domingo, 1 de octubre de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 3 DE OCTUBRE – MARTES – 26 – SEMANA DE T.O. – A – San Francisco de Borja

 

 

 



3 DE OCTUBRE – MARTES –

26 – SEMANA DE T.O. – A –

San Francisco de Borja

 

Lectura de la profecía de Zacarías (8,20-23):

 

Así dice el Señor de los Ejércitos:

Todavía vendrán pueblos y habitantes de grandes ciudades, y los de una ciudad irán a otra diciendo:

«Vayamos a implorar al Señor, a consultar al Señor de los Ejércitos.

– Yo también voy contigo.»

Y vendrán pueblos incontables y numerosas naciones a consultar al Señor de los Ejércitos en Jerusalén y a implorar su protección.

Así dice el Señor de los Ejércitos:

Aquel día diez hombres de cada lengua extranjera agarrarán a un judío por la orla del manto, diciendo:

«Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros.»

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 86,1-3.4-5.6-7

 

R/. Dios está con nosotros

 

Él la ha cimentado sobre el monte santo;

y el Señor prefiere las puertas de Sión

a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! R/.

 

«Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles;

filisteos, tirios y etiópes han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno, por uno todos han nacido en ella;

el Altísimo en persona la ha fundado.» R/.

 

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:

«Éste ha nacido allí.»

Y cantarán mientras danzan:

«Todas mis fuentes están en ti.» R/.

 

     Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,51-56):

 

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:

«Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?»

Él se volvió y les regañó y dijo:

«No sabéis de que espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos.»

Y se marcharon a otra aldea.

 

Palabra del Señor

 

1.  Jesús, camino de Jerusalén, sabía perfectamente que iba a morir pronto.

Y que iba a morir de muerte violenta. Jesús vivía con los pies en el suelo y era consciente de cómo acababan los profetas en Israel.

Pues bien, en una situación tan extremadamente peligrosa, fue el propio Jesús el que tomó la decisión de ir a la capital, Jerusalén, donde estaba el Templo, donde residían los sumos sacerdotes, donde, por tanto, el peligro era máximo. Pero donde también, por eso mismo, él tenía que hacer la denuncia suprema de la corrupción de aquellos dirigentes y de aquel sistema religioso, tal como lo tenían organizado los funcionarios del Templo.

 

2.  En este viaje hacia Jerusalén, Jesús tenía que pasar por Samaria. Jesús había mantenido siempre la mejor relación posible con los samaritanos. Así quedó patente en su encuentro con la mujer samaritana (Jn 4), en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37), en la curación de los diez leprosos (Lc 17, 11-19). Y, sin embargo, en la aldea que aquí se menciona no quisieron ni verlo, simplemente porque iba a Jerusalén.

Es evidente que las religiones, demasiadas veces, dividen, enfrentan, alejan a las personas. Aquí se ve de forma patente.

 

3.  Los discípulos de Jesús reaccionaron, ante semejante desprecio, intentando responder con la mayor violencia.  Con violencia "del cielo".

Ellos, sin duda, creían en un cielo violento, en una religión de venganza, de agresión y muerte.

Pero Jesús pensaba -y piensa- de manera radicalmente opuesta a todo lo que sea violencia o venganza.  Jesús no tolera eso.

Para Jesús, es inconcebible cualquier forma de enfrentamiento por motivos religiosos. Una religión que produce violencia sea de la forma que sea, es la "anti-religión". Y, por supuesto, el "anticristianismo". Por esto hay que decir con firmeza que el cristianismo, si quiere ser fiel al Evangelio, tiene que asumir una presencia laica. Es el mensaje del Evangelio, presente en el mundo, para humanizar nuestra convivencia y nuestra vida en general.

 

San Francisco de Borja

 


1510 - 1572

 

En Roma, san Francisco de Borja, presbítero, que, muerta su mujer, con quien había tenido ocho hijos, ingresó en la Compañía de Jesús y, pese a que abdicó de las dignidades del mundo y recusó las de la Iglesia, fue elegido prepósito general, siendo memorable por su austeridad de vida y oración.

 

Vida de San Francisco de Borja

 

San Francisco Borja nació en Gandía (Valencia) el 28 de octubre de 1510, primogénito de Juan de Borja y entró muy joven al servicio de la corte de España, como paje de la hermana de Carlos V, Catalina. A los veinte años el emperador le dio el título de marqués. Se casó a los 19 años y tuvo ocho hijos. A los 29 años, después de la muerte de la emperatriz, que le hizo comprender la caducidad de los bienes terrenos, resolvió “no servir nunca más a un señor que pudiese morir” y se dedicó a una vida más perfecta. Pero el mismo año fue elegido virrey de Cataluña (1539-43), cargo que desempeñó a la altura de las circunstancias, pero sin descuidar la intensa vida espiritual a la que se había dedicado secretamente.

En Barcelona se encontró con San Pedro de Alcántara y con el Beato Pedro Favre de la Compañía de Jesús. Este último encuentro fue decisivo para su vida futura. En 1546, después de la muerte de la esposa Eleonora, hizo la piadosa práctica de los ejercicios espirituales de san Ignacio y el 2 de junio del mismo año emitió los votos de castidad, de obediencia, y el de entrar a la Compañía de Jesús, donde efectivamente ingresó en 1548, y oficialmente en 1550, después de haberse encontrado en Roma a San Ignacio de Loyola y haber renunciado al ducado de Gandía. El 26 de mayo de 1551 celebraba su primera Misa.

Les cerró las puertas a los honores y a los títulos mundanos, pero se le abrieron las de las dignidades eclesiásticas. En efecto, casi inmediatamente Carlos V lo propuso como cardenal, pero Francisco renunció y para que la renuncia fuera inapelable hizo los votos simples de los profesos de la Compañía de Jesús, uno de los cuales prohíbe precisamente la aceptación de cualquier dignidad eclesiástica. A pesar de esto, no pudo evitar las tareas cada vez más importantes que se le confiaban en la Compañía de Jesús, siendo elegido prepósito general en 1566, cargo que ocupó hasta la muerte, acaecida en Roma el 30 de septiembre de 1572.

 

Fue un organizador infatigable (a él se le debe la fundación del primer colegio jesuita en Europa, en su tierra natal de Gandía, y de otros veinte en España), y siempre encontró tiempo para dedicarse a la redacción de tratados de vida espiritual. Se destacó por su gran devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Incluso dos días antes de morir, ya gravemente enfermo, quiso visitar el santuario mariano de Loreto. Fue beatificado en 1624 y canonizado en 1671, uno de los primeros grandes apóstoles de la Compañía de Jesús.

 

 

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