sábado, 7 de octubre de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 9 DE OCTUBRE – LUNES – 27 – SEMANA DE T.O. – A – San Luis Bertrán, presbítero dominico

 

 

 


9 DE OCTUBRE – LUNES

– 27 – SEMANA DE T.O. – A –

San Luis Bertrán, presbítero dominico

 

        Comienzo de la profecía de Jonás (1,1–2,1.11):

 

Jonás, hijo de Amitai, recibió la palabra del Señor:

«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama en ella: "Su maldad ha llegado hasta mí."»

Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor; bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba para Tarsis; pagó el precio y embarcó para navegar con ellos a Tarsis, lejos del Señor. Pero el Señor envió un viento impetuoso sobre el mar, y se alzó una gran tormenta en el mar, y la nave estaba a punto de naufragar.

Temieron los marineros, e invocaba cada cual a su dios. Arrojaron los pertrechos al mar, para aligerar la nave, mientras Jonás, que había bajado a lo hondo de la nave, dormía profundamente.

El capitán se le acercó y le dijo:

«¿Por qué duermes? Levántate e invoca a tu Dios; quizá se compadezca ese Dios de nosotros, para que no perezcamos.»

Y decían unos a otros:

«Echemos suertes para ver por culpa de quién nos viene esta calamidad.»

Echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás.

Le interrogaron:

«Dinos, ¿por qué nos sobreviene esta calamidad? ¿Cuál es tu oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿De qué pueblo eres?»

Él les contestó:

«Soy un hebreo; adoro al Señor, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra firme.»

Temieron grandemente aquellos hombres y le dijeron:

«¿Qué has hecho?»

Pues comprendieron que huía del Señor, por lo que él había declarado.

Entonces le preguntaron:

«¿Qué haremos contigo para que se nos aplaque el mar?»

Porque el mar seguía embraveciéndose.

Él contestó:

«Levantadme y arrojadme al mar, y el mar se aplacará; pues sé que por mi culpa os sobrevino esta terrible tormenta.»

Pero ellos remaban para alcanzar tierra firme, y no podían, porque el mar seguía embraveciéndose.

Entonces invocaron al Señor, diciendo:

«¡Ah, Señor, que no perezcamos por culpa de este hombre, no nos hagas responsables de una sangre inocente! Tú eres el Señor que obras como quieres.»

Levantaron, pues, a Jonás y lo arrojaron al mar; y el mar calmó su cólera. Y temieron mucho al Señor aquellos hombres.

Ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron votos. El Señor envió un gran pez a que se comiera a Jonás, y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches seguidas. El Señor dio orden al pez, y vomitó a Jonás en tierra firme.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: Jon 2,3.4.5.8

 

R/. Tú, Señor, me sacaste vivo de la fosa.

 

En mi aflicción clamé al Señor

y me atendió;

desde el vientre del abismo pedí auxilio,

y escuchó mi clamor. R/.

 

Me arrojaste a lo profundo en alta mar,

me rodeaban las olas,

tus corrientes y tu oleaje

pasaban sobre mí. R/.

 

Yo dije: «Me has arrojado de tu presencia;

quién pudiera ver de nuevo tu santo templo.» R/.

 

Cuando se me acababan las fuerzas

me acordé del Señor;

llegó hasta ti mi oración,

hasta tu santo templo. R/.

 

     Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,25-37):

 

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:

«Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»

Él le dijo:

«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»

Él contestó:

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»

Él le dijo:

«Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»

Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:

«¿Y quién es mi prójimo?»

Jesús dijo:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó.

Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:

"Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta."

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?»

Él contestó:

«El que practicó la misericordia con él.»

Díjole Jesús:

«Anda, haz tú lo mismo.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Sean cuales sean los matices que se le puedan poner a este relato en su conjunto y tal como ha llegado hasta nosotros, hay un hecho, que es lo que aparece más destacado   en la parábola (y en la ocasión en que Jesús la contó), y que, sin embargo, con frecuencia no se suele tener en cuenta.

Por supuesto, como bien sabemos, de esta parábola se desprende una excelente enseñanza sobre el amor al prójimo. Y, además, el prójimo, considerado, no desde el punto de vista del que "está necesitado", sino del que "ayuda al necesitado", que bien puede ser (como ocurre en este caso) el odiado samaritano. Mucho más prójimo que el respetado sacerdote. Esto está claro en la parábola y nadie lo pone en duda.

