17 DE OCTUBRE
– MARTES
– 28 –
SEMANA DE T.O. – A –
San Ignacio de
Antioquía
Lectura de la carta
del apóstol san Pablo a los Romanos (1,16-25):
Yo no me
avergüenzo del Evangelio; es fuerza de salvación de Dios para todo el que cree,
primero para el judío, pero también para el griego. Porque en él se revela la
justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la
Escritura:
«El justo vivirá por
su fe.»
Desde el cielo Dios
revela su reprobación de toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen
la verdad prisionera de la injusticia. Porque, lo que puede conocerse de Dios
lo tienen a la vista; Dios mismo se lo ha puesto delante.
Desde la creación
del mundo, sus perfecciones invisibles, su poder eterno y su divinidad, son
visibles para la mente que penetra en sus obras. Realmente no tienen disculpa,
porque, conociendo a Dios, no le han dado la gloria y las gracias que Dios se
merecía, al contrario, su razonar acabó en vaciedades, y su mente insensata se
sumergió en tinieblas.
Alardeando de
sabios, resultaron unos necios que cambiaron la gloria del Dios inmortal por
imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles. Por esa razón,
abandonándolos a los deseos de su corazón, los ha entregado Dios a la
inmoralidad, con la que degradan ellos mismos sus propios cuerpos; por haber
cambiado al Dios verdadero por uno falso, adorando y dando culto a la criatura
en vez de al Creador.
¡Bendito él por siempre! Amén.
Palabra de Dios
Salmo:18,2-3.4-5
R/. El cielo proclama la gloria de
Dio
El cielo
proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R/.
Sin que
hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,37-41):
En aquel
tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa.
Él entró y se puso a la mesa.
Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de
comer, el Señor le dijo:
«Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras
por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no
hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio
todo.»
Palabra del Señor
1. Estas
invectivas de Jesús contra los fariseos son paralelas a las que recoge Mt 23,
pero ordenadas de forma distinta. Aquí, por tanto, se plantean las mismas
preguntas que en el capítulo 23 de Mt. Sea cual sea la respuesta que se dé a
esas cuestiones de tipo histórico y de redacción, lo que interesa es el mensaje
religioso que, en este y en los textos siguientes, nos presenta el Evangelio.
2. Lo
primero que está claro, en este relato, es que Jesús no observaba los rituales
religiosos de purificación que tan celosamente observaban los fariseos.
Se sabe que
Jesús no estaba de acuerdo en bastantes cosas con lo que hacían y decían los
fariseos. Pero eso no le impide ir a casa de uno de ellos y sentarse a la mesa
con él.
Al fariseo,
lo que le interesa es la observancia de los rituales
religiosos. A Jesús, lo único que le interesa es la comensalía
("simposio", que se denominaba en las culturas antiguas) la mesa
compartida, que es símbolo universal de la vida compartida.
Jesús salta
por encima de todas las diferencias ideológicas y éticas. Sobre todo, Jesús se
desentendió de los ritos que imponía la religión y buscó, ante todo, lo que
puede unir a las personas.
3. Jesús
desplazó el centro de la religión. Para Jesús, ese centro no estaba en los
ritos y normas, sino en una forma de vida en la que lo importante es, no lo
exterior, la apariencia, es decir, la imagen externa, lo que ve la gente.
Lo
importante, para Jesús, el ser. Y, más que el "ser", lo decisivo en
el Evangelio es el "acontecer": las "obras" que el ser
humano realiza. O los "frutos" que produce su vida.
San Ignacio de Antioquía
Ignacio fue el segundo sucesor de Pedro
en el gobierno de la Iglesia de Antioquía. Condenado a morir devorado por las
fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona de su glorioso martirio
en el año 107, en tiempos del emperador Trajano.
En su viaje a Roma, escribió siete cartas dirigidas a varias Iglesias, en
las que trata sabia y eruditamente de Cristo, de la constitución de la Iglesia
y de la vida cristiana. Ya en el siglo IV, se celebraba en Antioquía su memoria
el mismo día de hoy.
Fue el tercer obispo de Antioquía, lugar donde se empezó a conocer a los
seguidores de Cristo como cristianos. Ignacio fue el primero en llamar a la
Iglesia católica. Fue condenado a morir devorado por los leones. Oraba
intensamente para que los leones le destrozaran por amor a Dios. Durante el
viaje al martirio escribió siete cartas a las Iglesias de Asia Menor
Poco se sabe de la vida familiar de Ignacio de Antioquía. Casi todo lo que
hoy se sabe de él proviene de las siete cartas que él mismo escribió mientras
era llevado al martirio.
Se dice que él fue el niño al que Jesucristo llamó para invitar a sus
apóstoles a hacerse como niños: «Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos
y dijo: Os aseguro que, si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de
los Cielos».
Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, situada en Siria. La ciudad era
una de las más importantes de toda la cristiandad. Fue allí donde se empezó a
llamar cristianos a los discípulos de Cristo. Fue allí también donde Ignacio se
refirió a la Iglesia como católica, es decir, universal. Antioquía, en orden de
importancia, se situaba solo detrás de Roma y Alejandría. Era una ciudad con
gran número de cristianos.
Antioquia era gobernada bajo las órdenes del emperador Trajano, que, si bien
al principio respetó a los cristianos, posteriormente los persiguió por
oponerse a los dioses que él adoraba. Ignacio fue arrestado por negarse a
adorar a dichos dioses y por proclamar la existencia de un solo Dios verdadero.
Fue conducido a Roma para ser martirizado. Durante el viaje escribió sus
famosas siete cartas, que se pueden dividir en dos grupos. Las primeras seis
cartas iban dirigidas a las iglesias de Asia Menor para exhortarlas a mantener
la unidad interna y prevenirlas contra las enseñanzas judaizantes, entro otras.
La séptima carta está dirigida a la Iglesia de Roma. En ella, les pide que no
intercedan por él para salvarle del martirio. Al contrario, les escribió: «Por
favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no
sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo,
por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor
que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer
caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz,
cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho
pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».
En cada parada de viaje aprovechaba para reunirse con los cristianos de la
zona, que salían junto con su obispo para escuchar a Ignacio y recibir su
bendición.
Al llegar a Roma, fue conducido al Coliseo donde fue echado a la tierra para
ser devorado por las fieras. Las autoridades soltaron dos leones hambrientos
que destrozaron a Ignacio, otorgándole la gloriosa corona del martirio que
tanto ansiaba por amor a Jesucristo. San Ignacio murió en el año 107. Sus
restos fueron trasladados de nuevo a Antioquía.
José Calderero @jcalderero
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