17 DE SEPTIEMBRE
– DOMINGO
– 24 –
SEMANA DE T.O. – A –
San Roberto Belarmino
Lectura del libro del Eclesiástico
(27,33–28,9):
Furor y cólera son odiosos; el pecador
los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus
culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando
lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a
otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide
perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por
sus pecados?
Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en
la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y
no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.
Palabra de Dios
Salmo: 102,1-2.3-4.9-10.11-12
R/. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento
a la ira y rico en clemencia
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.
No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los Romanos (14,7-9):
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y
ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos,
morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto
murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(18,21-35):
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y
preguntó a Jesús:
«Señor, si mi hermano me ofende,
¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los
cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al
empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no
tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus
hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus
pies, le suplicaba diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo
pagaré todo."
El señor tuvo lástima de aquel empleado
y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel
encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo
estrangulaba, diciendo:
"Págame lo que me debes.
" El compañero, arrojándose a sus
pies, le rogaba, diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo
pagaré."
Pero él se negó y fue y lo metió en la
cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido,
quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces
el señor lo llamó y le dijo:
"¡Siervo malvado! Toda aquella
deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión
de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Y el señor, indignado, lo entregó a los
verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre
del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
Palabra del Señor.
Perdonar de corazón.
El domingo pasado, Jesús hablaba a sus
discípulos de la forma de corregirse fraternalmente. Las lecturas de este
domingo hablan del perdón. No a grandes niveles, sino a nivel individual y
personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría de las personas.
Argumentos para perdonar (1ª lectura)
La primera lectura está tomada del libro
del Eclesiástico, que es el único de todo el Antiguo Testamento cuyo autor
conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un hombre culto y estudioso, que
dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la recta relación con Dios y
con el prójimo. En su obra trata infinidad de temas, generalmente de forma
concisa y proverbial, que no se presta a una lectura precipitada. Eso ocurre
con la de hoy a propósito del rencor y el perdón.
El punto de partida es desconcertante. La
persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de
que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del
enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en
muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible
mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas
compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».
Del vengativo se
vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la
ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo
puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene
compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es
carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?
Si lo anterior no basta para superar el
odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias:
1) piensa en el momento de la muerte; ¿te
gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado?
2) recuerda los mandamientos y la alianza
con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle.
[En lenguaje cristiano: piensa en la
enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió
perdonando a los que lo mataban.]
Piensa en tu fin, y
cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.
Recuerda los
mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el
error.
Pedro y Lamec
Lo que dice Ben Sira de forma densa se
puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el
evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni
Lucas).
El relato empieza con una pregunta de
Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un
hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más
personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi
hermano me ofende».
-¿Qué se hace en este caso?
Un patriarca anterior al diluvio, Lamec,
tenía muy clara la respuesta:
«Por un cardenal
mataré a un hombre,
a un joven por una
cicatriz.
Si la venganza de Caín
valía por siete,
la de Lamec valdrá por
setenta y siete» (Génesis 4,23-24).
Pedro sabe que Jesús no es como Lamec.
Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso,
dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar?
¿Hasta siete veces?» Toma como modelo contrario a Caín: si él se vengó siete
veces, yo perdono siete veces.
Jesús le indica que debe tomar como modelo
contrario a Lamec: si él se vengó setenta y siete veces, perdona tú setenta y
siete veces. (La traducción litúrgica, que es la más habitual, dice «setenta
veces siete»; pero el texto griego se puede traducir también por setenta y
siete, como referencia a Lamec). En cualquier hipótesis, el sentido es
claro: no existe límite para el perdón, siempre hay que perdonar.
La parábola
Para justificarlo propone la parábola de
los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la
primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda,
en la calle.
1ª escena (en la corte): el rey y un
deudor.
Y a propósito de esto,
el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus
empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil
talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con
su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado,
arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
"Ten paciencia
conmigo, y te lo pagaré todo."
El señor tuvo lástima
de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Se subraya:
1) La enormidad de la deuda; diez mil
talentos equivaldrían a 60 millones de denarios, equivalente a 60 millones de
jornales.
2) Las duras consecuencias para el deudor,
al que venden con toda su familia y posesiones.
3) Su angustia y búsqueda de
solución: ten paciencia.
4) La bondad del monarca, que, en vez de
esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.
2ª escena (en la calle): el deudor
perdonado se convierte en acreedor
Pero, al salir, el
empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y,
agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:
"Págame lo que me
debes."
El compañero,
arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:
"Ten
paciencia conmigo, y te lo pagaré."
Pero él se negó y fue
y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Esta escena está construida en fuerte
contraste con la anterior.
1) Los protagonistas son dos iguales, no
un monarca y un súbdito.
