4 DE OCTUBRE
– MIERCOLES
– 26 –
SEMANA DE T.O. – A –
SAN
FRANCISCO DE ASIS
Lectura
del libro de Nehemías (2,1-8):
Era el mes de
Nisán del año veinte del rey Artajerjes. Tenía el vino delante, y yo tomé la
copa y se la serví. En su presencia no debía tener cara triste.
El rey me preguntó:
«¿Qué te pasa, que tienes mala cara? Tú
no estás enfermo, sino triste.»
Me llevé un susto, pero contesté al rey:
«Viva su majestad eternamente. ¿Cómo no
he de estar triste cuando la ciudad donde se hallan enterrados mis padres está
en ruinas, y sus puertas consumidas por el fuego?»
El rey me dijo:
«¿Qué es lo que pretendes?»
Me encomendé al Dios del cielo y
respondí:
«Si a su majestad le parece bien, y si
está satisfecho de su siervo, déjeme ir a Judá a reconstruir la ciudad donde
están enterrados mis padres.»
El rey y la reina, que estaba sentada a
su lado, me preguntaron:
«¿Cuánto durará tu viaje, y cuándo
volverás?»
Al rey le pareció bien la fecha que le
indiqué y me dejó ir.
Pero añadí:
«Si a su majestad le parece bien, que me den cartas para los gobernadores
de Transeufratina, a fin de que me faciliten el viaje hasta Judá. Y una carta
dirigida a Asaf, superintendente de los bosques reales para que me suministren
tablones para las puertas de la ciudadela de templo, para el muro de la ciudad
y para la casa donde me instalaré.»
Gracias a Dios, el rey me lo concedió
todo.
Palabra de Dios
Sal: 136,1-2.3.4-5.6
R/. Que se me pegue la lengua al
paladar si no me acuerdo de ti
Junto a los
canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras. R/.
Allí los que
nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión.» R/.
¡Cómo cantar un
cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha. R/.
Que se me
pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (9,57-62):
En aquel
tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos le dijo uno:
«Te seguiré adonde vayas.»
Jesús le respondió:
«Las zorras tienen madriguera, y los
pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
A otro le dijo:
«Sígueme.»
Él respondió:
«Déjame primero ir a enterrar a mi
padre.»
Le contestó:
«Deja que los muertos entierren a sus
muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.»
Otro le dijo:
«Te seguiré, Señor. Pero déjame primero
despedirme de mi familia.»
Jesús le contestó:
«El que echa mano al arado y sigue
mirando atrás no vale para el reino de Dios.»
Palabra del Señor
1. Es llamativo que la síntesis de las llamadas de Jesús al seguimiento, el evangelio de Lucas las ha puesto cuando Jesús acaba de anunciar su Pasión y muerte violenta. Y después de destacar la contradicción que se daba entre el proyecto de Jesús y el proyecto de los discípulos.
En estos tres casos, de llamadas de Jesús
al seguimiento suyo, hay una cosa clara: seguir a Jesús es más importante que
tener una instalación, aunque sea mínima; más importante que cumplir con el
deber fundamental de cuidar al propio padre y darle sepultura; más importante
que portarse bien con la familia.
Como es lógico, si el seguimiento de
Jesús es más importante que estas cosas tan básicas, sin duda alguna, cuando
hablamos de seguir a Jesús, estamos hablando de algo que es más determinante en
la vida que los bienes más básicos.
Es algo más fundamental que la familia,
más fundamental que el cumplimiento de los deberes sociales y religiosos más
necesarios.
2. Pues bien, si es que
tomamos todo esto en serio, la pregunta que se plantea es lógica e
inevitable:
- ¿puede haber "exigencias
religiosas" que sean más fuertes y decisivas que las "exigencias
humanas" más básicas, como es tratar debidamente a la familia o enterrar
al propio padre?
Dicho de otra forma:
-
¿puede haber exigencias "religiosas" que entren en conflicto y se
superpongan a las exigencias "humanas" más elementales y necesarias?