 

2.  Pero, en este relato, hay algo que es mucho más frecuente y en lo que mucha gente no se fija.

Se trata de que, a fin de cuentas, el hombre bueno y misericordioso resulta ser el "hereje", el despreciable samaritano, que ni iba al Templo, ni pretendía aparecer como un religioso "observante".   

Mientras que los personajes, que Jesús presenta como censurables, son un sacerdote, un levita y hasta un letrado o teólogo de aquel tiempo. El sacerdote y el levita porque fueron insensibles ante el sufrimiento de la víctima.  Y el letrado porque "quiso aparecer como justo".

O sea, el criterio de Jesús es que quienes "dan un rodeo", ante los que se desangran en la vida, son los "hombres de la religión". Y los que quieren "aparecer" como personas ejemplares son curiosamente los entendidos en la ley religiosa, los teólogos de oficio.

 

3.  Si el relato está contado así, esto no quedó redactado de esta forma por casualidad. Esto está intencionadamente puesto en la parábola. Por eso la pregunta, que se plantea, es tan clara como provocativa: 

- ¿Qué tiene la religión que, a sus funcionarios, les desarrolla tanto la preocupación por "aparecer como justos" y les atrofia más aún la "sensibilidad y la sintonía ante el sufrimiento" de las víctimas de este mundo?

Hay personas religiosas que son ejemplares. Pero, tal como está este mundo y se ha puesto la vida, "ser ejemplar", en este momento supone y exige ponerse "de parte de" las víctimas. Y, por tanto "en contra de los causantes del sufrimiento de los que luchan, no ya "por el trabajo" o "por la vivienda", sino sobre todo "por la vida", que son más de mil millones de criaturas, en este momento.  Esto supone ponerse entre los rebeldes, los insumisos, los que hablan menos de la caridad y se parten la cara por la justicia.

 

San Luis Bertrán, presbítero dominico

 




Infancia y juventud.

Nació en Valencia el 1 de enero de 1576, en una casa junto a la iglesia de San Esteban, en la que fue bautizado a los pocos días, y en la misma pila bautismal en la que lo fue San Vicente Ferrer (5 de abril y segundo Lunes de Pascua), pariente suyo por parte de madre. Cuando pequeño y lloraba, solo tenía consuelo cuando le llevaban a las iglesias y veía las imágenes y sobre todo a Nuestra Señora. A los 15 años eligió por confesor a Fray Ambrosio de Jesús, un religioso mínimo, que le encaminó en la oración, la penitencia sin descuidar el estudio. Sobre esta edad recibió la primera comunión. A los 16 años se escapó de su casa para peregrinar a Santiago, pero su familia le alcanzó en Bunyol, obligándole a regresar. Su padre le permitió ser clérigo, y Luis se dedicó a servir en el Hospital de la Ciudad, sirviendo a los pobres día y noche. Para poder comulgar frecuentemente ideó la estratagema de ir a diferentes iglesias y así comulgar sin llamar la atención por la frecuencia. Pero su confesor le regañó por actuar con doblez y no lo hizo más.

 

Religioso dominico.

A los 17 años determinó tomar el hábito dominico, pero sus padres se opusieron por su débil salud. Entristeció el joven que, de vez en cuando, se escondía en una capilla del claustro para ver a los religiosos, oír sus cantos y en ocasiones escuchar las pláticas del maestro de novicios. Finalmente, viendo sus padres la melancolía de Luis, le dieron su bendición para ser fraile. Tomó el hábito el 26 de agosto de 1544, pero aun así tuvo que defender su vocación dominica ante su padre, que le quería pasar a la Orden Jerónima, mucho menos austera. Luego ocurrió que el demonio tentó a un seglar prominente que soltó un chismorreo acerca de Luis, por lo que el prior determinó quitarle el hábito y mandarlo a su casa, pero Luis clamó al cielo y el mentiroso se desdijo y Luis pudo profesar el 27 de agosto de 1545.

