13 DE SEPTIEMBRE
– MIERCOLES
– 23 – SEMANA DE T.O. – A
San Juan Crisóstomo
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los Colosenses (3,1-11):
Ya que habéis
resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo,
sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la
tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con él, en gloria.
En consecuencia, dad muerte a todo lo
terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia
y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios
sobre los desobedientes.
Entre ellos andabais también vosotros,
cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira,
coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis
engañándoos unos a otros.
Despojaos del hombre viejo, con sus
obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador,
hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y
gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres,
porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.
Palabra de Dios
Salmo: 144,2-3.10-11.12-13ab
R/. El Señor es bueno con todos
Día tras día,
te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza. R/.
Que todas tus
criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus
hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (6,20-26):
En aquel
tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
«Dichosos los pobres, porque vuestro es
el reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre,
porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque
reiréis.
Dichosos vosotros, cuando os odien los
hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame,
por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo,
porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían
vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque
ya tenéis vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis
saciados!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que ahora reís!, porque
haréis duelo y lloraréis.
¡Ay si todo el mundo habla bien de
vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»
Palabra del Señor
1. Las llamadas
"bienaventuranzas" plantean una pregunta difícil de responder.
¿Qué
sentido puede tener afirmar que la dicha y la felicidad está en los pobres, en
los que pasan hambre, en los que lloran, en los que se ven excluidos y
marginados?
¿No es una locura o, al menos, un
despropósito, hacer semejantes afirmaciones?
¿Es creíble el Evangelio cuando dice
estas cosas?
Por supuesto, si estas sentencias se
aplican a individuos aislados, suenan a tonterías sin pies ni cabeza. Por la
sencilla razón de que son afirmaciones contradictorias. A no ser que nos remitamos
a una felicidad y una dicha que no están en "este" mundo, sino en el
"otro", en un futuro indeterminado, indemostrable y que, en cualquier
caso, ni puede competir, ni se puede comparar con la felicidad que disfrutan
los instalados y satisfechos de esta vida.
Entonces, - ¿qué enseñanza puede contener
todo esto?
2. Hay un hecho,
perfectamente comprobado: un mundo, en el que todos sus habitantes y ciudadanos
se ponen a buscarse la mayor riqueza posible, el mayor bienestar posible, la
mayor fama y gloria posible, un mundo así, es un mundo que se convierte en un
infierno. Porque en un mundo así, inevitablemente el poderoso machaca al débil,
el rico al pobre, el grande al chico, el patrono al trabajador. Y así
sucesivamente.
Además, en un mundo así -y esto es seguramente
lo más peligroso-, se anulan los valores humanos, los derechos humanos, la
dignidad humana, la seguridad que necesitamos los mortales, y terminamos
desarmados "espiritualmente" para poder organizar la convivencia de
una forma "racional".
3. La clave de la
cuestión está en esto: Un mundo o una sociedad, en la que
todos buscamos lo mejor y lo que más le conviene o le interesa a cada cual,
eso
es un mundo o una sociedad que termina deshumanizándonos a todos, hasta
hacer verdadera la vieja sentencia: homo homini, lupus = "el hombre es
lobo para
el hombre".
O sea, nos deshumanizamos hasta el
extremo de convertirnos (sin darnos cuenta de lo que nos sucede) en una inmensa
manada de lobos. Pero con una agravante: los lobos matan a otros animales para
comérselos ellos. Cuando
los humanos nos deshumanizamos, hasta ser lobos para los demás, nos
destrozamos unos a otros, nos destrozamos con disfraces de "sabios",
de "religiosos",
de "educados", de lo que sea. Pero nos destrozamos.
No hay más salida que -sea por el motivo
que sea- busquemos ante todo la felicidad de los demás, sobre todo la
alegría de los pobres, de los que lloran, de los que sufren, de los
"nadies" de la vida.
Esto es lo que Jesús propone. Y lo que
Jesús quiere, ante todo y, sobre todo.
San Juan Crisóstomo
Patrono de los
predicadores – Año 407
A este santo arzobispo de Constantinopla,
la gente le puso el apodo de "Crisóstomo" que significa: "boca
de oro", porque sus predicaciones eran enormemente apreciadas por sus
oyentes. Es el más famoso orador que ha tenido la Iglesia. Su oratoria no ha
sido superada después por ninguno de los demás predicadores.
Nació en Antioquía (Siria) en el año 347. Era
hijo único de un gran militar y de una mujer virtuosísima, Antusa, que ha sido
declarada santa también.
A los 20 años Antusa quedó viuda y
aunque era hermosa renunció a un segundo matrimonio para dedicarse por completo
a la educación de su hijo Juan.
Desde sus primeros años el jovencito demostró
tener admirables cualidades de orador, y en la escuela causaba admiración con
sus declamaciones y con las intervenciones en las academias literarias. La mamá
lo puso a estudiar bajo la dirección de Libanio, el mejor orador de Antioquía,
y pronto hizo tales progresos, que preguntado un día Libanio acerca de quién
desearía que fuera su sucesor en el arte de enseñar oratoria, respondió:
"Me gustaría que fuera Juan, pero veo que a él le llama más la atención la
vida religiosa, que la oratoria en las plazas".
