jueves, 14 de septiembre de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 16 DE SEPTIEMBRE – SÁBADO – 23 – SEMANA DE T.O. – A – SAN CORNELIO, papa y SAN CIPRIANO, obispo

 

 

 


 

16 DE SEPTIEMBRE – SÁBADO – 

23 – SEMANA DE T.O. – A –

SAN CORNELIO, papa y

SAN CIPRIANO, obispo

 

      Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,15-17):

 

   Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que, en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna.

    Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 112,1-2.3-4.5a.6-7

 

    R/. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre

 

   Alabad, siervos del Señor,

alabad el nombre del Señor.

Bendito sea el nombre del Señor,

ahora y por siempre. R/.

 

    De la salida del sol hasta su ocaso,

alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,

su gloria sobre los cielos. R/.

 

   ¿Quién como el Señor, Dios nuestro,

que se abaja para mirar al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,

alza de la basura al pobre. R/.

 

        Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,43-49):

 

   En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:

    «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

    El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.

    ¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?

    El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida.

    El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó y quedó hecha una gran ruina.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Estas palabras de Jesús, tal como han quedado aquí recogidas por el evangelio de Lucas, tienen una importancia extraordinaria, y son de una actualidad palpable, para fijar los criterios del comportamiento humano, es decir, los criterios de la ética. Porque, si algo necesitamos todos los humanos, en este momento, es precisamente encontrar y aceptar unos principios éticos en los que todos podamos coincidir.

 En un mundo globalizado, necesitamos con urgencia una ética también globalizada. Está demostrado que las ideas (políticas, económicas, filosóficas, religiosas) y las convicciones (sobre todo si se ven reforzadas por lo absoluto de la religión) son más fuertes que los ejércitos y sus armamentos.

 

2.  Así las cosas, nos urge encontrar una ética que supere el criterio del bien y del mal. Porque han sido los poderosos y los dominadores quienes, en todos los tiempos, han determinado lo que está bien y lo que está mal.

Lo que ha desembocado en el más insoportable relativismo y escepticismo (1. Habermas, K. O. Apel) que es apremiante superar mediante una concepción nueva de la ética, en la que todos podamos coincidir.

Mientras no coincidamos, siquiera mínimamente, en una ética que marque los comportamientos de todos, estamos abocados a una violencia creciente, cada día más peligrosa.

 

3.  El criterio ético, que aquí propone el Evangelio, es muy claro: el comportamiento ético se mide y se enjuicia por los resultados que produce. No vale tener principios excelsos, normas a las que nos sometemos, verdades absolutas...

Lo decisivo es ver qué resultados se siguen de nuestro comportamiento. Para ello, como bien ha indicado R. Rorty, es determinante fomentar una "educación sentimental", haciendo viable la mayor sensibilidad de los humanos ante el dolor y el sufrimiento de los demás, por más extraños que nos sean o resulten.

Nunca podrán ser "buenos frutos", para nadie, la humillación, el desprecio, la soledad, la inseguridad, el miedo, el atropello de los propios derechos y del propio bienestar.

 

SAN CORNELIO, papa y

SAN CIPRIANO, obispo

 

 


 

San Cornelio. Papa. Año 253.

Cornelio significa: "fuerte como un cuerno".

Este Pontífice fue martirizado en la persecución del emperador Decio en el año 253.

Su Pontificado se vio amargado por la rebelión de un hereje llamado Novaciano que proclamaba que la Iglesia Católica no tenía poder para perdonar pecados y que por lo tanto el que alguna vez hubiera renegado de su fe, nunca más podía ser admitido en la Santa Iglesia.

El hereje afirmaba también que ciertos pecados como la fornicación e impureza y el adulterio no podían ser perdonados jamás. El Papa Cornelio se le opuso y declaró que, si un pecador se arrepiente en verdad y quiere empezar una vida nueva de conversión, la Santa Iglesia puede y debe perdonarle sus antiguas faltas y admitirlo otra vez entre los fieles. A San Cornelio lo apoyaron San Cipriano desde Africa y todos los demás obispos de occidente.

El gobierno del perseguidor Decio lo desterró de Roma y a causa de los sufrimientos y malos tratos que recibió, murió en el destierro, como un mártir.

 

San Cipriano. Obispo de Cartago y mártir. Año 258.

San Cipriano. Este fue el Santo más importante del África y el más brillante de los obispos de este continente, antes de que apareciera San Agustín.

 

Había nacido en el año 200 en Cartago (norte de África) y se dedicó a la labor de educador, conferencista y orador público. Tenía una inteligencia privilegiada, una gran habilidad para hablar en público, y una personalidad brillante y simpática que le conseguía un impresionante ascendiente sobre los demás.

Llegado a la mayoría de edad se convirtió al cristianismo por el ejemplo y las palabras de un santo sacerdote llamado Cecilio. Se hizo bautizar y una vez bautizado hizo el juramento de permanecer siempre casto, y de no contraer matrimonio (celibato se llama a este modo de vivir). A las gentes les llenó de admiración el tal voto o juramento, porque esto no se acostumbraba en aquellos tiempos.

