrio de las Injurias. Corre el año 1885.
Dolores tiene 36 años.
Al ver la
situación moral, material y espiritual de la gente, empieza a visitar el barrio
todas las semanas e invita a muchas de sus amigas. Ahí empezará la que luego se
denominará «Obra de las Doctrinas», antecedente de sus «Centros Obreros».
A sugerencia
del obispo de Madrid, D. Ciríaco Sancha, en 1892 funda una Asociación de
Apostolado Seglar hoy denominado «Movimiento de Laicos Sopeña». Al año
siguiente recibe la aprobación civil. La Obra se extiende en 8 barrios de la
capital.
En 1896 empieza su
actividad fuera de Madrid. Pese a la oposición de la Asociación, acepta fundar
la Obra en Sevilla. Fruto de muchos malos entendidos, dimite como Presidenta en
Madrid al año siguiente y se establece en Sevilla. En sólo cuatro años realiza
199 viajes por toda España para establecer y consolidar la Obra de las
Doctrinas. A su vez, acompaña al P. Tarín, sj, en algunas misiones por
Andalucía.
En el año 1900
participa en una peregrinación a Roma por el Año Santo. Hace un día de retiro
en el sepulcro de San Pedro y allí recibe la confirmación de fundar un
Instituto Religioso que diera continuidad a la Obra de las Doctrinas y que
ayudara a sostener espiritualmente a la Asociación laical. El Cardenal Sancha,
entonces ya arzobispo de Toledo, le propone fundar allí.
El 24 de
septiembre de 1901, en Loyola, después de unos Ejercicios Espirituales
realizados junto con 8 compañeras, se levanta acta de fundación del «Instituto
de Damas Catequistas» (hoy «Instituto Catequista Dolores Sopeña»), aunque la
fundación oficial fue el 31 de octubre en Toledo.
Una de sus grandes
intuiciones fue fundar, al mismo tiempo, una Asociación civil, hoy llamada
«Obra Social y Cultural Sopeña - OSCUS», que, en 1902, consigue el
reconocimiento del gobierno. En 1905 recibe de la Santa Sede el Decretum laudis
y, dos años más tarde, el 21 de noviembre de 1907, la aprobación de las Constituciones
concedida directamente por S.S. Pío X.
Durante estos
años, sus «Doctrinas» se fueron transformando en «Centros Obreros de
Instrucción», pues a ellos asistían obreros fuertemente influenciados por el
anticlericalismo y no podía pretenderse la enseñanza de la religión
directamente. Esto también determina que las religiosas de este Instituto no
lleven hábito y ni siquiera un signo religioso externo. Cambia sus medios y sus
métodos para poder conseguir el fin: acercarse a los obreros «alejados de la
Iglesia», que no habían podido recibir instrucción cultural, moral ni religiosa
y unir a los «distanciados socialmente», entonces, «la clase obrera y del
pueblo» con la «alta y acomodada». Esto lo resume en dos líneas de acción:
dignificar al trabajador y crear fraternidad.
Detrás de su
entrega al servicio de los demás está una fe profunda y auténtica, una rica
espiritualidad. Su compromiso por la dignidad de la persona brota de su
experiencia de un Dios Padre de todos, que nos ama con una ternura infinita y
desea que vivamos como hijos y hermanos. De allí su gran deseo de «Hacer de
todos una sola familia en Cristo Jesús.» Su gran unión con Dios le permite
descubrirlo presente en todo y en todos, especialmente en los más necesitados
de dignidad y afecto.
Salir al encuentro
de cada persona en su situación, introducirse en los barrios marginales de la
época, era inconcebible para una mujer a finales del siglo XIX. El secreto de
su audacia es su fe, esa confianza sin límites, que ella reconoce como su mayor
tesoro y que la hace sentirse instrumento en manos de Dios, instrumento al
servicio de la fraternidad, del amor, de la misericordia, de la igualdad, de la
dignidad, de la justicia, de la paz...
En pocos años,
establece comunidades y Centros en las ciudades más industrializadas de
entonces. En 1910 se celebra el primer Capítulo General y es reelegida
Superiora General. En 1914 funda en Roma y en 1917 viajan las primeras
Catequistas para abrir la primera casa en América, concretamente en Chile.
Al año siguiente,
el 10 de enero de 1918, Dolores Sopeña muere en Madrid con fama de santidad.
El día 11 de julio
de 1992, Juan Pablo II declara heroicas sus virtudes y el 23 de abril de 2002
se promulgó el Decreto de Aprobación del milagro que ha dado paso a su
Beatificación.
Actualmente la
Familia Sopeña, formada por las tres instituciones que dejó fundadas, es decir,
el Instituto Catequistas Dolores Sopeña, el Movimiento de la Laicos Sopeña y la
Obra Social y Cultural Sopeña, está presente en España, Italia, Argentina,
Colombia, Cuba, Chile, Ecuador, México y República Dominicana.
Rasgos de su espiritualidad
La espiritualidad
de Dolores Sopeña tiene cuatro rasgos especialmente relevantes: es una
espiritualidad cristocéntrica, eucarística, mariana e ignaciana.
Su experiencia
cristológica destaca en Jesús dos rasgos fundamentales: Jesús como Dios
encarnado y Jesús redentor. Dios ha asumido la condición humana y sale al
encuentro de cada persona en sus penas y alegrías, necesidades y búsquedas, ofreciéndole
de manera gratuita su amor incondicional y su propia vida. Él es el centro de
su vida y de su corazón.
Dialoga con Jesús
a lo largo de toda la jornada, pero reconoce una presencia especial en la forma
consagrada. Entre sus prácticas habituales sobresalen: las visitas al
Santísimo, la Hora Santa, el Manifiesto diario. Llama al Jueves Santo el día
del Instituto, porque ese día es la fiesta del Amor y en él se instituyó la
Eucaristía. Ante el sagrario toma las grandes decisiones; ante él cada mañana al
levantarse «arregla los asuntos del día», recibe consuelo, fortaleza,
inspiración.
Su relación con
Dios se expresa en una actitud filial llena de confianza.
Reconoce la
presencia de la Virgen en su camino, en su corazón, en los grandes
acontecimientos personales y del Instituto.
El contacto con la
espiritualidad ignaciana desde muy joven sea a través de sus directores
espirituales como por la práctica anual de los Ejercicios Espirituales, dan a
toda su espiritualidad y a la de la Familia Sopeña una impronta claramente
ignaciana, en la que destaca:
Una fuerte
espiritualidad apostólica. Toda su vida está animada por el deseo de recorrer
el mundo entero para dar a conocer a Dios.
Una síntesis
dialéctica entre acción y contemplación, alcanzando la gracia de ver a Dios
presente en todo y en todos, especialmente en el rostro del hombre y la mujer
del trabajo, necesitados de promoción y a quienes nadie les había hecho
descubrir el rostro amable de Dios que los ama con infinita ternura.
Una búsqueda
continua de la voluntad de Dios. Y, una vez que la conocía, tenía un gran
tesón, voluntad y capacidad de entrega y sacrificio para cumplirla, costase lo
que costase.
Su vida es un
«hacer constante», pero es un hacer de quien tiene viva la conciencia de ser un
instrumento en manos de Dios. Esta experiencia desarrolla en ella una confianza
tal que la hace ser muy audaz, capaz de allanar obstáculos y desarrollar un
apostolado sumamente arriesgado para una mujer de su tiempo.
FUENTE: www.vatican.va
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