Juan deseaba mucho irse de monje al desierto,
pero su madre le rogaba que no la fuera a dejar sola. Entonces para complacerla
se quedó en su hogar, pero convirtiendo su casa en un monasterio, o sea
viviendo allí como si fuera un monje, dedicado al estudio y la oración y a
hacer penitencia.
Cuando su madre murió se fue de monje al
desierto y allá estuvo seis años rezando, haciendo penitencias y dedicándose a
estudiar la S. Biblia. Pero los ayunos tan prolongados, la falta total de toda
comodidad, los mosquitos, y la impresionante humedad de esos terrenos le
dañaron la salud, y el superior de los monjes le aconsejó que, si quería seguir
viviendo y ser útil a la sociedad tenía que volver a la ciudad, porque la vida
de monje en el desierto no era para una salud como la suya.
El llegar otra vez a Antioquía fue ordenado
de sacerdote y el anciano Obispo Flaviano le pidió que lo reemplazara en la
predicación. Y empezó pronto a deslumbrar con sus maravillosos sermones. La
ciudad de Antioquía tenía unos cien mil cristianos, los cuales no eran
demasiado fervorosos. Juan empezó a predicar cada domingo. Después cada tres
días. Más tarde cada día y luego varias veces al día. Los templos donde
predicaba se llenaban de bote en bote. Frecuentemente sus sermones duraban dos
horas, pero a los oyentes les parecían unos pocos minutos, por la magia de su
oratoria insuperable. La entonación de su voz era impresionante. Sus temas,
siempre tomados de la S. Biblia, el libro que él leía día por día, y meditaba
por muchas horas. Sus sermones están coleccionados en 13 volúmenes. Son
impresionantemente bellos.
Era un verdadero pescador de almas. Empezaba
tratando temas elevados y de pronto descendía rápidamente como un águila hacia
las realidades de la vida diaria. Se enfrentaba enardecido contra los vicios y
los abusos. Fustigaba y atacaba implacablemente al pecado. Tronaba terrible su
fuerte voz contra los que malgastaban su dinero en lujos e inutilidades,
mientras los pobres tiritaban de frío y agonizaban de hambre.
El pueblo le escuchaba emocionado y de pronto
estallaba en calurosos aplausos, o en estrepitoso llanto el cual se volvía
colectivo e incontenible. Los frutos de conversión eran visibles.
El emperador Teodosio
decretó nuevos impuestos. El pueblo de Antioquía se disgustó y por ello armó
una revuelta y en el colmo de la trifulca derribaron las estatuas del emperador
y de su esposa y las arrastraron por las calles. La reacción del gobernante fue
terrible. Envió su ejército a dominar la ciudad y con la orden de tomar una
venganza espantosa. Entre la gente cundió la alarma y a todos los invadió el
terror. El Obispo se fue a Constantinopla, la capital, a implorar el perdón del
airado emperador y las multitudes llenaron los templos implorando la ayuda de
Dios.
Y fue entonces cuando Juan Crisóstomo
aprovechó la ocasión para pronunciar ante aquel populacho sus famosísimos
"Discursos de las estatuas" que conmovieron enormemente a sus miles
de oyentes logrando conversiones. Esos 21 discursos fueron quizás los mejores
de toda su vida y lo hicieron famoso en los países de los alrededores. Su fama
llegó hasta la capital del imperio. Y el fervor y la conversión a que hizo
llegar a sus fieles cristianos, obtuvieron que las oraciones fueran escuchadas
por Dios y que el emperador desistiera del castigo a la ciudad.
En el año 398, habiendo muerto el arzobispo
de Constantinopla, le pareció al emperador que el mejor candidato para ese
puesto era Juan Crisóstomo, pero el santo se sentía totalmente indigno y
respondía que había muchos que eran más dignos que él para tan alto cargo. Sin
embargo, el emperador Arcadio envió a uno de sus ministros con la orden
terminante de llevar a Juan a Constantinopla, aunque fuera a la fuerza. Así que
el enviado oficial invitó al santo a que lo acompañara a las afueras de la
ciudad de Antioquía a visitar las tumbas de los mártires, y entonces dio la
orden a los oficiales del ejército de que lo llevaran a Constantinopla con la
mayor rapidez posible, y en el mayor secreto porque si en Antioquía sabían que
les iban a quitar a su predicador se iba a formar un tumulto inmenso. Y así fue
como tuvo que aceptar ser arzobispo.
