11 DE SEPTIEMBRE
– LUNES –
23 –
SEMANA DE T.O. – A
Juan Gabriel Perboyre
Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los Colosenses (1,24–2,3):
Ahora me
alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo,
sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado
ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el
misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora
ha revelado a sus santos.
A éstos Dios ha querido dar a conocer la
gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que
Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese
Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la
sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo: ésta es mi
tarea, en la que lucho denodadamente con la fuerza poderosa que él me da.
Quiero que tengáis noticia del empeñado
combate que sostengo por vosotros y los de Laodicea, y por todos los que no me
conocen personalmente. Busco que tengan ánimos y estén compactos en el amor
mutuo, para conseguir la plena convicción que da el comprender, y que capten el
misterio de Dios. Este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los
tesoros del saber y el conocer.
Palabra de Dios
Salmo: 61,6-7.9
R/. De Dios viene mi salvación
y mi gloria
Descansa sólo
en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.
Pueblo suyo,
confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (6,6-11):
Un sábado,
entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía parálisis
en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si
curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.
Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico:
«Levántate y ponte ahí en medio.»
Él se levantó y se quedó en pie.
Jesús les dijo:
«Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está
permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?»
Y, echando en torno una mirada a todos,
le dijo al hombre:
«Extiende el brazo.»
Él lo hizo, y su brazo quedó
restablecido.
Ellos se pusieron furiosos y discutían
qué había que hacer con Jesús.
Palabra del Señor
1. Empezamos recordando, de nuevo el libro que los judíos observantes -no fundamentalistas- leen con profunda piedad. El comentario al Pentateuco, "La Voz de la Torah", del rabino Eli Munk (Paris, 2001), un enorme volumen de 1876 pgs.
Este valioso estudio, al comentar el día séptimo de la creación, explica (como ya he dicho) el sentido del descanso del Shabbat: "El descanso, obra del séptimo día, es lo que le da todo su valor y su dignidad al trabajo de los seis días anteriores. Al ser el último día, el Shabbat consigue la victoria sobre la esclavitud que el trabajo conlleva inevitablemente. Con este don del Shabbat, Dios ha elevado a los hombres concediéndoles a todos libertad, dignidad e igualdad". Este es el sentido que le dan los judíos, en la actualidad, al descanso del sábado. Es la puesta en práctica, no del sometimiento a lo divino, sino de la libertad de lo humano.
2. Pero sabemos que las
religiones se deforman con el paso del tiempo. Y, a veces, llegan a
decir y hacer exactamente lo contrario de lo que tienen que decir y hacer. Esta
era una de las deformaciones más duras que sufría la religión de Israel en
tiempo de Jesús. Por eso él fue tan tajante. Y dejó bien claro que, antes que
el sometimiento a la Torah, estaba -y tiene que estar siempre- la libertad, la
dignidad y la igualdad de todos los seres humanos. Solo una religión así puede
presentar un Dios aceptable y digno de ser amado.
3. El enfrentamiento entre
Jesús y los observantes fundamentalistas fue brutal, exactamente por este
asunto. Jesús se dio cuenta del verdadero sentido que podía tener el Shabbat. Y
eso es lo que le llevó a curar a los enfermos en sábado, haciéndolo incluso de
forma provocativa. Tan provocativa, que aquel sábado (cuando curó al hombre del
brazo atrofiado), se jugó la vida.
El relato, en la redacción de Marcos (3,
6) termina diciendo que allí mismo decidieron "acabar con él".
Algo muy grave debió ver Jesús en esta
desviación religiosa, cuando, por remediarla, no dudó en verse condenado a
muerte.
Impresiona la coherencia de Jesús en
defensa de la libertad y de la dignidad de cualquier ser humano.
Juan Gabriel Perboyre
Juan Gabriel Perboyre (Montgesty, Francia; 5 de enero de 1802 - Wuchang, China; 11 de septiembre de 1840) fue
un sacerdote francés de la Congregación de la Misión y mártir católico,
declarado santo por el papa Juan Pablo II.
Biografía
Pedro Perboyre y
María Rigal, su esposa, eran labradores acomodados, de la Parroquia de
Montgesty, Diócesis de Cahors, a la vez que cristianos modelos en un país
verdaderamente religioso, bendiciéndolos Dios en sus nueve hijos. Cinco de
ellos se consagraron a Dios en la familia espiritual de San Vicente de Paúl:
Juan Gabriel es venerado hoy sobre los altares; Luis murió santamente en el
navío que le conducía a las misiones de China; Santiago, subsecretario del
superior general, y sus dos hermanas, Hijas de la Caridad, vivían todavía en
1890, cuando se celebraban las fiestas de la Beatificación. Una de ellas estaba
en China; la otra y Santiago asistieron en Roma a las fiestas triunfales del
bienaventurado Juan Gabriel.
El niño
predestinado que había de manifestar la divinidad de Jesucristo en medio de las
poblaciones de la China, vino al mundo el 6 de enero de 1802, día de la
Epifanía; y treinta y ocho años después, el 11 de septiembre de 1840, fue
martirizado en China, y él el 1 de noviembre de 1889 fue beatificado por el
Papa León XIII, siendo el primero del siglo decimonono a quien la Iglesia ha
concedido tal honor.
