8 DE JULIO – SÁBADO –
13 – SEMANA DE T.O. – A
San Procopio
Lectura del libro del Génesis
(27,1-5.15-29):
Cuando Isaac
se hizo viejo y perdió la vista, llamó a su hijo mayor:
«Hijo mío.»
Contestó:
«Aquí estoy.»
Él le dijo:
«Mira, yo soy viejo y no sé cuándo
moriré. Toma tus aparejos, arco y aljaba, y sal al campo a buscarme caza;
después me guisas un buen plato, como sabes que me gusta, y me lo traes para
que coma; pues quiero darte mi bendición antes de morir.»
Rebeca escuchó la conversación de Isaac
con Esaú, su hijo. Salió Esaú al campo a cazar para su padre. Rebeca tomó un
traje de su hijo mayor, Esaú, el traje de fiesta, que tenía en el arcón, y
vistió con él a Jacob, su hijo menor; con la piel de los cabritos le cubrió los
brazos y la parte lisa del cuello. Y puso en manos de su hijo Jacob el guiso
sabroso que había preparado y el pan.
Él entró en la habitación de su padre y
dijo:
«Padre.»
Respondió Isaac:
«Aquí estoy; ¿quién eres, hijo mío?»
Respondió Jacob a su padre:
«Soy Esaú, tu primogénito; he hecho lo
que me mandaste; incorpórate, siéntate y come lo que he cazado; después me
bendecirás tú.»
Isaac dijo a su hijo:
«¡Qué prisa te has dado para
encontrarla!»
Él respondió:
«El Señor, tu Dios, me la puso al
alcance.»
Isaac dijo a Jacob:
«Acércate que te palpe, hijo mío, a ver
si eres tú mi hijo Esaú o no.»
Se acercó Jacob a su padre Isaac, y éste
lo palpó, y dijo:
«La voz es la voz de Jacob, los brazos
son los brazos de Esaú.»
Y no lo reconoció, porque sus brazos
estaban peludos como los de su hermano Esaú. Y lo bendijo.
Le volvió a preguntar:
«¿Eres tú mi hijo Esaú»
Respondió Jacob:
«Yo soy.»
Isaac dijo:
«Sírveme la caza, hijo mío, que coma yo
de tu caza, y así te bendeciré yo.»
Se la sirvió, y él comió. Le trajo vino,
y bebió.
Isaac le dijo:
«Acércate y bésame, hijo mío.»
Se acercó y lo besó.
Y, al oler el aroma del traje, lo
bendijo, diciendo:
«Aroma de un campo que bendijo el Señor
es el aroma de mi hijo; que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad
de la tierra, abundancia de trigo y vino. Que te sirvan los pueblos, y se
postren ante ti las naciones. Sé señor de tus hermanos, que ellos se postren
ante ti. Maldito quien te maldiga, bendito quien te bendiga.»
Palabra de
Dios
Salmo: 134
R/. Alabad al Señor porque es
bueno
Alabad el
nombre del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
que estáis en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios. R/.
Alabad al
Señor porque es bueno,
tañed para su nombre, que es amable.
Porque él se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya. R/.
Yo sé que el
Señor es grande,
nuestro dueño más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (9,14-17):
En aquel
tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los
invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se
lleven al novio, y entonces ayunarán.
Nadie echa un remiendo de paño sin
remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres
viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se
estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se
conservan.»
Palabra del
Señor
1. Es importante darse cuenta
de que este relato marca la ruptura que se produjo entre Jesús e Israel.
Jesús da a entender, en su respuesta,
que sus discípulos representan lo nuevo que él trae al mundo (U. Luz).
Una religiosidad desligada de ascetismos
y observancias. Y cuyo centro está en la felicidad compartida, en el gozo comunitario,
en el amor de todos con todos.
Insistamos, una vez más, en que la novedad del Evangelio se vio limitada o quizá controlada por la cultura estoica, que puso en el centro de la vida la pureza y no la justicia. Al tiempo que se marginó la cultura dionisiaca, en la que la "felicidad compartida de la bacanal" tiene la virtualidad de "poner las almas en común" (M. Daraki).
