23 DE OCTUBRE
– LUNES
– 29 –
SEMANA DE T.O. – A –
San Juan de Capistrano
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los Romanos (4,20-25):
Ante la
promesa de Dios Abrahán no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe,
dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo
que promete, por lo cual le valió la justificación. Y no sólo por él está
escrito: «Le valió», sino también por nosotros, a quienes nos valdrá si creemos
en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, que fue
entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.
Palabra de Dios
Salmo: Lc 1,69-70.71-72.73-75
R/. Bendito sea el Señor, Dios
de Israel, porque ha visitado a su pueblo
Nos ha
suscitado una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas. R/.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. R/.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(12,13-21):
En aquel
tiempo, dijo uno del público a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia.»
Él le contestó:
«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o
árbitro entre vosotros?»
Y dijo a la gente:
«Mirad: guardaos de toda clase de
codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»
Y les propuso una parábola:
«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y
empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la
cosecha."
Y se dijo: "Haré lo siguiente:
derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo
el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre,
tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena
vida."
Pero Dios le dijo: "Necio, esta
noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?"
Así será el que amasa riquezas para sí y
no es rico ante Dios.»
Palabra del Señor
1. Lo más patente, que hay en este evangelio, es que cuando el interés por el dinero se interpone entre las personas, aunque se trate de hermanos, e incluso cuando lo que está en juego es el derecho a una herencia, el dinero divide a los humanos, rompe las relaciones de hermandad y la cosa termina de manera que el amor es sustituido por la codicia.
Ahora bien, cuando el deseo central de
la vida es el dinero, y cuando la satisfacción que da felicidad y seguridad es
el dinero, eso es, en definitiva, a juicio de Dios, un "demente' un
"necio" (aphrón) (Lc 12, 20). Un término que, tomado del A. T. (a
través de los LXX) indica al sujeto que, no solo procede sin razón ni lógica,
sino, además al margen de Dios, o sea, fuera del orden moral y de los valores
éticos fundamentales.
2. La enseñanza del Evangelio es clara y fuerte: cuando lo que manda en la vida es el interés por el dinero, eso se convierte en una fuerza que destruye las relaciones humanas y rompe cualquier sistema de valores éticos, que puedan hacer razonable la convivencia. Y sabemos de sobra hasta qué extremos llega esto en algunas familias, que, por herencias y caprichos, se rompen para siempre.
Sin contar -como expresamente indica el
Evangelio- que una persona que se porta así no tiene en cuenta algo tan
elemental como es el hecho evidente de que, en cualquier momento, se nos acaba
la vida. Y entonces, ¿para qué sirve el capital y todos los servicios,
seguridades y privilegios que lleva consigo el capital?
3. Este mundo,
globalizado y súperdesarrollado, está metido de lleno en la crisis más profunda
de los últimos siglos. Porque no es ya solo, ni principalmente, una crisis
económica. Es también una crisis política sin precedentes. Y una crisis ética,
jurídica y de valores, que, en última instancia, es una crisis cultural cuya
hondura no podemos valorar, ni medir.
- ¿A dónde nos lleva todo
esto?
- ¿En qué y cómo vamos a
terminar?
Estamos pasando de la cultura de lo escrito a la cultura de lo informático y virtual. Es más, nos estamos desplazando de la cultura dominada por el "poder de la opresión" a la cultura en la que se impone el "poder de la seducción" (Byung.Chul Han).
¿No es este el momento de afirmar nuestra
fe, nuestra estabilidad y nuestro futuro en la realidad última y definitiva,
que nos trasciende, y que es la única que nos puede dar la consistencia y la
confianza mutua que hemos perdido?
Año 1456
Nació en Capistrano, en la región de los
Abruzos, en el año 1386. Estudió derecho en Perusa y ejerció por un tiempo el
cargo de juez. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores y, ordenado
sacerdote, ejerció incansablemente el apostolado por toda Europa, trabajando en
la reforma de costumbres y en la lucha contra las herejías. Murió en Ilok
(Austria) en el año 1456. l
Gran apóstol: alcánzanos de Dios entusiasmo y
valor para defender siempre nuestra amada religión católica.
Orad y trabajad por la nación donde estáis
viviendo, porque su bien será vuestro bien (S. Biblia. Jeremías 29).
Misiones de California Es este uno de
los predicadores más famosos que ha tenido la Iglesia Católica.
Nació en un pueblecito llamado Capistrano, en
la región montañosa de Italia, en 1386. Fue un estudiante sumamente consagrado
a sus deberes y llegó a ser abogado y juez, y gobernador de Perugia. Pero en
una guerra contra otra ciudad cayó prisionero, y en la cárcel se puso a meditar
y se dio cuenta de que, en vez de dedicarse a conseguir dinero, honores y
dignidades en el mundo, era mejor dedicarse a conseguir la santidad y la
salvación en una comunidad de religiosos, y entró de franciscano.
