7 DE OCTUBRE
– SÁBADO
– 26 –
SEMANA DE T.O. – A –
Nuestra Señora del
Rosario
Lectura del libro de
Baruc (4,5-12.27-29):
Ánimo, pueblo
mío, que llevas el nombre de Israel. Os vendieron a los gentiles, pero no para
ser aniquilados; por la cólera de Dios contra vosotros os entregaron a vuestros
enemigos, porque irritasteis a vuestro Creador, sacrificando a demonios y no a
Dios; os olvidasteis del Señor eterno que os había criado, y afligisteis a
Jerusalén que os sustentó.
Cuando ella vio que
el castigo de Dios se avecinaba dijo:
«Escuchad, habitantes
de Sión, Dios me ha enviado una pena terrible: vi cómo el Eterno desterraba a
mis hijos e hijas; yo los crie con alegría, los despedí con lágrimas de pena.
Que nadie se alegre viendo a esta viuda abandonada de todos.
Si estoy desierta,
es por los pecados de mis hijos, que se apartaron de la ley de Dios. Ánimo, hijos,
gritad a Dios, que el que os castigó se acordará de vosotros.
Si un día os
empeñasteis en alejaros de Dios, volveos a buscarlo con redoblado empeño. El
que os mandó las desgracias os mandará el gozo eterno de vuestra salvación.»
Palabra de Dios
Salmo: 68,33-35.36-37
R/. El Señor
escucha a sus pobres.
Miradlo, los
humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas. R/.
El Señor
salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(10,17-24):
En aquel tiempo, los setenta y dos
volvieron muy contentos y dijeron a Jesús:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.»
Él les contestó:
«Veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el
ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres
porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están
inscritos en el cielo.»
En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la
gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha
entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es
el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.»
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos
profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo
que oís, y no lo oyeron.»
Palabra del Señor
1. En
este evangelio se unen, uno tras otro, dos textos que, al menos a primera
vista, no parecen estar directamente relacionados entre sí.
El primero de
esos textos, recoge la respuesta que, según Lucas, Jesús dio a los setenta y
dos al regresar de su misión.
El segundo
(paralelo de Mt 11, 25-27), es la expresión de la experiencia más profunda de
Jesús en su relación con el Padre. Pero, si todo esto se piensa más a fondo, se
advierte que, precisamente porque Jesús tenía tal y tanta intimidad con el Dios Padre, por eso les dio a los
discípulos la respuesta que necesitaban escuchar después de su éxito misional.
2. Los
discípulos regresan exultantes de la misión, por el éxito que han tenido y por
la constatación de que los demonios se les sometían. La respuesta de Jesús no es congratularse con ellos. Por lo
visto, Jesús no se congratulaba con nadie por el hecho de conseguir
sometimientos, ni siquiera de demonios. Lo que a Jesús le interesaba no eran
los éxitos de sus discípulos, sino la liberación de los que sufrían las
enfermedades que entonces se atribuían al demonio. Eso es lo que nos tiene que
alegrar. Y eso es ver a Satanás caer como un relámpago.
Nuestros
éxitos personales no deben ser el motor de lo que hacemos o dejamos de hacer.
3. La
intimidad, y hasta la fusión, de Jesús con el Padre es lo que capacita a Jesús
para hablar del Padre como nadie más puede darlo a conocer. Hablar de Dios es
siempre problemático. Dar a conocer a Dios lo es mucho más. Pero lo es, sobre
todo, porque de Dios hablamos por lo que de Él sabemos, no por lo que de
Él experimentamos.
Seguramente
hablamos de Dios sin saber lo que decimos. O presentamos a un Dios que poco a nada tiene que ver
con el Padre.
Porque
nuestra experiencia del Padre poco o nada tiene que ver con la experiencia de
Jesús: experiencia de intimidad y experiencia de bondad con todos.
Nuestra Señora del
Rosario
Esta conmemoración fue instituida por el
papa san Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos
en la batalla naval de Lepanto (1571), victoria atribuida a la Madre de Dios,
invocada por la oración del rosario.
La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los
misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un
modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección
del Hijo de Dios.
El 7 de octubre se celebra a la Virgen del Rosario, advocación que hace
referencia al rezo del Santo Rosario que la propia Madre de Dios pidió que se
difundiera para obtener abundantes gracias.
En el año 1208 la Virgen María se le apareció a Santo Domingo y le enseñó a
rezar el Rosario para que lo propagara. El santo así lo hizo y su difusión fue
tal que las tropas cristianas, antes de la Batalla de Lepanto (7 de octubre de
1571), rezaron el Santo Rosario y salieron victoriosos.
El Papa San Pío V en agradecimiento a la Virgen, instituyó la fiesta de la
Virgen de las Victorias para el primer domingo de octubre y añadió el título de
“Auxilio de los Cristianos” a las letanías de la Madre de Dios.
Más adelante, el Papa Gregorio XIII cambió el nombre de la Fiesta al de
Nuestra Señora del Rosario y Clemente XI extendió la festividad a toda la
Iglesia de occidente. Posteriormente San Pío X la fijó para el 7 de octubre y
afirmó: “Denme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo”.
Rosario significa “corona de rosas y, tal como lo definió el propio San Pío
V, “es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir
repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro
entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida
de Nuestro Señor".
San Juan Pablo II, quien añadió los misterios luminosos al rezo del Santo
Rosario, escribió en su Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” que este
rezo mariano “en su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este
tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a
producir frutos de santidad”.
El Papa peregrino termina esa misma Carta con una hermosa oración del Beato
Bartolomé Longo, apóstol del Rosario, que dice:
Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios,
vínculo de
amor que nos une a los Ángeles,
torre de
salvación contra los asaltos del infierno,
puerto seguro
en el común naufragio, no te dejaremos jamás.
Tú serás
nuestro consuelo en la hora de la agonía.
Para ti el
último beso de la vida que se apaga.
Y el último
susurro de nuestros labios será tu suave nombre,
oh Reina del
Rosario de Pompeya,
oh Madre
nuestra querida,
oh Refugio de
los pecadores,
oh Soberana
consoladora de los tristes.
Que seas
bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo.
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