Desde su conversión, descubrió Cipriano que la S. Biblia contiene tesoros maravillosos de buenas enseñanzas y se dedicó con toda su brillante inteligencia a estudiar este Libro Santo y a leer los comentarios que los antiguos santos habían escrito, respecto de la Sagrada Escritura. Hizo el sacrificio de renunciar a sus literatos mundanos que tanto le agradaban antes, y en adelante ya nunca citará ni siquiera una frase de un autor que no sea cristiano católico. Escribió un comentario acerca del Padrenuestro, tan bello, que hasta ahora no ha sido superado por otro autor.

Fue ordenado sacerdote, y en el año 248 al morir el obispo de Cartago, el pueblo y los sacerdotes aclamaron a Cipriano como el más digno para ser el nuevo obispo de la ciudad.

 

Él se resistía y quería huir o esconderse, pero al fin se dio cuenta de que era inútil oponerse al querer popular y aceptó tan importante cargo, diciendo: "Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Y llegó a ser el más importante de todos los obispos que tuvo Cartago.

Un escritor de ese tiempo dejó este retrato de la bondad y venerabilidad de Cipriano: "Era majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista y nadie podía mirarle sin sentir veneración hacia él. Tenía una agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de manera que los que lo trataban no sabían qué hacer más: si quererlo o venerarlo, porque merecía el más grande respeto y el mayor amor".

En el año 251 el emperador Decio decreta una terrible persecución contra los cristianos. Le interesaba sobre todo acabar con los obispos y destruir los libros sagrados. Y para que el mal a la religión sea mayor invita a todos los que quieren renegar de la religión cristiana a que quemen incienso ante los dioses y ya con eso quedan perdonados. Muchísimos caen en esta trampa, y con tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida misma, queman incienso ante las imágenes de los ídolos paganos, y reniegan de la santa religión. El mal es inmenso.

Cipriano, con gran prudencia, viendo que lo que primero buscan es acabar con todos los jefes de la Iglesia, huye y se esconde, pero desde su escondite envía continuas cartas a los creyentes invitándolos a no abandonar la religión por nada en la vida. Los paganos recorren las calles de Cartago gritando: "Pedimos que Cipriano sea echado a los leones". Pero no lo lograron encontrar para echarlo a las fieras.

Hubo un corto período de paz y Cipriano volvió a su cargo de obispo. Pero encontró que algunos aceptaban sin más en la Iglesia a los que habían apostatado de la religión, sin exigirles hacer penitencia de ninguna clase. Se opuso a esta relajación y en adelante a todo renegado que quiso volver a la Iglesia le exigió que hiciera antes cierto tiempo de penitencia. Así preparaba a los creyentes para que en las próximas persecuciones no se dejaran dominar por el miedo y no renegaran tan fácilmente de sus creencias. Muchos se oponían a esta severidad, pero era necesaria para prevenir el peligro de apostatas en la próxima persecución que ya se avecinaba. Y sucedió que cuando vinieron después las más espantables persecuciones, los cristianos prefirieron morir antes que quemar incienso a los dioses de los paganos. Y fueron mártires gloriosos.

El año 252, llega la peste de tifo negro a Cartago y empiezan a morir cristianos por centenares y quedan miles de huérfanos. El obispo Cipriano se dedica a repartir ayudas a los que han quedado en la miseria. Vende todo lo más valioso que hay en su casa episcopal, y pronuncia unos de los sermones más bellos que se han compuesto en la Iglesia Católica acerca de la limosna. Todavía hoy al leer tan emocionantes sermones, siente uno un deseo inmenso de dedicarse a ayudar a los necesitados. Sus oyentes se conmovieron al escucharle tan impresionantes enseñanzas y fueron generosísimos en auxiliar a las víctimas de la epidemia.

El año 257 el emperador Valeriano decretó una violentísima persecución contra los cristianos. Pena de destierro para todo creyente que asistiera a un acto de culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo o sacerdote que se atreviera a celebrar una ceremonia religiosa. A Cipriano le decretan en el año 157 pena de destierro, pero como donde quiera que vaya sigue celebrando ceremonias religiosas, en el año 258 le decretan pena de muerte. Se conservan las actas de la última audiencia que los jueces le hicieron para condenarlo al martirio. Son muy interesantes. Dicen así:

El juez: El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. Ud. ¿Qué responde?

Cipriano: Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos.

El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó al mártir: "¿Es usted el responsable de toda esta gente?

Cipriano: Si, lo soy.

El juez: El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses.

Cipriano: No lo haré nunca.

El juez: Píenselo bien.

Cipriano: Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar.

El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: "Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada".

Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: ¡Gracias sean dadas a Dios!

Toda la inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros, junto con él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.

Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.

El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.

los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.

 

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