31 DE JULIO
– LUNES – 17 – SEMANA DE T.O. – A
San Ignacio de Loyola
Lectura del libro del
Éxodo (32,15-24.30-34):
En aquellos
días, Moisés se volvió y bajó del monte con las dos tablas de la alianza en la
mano. Las tablas estaban escritas por ambos lados; eran hechura de Dios, y la
escritura era escritura de Dios, grabada en las tablas.
Al oír Josué el griterío del
pueblo dijo a Moisés: «Se oyen gritos de guerra en el campamento.»
Contestó él: «No es grito de
victoria, no es grito de derrota, que son cantos lo que oigo.»
Al acercarse al campamento y ver
el becerro y las danzas, Moisés, enfurecido, tiró las tablas y las rompió al
pie del monte. Después agarró el becerro que habían hecho, lo quemó y lo
trituró hasta hacerlo polvo, que echó en agua, haciéndoselo beber a los
israelitas.
Moisés dijo a Aarón: «¿Qué te ha hecho este pueblo, para que nos acarreases tan
enorme pecado?»
Contestó Aarón: «No se irrite mi
señor. Sabes que este pueblo es perverso. Me dijeron: "Haznos un Dios que
vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos
qué le ha pasado." Yo les dije: "Quien tenga oro que se desprenda de
él y me lo dé"; yo lo eché al fuego, y salió este becerro.»
Al día siguiente, Moisés dijo al
pueblo: «Habéis cometido un pecado gravísimo; pero ahora subiré al Señor a
expiar vuestro pecado.»
Volvió, pues, Moisés al Señor y le
dijo: «Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo, haciéndose dioses de oro.
Pero ahora, o perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro.»
El Señor respondió: «Al que haya
pecado contra mí lo borraré del libro. Ahora ve y guía a tu pueblo al sitio que
te dije; mi ángel irá delante de ti; y cuando llegue el día de la cuenta, les
pediré cuentas de su pecado.»
Palabra de Dios
Salmo:105,19-20.21-22.23
R/. Dad gracias
al Señor porque es bueno
En Horeb se
hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba. R/.
Se olvidaron
de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en el país de Cam,
portentos junto al mar Rojo. R/.
Dios hablaba
ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(13,31-35):
En aquel
tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente:
«El reino de los cielos se parece
a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de
las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto
más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»
Les dijo otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a la
levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo
fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en
parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del
profeta:
«Abriré mi boca diciendo parábolas,
anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.»
Palabra del Señor
1. En la parábola del grano de mostaza, Jesús destaca el
contraste entre lo más insignificante, lo que apenas se ve, de una parte, y de
otra, cómo lo más pequeño es lo que llega a ser grande. Los términos de este contraste son
una constante en la historia, y son "ley de vida".
En cuanto que, a juicio de Jesús, lo pequeño, lo insignificante, aquello a
lo que nadie da importancia, eso es lo que tiene una fuerza de transformación,
que es la grandeza de una persona, de un grupo, de una institución. El proyecto
de vida que presenta Jesús tiene, en la "pequeñez" y en la
"insignificancia", la energía para modificar la realidad, para
cambiar las cosas y para transformar también a las personas.
2. Lo mismo, en definitiva, viene a decir la parábola de la levadura.
Aquí también se destaca el contraste de lo que se funde con la masa y se pierde
en ella, pero luego la cambia por completo. Lo que importa es que
los valores del Reino se fundan con la masa social, en el tejido social, entre
la gente.
Eso es lo que hace cambiar a la sociedad. La solemnidad, la grandeza de una
imagen pública que impresiona y cualquier forma de apariencia, todo eso ni
corresponde a lo que quiso Jesús, ni socialmente conduce a nada.
3. Pero ¿por qué esta fuerza de cambio reside precisamente en
los "pequeños" y en "lo que se funde con la
masa"? Aquí tocamos un punto capital para entender y vivir el
Evangelio.
La pequeñez y la grandeza se hallan frente a frente en el reinado de Dios y en la
Iglesia (My 11, 11 par; Lc 7, 28; 9, 48) (S. Légasse, O. Michel, W. Pesch).
De forma que la expresión "estos pequeños" designa a los que
creen en Jesús (Mc 9, 42 par; Mt 18, 6; Lc 17, 2; Mt 10, 42; 16, 2).
