21 DE OCTUBRE
– SÁBADO
– 28 –
SEMANA DE T.O. – A –
SAN HILARION DE GAZA,
abad
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los Romanos (4,13.16-18):
No fue la
observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo
para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Por eso, como
todo depende de la fe, todo es gracia; así la promesa está asegurada para toda
la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la
que nace de la e de Abrahán, que es padre de todos nosotros.
Así, dice la Escritura:
«Te hago padre de muchos pueblos.»
Al encontrarse con el Dios que da vida a
los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó.
Apoyado en la esperanza, creyó, contra
toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le
había dicho:
«Así será tu descendencia.»
Palabra de Dios
Salmo: 104,6-7.8-9.42-43
R/. El Señor se acuerda de su
alianza eternamente
¡Estirpe de
Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de
su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Porque se
acordaba de la palabra sagrada
qué había dado a su siervo Abrahán,
sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (12,8-12):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si uno se pone de mi parte ante los
hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de
Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles
de Dios.
Al que hable contra el Hijo del hombre
se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le
perdonará.
Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante
los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o
de cómo os vais a defender.
Porque el Espíritu Santo os enseñará en
aquel momento lo que tenéis que decir.»
Palabra del Señor
1. Lo más lógico es pensar
que este texto nos presenta una situación claramente polémica, de duro
enfrentamiento, que seguramente era vivido por la comunidad cristiana para la
que escribe Lucas su evangelio. Pero debemos tener la libertad y la audacia de
aplicar el Evangelio a lo que estamos viendo y viviendo en la actualidad.
En la Iglesia se cometen abusos contra menores,
mujeres, personas pobres o ignorantes, trabajadores a los que no les pagan sus
derechos laborales.
Cuando los "pecados" llegan a
ser "delitos",
- ¿por qué se despacha el asunto en el confesionario y no se lleva al
juzgado?
- ¿Creemos o no creemos en el Evangelio?
- ¿Es más digna la "imagen de la Iglesia" que el derecho de
las "víctimas"?
Quien comete un delito grave,
- ¿por qué lo oculta?
2. La situación se presenta como dramática disyuntiva: hay que tomar partido en la vida. O ponerse de parte de Jesús o renegar de haberle conocido y tener algún tipo de relación con él.
Jesús no admite medias tintas. Jesús fue conflictivo durante su vida en este mundo. Y la relación con él sigue siendo conflictiva. Porque nos enfrenta, a cuantos tenemos la pretensión de ser discípulos suyos y seguirle, a decisiones como estas.
O estás siempre a favor de los pobres o
estás claramente en contra de ellos.
O te pones de parte de los que están
abajo; o prefieres colocarte con los que están arriba.
O estás de acuerdo con que las cosas
sigan como están; o decides emplear tu vida y tus posibilidades para que esta
miseria de mundo, que mata cada día de hambre, se acabe de una vez.
3. Hay quienes se rompen la cabeza pensando si hay un pecado contra el Espíritu Santo que no tiene perdón.
En cualquier caso, lo que no tiene
perdón es ver a tanta gente sufrir y quedarse con los brazos cruzados.
Todos podemos hacer algo. Todos tenemos
que hacerlo. Hasta que nos veamos ante tribunales, ya sea en
"sinagogas" (tribunales eclesiásticos), ya sea ante "magistrados
y autoridades" (tribunales civiles). Y no hay que preocuparse.
Lo que nos tiene que preocupar es que a
casi nadie nos lleven a los tribunales, no por asuntos personales, sino por
declararse a favor de los que nadie quiere ver.
SAN HILARION DE GAZA, abad
(~291 – †372)
Hilarión nació en torno al año 291, en
una aldea llamada Tavata, al sur de Gaza, en Palestina. Sus padres eran paganos
(idólatras) y ricos. Hilarión estudió en Alejandría
y se convirtió al cristianismo. Gracias a s. Antonio Abad, aprendió a amar la
soledad contemplativa, la oración y la penitencia.
Se retiró como ermitaño a Maiumma donde fundó varios monasterios e hizo conversiones;
murió en Pafos en 372.
El joven estudia en Alejandría. Allí, en
medio de un mundo pagano blando, del lujo de los palacios, del bullicio y las
pasiones del circo y del teatro, conoce a los cristianos de la comunidad
fundada por San Marcos y abraza la fe, siendo bautizado a los quince años.
Por entonces oye hablar de Antonio, elogiado
por todo el pueblo de Egipto. Lo busca en el delta del Nilo, en la Arcadia.
Permanece con él dos meses observando el modo de vida del santo ermitaño.
Hilarión se siente llamado a imitarle en la vida de oración, cabalgando con la
soledad y la penitencia por amor a Jesucristo.