Es central en el Evangelio el proyecto de la unión, la bondad y el amor común, que no fomenta el orgullo personal, sino la dicha en común.
2. Por otra parte, la práctica del ayuno indica, en el fondo, que creemos en un Dios al que le gusta que la gente se prive de lo más elemental para la vida: el alimento.
El Dios del ayuno es un Dios de luto y
muerte. Sin embargo, el Dios de Jesús es como un novio: el ser enamorado, que
une su vida y su destino a la persona a la que ama. Por eso, la boda
es, en todas las culturas, una de las celebraciones más bellas, más gozosas y
más cargadas de esperanza y disfrute que hay en este mundo.
San Juan de la Cruz escribió, en el
Cántico espiritual, el poema más bello y profundo del amor a Dios, utilizando
para ello lo que en la vida de los seres humanos representa el cariño de los enamorados.
3. Lo más opuesto a un día de
ayuno es un día de boda. Como lo más opuesto a un funeral es el
banquete en el que los invitados gritan "¡Vivan los novios!".
Pues bien, esto supuesto, lo genial es
que el Dios de Jesús no es el Dios del ayuno, sino el Dios de la boda.
Esto es tan sorprendente, que al común de la gente no le entra en su cabeza. Sin saber por qué, el hecho es que somos muchos los que tenemos la impresión de que nos acercamos más a Dios mediante la "privación" que mediante la "satisfacción".
- ¿Qué extraño mecanismo interior
funciona en nosotros para producir semejante impresión?
Sin duda alguna, la experiencia
religiosa está más asociada al dolor que al disfrute.
En Cesarea de Palestina, san Procopio, mártir, que en tiempo del emperador
Diocleciano fue conducido desde la ciudad de Scytópolis a Cesarea, donde, por
manifestar audazmente su fe, fue inmediatamente decapitado por el juez Fabiano
(c. 303).
Vida de San Procopio
El primero de los mártires en Palestina fue Procopio. Era un varón lleno de
la gracia divina, que desde niño se había mantenido en castidad y había
practicado todas las virtudes. Había domado su cuerpo hasta convertirlo, por
decirlo así, en un cadáver; pero la fuerza que su alma encontraba en la palabra
de Dios daba vigor a su cuerpo. Vivía a pan y agua; y sólo comía cada dos o
tres días; en ciertas ocasiones, prolongaba su ayuno durante una semana entera.
La meditación de la palabra divina absorbía su atención día y noche, sin la
menor fatiga. Era bondadoso y amable, se consideraba como el último de los
hombres y edificaba a todos con sus palabras. Sólo estudiaba la palabra de Dios
y apenas tenía algún conocimiento de las ciencias profanas. Había nacido en Aelia
(Jerusalén), pero residía en Escitópolis (Betsán), donde desempeñaba tres
cargos eclesiásticos. Leía y podía traducir el sirio, y arrojaba los malos
espíritus mediante la imposición de las manos. Enviado con sus compañeros de
Escitópolis a Cesárea, fue arrestado en cuanto cruzó las puertas de la ciudad.
Aun antes de haber conocido las cadenas y la prisión, se encontró ante el juez
Flaviano, quien le exhortó a sacrificar a los dioses. Pero él proclamó en voz
alta que sólo hay un Dios, creador y autor de todas las cosas. Esta respuesta
impresionó al juez. No encontrando qué replicar, Flaviano trató de persuadir a
Procopio de que por lo menos ofreciese sacrificios a los emperadores. Pero el
mártir de Dios despreció sus consejos. "Recuerda —le dijo— el verso de
Homero: No conviene que haya muchos amos; tengamos un solo jefe y un solo
rey." Como si estas palabras constituyesen una injuria contra los
emperadores, el juez mandó que Procopio fuese ejecutado al punto. Los verdugos
le cortaron la cabeza, y así pasó Procopio a la vida eterna por el camino más
corto, al séptimo día del mes de Desius, es decir, el día que los latinos
llaman las nonas de julio, el año primero de nuestra persecución. Este fue el
martirio que tuvo lugar en Cesárea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario