18 DE JULIO
– MARTES –
15 –
SEMANA DE T.O. – A
BEATO TIBURCIO ARNAIZ MUÑOZ S.J.
Lectura del libro del Éxodo
(2,1-15a):
En aquellos días, un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de la
misma tribu; ella concibió y dio a luz un niño. Viendo qué hermoso era, lo tuvo
escondido tres meses. No pudiendo tenerlo escondido por más tiempo, tomó una
cesta de mimbre, la embadurnó de barro y pez, colocó en ella a la criatura, y
la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo. Una hermana del niño
observaba a distancia para ver en qué paraba.
La
hija del Faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían por
la orilla. Al descubrir la cesta entre los juncos, mandó a la criada a
recogerla. La abrió, miró dentro, y encontró un niño llorando.
Conmovida,
comentó:
«Es
un niño de los hebreos.»
Entonces,
la hermana del niño dijo a la hija del Faraón:
«¿Quieres que vaya a buscarle una nodriza
hebrea que críe al niño?»
Respondió
la hija del Faraón:
«Anda.»
La
muchacha fue y llamó a la madre del niño.
La
hija del Faraón le dijo:
«Llévate al niño y críamelo, y yo te
pagaré.»
La
mujer tomó al niño y lo crió.
Cuando
creció el muchacho, se lo llevó a la hija del Faraón, que lo adoptó como hijo y
lo llamó Moisés, diciendo:
«Lo
he sacado del agua.»
Pasaron
los años, Moisés creció, fue adonde estaban sus hermanos, y los encontró
transportando cargas. Y vio cómo un egipcio maltrataba a un hebreo, uno de sus
hermanos. Miró a un lado y a otro, y, viendo que no había nadie, mató al
egipcio y lo enterró en la arena.
Al
día siguiente, salió y encontró a dos hebreos riñendo, y dijo al culpable:
«¿Por
qué golpeas a tu compañero?»
Él
le contestó:
«¿Quién
te ha nombrado jefe y juez nuestro? ¿Es que pretendes matarme como mataste al
egipcio?»
Moisés
se asustó pensando:
«La cosa se ha sabido.» Cuando el Faraón
se enteró del hecho, buscó a Moisés para darle muerte; pero Moisés huyó del
Faraón y se refugió en el país de Madián.
Palabra de Dios
Salmo:
68,3.14.30-31.33-34
R/.
Humildes, buscad al Señor,
y revivirá
vuestro corazón
Me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo
hacer pie;
he entrado en
la hondura del agua,
me arrastra
la corriente. R/.
Pero mi oración se dirige a ti, Dios mío,
el día de tu
favor;
que me
escuche tu gran bondad,
que tu
fidelidad me ayude. R/.
Yo soy un pobre
malherido;
Dios mío, tu
salvación me levante.
Alabaré el
nombre de Dios con cantos,
proclamaré su
grandeza con acción de gracias. R/.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al
Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor
escucha a sus pobres,
no desprecia
a sus cautivos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (11,20-24):
En aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho
casi todos sus milagros, porque no se habían convertido:
«¡Ay
de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho
los milagros que, en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas
de sayal y ceniza.
Os
digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a
vosotras.
Y
tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Porque si en
Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy.
Os
digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti.»
Palabra del Señor
1. Ante
todo, hay que decir que las recriminaciones a Corozaín y Betsaida son
"narrativamente" falsas (U. Luz). Es decir, Jesús nunca pronunció
esas amenazas, porque, hasta el momento en que se dicen estas cosas en el
relato de Mateo, no se ha hecho mención alguna de milagros en tales
ciudades. Y en cuanto a Cafarnaún, no hay noticia alguna de que allí
precisamente fuera rechazado por la ciudad entera.
2. Lo
que "narrativamente" es falso, tiene "teológicamente" una
razón de ser: el redactor de esta narración puso en boca de Jesús una amenaza
de fuerte rechazo hacia ciudades galileas, que, cuando se escribió este texto
(unos 40 años después de la muerte de Jesús), expresaba algo que los cristianos
de entonces vivían intensamente: el rechazo de Jesús, del que fueron
responsables los dirigentes judíos, era vivido por los cristianos
como rechazo del Mesías que Dios envió a
Israel.
3. Este
texto debería ponernos en guardia para no incurrir, a la ligera, en posturas de
antisemitismo, que nunca se debe justificar en los evangelios. Al contrario, si
algo nos enseña Jesús es el respeto, la tolerancia y la aceptación
incondicional de las ideas y prácticas religiosas de quienes no coinciden con
nuestras ideas religiosas y nuestras prácticas rituales.
BEATO TIBURCIO ARNAIZ
MUÑOZ S.J.
Tiburcio Arnaiz Muñoz
nació en Valladolid el 11 de agosto de 1865, en el seno de una modesta familia
de tejedores. Dos días después, sus cristianos padres, Ezequiel y Romualda, lo
llevaron a bautizar a la iglesia parroquial de San Andrés, imponiéndole el nombre
del santo del día.
Con sólo cinco años quedó huérfano de padre, y su madre hubo de
ingeniárselas para educar y sacar adelante a los dos hijos: Gregoria y
Tiburcio.
“Tenía talento”, pero “era un calavera de estudiante”
SEMINARISTA Y SACERDOTE
Era un joven vivo, alegre y de buen corazón, cuando entró en el seminario
con trece años. Sacó los estudios con bastante aprovechamiento y brillantez
porque “tenía talento”, pero advierte un compañero suyo que “era un calavera de
estudiante, en el buen sentido de la palabra; no cogía un libro de texto en
casa, si acaso lo que pescaba en los claustros del Seminario antes de la
clase”.
Para ayudar algo a la precaria economía de su casa ejerció las funciones de
sacristán, en el convento de Dominicas de S. Felipe de la Penitencia en el
mismo Valladolid. A veces llegaba tarde y las religiosas tenían que avisar a la
recadera del convento; la pobre mujer abría, pero después regañaba severamente
al seminarista. Tiburcio no protestaba ni contestaba; callado, escuchaba la
reprimenda y reconocía su falta, dejando admiradas a las religiosas que
comenzaron a vislumbrar su virtud.
Al acercarse la fecha de su Ordenación Sacerdotal, lo notaban serio y
encerrado en sí, llegando a preocupar a su madre y hermana. Un día se sinceró
con una de las monjas diciéndole: “Piensan en casa que no tengo vocación. Pero
lo que me sucede es que cuanto más Ejercicios hago, más temor tengo, porque veo
más la dignidad sacerdotal y mi indignidad. Pero cada vez me siento con más
vocación”.
Fue ordenado sacerdote el 20 de abril de 1890. Se le confió primero,
durante tres años, la parroquia de Villanueva de Duero, en Valladolid, y
después, durante nueve, la de Poyales del Hoyo, en Ávila. Las atendió siempre
con amorosa solicitud. Cuando hubo de dejar Poyales para entrar en la Compañía
de Jesús decía conmovido: “Amo tanto a mi pueblo que no le cambiaría por una
mitra; sólo la voz de Dios tiene poder para arrancarme de mi parroquia”.
En estos años había obtenido la licenciatura y el doctorado en Teología, en
la ciudad primada de Toledo.
Su pensamiento volaba a la vida religiosa, pero veía un obstáculo
CONVERSIÓN
Como párroco iba pasando los días y los años, trabajando en la viña de Señor
y al abrigo de su familia. Sin embargo, Dios lo iba espoleando a mayor entrega,
pues en cierta ocasión confesó: “Yo vivía muy a gusto y me daba muy buena vida,
pero temía condenarme”. Su pensamiento volaba a la vida religiosa, pero veía un
obstáculo insuperable en su anciana madre, a quien amaba y veneraba, y él era
el único amparo de su vejez. Hasta que un buen día, dispuso Dios llevársela al
cielo; la separación le causó tanta pena que su corazón quedó destrozado: “Fue
tanto lo que sufrí, que me dije: ya no se me vuelve a morir a mí nadie, porque
voy a morir yo a todo lo que no sea Dios”.