Disgustado por el bullicio que producía la
gran cantidad de peregrinos, enfermos y posesos que acudían a la celda de
Antonio, volvió a su patria a servir a Dios en la soledad total. Consideraba
que él debía comenzar su camino, igual que hizo Antonio.
Como sus padres murieron durante su ausencia,
Hilarión dio una parte de sus bienes a sus hermanos y el resto a los pobres,
sin reservar nada para sí mismo (pues tenía presente el ejemplo de Ananías y
Safira, Hech. 5, según dice san Jerónimo).
En
el desierto de Majuma
A tan corta edad se retiró al desierto,
a diez kilómetros de Majuma, en dirección a Egipto, y se estableció en las
dunas, entre la orilla del mar y un pantano.
Era un joven muy delicado a quien afectaban
los menores excesos de frío y de calor. A pesar de ello, vestía simplemente una
camisa de pelo, una túnica de cuero que san Antonio le había regalado y un
corto manto de tela ordinaria. No cambió de túnica sino hasta que la que
llevaba empezó a caerse en pedazos, y jamás lavó su camisa, puesto que opinaba:
«Es una ociosidad lavar una camisa de pelo».
Llevó una pobreza extrema, oración profunda,
gran penitencia, ayunos, consejos y servicio a los necesitados.
Tentaciones
y ascesis
Durante muchos años, Hilarión no comió más
que quince higos por día y nunca, antes de la caída del sol. Cuando se sentía
tentado por la lujuria, solía decir a su cuerpo: «¡Voy a impedir que des coces,
asno infame!» y reducía su ración a la mitad. Como los monjes de Egipto,
trabajaba en el tejido de cestos y en la labranza, con lo cual ganaba lo
necesario para vivir.
En los primeros años, habitaba en una covacha
de ramas que él mismo había entretejido. Más tarde, se construyó una celda, que
existía todavía en tiempo de san Jerónimo: tenía un poco más de un metro de
ancho, un metro y medio de alto y apenas era un poco más larga que su cuerpo,
de suerte que más parecía una tumba que una habitación.
Al comprobar que los higos eran un alimento
insuficiente, Hilarión se decidió a comer algunas verduras y un poco de pan y
aceite. Sin embargo, no disminuyó sus austeridades ni con la edad.
Dios permitió que su siervo sufriese
dolorosas pruebas. En ciertos períodos, vivía el santo en una terrible
oscuridad de espíritu, con gran sequedad y angustia interior; pero cuanto más
sordo parecía el cielo a sus súplicas, tanto más se aferraba Hilarión a la
oración. San Jerónimo hace notar que, aunque el santo ermitaño vivió tantos
años en Palestina, sólo una vez fue a visitar los Santos Lugares y no
permaneció más que un día en Jerusalén. Fue a la Ciudad Santa para no dar la
impresión de que despreciaba lo que la Iglesia honraba; pero no lo hizo más que
una vez, porque estaba persuadido de que en todas partes se podía adorar a Dios
en espíritu y en verdad.
Primeros
milagros
Veinte años después de su llegada al
desierto, Hilarión obró el primer milagro: Cierta mujer casada, de la ciudad de
Eleuterópolis (Bait Jibrín, en las cercanías de Hebrón), consiguió que el santo
le prometiese orar para que Dios la librase de la esterilidad; menos de un año
después, la mujer tuvo un hijo.
Entre otros milagros, se cuenta que Hilarión
ayudó a un domador de caballos de Majuma, llamado Itálico, a ganar una carrera
al emir de Gaza. Itálico, creyendo que su adversario se valía de sortilegios
para impedir que sus caballos ganasen, acudió a Hilarión en demanda de auxilio.
El santo le bendijo y le aconsejó que rociase de agua bendita las ruedas de sus
carros. Los caballos de Itálico dejaron muy atrás a los de su adversario y el
pueblo proclamó que Cristo había vencido al dios del emir.
Siguiendo el ejemplo de Hilarión, otros
ermitaños empezaron a establecerse en Palestina. El santo solía ir a visitarlos
poco antes de la época de la cosecha. En una de esas visitas, vio a los paganos
de Elusa (al sur de Barsaba) reunidos para adorar a sus ídolos y oró a Dios con
muchas lágrimas por ellos. Como Hilarión había curado a muchos de los paganos
que ahí estaban, se acercaron a pedirle su bendición. El santo los acogió con
gran bondad y los exhortó a adorar al verdadero Dios en vez de sus ídolos de
piedra. Sus palabras produjeron tal efecto, que los paganos no le dejaron
partir sino hasta que proyectó la construcción de una iglesia. El propio
sacerdote de los paganos, que estaba revestido para oficiar, se hizo
catecúmeno.