3. Aquí es fundamental dejar
muy claro que cuando la "religiosidad" suplanta o anula la
"humanidad", esa religiosidad no viene de Dios, ni lleva a Dios.
Porque un Dios que entra en conflicto
con lo humano es un Dios que se niega a sí mismo. Y otro tanto hay que decir de
Jesús, en cuanto que es la encarnación de Dios, la imagen de Dios, la presencia
de Dios entre los humanos.
Entonces, - ¿por qué dijo Jesús lo que
se lee en este relato?
Porque, con demasiada frecuencia, la
posesión de bienes, las relaciones de familia, y los deberes sociales o
religiosos, todo se organiza y se gestiona de forma que no nos humaniza, sino
que nos deshumaniza. Y eso es lo que Jesús quiere evitar, a toda costa.
El seguimiento de Jesús es la forma de
humanización más profunda que podemos imaginar.
Un seguimiento que no nos hace más humanos
no es seguimiento, sino otra cosa, que seguramente a nosotros nos conviene o
nos interesa, por lo que sea.
Jesús es la llamada.
Vivir como vivió Jesús es la respuesta.
SAN FRANCISCO
DE ASIS
(Giovanni di Pietro Bernardone; Asís, actual Italia, 1182 - id., 1226)
Religioso y místico italiano, fundador de la orden franciscana. Casi sin
proponérselo lideró San Francisco un movimiento de renovación cristiana que,
centrado en el amor a Dios, la pobreza y la alegre fraternidad, tuvo un inmenso
eco entre las clases populares e hizo de él una veneradísima personalidad en la
Edad Media. La sencillez y humildad del pobrecito de Asís, sin embargo, acabó
trascendiendo su época para erigirse en un modelo atemporal, y su figura es
valorada, más allá incluso de las propias creencias, como una de las más altas
manifestaciones de la espiritualidad cristiana.
San Francisco de Asís
Hijo de un rico mercader llamado Pietro di Bernardone, Francisco de Asís era
un joven mundano de cierto renombre en su ciudad. Había ayudado desde jovencito
a su padre en el comercio de paños y puso de manifiesto sus dotes sustanciales
de inteligencia y su afición a la elegancia y a la caballería. En 1202 fue
encarcelado a causa de su participación en un altercado entre las ciudades de
Asís y Perugia. Tras este lance, en la soledad del cautiverio y luego durante
la convalecencia de la enfermedad que sufrió una vez vuelto a su tierra, sintió
hondamente la insatisfacción respecto al tipo de vida que llevaba y se inició
su maduración espiritual.
Del lujo a la pobreza
Poco después, en la primavera de 1206, tuvo San Francisco su primera visión.
En el pequeño templo de San Damián, medio abandonado y destruido, oyó ante una
imagen románica de Cristo una voz que le hablaba en el silencio de su muda y
amorosa contemplación: "Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está
hecha una ruina". El joven Francisco no vaciló: corrió a su casa paterna,
tomó unos cuantos rollos de paño del almacén y fue a venderlos a Feligno; luego
entregó el dinero así obtenido al sacerdote de San Damián para la restauración
del templo.
Esta acción desató la ira de su padre; si antes había censurado en su hijo
cierta tendencia al lujo y a la pompa, Pietro di Bernardone vio ahora en aquel
donativo una ciega prodigalidad en perjuicio del patrimonio que tantos sudores
le costaba. Por ello llevó a su hijo ante el obispo de Asís a fin de que renunciara
formalmente a cualquier herencia. La respuesta de Francisco fue despojarse de
sus propias vestiduras y restituirlas a su progenitor, renunciando con ello,
por amor a Dios, a cualquier bien terrenal.
A los veinticinco años, sin más bienes que su pobreza, abandonó su
ciudad natal y se dirigió a Gubbio, donde trabajó abnegadamente en un hospital
de leprosos; luego regresó a Asís y se dedicó a restaurar con sus propios
brazos, pidiendo materiales y ayuda a los transeúntes, las iglesias de San
Damián, San Pietro In Merullo y Santa María de los Ángeles en la Porciúncula.