Como era muy vanidoso y le gustaba mucho
aparecer, dispuso vencer su orgullo recorriendo la ciudad cabalgando en un
pobre burro, pero montado al revés, mirando hacia atrás, y con un sombrero de
papel en el cual había escrito en grandes letras: "Soy un miserable
pecador". La gente le silbó y le lanzaron piedras y basura. Así llegó hasta
el convento de los franciscanos a pedir que lo recibieran de religioso.
El Padre maestro de novicios dispuso ponerle
pruebas muy duras para ver si en verdad este hombre de 30 años era capaz de ser
religioso humilde y sacrificado. Lo humillaba sin compasión y lo dedicaba a los
oficios más cansones y humildes, pero Juan en vez de disgustarse le conservó
una profunda gratitud por toda su vida, pues le supo formar un verdadero
carácter, y lo preparó para enfrentarse valientemente a las dificultades de la
vida. Él recordaba muy bien aquellas palabras de Jesús: "Si el grano de
trigo no cae en tierra y no muere, se queda sin producir fruto, pero si muere
producirá mucho fruto"(Jn. 12,24).
A los 33 años fue ordenado de sacerdote
y luego, durante 40 años recorrió toda Europa predicando con enormes éxitos
espirituales. Tuvo por maestro de predicación y por guía espiritual al gran San
Bernardino de Siena, y formando grupos de seis y ocho religiosos se
distribuyeron primero por toda Italia, y después por los demás países de Europa
predicando la conversión y la penitencia.
Juan tenía que predicar en los campos y en
las plazas porque el gentío tan enorme no cabía en las iglesias.
Su presencia de predicador era impresionante.
Flaco, pálido, penitente, con voz sonora y penetrante; un semblante luminoso, y
unos ojos brillantes que parecían traspasar el alma, conmovía hasta a los más
indiferentes. La gente lo llamaba "El padre piadoso", "el santo
predicador". Vibraba en la predicación de las verdades eternas. La gente
al verlo y oírlo recordaba la figura austera de San Juan Bautista predicando
conversión en las orillas del río Jordán. Y les repetía las palabras del
Bautista: "Raza de víboras: tienen que producir frutos de conversión.
Porque ya está el hacha de la justicia divina junto a la vida de cada uno, y
árbol que no produce frutos de obras buenas será cortado y echado al
fuego" (Lc. 3,7).
Muchos pedían a gritos la confesión,
prometiendo cambiar de vida y estallaban en llanto de arrepentimiento. Las
gentes traían sus objetos de superstición y los libros de brujería y otros
juegos y los quemaban en públicas hogueras en la mitad de las plazas.
Muchos jóvenes al oírlo predicar se proponían
irse de religiosos. En Alemania consiguió 120 jóvenes para las comunidades
religiosas y en Polonia 130.
Sus sermones eran de dos y tres horas, pero a
los oyentes se les pasaba el tiempo sin darse cuenta. Atacaba sin miedo a los
vicios y malas costumbres, y muchísimos, después de escucharle, dejaban sus
malas amistades y las borracheras.
Después de predicar se iba a visitar
enfermos, y con sus oraciones y su bendición sacerdotal obtenía innumerables
curaciones.
Juan convertía pecadores no sólo por su
predicación tan elocuente y fuerte, sino por su gran espíritu de penitencia.
Dormía pocas horas cada noche. Vestía siempre trajes sumamente pobres. Comía
muy poco, y siempre alimentos burdos y nunca comidas finas ni especiales. Una
artritis muy dolorosa lo hacía cojear y dolores muy fuertes de estómago lo
hacían retorcerse, pero su rostro era siempre alegre y jovial. En su cuerpo era
débil, pero en su espíritu era un gigante.
Después de muerto reunieron los apuntes de
los estudios que hizo para preparar sus sermones y suman 17 gruesos volúmenes.
La Comunidad Franciscana lo eligió por dos veces
como Vicario Genera, y aprovechó este altísimo cargo para tratar de reformar la
vida religiosa de los franciscanos, llegando a conseguir que en toda Europa
esta Orden religiosa llegara a un gran fervor.
Muchos se le oponían a sus ideas de reformar
y de volver más fervorosos a los religiosos. Y lo que más lo hacía sufrir era
que la oposición venía de sus mismos colegas en el apostolado. Se cumplía en él
lo que dice el Salmo: "Aquél que comía conmigo el pan en la misma mesa se
ha declarado en contra de mí". Pero esas incomprensiones le sirvieron para
no dedicarse a buscar las alabanzas de las gentes, sino las felicitaciones de
Dios. Él repetía la frase de San Pablo: "Si lo que busco es agradar a la
gente, ya no seré siervo de Cristo".