Su hermana Gregoria, una noche después de leer el “Año Cristiano”, exclamó
derramando lágrimas: “¡Ay, Tiburcio, cuántas cosas hicieron los santos por Dios
y nosotros qué poco hacemos! ¿Vamos a pasarnos la vida sin hacer nada por Él?,
deberíamos irnos cada uno a un convento y allí servir a Dios con perfección lo
que nos queda de vida” … Así quedó libre el camino para seguir, cada cual, su
particular vocación: ella entró en las Dominicas de S. Felipe, y D. Tiburcio,
después de cerciorarse que quedaba “contenta”, con un: “Pues entonces, ¡hasta
el cielo!”, la despidió y marchó gozoso a pedir su admisión en la Compañía de
Jesús.
En Málaga tuvo lugar su incorporación definitiva a la Compañía de Jesús
ENTRA EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS
Corría el año 1902 cuando entró en el noviciado de la Compañía en Granada;
Tiburcio tenía 37 años. Desde un principio se dispuso a la práctica de toda
virtud. Dos propósitos hizo en este tiempo y los cumplió con exactitud: “No
pedir nunca nada y contentarme con lo que me den”, “Nunca me negaré a ningún
trabajo, bajo ningún pretexto”. La idea del tiempo perdido y de la edad
avanzada, lo espoleaban a buscar ansiosamente la perfección.
Hizo sus primeros votos el 3 de abril de 1904. Durante este tiempo asimiló
admirablemente la espiritualidad ignaciana y comenzó a dirigir tandas de
Ejercicios Espirituales; además, se inició en el difícil ministerio de las
Misiones Populares.
Antes de marchar a Loyola en 1911, donde hizo lo que se llama la “Tercera
Probación” (experiencia con la cual la Compañía de Jesús culminaba la formación
de sus miembros), fue destinado a Murcia. Pasó en esta ciudad dos años,
entregado a las almas y dirigiéndolas con admirable acierto. “Este Padre es un
santo y hace santos”, decían cuantos lo trataban. Allí descubrió la necesidad
de acoger a las jóvenes de los campos y pueblecitos inmediatos que venían a
servir y que estaban expuestas a mil peligros. Para ellas buscó una casa donde
tuvieran, además de albergue y amparo, quien las enseñase a conocer y amar a
Dios.
Pasada su estancia de formación en Loyola, y tras unos breves ministerios
durante la cuaresma en Canarias y Cádiz, marchó a Málaga donde tuvo lugar su
incorporación definitiva a la Compañía de Jesús, pronunciando sus últimos votos
el 15 de agosto de 1912, en la capilla del colegio de S. Estanislao del Palo.
Su creatividad a la hora de paliar la ignorancia o el sufrimiento humano no
conocía límites
MINISTERIOS
Su incansable apostolado como misionero popular, director de Ejercicios
Espirituales, confesor y director de almas, aunque se extendió por varios
puntos de España, se multiplicó en Andalucía: Cádiz, Córdoba, Sevilla,
Granada…, y principalmente por toda la diócesis de Málaga, donde tuvo su
residencia habitual y desplegó un celo incansable.
Al terminar las misiones volvía el P. Arnaiz a su casa de Málaga y a veces
ni subía a la habitación, dejaba el maletín en la portería y “volaba” a visitar
enfermos, así, literalmente, porque ocasión hubo en que quisieron seguirlo y no
pudieron.
Acudía a las salas de los hospitales, pero también a las casas
particulares. En estos encuentros personales la caridad del Padre se
desbordaba. Una vez una buena señora que pedía limosna en las puertas de las
iglesias, al llegar a casa sorprendió al Padre atendiendo a su madre que estaba
enferma y repetía admirada: “Es un santo, es un santo. ¡Si le hubieran visto
ustedes preparando una yema a mi madre, y con la gracia y agrado con que lo
hacía!”.