Apenas posesionado de su altísimo cargo lo
primero que hizo fue mandar quitar de su palacio todos los lujos. Con las
cortinas tan elegantes fabricaron vestidos para cubrir a los pobres que se
morían de frío. Cambió los muebles de lujo por muebles ordinarios, y con la
venta de los otros ayudó a muchos pobres que pasaban terribles necesidades. El
mismo vestía muy sencillamente y comía tan pobremente como un monje del
desierto. Y lo mismo fue exigiendo a sus sacerdotes y monjes: ser pobres en el
vestir, en el comer, y en el mobiliario, y así dar buen ejemplo y con lo que se
ahorraba en todo esto ayudar a los necesitados.
Pronto, en sus elocuentes sermones empezó a
atacar fuertemente el lujo de las gentes en el vestir y en sus mobiliarios y
fue obteniendo que con lo que muchos gastaban antes en vestidos costosísimos y
en muebles ostentosos, lo empezaran a emplear en ayudar a la gente pobre. El
mismo daba ejemplo en esto, y la gente se conmovía ante sus palabras y su modo
tan pobre y mortificado de vivir.
En aquellos tiempos había una ley de la
Iglesia que ordenaba que cuando una persona se sentía injustamente perseguida
podía refugiarse en el templo principal de la ciudad y que allí no podían ir
las autoridades a apresarle. Y sucedió que una pobre viuda se sintió
injustamente perseguida por la emperatriz Eudoxia y por su primer ministro y se
refugió en el templo del Arzobispo. Las autoridades quisieron ir allí a
apresarla, pero San Juan Crisóstomo se opuso y no lo permitió. Esto disgustó
mucho a la emperatriz. Y unos meses más tarde Eudoxia peleó con su primer
ministro y se propuso echarlo a la cárcel. Él corrió a refugiarse en el templo
del arzobispo y aunque la policía de la emperatriz quiso llevarlo preso, San
Juan Crisóstomo no lo permitió. El ministro que antes había querido llevarse
prisionera a una pobre mujer y no pudo, porque el arzobispo la defendía, ahora
se vio él mismo defendido por el propio santo. Eudoxia ardía de rabia por todo
esto y juraba vengarse, pero el gran predicador gritaba en sus sermones:
"¿Cómo puede pretender una persona que Dios le perdone sus maldades si
ella no quiere perdonar a los que le han ofendido?"
Eudoxia se unió con un terrible enemigo que
tenía Crisóstomo, y era Teófilo de Alejandría. Este reunió un grupo de los que
odiaban al santo y entre todos lo acusaron de un montón de cosas. Por ej. Que
había gastado los bienes de la Iglesia en repartir ayudas a los pobres. Que
prefería comer solo en vez de ir a los banquetes. Que a los sacerdotes que no
se portaban debidamente los amenazaba con el grave peligro que tenían de
condenarse, y que había dicho que la emperatriz, por las maldades que cometía,
se parecía a la pérfida reina Jetzabel que quiso matar al profeta Elías, etc.,
etc.
Al oír estas acusaciones, el emperador,
atizado por su esposa Eudoxia, decretó que Juan quedaba condenado al destierro.
Al saber tal noticia, un inmenso gentío se reunió en la catedral, y Juan
Crisóstomo renunció uno de sus más hermosos sermones. Decía: "¿Qué me
destierran? ¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí cuidando de
mí? ¿Qué me quitan mis bienes? ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido
todos? ¿Qué me matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y como
El, daré mi vida por mis ovejas..."
Ocultamente fue enviado al destierro, pero
sobrevino un terremoto en Constantinopla y llenos de terror los gobernantes le
rogaron que volviera otra vez a la ciudad, y un inmenso gentío salió a
recibirlo en medio de grandes aclamaciones.
Eudoxia, Teófilo y los demás enemigos no se
dieron por vencidos. Inventaron nuevas acusaciones contra Juan, y aunque el
Papa de Roma y muchos obispos más lo defendían, le enviaron desterrado al Mar
Negro. El anciano arzobispo fue tratado brutalmente por algunos de los
militares que lo llevaban prisionero, los cuales le hacían caminar kilómetros y
kilómetros cada día, con un sol ardiente, lo cual lo debilitó muchísimo. El
trece de septiembre, después de caminar diez kilómetros bajo un sol abrasador,
se sintió muy agotado. Se durmió y vio en sueños que San Basilisco, un famoso
obispo muerto hacía algunos años, se le aparecía y le decía: "Animo, Juan,
mañana estaremos juntos". Se hizo aplicarlos últimos sacramentos; se
revistió de los ornamentos de arzobispo y al día siguiente diciendo estas
palabras: "Sea dada gloria a Dios por todo", quedó muerto. Era el 14
de septiembre del año 404.
Eudoxia murió unos días antes que él, en
medio de terribles dolores.
Al año siguiente el cadáver del santo fue
llevado solemnemente a Constantinopla y todo el pueblo, precedido por las más
altas autoridades, salió a recibirlo cantando y rezando.
El Papa San Pío X nombró a San Juan
Crisóstomo como Patrono de todos los predicadores católicos del mundo.
Que Dios nos siga enviando muchos
predicadores como él.
¿Si Dios está con nosotros, quién podrá contra
nosotros? (San Pablo Rom. 8).
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