martes, 26 de septiembre de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 28 DE SEPTIEMBRE – JUEVES – 25 – SEMANA DE T.O. – A – San Lorenzo Ruiz y compañeros

 



28 DE SEPTIEMBRE – JUEVES

 – 25 – SEMANA DE T.O. – A –

San Lorenzo Ruiz y compañeros

 

      Comienzo de la profecía de Ageo (1,1-8):

 

El año segundo del rey Darío, el mes sexto, el día primero, vino la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote:

«Así dice el Señor de los ejércitos: Este pueblo anda diciendo: "Todavía no es tiempo de reconstruir el templo."»

La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo: «¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas?

Pues ahora –dice el Señor de los ejércitos– meditad vuestra situación: sembrasteis mucho, y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota.

Así dice el Señor:

Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria –dice el Señor–.»

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 149,1-2.3-4.5-6a.9b

 

R/. El Señor ama a su pueblo

 

Cantad al Señor un cántico nuevo,

resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;

que se alegre Israel por su Creador,

los hijos de Sión por su Rey. R/.

 

Alabad su nombre con danzas,

cantadle con tambores y cítaras;

porque el Señor ama a su pueblo

y adorna con la victoria a los humildes. R/.

 

Que los fieles festejen su gloria

y canten jubilosos en filas:

con vítores a Dios en la boca;

es un honor para todos sus fieles. R/.

 

      Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,7-9):

 

En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.

Herodes se decía:

«A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»

Y tenía ganas de ver a Jesús.

 

Palabra del Señor

 

1.  Herodes Antipas, fue el virrey que gobernaba en Galilea durante los años en que Jesús vivió y predicó en aquella región. Se suele decir que este hombre fue un gobernante cruel e inmoral. Esta imagen se basa sobre todo en el relato de la muerte de Juan Bautista (Mc 6, 14-29 par) y en las menciones que se hacen en los evangelios a los "herodianos", como aliados de los fariseos en contra de Jesús (Mc 3, 6; 12, 13; Mt 22, 16), por más que de este grupo no se sabe exactamente ni quiénes eran, ni siquiera si eran un grupo político o más bien religioso (J. P. Meier).

 

2.  Sin embargo, no parece que este Herodes, en cuanto gobernante de Galilea, fuera un tirano que maltrató al pueblo.  No parece que fuera así. De hecho, en los evangelios, no hay datos claros de un enfrentamiento político o social de Jesús contra el virrey Herodes. La indicación de que Herodes quería matar a Jesús (Lc 13, 31) no es históricamente segura (J. A. Fitzmyer). Su pasión era, más bien, la "tranquilidad" (F. Josefo).

Herodes no vio en las enseñanzas y en el movimiento de Jesús una amenaza para su estabilidad política. Esto es lo más probable.

 

3.  Lo lógico es pensar que Jesús planteó su actividad y sus enseñanzas, no como un enfrentamiento directo con el poder político. Jesús no pretendió quitar un poder para poner otro. Porque se dio cuenta de que eso no arreglaba las cosas. La solución tiene que venir de algo más profundo y más básico, a saber: el cambio radical de mentalidad, que lleva consigo asumir convicciones nuevas, que rompen con los intereses individuales y con la deshumanización que todos llevamos en la sangre.

Solo con personas profundamente humanas, libres y solidarias, podemos empezar a pensar en que se puede aliviar el sufrimiento de los pobres y excluidos. Y devolver la dignidad a quienes carecen de ella porque no gozan de los derechos que les corresponden. Lo que cambia a un pueblo o una sociedad no es fundamentalmente la política, sino la cultura, la educación, la ética y la honestidad responsable, que ve la "profesión" como la propia "vocación" (Max Weber).

 

San Lorenzo Ruiz y compañeros

 


Después del martirio de 1597, subió al poder el usurpador Daifusama, el cual ofreció relaciones de amistad al gobernador de Filipinas y autorizó la entrada de misioneros en el país. En este clima se establecieron los dominicos en Japón a partir de 1602, aunque el primer dominico había llegado en 1592. Se presentaron con el estandarte del Santo Rosario y entronizaron la devoción a la virgen del Rosario en Koshiki. Su labor fue muy fructífera, muchos ingresaron en la Orden, otros se hicieron terciarios dominicos y cofrades del Santo Rosario.