Juan tenía unas dotes nada comunes para la
diplomacia. Era sabio, era prudente, y medía muy bien sus juicios y sus
palabras. Había sido juez y gobernador y sabía tratar muy bien a las personas.
Por eso cuatro Pontífices (Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III) lo emplearon
como embajador en muchas y muy delicadas misiones diplomáticas y con muy buenos
resultados. Tres veces le ofrecieron los Sumos Pontífices nombrarlo obispo de
importantes ciudades, pero prefirió seguir siendo humilde predicador, pobre y
sin títulos honoríficos.
40 años llevaba Juan predicando de ciudad
en ciudad y de nación en nación, con enormes frutos espirituales, cuando a la
edad de 70 años lo llamó Dios a que le colaborara en la liberación de sus
católicos en Hungría. Y fue de la siguiente manera.
En 1453 los turcos musulmanes se habían
apoderado de Constantinopla, y se propusieron invadir a Europa para acabar con
el cristianismo. Y se dirigieron a Hungría.
Las noticias que llegaban de Serbia, nación
invadida por los turcos, eran impresionantes. Crueldades salvajes contra los
que no quisieran renegar de la fe en Cristo, y destrucción de todo lo que fuera
cristiano católico.
Entonces Juan se fue a Hungría y recorrió
toda la nación predicando al pueblo, incitándolo a salir entusiasta en defensa
de su santa religión. Las multitudes respondieron a su llamado, y pronto se
formó un buen ejército de creyentes.
Los musulmanes llegaron cerca de Belgrado con
200 cañones, una gran flota de barcos de guerra por el río Danubio, y 50,000
terribles jenízaros de a caballo, armados hasta los dientes. Los jefes
católicos pensaron en retirarse porque eran muy inferiores en número. Pero fue
aquí cuando intervino Juan de Capistrano.
El gran misionero salvó a la ciudad de
Bucarest de tres modos. El primero, convenciendo al jefe católico Hunyades a
que atacara la flota turca que era mucho más numerosa. Atacaron y salieron
vencedores los católicos. El segundo, fue cuando ya los católicos estaban
dispuestos a abandonar la fortaleza de la ciudad y salir huyendo. Entonces Juan
se dedicó a animarlos, llevando en sus manos una bandera con una cruz y
gritando sin cesar: Jesús, Jesús, Jesús. Los combatientes cristianos se
llenaron de valor y resistieron heroicamente. Y el tercer modo, fue cuando ya
Hunyades y sus generales estaban dispuestos a abandonar la ciudad, juzgando la
situación insostenible, ante la tremenda desproporción entre las fuerzas
católicas y las enemigas, Juan recorrió todos los batallones gritando
entusiasmado: "Creyentes valientes, todos a defender nuestra santa religión".
Entonces los católicos dieron el asalto final y derrotaron totalmente a los
enemigos que tuvieron que abandonar aquella región.
Jamás empleó armas materiales. Sus armas eran
la oración, la penitencia y la fuerza irresistible de su predicación.
Las gentes decían que aquellos cuarteles de
guerreros más parecían casas de religiosos que campamentos militares, porque
allí se rezaba y se vivía una vida llena de virtudes. Todos los capellanes
celebraban cada día la santa misa y predicaban. Muchísimos soldados se
confesaban y comulgaban. Y los militares repetían en sus batallones:
"Tenemos un capellán santo. Hay que portarse de manera digna de este gran
sacerdote que nos dirige. Si nos portamos mal no vamos a conseguir victorias
sino derrotas". Y los oficiales afirmaban: "Este padrecito tiene más
autoridad sobre nuestros soldados, que el mismo jefe de la nación".
Mientras los católicos luchaban con las armas
en Hungría, el Sumo Pontífice hacía rezar en todo el mundo el Angelus (o tres
Avemarías diarias) por los guerreros católicos y la Stma. Virgen consiguió de
su Hijo una gran victoria. Con razón en Budapest le levantaron una gran estatua
a San Juan de Capistrano, porque salvó la ciudad de caer en manos de los más
crueles enemigos de nuestra santa religión.
Y sucedió que la cantidad de muertos en
aquella descomunal batalla fue tan grande, que los cadáveres dispersados por
los campos llenaron el aire de putrefacción y se desató una furiosa epidemia de
tifo. San Juan de Capistrano había ofrecido a Dios su vida con tal de conseguir
la victoria contra los enemigos del catolicismo, y Dios le aceptó su oferta. El
santo se contagió de tifo, y como estaba tan débil a causa de tantos trabajos y
de tantas penitencias, murió el 23 de octubre de 1456.
https://www.ewtn.com/spanish/saints/Juan_Capistrano.htm
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