Nostalgia
del pasado. Muerte de San Antonio
El año 356, tuvo una revelación sobre la
muerte de san Antonio. Para entonces Hilarión tenía ya unos sesenta y cinco
años y estaba muy afligido por la cantidad de personas, particularmente de
mujeres, que acudían a pedirle consejo.
Lloraba todos los días y recordaba con
increíble nostalgia su anterior estilo de vida. El cuidado de sus discípulos le
dejaba apenas reposo. Cuando los hermanos le preguntaron qué le sucedía, y por
qué estaba tan abatido, les respondió:
«He retornado al mundo y ya
he recibido mi recompensa en vida. Los hombres de Palestina y de las provincias
vecinas me consideran una persona importante, y, con el pretexto de proveer a
las necesidades de los hermanos y de las celdas poseo utensilios
despreciables».
Los hermanos lo cuidaban, especialmente su
discípulo Hesiquio, que con admirable amor se había entregado a la veneración
del anciano.
Hilarión
huye a Egipto
Pero él no pensaba sino en la soledad, al
punto de que un día decidió partir de Palestina. Cuando esto se supo, como si
se hubiera anunciado en Palestina una calamidad o luto público, se congregaron
más de diez mil hombres de diversa edad y sexo para retenerlo. Él
permanecía inflexible ante las súplicas, y removiendo la arena con su báculo
les dijo: «No puedo hacer mentir a mi Señor. No puedo ver las iglesias
destruidas, los altares de Cristo pisoteados, la sangre de mis hijos». Todos
los presentes comprendieron que se le había revelado un secreto que no quería
manifestar. Con todo lo vigilaban para que no partiera. El santo dijo a la
multitud que no comería ni bebería hasta que le dejasen partir y así lo hizo
durante siete días.
Entonces lo dejaron libre y escogió a unos
cuarenta monjes capaces de caminar sin probar bocado hasta el atardecer y cruzó
con ellos Egipto hasta llegar a la montaña de san Antonio, cerca del Mar Rojo.
Allí encontraron a dos discípulos del gran eremita, Isaac y Peluso; Isaac había
sido el intérprete de Antonio. Hilarión recorrió con ellos el sitio palmo a
palmo. Los discípulos de san Antonio le decían: «Allí solía cantar. Allí solía
orar. Ése era el lugar en que trabajaba y aquél el sitio a donde se retiraba a
descansar. Él plantó esas viñas y estos arbustos. Él labró personalmente
aquella parcela. Él excavó este estanque para regar su huerto. Ése es el azadón
que usó durante muchos años».
En la cumbre de la montaña, a la que se subía
por una vereda abrupta y serpenteante, visitaron las dos celdas a las que solía
retirarse para huir del pueblo y de sus propios discípulos; allí mismo se
hallaba el huerto que por el poder del santo habían respetado los caballos
salvajes. Hilarión pidió entonces a los discípulos de san Antonio que le
mostrasen el sitio en que estaba sepultado, pero no sabemos con certeza si se
lo mostraron o no, pues san Antonio les había ordenado que no indicasen a nadie
dónde estaba su sepultura para evitar que un personaje muy rico de los
alrededores se llevase sus restos y construyese una iglesia para ellos.
Hilarión
obtiene la lluvia
Hilarión volvió a Afroditón (Atfiah), donde
se retiró a un desierto de los alrededores, reteniendo consigo sólo a dos
hermanos, y se consagró con más fervor que nunca a la abstinencia y el
silencio, tanto, que recién allí, según decía, había comenzado a servir a
Cristo.
Desde hacía tres años, es decir, desde la
muerte de san Antonio, no había llovido en la región. El pueblo acudió a
implorar las oraciones de Hilarión, a quien consideraba como el sucesor de san
Antonio. El santo levantó los ojos y las manos al cielo, e inmediatamente se
desató una lluvia copiosa. Muchos labradores y pastores se curaron de las
mordeduras de las serpientes al ungirse con el aceite bendecido por Hilarión.
Éste, viendo que su popularidad comenzaba
nuevamente a crecer, pasó un año entero en un oasis al occidente del desierto;
finalmente, como no lograse vivir oculto en Egipto, decidió partir con un
compañero a Sicilia.
Desembarcaron en Pessaro y se establecieron
en un sitio poco frecuentado, a treinta kilómetros del mar. Hilarión recogía
diariamente una carga de leña y su compañero, Zananas, la vendía en la aldea
más próxima, y con el dinero compraba un poco de pan.
Hesiquio
se rencuentra con Hilarión
Hesiquio, discípulo de Hilarión, buscó
a su maestro por el Oriente y por Grecia. En Modón del Peloponeso un
comerciante judío le dijo que había llegado a Sicilia un profeta que obraba
muchos milagros. Hesiquio se dirigió entonces a Pessaro. Todo el mundo conocía
ahí al profeta, quien era famoso no sólo por sus milagros sino también por su
desinterés, ya que jamás aceptaba ningún regalo.