Se ha dicho, con razón, que el origen de esta denominación se halla en
una manera característica de Jesús, que al hablar de "estos pequeños"
no se refería a los niños, sino a los "marginados", a las personas
menospreciadas precisamente por los grupos religiosos. Es la fuerza
evangélica de "lo pequeño" (mikros) (W. Trilling). Y también de
"lo insignificante" (tapeinos) (Lc 1, 52).
Los que se ven importantes y seguros en su importancia no modifican la
realidad social. "Durante los siglos II y III, el cristianismo era en gran
parte un ejército de desheredados" (E. R. Dodds). Tales gentes cambiaron
el mundo antiguo.
San Ignacio de Loyola
Íñigo López
Sánchez, quien adoptaría el nombre de Ignacio, nació en 1491 en el castillo de
Loyola junto a la aldea vasca llamada Azpeitia. Fue caballero al servicio de
Carlos I de España y V de Alemania, "hombre dado a las vanidades del
mundo", "con un grande y vano deseo de ganar honra"
(Autobiografía, 1). Herido en 1521 por una bala de cañón cuando defendía la
fortaleza de Pamplona, fue llevado al castillo de su familia y se sometió a
dolorosas cirugías debido a la fractura de una pierna.
Durante su convalecencia,
al no encontrar libros de caballería se dedicó a leer una vida de Cristo y las
vidas de los santos.
Cuenta él mismo
que "cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba mucho; mas cuando
después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando en ir a
Jerusalén descalzo, y en no comer sino yerbas, y en hacer todos los demás
rigores que veía haber hecho los santos, no solamente se consolaba cuando
estaba en los tales pensamientos, mas aún después de dejado, quedaba contento y
alegre". (Autobiografía, 8). Esta experiencia lo conduciría a la
conversión.
Su primera
decisión fue ir a Jerusalén como peregrino. Una vez curado se dirigió a pie a
la abadía benedictina de Nuestra Señora de Montserrat cercana a Barcelona.
Allí, ante la imagen de María con el Niño Jesús, veló una noche entera y dejó
sus armas de caballero para dirigirse a Manresa, pequeño poblado de Cataluña
donde permaneció de marzo de 1522 a febrero de 1523 viviendo una experiencia de
Dios que alcanzó su momento más luminoso junto al río Cardoner: "Y estando
allí sentado se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese
alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas
espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración
tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas". (Autobiografía, 30).
Él mismo consignaría su experiencia en el libro de los "Ejercicios
Espirituales".
Después de pasar
el año 1523 en Jerusalén buscando las huellas de Jesús, a quien quería
"conocer mejor, para imitarlo y seguirlo", a su regreso se dedicó a
estudiar gramática y letras en Barcelona y Alcalá. Pronto tuvo que afrontar
dificultades y fue solicitado por la Inquisición en Salamanca, donde fue
interrogado y declarado inocente. En febrero de 1528 llegó a París para
estudiar en La Sorbona, donde en marzo de 1533 obtuvo el grado de Maestro en
Artes, que según la titulación universitaria lo autorizaba para enseñar
filosofía y teología. Desde entonces latinizó su nombre firmando como "Ignatius".
En París compartió
un cuarto con dos estudiantes: Pedro Fabro, de Saboya, y Francisco Javier, de
Navarra, ambos con 23 años. Se hicieron amigos y pronto Fabro, designado como
su tutor de estudios, compartiría su deseo de llevar una vida austera en
seguimiento de Cristo. Otro tanto sucedió con Javier, joven de gran ambición en
quien hizo mella una frase de Jesús que le repetía Ignacio con frecuencia:
"¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su
alma?". (Mateo 16,26). Otros estudiantes se unieron al proyecto: el
portugués Simón Rodríguez y los españoles Diego Laínez, Alfonso Salmerón y
Nicolás de Bobadilla. Oraban juntos, discutían sobre la vida cristiana y
hablaban de "cosas de Dios". Ignacio les comunicaba lo que había
experimentado, principalmente en Manresa, y suscitaba en ellos el deseo de
buscar a Dios.
Fortalecidos por
su experiencia espiritual, los siete amigos deciden lo que van a hacer: servir
como sacerdotes, si es posible en Jerusalén, o si no irán a Roma para
presentarse ante el Papa "a fin de que él los envíe a donde juzgue que
será más favorable a la gloria de Dios y utilidad de las almas". Se dan un
año como plazo, desde cuando se encuentren en Venecia. El 15 de agosto de 1534
en París, en la capilla de Montmartre, sellan su proyecto con voto solemne en
una misa presidida por Fabro, ordenado el 30 de mayo.
