16 - DE JUNIO – DOMINGO –
11ª – SEMANA DEL T.O. - B
San Juan Francisco Regis
Lectura del
Profeta Ezequiel (17,22-24):
Esto dice el Señor Dios:
«Arrancaré
una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una
tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña
más alta de Israel; para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble.
Anidarán en
él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas. Y todos los árboles
silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza
los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles
secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.»
Palabra de Dios
Salmo:
91,2-3.13-14.15-16
R/. Es bueno
darte gracias, Señor
Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh, Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad. R/.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano;
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro
Dios. R/.
En la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la
maldad. R/.
Lectura
de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (5,6-10):
Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el
cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin
ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este
cuerpo para vivir con el Señor. Por eso procuramos agradarle, en el destierro o
en la patria. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo,
para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.
Palabra de Dios
Lectura del santo
evangelio según Marcos (4,26-34):
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de
Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la
tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla
germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los
tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya
están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el
tiempo de la cosecha.»
Les dijo
también:
« -
¿Con qué compararemos el Reino de Dios?
- ¿Con
qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que,
cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada,
crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que
los pájaros pueden anidar a su sombra.»
Y con otras
muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo
que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus
discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra del Señor
El enigma, la mostaza y el cedro.
Semillas de mostaza
Después de
contar cómo se formaba una pequeña comunidad en torno a Jesús, introduce Marcos
una serie de parábolas. Algo que el lector esperaba desde hace tiempo, porque
el evangelista ha insistido en que Jesús enseñaba, pero no decía qué enseñaba.
De ese largo discurso (34 versículos), la liturgia ha elegido dos parábolas y
el final del discurso.
El campesino
y la tierra (1ª parábola)
Lo que dice
la primera parábola parece una tontería: que el campesino siembra y luego se
olvida de lo que ha sembrado hasta llegar el momento de la siega; la que
trabaja es la tierra, es ella la que hace crecer los tallos, las espigas y el
grano. Eso lo saben todos los galileos que escuchan a Jesús. ¿Dónde radica la
novedad de esta parábola? En que Jesús compara la actividad del campesino con
lo que ocurre en el reino de Dios. También aquí la semilla termina dando fruto
sin que el campesino trabaje, mientras duerme.
Y entonces
surgen los interrogantes: ¿quién es el campesino? ¿Es Jesús? No parece lógico,
porque el campesino de la parábola no sabe lo que ocurre. ¿Son los apóstoles y
misioneros que anuncian el evangelio, y éste da fruto, aunque ellos no se den
cuenta? ¿Quién es la tierra? ¿Es cada cristiano, en el que la semilla va dando
fruto mientras el que ha sembrado duerme?
La
explicación hay que buscarla en otra línea: la parábola habla del proceso
misterioso por el que crece el reino de Dios, la comunidad cristiana, semejante
al de la simiente que crece sin que el campesino intervenga ni se dé cuenta.
Cuando uno piensa en la forma misteriosa en que la simiente plantada por Jesús
y sus discípulos en una región remota y sin importancia del imperio romano ha
terminado produciendo fruto en todos los países del mundo, el sentido de la
parábola resulta más claro. Es una invitación a confiar en la acción misteriosa
de Dios en la iglesia y en cada uno de nosotros, renunciando a considerarnos
los protagonistas de la historia, y a pensar que todo depende de lo que
hacemos.
Sin embargo,
parece que la parábola resultó demasiado extraña y difícil de entender, y quizá
por eso Mateo y Lucas (por motivos pastorales, como ahora se dice) no la
copiaron.
La mostaza y
el cedro (2ª parábola y lectura de Ezequiel)
La segunda
comparación es más clara y de enorme actualidad, sobre todo en muchos países
occidentales, donde el cristianismo parece andar de capa caída. Jesús compara a
la comunidad cristiana, el reino de Dios en la tierra, con la semilla de
mostaza; algo diminuto, pero que, al cabo del tiempo, se convierte en árbol y
puede acoger a los pájaros del cielo. No hay que desanimarse si la iglesia es
un arbolito pequeño, poco mayor que las hortalizas.