     Se dice que Daifusama, que murió envenenado pidió a su hijo Xogunsama que persiguiera a los cristianos y que se apartara de su políca liberal. Xongusma persiguió a los cristianos entre 1617 y 1630. Muerto Xongusama, le sucedió Toxogunsama, que fue un acérrimo perseguidor del cristianismo entre 1632-1660.

Lorenzo nació en Binondo, Manila; su padre era chino y su madre filipina. Sirvió desde muy joven en el convento de los dominicos de Binondo, donde recibió la formación cristiana. Llegó a ser escribano y llevó una vida de entrega a los demás. Pertenecía a la Cofradía del Santo Rosario. Padre de familia muy piadoso, con tres hijos. Hacia 1636 fue acusado de complicidad en un homicidio y, perseguido por la justicia, buscó refugio en los dominicos. Gracias a la intervención del padre san Antonio González pudo salir indemne.

     Acompañó al Japón a una misión dominica mandada por Antonio González, pero una tempestad les obligó a desembarcar en Okinawa, donde fueron todos arrestados y encarcelados. Aquí se robusteció la fe de Lorenzo; no dudó en confesar su fe en el tribunal de Nagasaki: "Quisiera dar mil veces mi vida por él. Jamás seré apostata. Si queréis, podéis matarme. Mi deseo es morir por Dios". Confiado en la intercesión del padre Antonio, sacrificado antes que él, fue rezando, durante el paseo oraciones y jaculatorias y ya en la colina de Nishizaka, sufrió la tortura del agua ingurgitada que soportó con heroica entereza y paciencia, aunque en algún momento titubeó, pero permaneció firme gracias a las palabras de san Antonio González. Sus cenizas fueron arrojadas al mar. Es el primer santo mártir de la iglesia filipina. Todos murieron mártires por los japoneses después de horribles torturas.

Los mártires eran 17 compañeros que forman parte de los "mártires de Nagasaki". Todos pertenecían a la misión dominica española de Japón, en la isla de Kiusiu. Nueve eran japoneses: Francisco Shoyemon, cooperador. Jaime Kyushei Gorobioye Tomonaga, dominico. Miguel Kurobjoye, catequista. Mateo Kohioye del Rosario, cooperador. Magdalena de Uagasaka, terciaria dominica. Marina de Ômura, terciaria. Tomás Hyoji de San Jacinto, dominico. Vicente de la Cruz Schiwozuka, dominico. Lázaro de Kyoto, laico. Cuatro dominicos españoles: Domingo Ibáñez de Erquiza. Lucas del Espíritu Santo. Antonio González. Miguel de Aozaraza. Un francés: Guillermo Courtet. Un italiano: Jordán Ansalone de San Esteban. 

Se da el caso de que todos los dominicos que murieron el Japón durante el breve periodo de 1602-1637, fueron martirizados excepto uno. Fue la desolación causada por la cristiandad del Japón lo que motivó que muchos mártires se ofrecieron voluntarios, a fin de evitar una posible apostasía. Este grupo es variado en etnias, en estados de vida, en situaciones sociales. Hay en él hombres, mujeres, sacerdotes y laicos. Ofrecieron su vida durante la persecución de un shogun que estaba decidido destruir todo vestigio cristiano, durante sus 28 años de mandato fueron sacrificados la mayor parte de los cuatro mil mártires de aquella época de la historia japonesa. En 1639 cerró el Japón a todo influjo comercial de España y Portugal. Sin embargo, su proyectado exterminio del cristianismo no fue total. Quedó un núcleo de cristianos japoneses escondidos en las islas del Sur, que mantuvieron la fe a lo largo de varios siglos hasta la apertura de Japón a Occidente en 1865. Entonces los descendientes de aquellos mártires emergieron como pequeña comunidad cristiana que se había transmitido de padres a hijos.

 

 

 

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