Fue ejemplar religioso, muy penitente, austerísimo aún en el trato y las conversaciones, pues jamás dijo alguna palabra para provocar risa o gracia. Se disciplinaba siempre que le permitían, y tanto que la sangre salpicaba las paredes, y llevaba varios cilicios. Siempre llevaba los ojos bajos, las manos recogidas y el pensamiento puesto en Dios, quiso dejar el estudio y ser solo un Hermano Lego porque decía que el estudio le distraía de la contemplación, pero no se lo permitieron y con los años confesó que eso era tentación del demonio. E hizo bien, porque fue un docto religioso, muy versado en la Escritura y la doctrina de Santo Tomás de Aquino Fue ordenado presbítero en 1547 por Santo Tomás de Villanueva y fue destinado al convento de Santa Cruz de Lombay. Allí tuvo una revelación de que su padre moría, y partió a Valencia antes que llegara el mensajero con la noticia y ayudó a bien morir a su padre. Sufrió purgatorio muy doloroso, según supo Luis por gracia de Dios, viendo los tormentos que padecía: era arrojado de una torre, le molían los huesos, le apuñalaban, etc., así durante ocho años durante los cuales el santo ofreció la misa, se disciplinó duramente hasta que le vio subir a la gloria.

 

Maestro de novicios.

En 1549, con 23 años fue nombrado Maestro de novicios, oficio que ejerció con gran ejemplo para sus religiosos, aunque conocida es su severidad y aspereza para con los nuevos religiosos. Pero si les disciplinaba, luego lo hacía él el doble. Conocido es que, aunque les animaba a perseverar, al mismo tiempo les quitaba el hábito a la primera que no mostraban juicio u observancia religiosa. Siempre que echaba a uno preguntaba a los demás quien quería volver al mundo. Con solo mirarlos, atinaba si tenían devoción o la fingían, y les echaba. No soportaba a los mentirosos, los holgazanes o los escrupulosos, a todos les echaba. Quería novicios y religiosos santos y sabios, por lo que insistía en la claridad de mente, la inteligencia y la perseverancia en el estudio para ser un buen hijo de Santo Domingo; eso para los que serían presbíteros, a la par que a los novicios que iban para Legos, les daba algún libro piadoso o las Constituciones de la Orden, diciendo que con eso les bastaba, para preservarles su sencillez y simpleza. Quiso estudiar en el célebre convento salmantino de San Esteban de los dominicos, para tener título universitario, pero su prior, Fray Micón le hizo desestimar aquello como algo no necesario para formar novicios. Insistió, pero un fraile de la Orden le dijo no era la voluntad de Dios, sino que se complacía en que formase a los novicios.

En 1557 se destacó como predicador y auxilio de los pobres durante una epidemia en Valencia. Se prodigó socorriendo, enterrando difuntos, repartiendo pan y limosnas, predicando y celebrando devociones y haciendo penitencia pública. En su mismo convento murieron 22 frailes, entre ellos el prior, Fray Miguel de Santo Domingo, que no se había reservado en los actos de caridad. Dios le reveló a Luis que había entrado en el cielo por su gran caridad. A una mujer cuyo hijo le pidió el demonio en forma de fraile para "hacerle santo", Luis le contó la verdad: era un diablo que le quería arrebatar a su hijo. En 1560, terminada la peste, atracó en Valencia una flota de moros para tratar el rescate de los cautivos cristianos que poseían. San Luis dijo a sus novicios: "¿Cómo se puede sufrir que los enemigos de Jesucristo se paseen por esta ciudad, y se gloríen de pasar entre cristianos? A nosotros toca, hermanos, terminar este negocio. Arrodillémonos todos y vueltos hacía la mar digamos con devoción contra los moros el salmo que compuso el santo rey David contra los enemigos del pueblo de Dios". Y una vez que se hizo el cambio, y los moros emprendieron viaje una tormenta los echó a fondo.

Ese mismo año al parecer recibe una carta de la Madre Santa Teresa de Jesús en la que, la santa le consulta su intención de fundar un convento más austero y sencillo, donde servir a Dios. Y digo “al parecer”, porque dicha carta no se conserva, pero sí que se conoce la respuesta que habría dirigido a la Santa: "Madre Teresa, recibí vuestra carta, y porque el negocio sobre que pedís mi parecer es tan en servicio del Señor, he querido primero encomendárselo en mis pobres oraciones y sacrificios, y esto ha sido la causa de haber tardado en responderos. Ahora os digo en nombre del mismo Señor, que os animéis para tan grande empresa, que Él os ayudará y favorecerá: y de su parte os certifico que no pasarán cincuenta años que vuestra Religión no sea una de las más ilustres en la Iglesia de Dios". Personalmente tengo dudas sobre su autenticidad, sobre todo porque en 1560, la Santa Madre no pensaba ni por asomo ni reformar la Orden del Carmen, ni mucho menos fundar una Orden nueva.

 

Apóstol de Indias.

Pasaron por Valencia dos frailes, misioneros en Indias, y contaron a los religiosos la falta que hacían apóstoles de Cristo en Nueva Granada (la actual Colombia y Venezuela) y Luis enseguida supo que Dios le quería para ello, aunque fuera para morir comido por los infieles, como muchos creían que pasaba. El deseo de salvar almas creció en él con gran ímpetu, y el primer Sábado de Cuaresma de 1562 salió de Valencia con otros religiosos rumbo al Nuevo Mundo. Llegaron el 28 de septiembre del mismo año y apenas desembarcar, un indio corrió hacia él para que bautizase a su hijo que se moría y quería que se salvase. Habitó en el convento de San José que los dominicos habían fundado en Cartagena de Indias y desde allí misionó en Cipacoa, Sierra de Santa Marta, Tubara, Tuneara, Tenerife, Mompoix y Pelvato. Predicaba constantemente y tuvo Dios de lenguas, pues los indios le entendían en su propia lengua, obrando muchas conversiones. A pesar del clima, los trabajos, el hambre…, nunca abandonó sus penitencias, ayunos y horas de contemplación. Amansaba a las fieras que se cruzaba en la selva solo con hacer la señal de la cruz. Famosas fueron sus predicaciones de Cuaresma y Semana Santa en Cartagena, donde convertía, reconciliaba y denunciaba a los que maltrataban a los indios.

En Tubara convirtió a los indios y desterró a un demonio que les asustaba para que no se adhirieran a Cristo. Un indio polígamo que reprendió le lanzó una saeta, que cayó a los pies del santo como detenida por un escudo invisible. A otro que había sido sacerdote de los dioses, le libró del demonio y le ayudó a bien morir luego que la Virgen del Rosario le advirtiera del peligro al que estaba sometido el indio. Los indios, testigos de su éxtasis, le veneraban en vida y escuchaban hasta sus más sencillas palabras como si vinieran del cielo. Y es que a su ejemplo sumaba los portentos: atraer o alejar la lluvia, cruzar rezando el rosario él y sus compañeros el río Cinoga, que estaba crecido y salir ilesos. Se le vio predicando y a su lado asistiéndole aparecían San Ambrosio (4 y 5 de abril, muerte y entierro; 7 de diciembre, consagración episcopal) y Santo Tomás de Aquino. Otro día mientras se disciplinaba abrazó un árbol y al separarse dejó impresa la huella de una cruz, que convirtió a muchos. Por la conversión de los indios ofrecía la penitencia de quitarse la camisa por las noches, dejando que le picaran los mosquitos, a los que decía: "Hermanos mosquitos, ya habéis comido suficiente, dejad sitio a vuestros compañeros".

También tuvo enemigos, como aquel indio que le dio a beber un veneno y que el santo lo tragó sin sucederle nada, salvo que al cabo de cinco días vomitó algunas culebras pequeñas. También, por su protección a los indios, un español apuntó su arcabuz para dispararle y el cañón de este se transformó en un crucifijo. Y a su iconografía han pasado estos milagros.

 

De nuevo España.

Su pelea con los encomenderos y su defensa por los indios (en ocasiones se los sacaban de la iglesia para que fueran a trabajar) melló su firmeza y en 1569 regresó a España. Volvió a Valencia como un fraile más y de allí le destinaron en 1570 al convento de San Onofre como prior. En 1575 regresó a Valencia como prior, continuando dando ejemplo a los religiosos. En una ocasión, se fue a la celda que había sido de San Vicente Ferrer y ante su imagen se desahogó: "Padre San Vicente, me me han hecho prior de esta casa, habiendo en ella personas muy dignas. Yo renuncio el Priorato en vuestras manos. Sed vos el prior, mandad y regid a vuestro modo, que yo seré subprior y gobernaré según vuestras órdenes". Y quiso besar las plantas del santo, cuando la imagen de San Vicente se animó y doblándose, le abrazó.