Ignacio enferma en
1535 y va a recuperarse en su tierra natal. La cita en Venecia se aplaza
entonces para comienzos de 1537. Mientras tanto el grupo aumenta con los
franceses Claudio Jay, Pascasio Broet y Juan Bautista Codure. Restablecido
Ignacio, el 8 de enero de 1537 se encuentran en Venecia, donde el 24 de junio
son ordenados sacerdotes los que aún no lo eran. La guerra con los turcos
dificulta el viaje, y mientras esperan a embarcarse trabajan pastoralmente y se
designan "Compañía de Jesús". Desde entonces añaden a sus nombres las
iniciales S.J. (Societatis Jesu, en latín).
Como no parte
ningún barco se dirigen a Roma, donde se encuentran en la Pascua de 1538.
Ignacio llega con Laínez y Fabro hacia mediados de noviembre de 1537. A 15
kilómetros de Roma, en la capilla de La Storta, Ignacio "sintió tal
mutación en su alma y vio tan claramente que Dios Padre lo ponía con Cristo, su
Hijo, que no se atrevería a dudar de esto..." (Autobiografía, 96). A sus
compañeros les dijo: "He visto a Cristo con su cruz a cuestas y a su lado
al Padre Eterno que le decía a su Hijo: 'quiero que tomes a éste como
servidor', y Jesús me dijo: 'quiero que nos sirvas' ".
Los compañeros son
recibidos por el Papa en noviembre de 1538 y se ofrecen para cualquier misión
que les confíe. Y siendo de países tan diferentes, se hacen esta reflexión:
“más vale que permanezcamos de tal manera unidos y ligados en un solo cuerpo,
que ninguna separación física, por grande que sea, nos pueda separar”. Deciden
por ello formar una nueva orden religiosa, cuya primera "Fórmula del
Instituto" es sometida a la consideración de Paulo III, quien el 27 de
septiembre de 1540 firma la bula o documento pontificio de aprobación. El 17 de
abril de 1541, después de haber rechazado dos veces el voto unánime de sus
compañeros, Ignacio acepta el cargo de Prepósito (del latín: puesto delante
como guía) General. El 22 de abril los compañeros hacen votos solemnes de
pobreza, castidad y obediencia, y otro voto especial de obediencia al Papa para
las misiones que les confíe.
En 1541 Ignacio
fija su residencia en una vieja casa situada en el centro de Roma frente a una
capilla dedicada a Nuestra Señora de la Estrada. La Compañía de Jesús recibe la
responsabilidad de la parroquia, e Ignacio se instala en tres pequeñas piezas
cercanas al presbiterio. Su principal trabajo allí fue la redacción de las
Constituciones de la Compañía de Jesús, lo cual hizo hasta su muerte, siempre
en proceso de incorporar las observaciones de sus compañeros y las nuevas
experiencias. Su libro de los Ejercicios Espirituales fue aprobado y
recomendado por el Papa Paulo III el 31 de julio de 1548.
El 21 de julio de
1550 la Compañía de Jesús obtiene del Papa Julio III su confirmación como orden
religiosa, mediante la bula aprobatoria de una segunda Fórmula del Instituto,
con un texto ampliado. Las misiones se multiplican en Europa, Asia, África y
América.
El Papa envía a
algunos teólogos jesuitas al Concilio de Trento, convocado para tratar los
puntos de discusión suscitados con motivo del cisma protestante. Ignacio funda
instituciones educativas, casas para catecúmenos judíos y mahometanos, un
refugio para mujeres errantes, y organiza colectas para los pobres y los
prisioneros.
A comienzos
de julio de 1556, una fatiga extrema lo obliga a descansar y muere al amanecer
del 31 del mismo mes, a los 65 años. Al morir Ignacio, la Compañía de Jesús
contaba en el mundo con 1036 jesuitas, unos sacerdotes y otros hermanos, distribuidos
en 11 Provincias (circunscripciones territoriales), y con 92 casas de las que
33 correspondían a obras educativas. Fue canonizado como santo por el Papa
Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, con Francisco Javier y Teresa de Ávila. Sus
restos reposan en Roma, en la Iglesia del Gesú.
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