Su creatividad a la hora de paliar la ignorancia o el sufrimiento humano no
conocía límites. En la calle Cañaveral, de la misma ciudad, impulsó la
construcción de una casa de acogida para señoras con pocos recursos, con más de
treinta viviendas unipersonales. Promovió la apertura de la Librería Católica
de Málaga y atendió con sumo interés algunas escuelitas y talleres de gente
humilde. También las cárceles eran objeto de sus desvelos; allí, a su paso,
“tocaba” el Señor con su predicación y caridad muchos corazones destrozados,
algunos de los cuales, al salir, buscaban al Padre para seguir sus consejos y
su guía espiritual.
Su influencia benéfica se multiplicaba gracias a un plantel de
incondicionales colaboradores que tenía ocupados en los diversos apostolados
que se le ocurrían, unos en la ciudad y otros incluso preparándole misiones en
los pueblos.
En sus visitas por los barrios marginales, se hizo idea cabal del espíritu
hostil a la religión que en ellos reinaba (una vez le llegaron a tirar una
rata), y fiel al Evangelio y lleno de compasión por tanta ignorancia, que veía
ser la causa de tal animadversión, se dispuso a remediarla.
Los famosos “corralones” eran casas de vecinos donde cada familia
únicamente disponía, para su intimidad, de una habitación o dos, alrededor de
un gran patio. El Padre alquilaba, o pedía, una de estas estancias y mandaba a
algunas de sus dirigidas para tener allí una escuela improvisada; enseñaban a
leer y escribir a aquellas gentes, nociones de cultura general, y lo más
elemental de nuestra fe: que hay Dios y que nos ama hasta el extremo de dar la
vida por nosotros, que tenemos alma, la vida eterna… El Padre se presentaba al
cabo de un mes o dos y les predicaba a todos como una Misión; se los ganaba
pronto y se hacía sentir la influencia de su santidad, por lo que casi todos se
ponían en gracia. Después, solía dejar a alguna mujer piadosa al frente de esta
singular escuelita llamada “miga”, para que siguiese enseñando a los niños y
sostuviese el fruto logrado. Durante su vida se trabajó así en unos veinte
corralones, y el cambio obrado en ellos redundó en beneficio de la vida social
de Málaga.
Esta misma forma de evangelización, desarrollada por señoritas que se
instalaran temporalmente en los pueblos y cortijadas, fue la Obra más
propiamente original del P. Arnaiz y que continua hasta nuestros días: LA OBRA
DE LAS DOCTRINAS RURALES.
Suscitó conversiones realmente extraordinarias
LAS MISIONES POPULARES
La predicación de Misiones Populares fue uno de sus principales ministerios.
Su íntimo amigo D. Antonio Membibre, lo acompañó en una de ellas y relataba sus
impresiones a la hermana del P. Arnaiz, ya religiosa:
“Tuve el consuelo de pasar diez días con tu hermano que es un misionero
santo, mortificado y penitente, pues no suele dormir en la cama, se tira en el
suelo y en paz; a las cuatro se levanta, hace la hora de oración, me llamaba a
las cinco e íbamos a la iglesia; él solía tocar, pues el sacristán nunca estaba
a tiempo; confesábamos, a las seis Rosario de la aurora. Esta carta tenla como
si fuera de tu hermano pues él no tiene tiempo, ni para un solo día, siempre
misionando y no quiere más que trabajar y salvar almas; terminado el Rosario,
yo me vestía en el altar y Tiburcio desde el pulpito explicando los misterios
de la Santa Misa, los ornamentos sagrados, etc. Terminaba a las siete y se iban
los hombres a sus ocupaciones. A las diez doctrina para los niños y a la tarde
a las tres… Restableció el Apostolado de la Oración; no conoces a tu hermano,
está rejuvenecido, todo le gusta, todo le asienta, no tiene comodidades ni
pereza ni necesidades, una gran voz, potente, incansable, predicando todo el
día y toda la noche, vida de penitencias, sacrificios y humillaciones, en
verdad atraen sobre él las gracias que por su ministerio Dios derrama a
torrentes”.