Quien conoce
el Antiguo Testamento, advierte que esta parábola recoge una comparación de
Ezequiel modificándola radicalmente. Este profeta se dirige a los judíos de su
tiempo, desanimados por tantas desgracias políticas, económicas y religiosas.
Para infundirles esperanza, compara al pueblo con un árbol. Pero no con el
modesto arbolito de la mostaza, sino con un majestuoso cedro, del que Dios
arranca un esqueje para plantarlo «en un monte elevado, en la montaña más
alta de Israel».
Todo es
grandioso en Ezequiel; en el evangelio, todo es modesto. Pero el resultado es
el mismo; en ambos árboles pueden anidar los pájaros. La comparación de
Ezequiel recuerda la imagen de una iglesia universal dominante, grandiosa,
respetada y admirada por todos. La de Jesús, una comunidad modesta, sin grandes
pretensiones, pero alegre de poder acoger a quien la necesite.
En resumen,
las dos parábolas se complementan. La primera habla del crecimiento misterioso
del reino; la segunda advierte que, a pesar de su crecimiento, no debemos
esperar que se convierta en algo grandioso. Pero, aunque sea modesto como el
arbolito de la mostaza, podrá cumplir su misión de acoger a los pájaros del
cielo.
Final
Marcos ha querido cerrar su discurso con una nota sobre el modo de enseñar
de Jesús, sin caer en la cuenta de que se contradice. Comienza diciendo que
hablaba en parábolas para acomodarse al entender de su auditorio. Pero la gente
no debía de entenderlas, porque sus discípulos tenían necesidad de que se las
explicara en privado. Podemos decir, resumiendo mucho, que Jesús utilizaba dos
tipos de parábolas: las muy fáciles de entender (hijo pródigo, buen
samaritano…) y las que pretendían que la gente pensase; si ni siquiera los
discípulos encontraban la respuesta, él se la explicaba (estas son la mayoría).
El destierro
y la patria (2 Corintios 5,6-10)
El tiempo
ordinario nos devuelve también a la problemática realidad de la segunda
lectura, sin relación con la primera ni con el evangelio. Un inciso que
dificulta más que ayuda. Eso no significa que no contenga mensajes importantes.
Este breve
fragmento de la segunda carta a los Corintios nos permite conocer los
sentimientos más íntimos de Pablo. La conversión supuso para él un cambio
radical con respecto a la persona de Jesús. De perseguirlo pasó a estar tan
entusiasmado con él que, por su gusto, preferiría morir para estar con el
Señor. Su situación le recuerda a la de tantos contemporáneos suyos, que por
motivos políticos eran desterrados, lejos de Roma o de otra ciudad importante.
Él también se siente desterrado, lejos del Señor. Y le gustaría morir, porque
sólo con la muerte se puede volver a la verdadera patria y estar cerca del
Señor. (Siglos más tarde santa Teresa diría algo parecido: «Vivo sin vivir en
mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero».) Pero Pablo acepta la
realidad. En el destierro o en la patria, debemos esforzarnos por agradar a
Dios.
San Juan Francisco Regis
Nació
el 31 de Enero de 1597, en el pueblo de Fontcouverte (departamento de Aude);
falleció en la Louvesc, el 30 de Diciembre de 1640.
El
Papa Pío XII llegó a exclamar: "Un predicador que merece muy bien ser
llamado Patrono de las misiones populares es San Francisco Regis".
Francisco
nace en 1597 de familia acaudalada en Narbona, Francia y a los 19 años empieza
a no sentirse a gusto en la vida mundana. Siente aversión por los placeres
mundanales. Y súbitamente cae en la cuenta de que la santidad no será
conseguida por él si sigue viviendo entre las gentes mundanas. Cerca de su
ciudad había una abadía de monjes que lo estimaban, pero a él le atraía más la
Compañía de Jesús, porque los Jesuitas se dedicaban más al apostolado entre el
pueblo. Pidió ser admitido entre los jesuitas y en su noviciado demostraba tal
fervor que uno de sus compañeros llegó a declarar: "Juan Francisco se
humilla él mismo hasta el extremo, pero demuestra por los demás un aprecio
admirable". Siendo estudiante, el compañero de habitación lo acusó ante el
superior diciéndole que Regis en vez de dormir lo suficiente pasaba muchas
horas rezando en la capilla. El Padre Rector le respondió: "No le impidas
sus devociones. No te opongas a sus comunicaciones con Dios. a mi me parece que
este joven es un santo y que un día nuestra Comunidad celebrará una fiesta en
su honor". Y esta respuesta resultó profética.
