lunes, 17 de julio de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 19 DE JULIO – MIERCOLES – 15 – SEMANA DE T.O. – A Santa Áurea de Córdoba

 

 

 


 

19 DE JULIO – MIERCOLES –

15 – SEMANA DE T.O. – A

Santa Áurea de Córdoba

 

      Lectura del libro del Éxodo (3,1-6.9-12):

 

   En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas.

    Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.

    Moisés se dijo:

    «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.»

    Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:

    «Moisés, Moisés.»

    Respondió él:

    «Aquí estoy.»

    Dijo Dios:

    «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.»

    Y añadió:

    «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.»

    Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.

    El Señor le dijo:

     «El clamor de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora marcha, te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, a los israelitas.»

    Moisés replicó a Dios:

    «¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto?»

    Respondió Dios:

    «Yo estoy contigo; y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña.»

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 102,1-2.3-4.6-7

 

    R/. El Señor es compasivo y misericordioso

 

   Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. R/.

 

   Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa

y te colma de gracia y de ternura. R/.

 

   El Señor hace justicia

y defiende a todos los oprimidos;

enseñó sus caminos a Moisés

y sus hazañas a los hijos de Israel. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-27):

 

   En aquel tiempo, exclamó Jesús:

    «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla.

    Sí, Padre, así te ha parecido mejor.

    Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»

 

Palabra del Señor

 

     1.  Este texto, centro y clave del Evangelio, establece una contraposición asombrosa entre los sabios y los sencillos. Lo que asombra es que Jesús, orando al Padre, afirma que los sabios son los que no se enteran de las cosas de Dios, mientras que los sencillos son los que saben de eso.

     Jesús da gracias al Padre porque esto es así. Lo que indica claramente que Jesús ve bien, y se alegra de ello, que sean precisamente los sencillos, con los que Jesús se siente solidario, los que saben de Dios.

 

     2.  Los "sabios" son un grupo, una clase social, que se contrapone al "pueblo ordinario". Son los que en Israel eran considerados como "sabios", la aristocracia religiosa, principalmente los "letrados", los estudiosos de la ley religiosa y sus complicadas interpretaciones.

     Los "sencillos" son los que en griego eran llamados los népioi, literalmente los "niños", los "lactantes", términos que designaban a los "simples, "incultos, "ignorantes". Justamente, los que fueron los oyentes de Jesús, las mujeres, los galileos, los pobres del campo, los que no pueden acudir a los centros de estudio de los "sabios" (U. Luz).

 

     3.  Los "sabios" no saben de Dios y los "ignorantes" saben de eso porque el Padre (Dios) no está al alcance de los humanos. Nadie, nada más que el Hijo, Jesús, es quien da a conocer quién es el Padre y cómo es el Padre. Y Jesús lo da a conocer, no a la gente de estudios y de mucha religión, sino a los ignorantes y simples, los 'am ha'arets. Sin duda alguna, lo más profundo y lo más sencillo, coinciden y se funden de tal forma en el Padre del Cielo que la absoluta profundidad solo es accesible en la absoluta sencillez. Esto es lo que los sencillos captan, mientras que se nos escapa a quienes nos tenemos por entendidos.

 

Santa Áurea de Córdoba

 


 

En Córdoba, en la provincia hispánica de Andalucía, santa Áurea, virgen, hermana de los santos mártires Adolfo y Juan, la cual, en una de las persecuciones realizadas por los musulmanes fue llevada ante el juez y, asustada, negó la fe, pero luego, arrepentida, se presentó de nuevo ante el mismo juez y, repetido el juicio, se mantuvo firme, venciendo al enemigo al derramar su sangre por Cristo.

 

Vida de Santa Áurea

 

Santa Áurea nació en Sevilla, en una acomodada y noble familia en la que la mayor parte eran mahometanos, pero su madre Artemia, era cristiana de probada virtud, fue ella quien la educó en las santas verdades de los Evangelios, más tarde Áurea demostraría con su vida y gloriosa muerte el ser digna de gozar de la eterna gracia. Sus hermanos Adulfo y Juan, también alcanzaron el triunfo del martirio, en aquellos días Áurea vivía en el monasterio de Cuteclara (Córdoba) dando ejemplo de devoción y caridad.

Su elevada alcurnia y la dado que muchos de sus parientes seguían la religión de Mahoma, fueron los motivos por los que nadie se había atrevido a delatarla; pero habiendo llegado la noticia de su fe a oídos de sus allegados en Sevilla, usando como subterfugio su parentesco, fueron a visitarla para comprobar lo que habían escuchado.

Gobernaba por entonces el Califato de Occidente, Mahomet, hijo de Abdrrahman, célebre por la terrible persecución que había emprendido contra los cristianos. Los parientes Áurea descubrieron que ella no solo era cristiana sino una ferviente religiosa, y apasionados por la doctrina de sus creencias, procuraron convencerla de convertirse en seguidora del falso profeta.

Fue fútil todos sus intentos, sus palabras chocaban contra la inamovible fe que Áurea tan sinceramente profesaba. Fue tal su enojo que tomaron la decisión de delatarla al cadi. El juez ordenó la llevasen al tribunal, y al verla vestida con el hábito religioso se irritó de tal modo que la amenazó con los más terribles castigos. Invocó, el juez, la noble sangre mahometana que circulaba en sus venas y lo que su familia sufriría por culpa de ella. Le prometió en cambio que si aceptaba las creencias familiares borraría la mancha que afectaba su ilustre estirpe y se salvaría de los duros tormentos que la esperaban si no aceptaba.

Áurea guardó silencio un momento dejándose llevar tal vez por el miedo, o bien de la idea de disimular su fe lo que no es lícito ni permitido a los cristianos en caso semejante, y el juez juzgándola vencida le concedió la libertad.

Recapacitó Áurea sobre lo que había acontecido, y avergonzada por su debilidad decidió no regresar al monasterio prefiriendo quedarse en una casa, posiblemente de alguno de sus parientes cristianos, donde sumergida en tiernas lágrimas confesó su pecado. Pidió a sus hermanos intercedieran ante el Señor a fin de tener una posibilidad de demostrar al mundo cuan profunda era su fe en Cristo.

No tuvo que esperar mucho para que su místico anhelo se hiciera realidad, fue delatada nuevamente, y conducida por segunda vez ante el cadi, en esta ocasión ella respondió, con un valor y una fortaleza inspiradas por el Espíritu Santo. La firmeza de Áurea encendió el colérico corazón de su juez, ordenando la encerraran en la más lóbrega prisión y que al día siguiente fuera conducida al suplicio. Áurea fue decapitada y luego su cuerpo colgado de los pies en un palo donde, pocos días antes había sido ajusticiado un reo de homicidio, luego sus restos fueron arrojados, junto con los de varios malhechores, al Guadalquivir.

 

fuente: Suplemento á la última edición del Año Christiano

 

 

 

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