Pese a esta actividad, aquellos años fueron de soledad y oración; sólo aparecía
ante el mundo para mendigar con los pobres y compartir su mesa.
La llamada a la predicación
El 24 de febrero de 1209, en la pequeña iglesia de la Porciúncula y mientras
escuchaba la lectura del Evangelio, Francisco escuchó una llamada que le
indicaba que saliera al mundo a hacer el bien: el eremita se convirtió en
apóstol y, descalzo y sin más atavío que una túnica ceñida con una cuerda,
pronto atrajo a su alrededor a toda una corona de almas activas y devotas. Las
primeras (abril de 1209) fueron Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani, a los
que se sumó, tocado su corazón por la gracia, el sacerdote Silvestre; poco
después llegó Egidio.
San Francisco de Asís predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo
de vida sencillo basado en los ideales de los Evangelios. Hay que recordar que,
en aquella época, otros grupos que propugnaban una vuelta al cristianismo
primitivo habían sido declarados heréticos, razón por la que Francisco quiso
contar con la autorización pontificia. Hacia 1210, tras recibir a Francisco y a
un grupo de once compañeros suyos, el papa Inocencio III aprobó oralmente su
modelo de vida religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó
diácono.
Con el tiempo, el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a
formar una orden religiosa, llamada actualmente franciscana o de los franciscanos.
Además, con la colaboración de Santa Clara, fundó la rama femenina de la orden,
las Damas Pobres, más conocidas como las clarisas. Años después, en 1221, se
crearía la orden tercera con el fin de acoger a quienes no podían abandonar sus
obligaciones familiares. Hacia 1215, la congregación franciscana se había ya
extendido por Italia, Francia y España; ese mismo año el Concilio de Letrán
reconoció canónicamente la orden, llamada entonces de los Hermanos Menores.
Por esos años trató San Francisco de llevar la evangelización más allá de
las tierras cristianas, pero diversas circunstancias frustraron sus viajes a
Siria y Marruecos; finalmente, entre 1219 y 1220, posiblemente tras un
encuentro con Santo Domingo de Guzmán, predicó en Siria y Egipto; aunque no
logró su conversión, el sultán Al-Kamil quedó tan impresionado que le permitió
visitar los Santos Lugares.
Últimos años
A su regreso, a petición del papa Honorio III, compiló por escrito la regla
franciscana, de la que redactó dos versiones (una en 1221 y otra más
esquemática en 1223, aprobada ese mismo año por el papa) y entregó la dirección
de la comunidad a Pedro Cattani. La dirección de la orden franciscana no tardó
en pasar a los miembros más prácticos, como el cardenal Ugolino (el futuro papa
Gregorio IX) y el hermano Elías, y San Francisco pudo dedicarse por entero a la
vida contemplativa.
Durante este retiro, San Francisco de Asís recibió los estigmas (las heridas
de Cristo en su propio cuerpo); según testimonio del mismo santo, ello ocurrió
en septiembre de 1224, tras un largo periodo de ayuno y oración, en un peñasco
junto a los ríos Tíber y Arno. Aquejado de ceguera y fuertes padecimientos,
pasó sus dos últimos años en Asís, rodeado del fervor de sus seguidores.
Sus sufrimientos no afectaron su profundo amor a Dios y a la Creación:
precisamente entonces, hacia 1225, compuso el maravilloso poema Cántico de las
criaturas o Cántico del hermano sol, que influyó en buena parte de la poesía
mística española posterior. San Francisco de Asís falleció el 3 de octubre de
1226. En 1228, apenas dos años después, fue canonizado por el papa Gregorio IX,
que colocó la primera piedra de la iglesia de Asís dedicada al santo. La
festividad de San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre.
Obras de San Francisco de Asís
Privadas de datos cronológicos, las obras de San Francisco de Asís
documentan, no la vida del santo, sino el espíritu y el ideal franciscanos.