A los
33 años fue ordenado de sacerdote y al año siguiente lo destinaron a un trabajo
que estaba muy de acuerdo con sus aspiraciones y con su fuerte constitución
física: dedicarse a predicar misiones entre el pueblo. Y se dedicó a este
trabajo con tal energía que sus compañeros exclamaban: "Juan Francisco
hace el oficio de 5 misioneros". En 43 años de vida, 24 como religioso,
diez como sacerdote y 9 como misionero popular, logró inmensos éxitos y tuvo el
mismo calificativo en todos los sitios donde estuvo predicando: "el
santo". A diferencia del estilo muy elegante y rebuscado que se usaba
entonces para predicar, el padre Juan Francisco se dedicó a predicar de manera
extremadamente sencilla, con estilo directo, a veces hasta rayando en demasiado
ordinariote, pero que iba directamente al alma y con una elocuencia y un
fervor, que los pecadores no eran capaces de no conmoverse al escucharle. Sus
sermones atraían a las multitudes formadas por católicos y herejes, gente buena
y gente corrompida, pobres y ricos, sabios e ignorantes. Le encantaba predicar
a los pobres, pero decía que con sus sermones había logrado convertir también a
muchos ricos. Los oyentes comentaban: "Este padre no dice solamente lo que
sabe, sino que parece que lo que está diciendo lo estuviera viendo". Al
escucharle se conmovían aun los corazones más indiferentes. Un predicador de
fama fue a escucharle, y después decía a sus colegas: "El Padre Juan
Francisco predica con extrema sencillez y convierte pecadores por millares y nosotros
que predicamos con tanta elegancia, ¿a quién logramos convertir?".
Otro
testigo afirmaba: "Lo que a mí me admira es que un hombre de tan pobre
presencia, con su sotana llena de remiendos, diciendo lo que todos dicen, sin
adornos en su lenguaje, siendo a veces tan duro en su hablar, tiene tan grande
inspiración divina que uno no es capaz de escucharle y seguir en paz con sus
pecados".
Algunos
doctores se dirigieron al superior de los jesuitas diciéndole que el Padre
Regis predicaba muy burdamente. Que un modo de predicar así era un deshonrar la
altísima dignidad de predicador. Entonces el superior provincial se fue con su
secretario a escuchar un sermón del santo, mezclados entre el pueblo. El
superior quedó tan profundamente impresionado por su predicación, que les dijo
a los acusadores: "Ojalá quisiera Dios que todos los misioneros predicaran
con toda unción como este sacerdote. El dedo de Dios está aquí. Si yo viviera
en esta región, no me perdería ni un solo sermón de este padre".
Un
párroco afirmaba: "En mi parroquia, después de una misión predicada por el
Padre Juan Francisco, mis parroquianos cambiaron de tal manera, que a mí me
parecía que eran otras personas".
El
Obispo lo envió a misionar a una región que durante 40 años había sido invadida
por los calvinistas, y en la cual la corrupción de costumbres era espantosa y
el anticatolicismo era tan feroz que el mismo obispo no podía nunca aparecer
por allí. Y el poder de convicción del Padre Regis fue tan arrollador que las
conversiones se obraron por montones. Una de las más terribles calvinistas, al
oír que el santo sacerdote le preguntaba: "¿Y Ud. cuándo es que se va a
convertir?", sintió una fuerza de la gracia de Dios tan avasalladora, que
le respondió: "Pues, ¡me quiero convertir ahora mismo!", y en verdad
que dejó su mala vida pasada y empezó a vivir como una buena católica. Como con
sus predicaciones acababa con muchos vicios, aquellos que vieron afectados con
esto sus malos negocios, lo acusaron con calumnias ante el Sr. Obispo y hasta
en Roma. El padre sufrió mucho con esto, pero afortunadamente Dios hizo que el
secretario del obispo se diera cuenta de las mentiras que le estaban inventando
y le defendió ante Monseñor, el cual escribió a Roma, hablando muy bien del
gran misionero.