Fue amigo del franciscano Beato Nicolás Factor, el cual durante un éxtasis en público exclamó: "Yo no soy santo, pero Fray Luis Bertrán sí". Y aquí que ocurrió que, a los pocos días, cuando Luis predicaba en la catedral de Valencia enseñó a los fieles que no todos los arrobamientos eran divinos, algunos entendieron que hablaba mal de Nicolás, juzgándole por falso místico. Ambos amigos pusieron rápidamente fin al malentendido. Se cuenta que el 29 de septiembre de 1579, al salir de maitines se le aparecieron los Santos Padres San Francisco y Santo Domingo, que le bendijeron y le consolaron en sus pesares, enfermedades y tentaciones del demonio. Porque mucho le atacó el maligno, apareciéndosele en forma de perro que le impedía llegarse al agua bendita a persignarse.

En 1581 los achaques se le arreciaron, perdió visión, agudeza, oído, teniendo que suspender algunas predicaciones que ya tenía concertadas. A finales de verano tuvo que guardar cama, y le administraron el viático, estando presente el arzobispo de Valencia, San Juan de Ribera. Profesó su fe católica, pidió el auxilio de la Virgen del Rosario y sus santos dominicos y franciscanos. Comulgó con ardor y luego tuvo una leve mejoría. Gustaba de las visitas de los demás religiosos, a los que pedía perdón y besaba las manos, a la par que impedía besaran las suyas, huyendo de reverencia alguna. Un religioso que pretendió tomarle las manos, le quitó las sábanas y vio que tenía bajo la espalda un ladrillo. Le preguntó que era aquello, estando tan mal de salud. "Hermano mío, ya se acerca la jornada y es menester mucho para ir al cielo. Mas, mire que le conjuro que no de parte de esto a persona del mundo", fue la respuesta.

San Juan de Ribera le llevó consigo a Godella, donde tenía una casa de descanso, y allí le servía de su mano, le complacía y entretenía. Volvió a Valencia cuando agravó y fue hospitalizado en el Hospital de los Clérigos, y luego a su convento, al ser previsible su muerte. El 6 de octubre reveló que moriría en cuatro días. El día 9 un franciscano que no alcanzó a conocerle, le vio por revelación siendo protegido por Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino y San Pedro Mártir. A las 10 de la mañana del 9 de octubre dijo al arzobispo: "Despídame, que ya me muero", pidió a los religiosos rezasen por él las típicas oraciones de la Orden por sus difuntos y expiró suavemente, al tiempo que se vio una luz sobrenatural sobre él, y un olor suavísimo emanó de su cuerpo. 9 de octubre de 1581. Varios días duraron los funerales, durante los cuales el pueblo acudió en masa para venerarle y llevarse, como no, reliquias de su hábito o tocar objetos a su cuerpo. Llegó la histeria a tanto que, al ir a enterrarle, fue necesario apartar con antorchas a la multitud que le arrancaba el hábito. Y aun así algunos prefirieron les quemaran las manos, quedando el cuerpo casi desnudo. Esa noche cuatro religiosos bajaron a la cripta y le vistieron decentemente, hallándole flexible y emanando un leve resplandor.

En 1582 se exhumó el cuerpo y fue hallado incorrupto, fue sepultado de nuevo y junto a él se pusieron los huesos de sus padres, enterrados en la iglesia de San Juan del Mercado. En esta ocasión Felipe II se procuró un escapulario hecho con el escapulario del santo fraile, para protección de su hijo mayor. En 1585 se inició el proceso de canonización, impulsado por el arzobispo Ribera. El papa Pablo V le beatificó el 19 de julio de 1608, y el 18 de noviembre del mismo año la Ciudad de Valencia le nombró patrono de esta. Alejandro VII le nombró santo patrono del Nuevo Reino de Granada. Clemente X le canonizó el 12 de abril de 1671. Su cuerpo fue profanado y desapareció durante la persecución religiosa en España luego de 1936, aunque algunas reliquias se conservan en la catedral valenciana.

En Cuba se le considera protector de los niños, especialmente contra "el mal de ojos", siendo costumbre que su oración sea puesta bajo las sábanas de los infantes.

 

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