Infancia.
Nació en Puech
(Francia) en 1802. Fue bautizado al día siguiente del que nació. Desde muy
temprana edad se manifestó su vocación y su destino. Frecuentaba las iglesias
del lugar y, al parecer, uno de los sermones que escuchó le impresionó de tal
manera que anheló desde aquel instante ser misionero y sufrir el martirio.
Sacerdote de la Congregación de
la Misión.
Poco después de
cumplir quince años ingresó en la congregación de san Vicente de Paul. En el
transcurso del noviciado manifestó una conducta ejemplar; dedicaba todo el
tiempo libre al estudio de los textos sagrados, la penitencia y la oración. A
partir de 1823 insistió ante sus superiores en el deseo de dedicarse a las
misiones de China.
En aquel tiempo
el territorio de dicho país estaba vedado a los sacerdotes cristianos. Aquel
que fuera descubierto tenía por delante la cárcel, las torturas y la muerte. Y
aunque a Juan Gabriel Perboyre no le arredraba esta perspectiva, sus superiores
no le otorgaron el ansiado permiso.
Después de cursar
brillantemente los estudios de teología, se lo destinó como profesor al
seminario de Saint-Flour. Tanto sobresalió en esta tarea, que años después, en
1832, fue designado subdirector del noviciado que los lazaristas tenían en
París. Doce años tuvo que esperar para ver cumplidos sus deseos.
En 1835 partió para Macao.
Durante cuatro
meses se aplicó al estudio del idioma chino, en el que alcanzó sorprendentes
progresos con rapidez. Tuvo que disfrazarse y vestir a la usanza de los
naturales del país; se hizo rapar la cabeza y se dejó crecer la coleta y los
bigotes.
Le destinaron la misión de
Honán.
En el ejercicio
de esta actividad se dedicó preferentemente a la salvación de los niños
abandonados, de los que había gran número; los recogía, los alimentaba y
educaba, instruyéndolos como podía en la doctrina. Viajaba a pie, a veces en
lentos carros tirados por bueyes. Muchas veces se quedó sin comer, pasando las
noches al descubierto, padeciendo el frío, el viento y la lluvia que lo calaba
hasta los huesos; pero siempre con alegría, respirando el aire de la libertad,
de la vocación conseguida y realizada, con la sangre ardiendo en el sacrificio
y en la fe.
Martirio
Dos años después
fue enviado a la provincia de Hupeh, que sería el lugar de su martirio. En
el año 1839 había irrumpido un violento brote de persecución. Por orden del
gobernador la misión fue ocupada por las tropas. Los padres lazaristas que
lograron escapar anduvieron errantes al sur del Yang-Tse Kiang, por los
montes y las plantaciones de té y algodón. Deshecho de cansancio, Perboyre se
detuvo en una choza, ocupada por un chino convertido que lo recibió con
amabilidad. Mientras nuestro santo dormía, aquel lo delató a un mandarín,
recibiendo en pago treinta monedas de plata. De aquí en más, el padre Perboyre
recorrió un itinerario de sufrimientos.
Fue llevado
interminablemente de tribunal en tribunal, siendo azotado, escarnecido y
torturado, puesto en prisión junto a malhechores comunes; con hierros candentes
grabaron en su rostro caracteres chinos, pero fracasaron al querer que
pisoteara un crucifijo.
Al año de ser
capturado se dio fin a su martirio, en la capital, Wuchangfú, ahorcándolo
en un madero con forma de cruz, el 11 de septiembre de 1840.
Fue beatificado
el 10 de noviembre de 1889 por el papa León XIII y canonizado en Roma el 2 de
junio de 1996 por el papa Juan Pablo II.
Su fiesta se
celebra el 11 de septiembre.
Veneración.
Tras expirar el
plazo de espera obligatorio de cinco años tras la muerte para solicitar la
canonización de una persona, se introdujo una causa en su favor ante
la Santa Sede. Mientras tanto, sus restos fueron devueltos de China a Francia,
donde fueron enterrados para veneración en la capilla de la Casa
Madre vicenciana de París, Capilla de San Vicente de Paúl.
Oración de San Juan Gabriel Perboyre
a Jesús
San Juan
Gabriel Perboyre compuso esta oración en el siglo XIX. Esta
oración transformadora se basa en la declaración de San Pablo
en Gálatas 2,20:
"Ahora no vivo
yo, sino que Cristo vive en mí".
Oh mi Divino
Salvador, transfórmame en Ti. Que mis manos sean las manos de Jesús. Haz que
cada facultad de mi cuerpo sirva sólo para glorificarte.
Sobre todo, transforma
mi alma y todas sus facultades para que mi memoria, voluntad y afecto sean la
memoria, la voluntad y el afecto de Jesús.
Te ruego que
destruyas en mí todo lo que no sea de Ti. Concédeme vivir sino en Ti, por Ti y
para Ti, para que pueda decir en verdad, Con San Pablo:
"Vivo, pero no
yo... sino que Cristo vive en mí".
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