Como bien decía su amigo D. Antonio, el Señor, por su medio, derramaba
gracias a torrentes y los tibios volvían al fervor de la vida cristiana, los
justos se convertían en apóstoles y los alejados volvían al redil de Cristo,
contándose casos de conversiones realmente extraordinarias.
Leyendo la lista de las ocupaciones simultáneas que tenía, parecía imposible
que las pudiese llevar a cabo, dándose casos como el de Chiclana, pueblo de
Cádiz en el que además de predicar una misión en las dos parroquias, a la vez
dio ejercicios a religiosas, visitó la cárcel y tenía reuniones con diversas
asociaciones piadosas.
En los pueblos por él misionados, reorganizaba o fundaba asociaciones para
mantener la vida de piedad, como Congregaciones Marianas, las Conferencias de
San Vicente de Paúl, el Apostolado de la Oración o la Adoración Nocturna, y si
había algún convento, ya fuese de vida activa o contemplativa, siempre
encontraba un “hueco” para atender a las religiosas. En Ronda (Málaga) incluso
promovió la fundación de un Carmelo, obra que cuidó con especial esmero en
todos sus detalles hasta la inauguración que, por especial disposición del
Señor, resultó ser el mismo día de su entierro.
Detrás de la construcción o arreglo de varias iglesias y escuelas, también
estuvo la iniciativa del P. Arnaiz y su colaboración incansable.
A su muerte, su cuerpo fue llevado por las calles de la ciudad
MUERTE Y ENTIERRO
A principios de julio de 1926 estaba el P. Arnaiz en Algodonales (Cadiz),
predicando una Misión, cuando se encontró extraordinariamente mal dispuesto. El
médico diagnosticó bronquitis y pleuritis. Él murmuró expresivo: “Me entrego”.
Fue trasladado a Málaga, y cuando se supo que el P. Arnaiz había llegado en
esas condiciones, la ciudad se movilizó, incluso hubo que poner, en sitio
visible, el parte médico de cada día.
El 10 de julio le administraron los últimos Sacramentos quedando desde
entonces alegre y ansioso por irse al cielo; no podía hablar de otra cosa.
“¡Qué hermosísimo es el Corazón de Jesús!… ya le veré pronto… ¡y me hartaré!
¡Qué bueno es! ¡Cuánto nos quiere!… Y la Virgen, ¡vaya si es amable y me
quiere!”.
A las 10 de la noche del 18 de julio de 1926, entregaba su alma a Dios.
El duelo por su pérdida fue general. Lo lloraron los humildes y también los
de condición económica elevada. Se obtuvo licencia de Roma y del Ministerio de
Gobernación para que pudiese ser enterrado en la iglesia del Corazón de Jesús.
Su cadáver fue expuesto a la veneración pública durante tres días. Y
todavía, antes de ser inhumado en el crucero derecho del templo, fue llevado
por las calles de la ciudad, por donde durante años, había dirigido él la
procesión del Corazón de Jesús. Cerró el comercio y el cortejo fúnebre fue
presidido por las autoridades religiosas, civiles y militares. Había muerto en
olor de santidad.
El santo Obispo de Málaga, D. Manuel González, que lo conocía bien, y
presidió la oración fúnebre, definió con gran acierto su personalidad, diciendo
del P. Arnaiz que era “un persuadido, un enamorado, un loco de Jesús”.
El P. Arnaiz desde el cielo continúa su labor apostólica y sigue haciendo el
bien entre sus devotos, y son muchos los favores y hechos milagrosos que se
atribuyen a su intercesión, y numerosas las personas que, diariamente, visitan
su sepultura confiándole sus sufrimientos y anhelos.
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