martes, 4 de julio de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 6 DE JULIO – JUEVES – 13 – SEMANA DE T.O. – A Santa María Goretti

 

 


 

6 DE JULIO – JUEVES –

13 – SEMANA DE T.O. – A

Santa María Goretti

 

        Lectura del libro del Génesis (22,1-19):

 

   En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: «¡Abrahán!»
    Él respondió:

    «Aquí me tienes.»
    Dios le dijo:

    «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré.»
    Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar que le había indicado Dios.

    El tercer día levantó Abrahán los ojos y descubrió el sitio de lejos.
    Y Abrahán dijo a sus criados: «Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros.»
    Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.
    Isaac dijo a Abrahán, su padre: «Padre.»
    Él respondió:

    «Aquí estoy, hijo mío.»
    El muchacho dijo:

    «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?»
    Abrahán contestó:

    «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío.»
    Y siguieron caminando juntos. Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña.
    Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:

    «¡Abrahán, Abrahán!»
    Él contestó:

    «Aquí me tienes.»
    El ángel le ordenó:

    «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.»
    Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en una maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.    Abrahán llamó a aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «El monte del Señor ve.»
    El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:    «Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.»
    Abrahán volvió a sus criados, y juntos se pusieron en camino hacia Berseba. Abrahán se quedó a vivir en Berseba.

Palabra de Dios

 

     Salmo: 114

    R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida

   Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco. 
R/.


    Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.» 
R/.


    El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó. 
R/.

 

   Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida. 
R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,1-8):

   En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla.
    Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico:

    «¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados.»
    Algunos de los escribas se dijeron:

    «Éste blasfema.»
    Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo:

    «¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados están perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados –dijo dirigiéndose al paralítico–: Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa.»
    Se puso en pie, y se fue a su casa.

    Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

Palabra del Señor

 

1.  Por supuesto, este relato da cuenta de una curación prodigiosa que realizó Jesús con un impedido, que, por su enfermedad, estaba reducido a la dependencia total de quienes querían llevarlo o traerlo y ayudarle en todo.  Una vez más, la bondad de Jesús libera a aquel hombre de sus penalidades y sufrimientos. Pero Jesús va indeciblemente más lejos. Porque, no solo le devuelve al hombre la salud perdida, sino que, además de eso, le da una dignidad de la que se veía privado. ¿Por qué?

 

2.   En la cultura de Israel, tan profundamente marcada por las creencias religiosas, se asociaba la enfermedad con el pecado.  De forma que quien estaba enfermo, por eso mismo, era considerado como un pecador (él o su familia), es decir, como mala persona o mala gente. 

La enfermedad era un castigo divino. Así de cruel suele ser la religión (cf. Jn 9, 2; Mt 4, 23-25; 1 Cor 11, 30). Por eso  Jesús, sin esperar a que el enfermo se lo pidiera, ni que expresara arrepentimiento o confesión de sus pecados, lo perdona de todo, con escándalo de los letrados, que hasta llegan a pensar de Jesús que era un blasfemo. 

     Jesús, por tanto, sana a la persona entera. Le devuelve su salud y su dignidad.

 

3.  Este hecho nos lleva derechamente al problema del perdón de los pecados en la Iglesia. Es evidente que, tal como el clero ejerce el poder de perdonar los pecados, ese poder se convierte en una forma de dominio sobre la privacidad y la intimidad del ser humano. Un poder que toca donde nada ni nadie puede tocar. Y bien sabemos el tormento que esto es para muchas personas.

Lo que se traduce en el abandono masivo del sacramento de la penitencia. Es verdad que, a mucha gente le sirve de alivio el poder desahogarse de problemas íntimos que son preocupantes.  

Como desahogo, eso es bueno.   

Como obligación, que condiciona el perdón, eso es insufrible.

Por eso es importante saber esto: lo que dice el concilio de Trento (Ses. 14, cap. V) sobre la confesión de los pecados, necesita dos aclaraciones:

1)  No es verdad que el Señor instituyera la confesión íntegra de los pecados; eso no consta en ninguna parte.

 

2) Jesucristo no ordenó sacerdotes "como presidentes y jueces", ni siquiera "a modo de" (ad instar) presidentes y jueces (DH 1679).

 Por tanto, en la Iglesia debe prevalecer la posibilidad real de que cada cual le pida perdón a Dios y pacifique su conciencia como más le ayude.  Quizá la forma más adecuada es la que ya estableció el papa Pablo VI mediante la penitencia comunitaria.

 

Santa María Goretti

 


 

Santa María Goretti nació en Corinaldo, Italia el 16 de octubre de 1890 hija de Luis Goretti y Assunta Carlini, ambos campesinos. María fue la segunda de seis hijos.

Vivió en el seno de una familia humilde y perdió a su padre a los diez años por causa del paludismo.

Como consecuencia de la muerte de su padre, la madre de María Goretti tuvo que trabajar dejando la casa y los hermanos menores a cargo de ésta quien realizaba sus obligaciones con alegría y cada semana asistía a clases de catecismo.

los once años hizo su primera comunión haciéndose, desde entonces, el firme propósito de morir antes que cometer un pecado.

En la misma finca donde vivía María trabajaba Alejandro Serenelli, quien se enamoró de María que en ese entonces contaba con doce años.

Serenelli, a causa de lecturas impuras, se dedicó a buscar a María haciéndole propuestas que la santa rechazaba haciendo que Serenelli se sintiera despreciado.

El 5 de julio de 1902 Serenelli fue en busca de María quien estaba sola en su casa y al encontrarla la invitó a ir a una recámara de la casa a lo que María se negó por lo que aquél se vio obligado a forzarla.

María se negaba advirtiéndole a Serenelli que lo que pretendía era pecado y que no accedería a sus pretensiones por lo que éste la atacó con un cuchillo clavándoselo catorce veces.

María no murió inmediatamente, fue trasladada al hospital de San Juan de Dios donde los médicos la operaron sin entestecía porque no había y durante dos horas la santa soportó el sufrimiento ofreciendo a Dios sus dolores.

Antes de morir, un día después del ataque, María alcanzó a recibir la comunión y la unción de los enfermos e hizo público su perdón a Serenelli.

El asesino fue condenado a 30 años de prisión donde al principio no daba muestras de arrepentimiento. La tradición cuenta que después de un sueño donde María le dijo que él también podía ir al cielo, Serenelli cambió completamente volviéndose hacia Dios y ofreciendo sus trabajos y sufrimientos en reparación de sus pecados.

Después de 27 años de cárcel fue liberado y acudió a pedir perdón a la madre de la santa, quien no solo lo perdonó, sino que lo defendió en público alegando que, si Dios y su hija lo habían perdonado, ella no tenía porque no perdonarlo.

La fama de María Goretti se extendía cada vez más y fueron apareciendo las muestras de santidad, que fue fruto de su cercanía a Dios y su devoción a la Virgen María.

Después de numerosos estudios, la Santa Sede la canonizó el 24 de junio de 1950 en una ceremonia que se tuvo que realizar en la Plaza de San Pedro debido a la cantidad de asistentes que se calculaban en más de quinientas mil personas.

En la ceremonia de canonización acompañaron a Pío XII la madre, dos hermanas y un hermano de María. Durante esta ceremonia Su Santidad Pío XII exaltó la virtud de la santa y sus estudiosos afirman que por la vida que llevó aun cuando no hubiera sido mártir habría merecido ser declarada santa.

 

 

 

 

 

 

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