Gran parte de estos escritos se ha perdido, entre ellos muchas epístolas y la
primera de las tres reglas de la orden franciscana (compuesta en 1209 o 1210),
que recibió la aprobación oral de Inocencio III.
Sí que se conserva la llamada Regla I (en realidad segunda), compuesta en
1221 con la colaboración, por lo que hace referencia a los textos bíblicos, de
Fray Cesario de Spira. Esta regla (llamada no sellada porque no fue aprobada
con el sello papal) consta de veintitrés capítulos, de los cuales el último es
una plegaria de acción de gracias y de súplica al Señor, y reúne las normas,
amonestaciones y exhortaciones que San Francisco dirigía a sus cofrades, las
más veces en ocasión de los capítulos de la orden.
La Regla II, en realidad tercera (y llamada sellada, puesto que recibió la
aprobación pontificia el 29 de noviembre de 1223), consta de sólo doce
capítulos y no es más que una repetición más concisa y ordenada de la
precedente, respecto a la cual no presenta (como algunos investigadores han
querido afirmar) novedades sustanciales. Es la que continúa en vigor en la
orden franciscana. En el Testamento, escrito en vísperas de su muerte e
impuesto como parte integrante de la regla, San Francisco lega a sus compañeros
de orden, como el mayor tesoro espiritual, a madonna Pobreza.
En la primera edición completa de las obras de San Francisco de Asís (la de
Wadding), fueron diecisiete las epístolas reputadas auténticas, pero su número
se vio muy disminuido en las ediciones críticas posteriores. La exhortación a
la penitencia y a la virtud, la importancia de la pobreza y del amor a Dios y
los preceptos de la orden son algunos de los temas recurrentes de su
epistolario. Se conservan asimismo unas pocas poesías religiosas en latín.
Otras obras destacadas son las Admonitiones, que contienen indicaciones de
San Francisco para la recta interpretación de la regla, y De religiosa
habitatione in eremo, dirigida a los frailes deseosos de llevar una vida
eremítica. Las Admonitiones muestran sus ideas morales en advertencias
prácticas dadas a sus hermanos, fruto de un continuo análisis de la propia vida
interior. Fundada en los evangelios y las Epístolas de San Pablo, esta moral se
halla centrada por completo en el primer precepto, el del amor a Dios por sí
mismo y como único bien, del que todos los demás proceden y que se sitúa por
encima de todas las cosas: quien ama al Señor de esta forma lo posee ya
interiormente en la medida en que comprende que, sin Él, la razón de nuestra
vida se hundiría en las tinieblas y la nada.
El Cántico de las criaturas
A estas obras, todas ellas de alta significación espiritual, debe
sumarse una que reviste además una gran importancia literaria: el Cántico de
las criaturas (llamado también Laudes creaturarum o Cántico del hermano Sol),
redactado probablemente un año antes de su muerte. Según refiere la leyenda, la
escritura de este poema fue un don y el remedio para su avanzada ceguera. Se
trata de una plegaria a Dios, escrita en dialecto umbrío y compuesta de 33
versos que no tienen un metro regular. La rima repite el mismo modelo
estilístico de la prosa latina medieval y de la poesía bíblica, sobre todo el
del Cantar de los cantares.
La plegaria, cuyo ritmo lento recuerda los rezos matutinos, es de una
extraordinaria belleza. Comienza elogiando la grandeza de Dios y continúa con
la belleza y la bondad del sol y los astros, a los que alaba como hermanos;
para la humildad del hombre reclama el perdón y la dignidad de la muerte. La
maestría poética con que quedó expresado en esta composición el ideal
franciscano tuvo importantes consecuencias literarias y religiosas. No hay que
olvidar que su movimiento espiritual estaba formado en su mayor parte por gente
del pueblo que utilizaba la lengua vulgar; los cantos de esta multitud de
seguidores que recorrían campos y villas se llamaron laudes, y luego fueron
recogidos en los laudarios o libros de rezos de las cofradías de devotos. La
influencia del poema de San Francisco y de su literatura derivada se haría
visible en la poesía ascética y mística del Renacimiento.
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