2) La deuda, cien denarios, es ridícula en
comparación con los 60 millones.
3) Mientras el rey se limita a exigir, el
acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba».
4) Cuando escucha la misma petición de
paciencia que él ha hecho al rey, en vez de perdonar a su compañero lo mete en
la cárcel.
3ª escena (en la corte): los compañeros,
el rey y el primer deudor.
Sus compañeros, al ver
lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo
sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
"¡Siervo
malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú
también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de
ti?"
Y el señor, indignado,
lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará
con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su
hermano.
Dos detalles:
1) La conducta del deudor-acreedor
escandaliza e indigna a sus compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle,
que puede pasar desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona
se niega a perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que
a esa persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura.
2) La frase clave es:
«¿No debías tú también
tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Con esto Jesús no sólo ofrece una
justificación teológica del perdón, sino también el camino que lo facilita. Si
consideramos la ofensa ajena como algo que se produce exclusivamente entre otro
y yo, siempre encontraré motivos para no perdonar. Pero si inserto esa ofensa
en el contexto más amplio de mis relaciones con Dios, de todo lo que le debemos
y Él nos ha perdonado, el perdón del prójimo brota como algo natural y
espontáneo. Si ni siquiera así se produce el perdón, habrá que recordar las
severas palabras finales de la parábola, muy interesantes porque indican
también en qué consiste perdonar setenta y siete veces: en perdonar
de corazón.
La diferencia entre la 1ª lectura y el
evangelio
Ben Sira
enfoca el perdón como un requisito esencial para ser perdonados por Dios. La
parábola del evangelio nos recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que
debe ser el motivo para perdonar a los demás.
San Roberto Belarmino
Obispo y Doctor de la Iglesia (1542-1621)
San Roberto Belarmino,
obispo y doctor de la Iglesia, miembro de la Compañía de Jesús, que intervino
de modo preclaro, con modos sutiles y peculiares, en las disputas teológicas de
su tiempo.
Fue cardenal, y durante algún tiempo
también obispo entregado al ministerio pastoral de la diócesis de Capua, en
Italia, desempeñando finalmente en la Curia romana múltiples actividades en
defensa doctrinal de la fe (1621).
Roberto significa: "el que brilla por su buena fama". (Ro:
buena fama. Bert: brillar).
Belarmino quiere
decir: "guerrero bien armado". (Bel: guerrero. Armin: armado).
Este
santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra
los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de
argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó
al leer uno de ellos: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay
cómo responderle".
San
Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana
del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia
superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria
muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En
las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo
escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó
escrito: "Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de
grandes éxitos para el futuro".
Por
ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello
aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la
vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De
pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de
repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo
y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de
religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni
cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo.
Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios:
él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque
los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el
único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.
Uno
de los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala
salud. En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá
que los superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender
a los débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a
las montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas.
Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya
de joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino
atraía multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la
facilidad de palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes.
Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los
oyentes decían que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras
parecían inspiradas desde lo alto.
Belarmino
era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde
Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego:
"Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente
bien, como habla el padre Roberto".
Era el predicador preferido
por los universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y estudiantes se
apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba a predicar.
Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el Padre Belarmino
el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para lograr verlo y
escucharlo.
Al
principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos,
y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de
pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con
anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa
predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se
sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más
conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido
antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su
modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos
tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a
los oyentes. Y su éxito fue asombroso.
Después
de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más,
fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que
los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que
escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla.
Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55
idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente
superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el
Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de
sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró
ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Se
llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual
cada contenedor va presentando los argumentos que tiene contra el
otro y los argumentos que defienden lo que él dice.
Los
protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie
de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el
Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a
los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó
una clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a sus
alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo
titulado así: "Controversias". En ese libro con admirable sabiduría,
pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo.
Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los
sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los
argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados
que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a
discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo
de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus
famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de
pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación
económica".
Los
protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones,
decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un
equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él
únicamente, de su propio cerebro.
El Santo Padre, el Papa,
lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo siguiente:
"Este es el sacerdote más sabio de la actualidad".
Belarmino
se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía
de Jesús prohíben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le
respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le
mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo,
pero siguió viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido
haciendo cuando era un simple sacerdote.
Al
llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas
lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres,
diciendo: "Las paredes no sufren de frío".
Los
superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual
de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus
dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como
petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que
fue mi discípulo".
En
los últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y
semanas al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer
tan humildemente como si fuera un sencillo novicio.
En
la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la
mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres
tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara
de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco
antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera
entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su
entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente)
y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los
funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que
estaban asistiendo al entierro de un santo.
Murió
el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una
escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo
Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.
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