Aquel santo hombre Hesiquio se arrojó a las
rodillas de su maestro y le bañó los pies con sus lágrimas, hasta que
finalmente éste lo levantó.
Hilarión dijo a Hesiquio que quería retirarse
a un sitio en el que las gentes no entendiesen su lengua y éste le condujo
entonces a Epidauro, en la Dalmacia (Ragusa). Pero los milagros que obraba
Hilarión no le permitieron vivir ignorado.
San Jerónimo refiere que había allí una
serpiente enorme (boa), que devoraba a los hombres y al ganado. Hilarión
ordenó a la serpiente que subiese sobre un montón de leña a la que prendió
fuego.
San Jerónimo cuenta también que, a
consecuencia de un terremoto, el mar amenazaba con tragarse la tierra. Entonces
los habitantes, muy alarmados, condujeron a Hilarión a la playa, como si con su
sola presencia quisiesen levantar una muralla contra los embates del mar. El
santo trazó tres cruces sobre la arena y tendió los brazos hacia las olas
enfurecidas que inmediatamente se detuvieron de golpe y se atropellaron hasta
formar una montaña de agua para retirarse después mar adentro.
Hilarión sufría mucho al ver que, aunque no
entendía la lengua de los habitantes, sus milagros hablaban por él. Sin saber
dónde ocultarse de las miradas del mundo, huyó una noche a Chipre, en una
pequeña nave, y se estableció a tres kilómetros de Pafos.
Como los habitantes le identificasen al poco
tiempo, el santo se retiró veinte kilómetros tierra adentro, a un sitio casi
inaccesible y muy agradable donde, por fin, pudo vivir en paz.
Últimos
deseos
Cuando tenía ochenta años, estando ausente
Hesiquio, le escribió de su propia mano una breve carta a modo de testamento,
dejándole todas sus riquezas, a saber, el Evangelio, la túnica de saco, la
cogulla y su pobre manto. El hermano que le servía había muerto hacia poco
tiempo.
Muchos hombres piadosos vinieron de Pafos
para ver a Hilarión, que estaba enfermo, especialmente porque habían oído decir
que afirmaba que pronto iría al Señor y sería liberado de las cadenas del
cuerpo. Vino también Constanza, una santa mujer a cuyo yerno e hija había
librado de la muerte con la unción del óleo.
Uno de los que le visitaron en su última
enfermedad fue el obispo de Salamis, Epifanio, quien más tarde narró por
escrito su vida a San Jerónimo.
Hilarión conjuró a todos a que no conservaran
su cuerpo ni un momento después de su muerte, sino que enseguida lo cubrieran
con tierra en ese mismo prado, tal como estaba vestido, con la túnica de piel,
la cogulla y el tosco manto
Muerte
de Hilarión
Ya se iba enfriando el calor de su pecho y no
quedaba nada en él excepto la lucidez del alma. Con los ojos abiertos decía:
«Sal, ¿qué temes? Sal, alma mía, ¿por qué dudas? Durante casi setenta años has
servido a Cristo y ¿temes la muerte?» Con estas palabras exhaló el último
suspiro. De inmediato lo cubrieron con tierra y así, en la ciudad, fue
anunciada antes su sepultura que su muerte.
Traslado
a Palestina
Poco después, al enterarse Hesiquio, que
estaba en Palestina, partió para Chipre. Fingió querer permanecer en ese mismo
jardín para alejar toda sospecha de los habitantes del lugar, que montaban
guardia cuidadosamente. Y así, después de diez meses, con gran peligro para su
vida, consiguió robar el cadáver de Hilarión.
Lo llevó a Majuma acompañado por todos los
monjes y las multitudes que venían de las ciudades, y lo sepultó en su antigua
celda. Tenía la túnica, la cogulla y el manto intactos, y todo el cuerpo, como
si aún estuviera vivo, exhalaba tan fragante perfume que se podía creer que
había sido bañado con ungüentos.
El
culto del santo
Al llegar al final de este libro considero
que no puedo callar la devoción de Constanza, aquella santísima mujer: apenas
llegó la noticia de que el cuerpo de Hilarión estaba en Palestina murió
repentinamente, atestiguando también con su muerte su verdadero amor por el
siervo de Dios. Tenía la costumbre de pasar la noche velando en su sepulcro y,
como si estuviese allí presente, hablaba con él para que la ayudara con su
intercesión.
Aún hoy se puede ver qué gran contienda
existe entre los palestinos y los chipriotas, unos porque tienen el cuerpo de
Hilarión, los otros su espíritu. Con todo, en ambos lugares acontecen
diariamente grandes milagros, pero sobre todo en el huerto de Chipre, tal vez
porque él amó más ese lugar.
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