Mientras
tanto el santo seguía misionando por las regiones más apartadas y de más
difícil acceso. Y las multitudes lo seguían. Los campesinos se encontraban y el
saludo que se daban era: "Vamos a escuchar al santo". Y en las
ciudades, los templos se llenaban hasta más no poder, y los feligreses
repetían: - Vayamos a oír al santo.
A muchísimas
mujeres las sacó de la vida corrompida y las encaminó hacia una vida virtuosa.
Los vicios que convirtió fueron incontables.
A las
tres de la madrugada estaba levantado. Pasaba la mañana confesando y predicando
y la tarde consiguiendo ayuda para los pobres. Muchas veces se olvidaba de
comer.
A dos
ciegos les hizo recobrar la vista. Con la imposición de las manos curó a muchos
enfermos. Su despensa daba y daba a los pobres y no se agotaba y el milagro más
grande que conseguía era convertir a los pecadores de su mala vida. Se fue a
predicar una misión a una región terriblemente fría y apartada. Por el camino
lo sorprendió una tempestad de nieve que le impidió continuar el viaje y tuvo
que pasar la noche en medio de terrible ventarrón y en plena nieve. Y le
sobrevino una pulmonía. Sin embargo, así de enfermo pronunció tres sermones el
primer día de la misión y dos el segundo día. Toda la mañana de este día la
pasó confesando. En ayunas celebró la misa a las dos de la tarde, y cuando se
dirigió a su confesionario para seguir su labor heroica, cayó desmayado.
Lo
llevaron a la casa cural y poco antes de morir exclamó: "Veo a Nuestro
Señor y a su Santísima Madre que preparan un sitio en el cielo para mí". Y
luego exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu", y murió.
Era el año 1640. Al visitar el sepulcro de San Juan Francisco Regis, se propuso
después el joven San Juan María Vianey, ser sacerdote, costara lo que costara.
Es que los ejemplos de su vida son admirables.
No
hubo atraso en disponer las investigaciones canónicas. El 18 de Mayo de 1716,
Clemente XI emitió el decreto de beatificación. El 5 de Abril de 1737, Clemente
XII promulgó el decreto de canonización. Benedicto XIV estableció el 16 de
Junio como su día festivo. Pero inmediatamente después de su muerte, Regis fue
venerado como santo. Los peregrinos llegaron masivamente a su tumba, y desde
entonces la afluencia sólo se ha incrementado. Debe mencionarse el hecho de que
una visita efectuada en 1804 a los restos del Apóstol de Vivarais fue el
comienzo de la vocación del Blessed Curé of Ars, Juan Bautista Vianney, a quien
la Iglesia elevó, a su turno, a los altares. "Todo lo bueno que yo haya
hecho", dijo mientras agonizaba, "se lo debo a él" (de Curley,
op. cit., 371). El lugar donde murió Regis ha sido transformado en una capilla
mortuoria. Cerca hay un arroyo de agua fresca, al cual los devotos de San Juan
Francisco Regis atribuyen curaciones milagrosas por su intercesión. La antigua
iglesia de la Louvesc ha recibido (1888) el título y los privilegios de una
basílica. En este lugar sagrado se fundó a comienzos del siglo diecinueve el
Instituto de las Hermanas de San Regis, o Hermanas del Retiro, mejor conocidas
bajo el nombre de la Religiosas del Cenáculo; y fue la memoria de su celo
misericordioso a favor de tantas infortunadas mujeres caídas lo que originó la
ahora floreciente obra de San Francisco Regis, cual es apoyar a la gente pobre
y trabajadora que desea contraer matrimonio, y que principalmente se centra en
lograr que las uniones ilegítimas alcancen la conformidad con las leyes Divinas
y humanas.
(Fuente: ewtn.com y
enciclopediacatolica.org)
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