17 DE JULIO
– LUNES –
15 –
SEMANA DE T.O. – A
San Alejo mendigo
Lectura del libro del Éxodo
(1,8-14.22):
En aquellos días, subió al trono en Egipto un Faraón nuevo, que no había
conocido a José, y dijo a su pueblo:
«Mirad,
el pueblo de Israel está siendo más numeroso y fuerte que nosotros; vamos a
vencerlo con astucia, pues si no, cuando se declare la guerra, se aliará con el
enemigo, nos atacará, y después se marchará de nuestra tierra.»
Así,
pues, nombraron capataces que los oprimieron con cargas, en la construcción de
las ciudades granero, Pitom y Ramsés. Pero, cuanto más los oprimían, ellos
crecían y se propagaban más. Hartos de los
israelitas, los egipcios les impusieron trabajos crueles, y les amargaron la
vida con dura esclavitud: el trabajo del barro, de los ladrillos, y toda clase
de trabajos del campo; les imponían trabajos crueles.
Entonces
el Faraón ordenó a toda su gente:
«Cuando
nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida.»
Palabra de Dios
Salmo: 123,1-3.4-6.7-8
R/.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
–que lo diga
Israel–,
si el Señor
no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos
asaltaban los hombres,
nos habrían
tragado vivos:
tanto ardía
su ira contra nosotros. R/.
Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos
el torrente hasta el cuello;
nos habrían
llegado hasta el cuello
las aguas
espumantes.
Bendito el
Señor, que no nos entregó
en presa a
sus dientes. R/.
Hemos salvado la vida,
como un
pájaro de la trampa del cazador;
la trampa se
rompió, y escapamos.
Nuestro
auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el
cielo y la tierra. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (10,34–11,1):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«No
penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz,
sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su
madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su
propia casa.
El
que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que
quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge
su cruz y me sigue no es digno de mí.
El
que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.
El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a
un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo
porque es justo tendrá paga de justo.
El
que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos
pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»
Cuando
Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para
enseñar y predicar en sus ciudades.
Palabra del Señor
1. Lo
que dice Jesús sobre la espada que divide a la familia resulta lógicamente
provocativo y duro de aceptar. Para entenderlo, es necesario recordar que la
familia judía del tiempo de Jesús era distinta de la actual. Era la
"familia patriarcal", en la que el padre y patriarca tenía todos los
derechos, mientras que la mujer y los hijos no tenían más que obligaciones, la
sumisión era total. Eso precisamente es lo que Jesús no tolera. Y porque no lo
tolera, puede afirmar que ha venido a "sembrar" los conflictos que
simbolizan las "espadas".
2. Los
conflictos que anuncia Jesús en la familia no provienen de que en ella unos
crean en Jesús y otros no. Lo que Jesús ataca no es un problema de fe
religiosa, sino una estructura familiar opresora, en la que:
1) No hay
libertad para decidir.
2) Hay
una desigualdad total de derechos entre hombres y mujeres.
Las divisiones
que enumera Jesús son conflictos generacionales y de sexos. No habla para nada
de enfrentamientos religiosos.
3. La
familia reproduce lo que es la sociedad, y es la institución transmisora del
modelo de sociedad existente y de los valores que la determinan. El movimiento, que originó Jesús, en cuanto
movimiento socio-religioso de una revolución de valores, afecta, antes que
nada, a la fuente donde se trasmiten los valores y así se perpetúan los
conflictos sociales y de relaciones humanas.
Aquí está el
nudo del problema más fuerte que a muchos nos plantea el Evangelio.
San Alejo mendigo
Mendigo - Siglo V
Era
hijo de un rico senador romano. Nació y pasó su juventud en Roma. Sus padres le
enseñaron con la palabra y el ejemplo que las ayudas que se reparten a los
pobres se convierten en tesoros para el cielo y sirven para borrar pecados. Por
eso Alejo desde muy pequeño repartía entre los necesitados cuánto dinero
conseguía, y muchas otras clases de ayudas, y esto le traía muchas bendiciones
de Dios.
Pero
llegando a los veinte años se dio cuenta de que la vida en una familia muy rica
y en una sociedad muy mundana le traía muchos peligros para su alma, y huyó de
la casa, vestido como un mendigo y se fue a Siria.
En
Siria estuvo durante 17 años dedicado a la adoración y a la penitencia, y
mendigaba para él y para los otros muy necesitados. Era tan santo que la gente
lo llamaba "el hombre de Dios". Lo que deseaba era predicar la virtud
de la pobreza y la virtud de la humildad. Pero de pronto una persona muy
espiritual contó a las gentes que este mendigo tan pobre, era hijo de una
riquísima familia, y él por temor a que le rindieran honores, huyó de Siria y
volvió a Roma.
Llegó
a casa de sus padres en Roma a pedir algún oficio, y ellos no se dieron cuenta
de que este mendigo era su propio hijo. Lo dedicaron a los trabajos más
humillantes, y así estuvo durante otros 17 años durmiendo debajo de una
escalera, y aguantando y trabajando hacía penitencia, y ofrecía sus
humillaciones por los pecadores.
Y sucedió
que al fin se enfermó, y ya moribundo mandó llamar a su humilde covacha, debajo
de la escalera, a sus padres, y les contó que él era su hijo, que por
penitencia había escogido aquél tremendo modo de vivir. Los dos ancianos lo
abrazaron llorando y lo ayudaron a bien morir.
Después
de muerto empezó a conseguir muchos milagros en favor de los que se
encomendaban a él. En Roma le edificaron un templo y en la Iglesia de Oriente,
especialmente en Siria, le tuvieron mucha devoción.
La
enseñanza de la vida de San Alejo es que para obtener la humildad se necesitan
las humillaciones. La soberbia es un pecado muy propio de las almas
espirituales, y se le aleja aceptando que nos humillen. Aún las gentes que más
se dedican a buenas obras tienen que luchar contra la soberbia porque si la
dejan crecer les arruinará su santidad. La soberbia se esconde aún entre las
mejores acciones que hacemos, y si no estamos alerta esteriliza nuestro
apostolado. Un gran santo reprochaba una vez a un discípulo por ser muy
orgulloso, y este le dijo: "Padre, yo no soy orgulloso". El santo le
respondió: "Ese es tu peor peligro, que eres orgulloso, y no te das cuenta
de que eres orgulloso".
La
vida de San Alejo sea para nosotros una invitación a tratar de pasar por esta
tierra sin buscar honores ni alabanzas vanas, y entonces se cumplirá en cada
uno aquello que Cristo prometió: "El que se humilla, será
enaltecido".
Dijo
Jesús: "Los últimos serán los primeros. Dichosos los pobres de espíritu
porque de ellos es el Reino de los cielos". (Mt. 5)
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