12 - DE JUNIO – MIERCOLES –
10ª – SEMANA DEL T.O. - B
San Juan de Sahagún, el predicador
Lectura
del primer libro de los Reyes (18,20-39):
En aquellos
días, el rey Ajab despachó órdenes a todo Israel, y los profetas de Baal se
reunieron en el monte Carmelo. Elías se acercó a la gente y dijo:
«¿Hasta cuándo vais a caminar con
muletas?
Si el Señor es el verdadero Dios,
seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal.»
La gente no respondió una palabra.
Entonces Elías les dijo:
«He quedado yo solo como profeta del
Señor, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que nos
den dos novillos: vosotros elegid uno; que lo descuarticen y lo pongan sobre la
leña, sin prenderle fuego; yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la
leña, sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro dios, y yo invocaré al
Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero.»
Toda la gente asintió: «¡Buena idea!»
Elías dijo a los profetas de Baal:
«Elegid un novillo y preparadlo vosotros
primero, porque sois más. Luego invocad a vuestro dios, pero sin encender el
fuego.»
Cogieron el novillo que les dieron, lo
prepararon y estuvieron invocando a Baal desde la mañana hasta mediodía:
«¡Baal, respóndenos!»
Pero no se oía una voz ni una respuesta,
mientras brincaban alrededor del altar que habían hecho.
Al mediodía, Elías empezó a reírse de
ellos:
«¡Gritad más fuerte! Baal es dios, pero
estará meditando, o bien ocupado, o estará de viaje; ¡a lo mejor está durmiendo
y se despierta!»
Entonces gritaron más fuerte; y se
hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones, hasta
chorrear sangre por todo el cuerpo. Pasado el mediodía, entraron en trance, y
así estuvieron hasta la hora de la ofrenda. Pero no se oía una voz, ni una
palabra, ni una respuesta.
Entonces Elías dijo a la gente:
«¡Acercaos!»
Se acercaron todos, y él reconstruyó el
altar del Señor, que estaba demolido: cogió doce piedras, una por cada tribu de
Jacob, a quien el Señor había dicho: «Te llamarás Israel»; con las piedras
levantó un altar en honor del Señor, hizo una zanja alrededor del altar, como
para sembrar dos fanegas; apiló la leña, descuartizó el novillo, lo puso sobre
la leña y dijo:
«Llenad cuatro cántaros de agua y
derramadla sobre la víctima y la leña.»
Luego dijo:
«¡Otra vez!»
Y lo hicieron otra vez.
Añadió:
«¡Otra vez!»
Y lo repitieron por tercera vez.
El agua corrió alrededor del altar, e
incluso la zanja se llenó de agua.
Llegada la hora de la ofrenda, el
profeta Elías se acercó y oró:
«¡Señor, Dios de Abrahán, Isaac e
Israel! Que se vea hoy que tú eres el Dios de Israel, y yo tu siervo, que he
hecho esto por orden tuya.
Respóndeme, Señor, respóndeme, para que
sepa este pueblo que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres tú quien les
cambiará el corazón.»
Entonces el Señor envió un rayo que
abrasó la víctima, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja.
Al verlo, cayeron todos sobre su rostro, exclamando:
«¡El Señor es el Dios verdadero!
¡El Señor es el Dios verdadero!»
Palabra de Dios
Salmo: 15
R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en
ti
Protégeme,
Dios mío,
que me refugio en ti;
yo digo al Señor:
«Tú eres mi bien.» R/.
Multiplican
las estatuas de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios. R/.
El Señor es el
lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Me enseñarás
el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(5,17-19):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir
la Ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y
la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno solo de los
preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos
importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será
grande en el Reino de los cielos.»
Palabra del Señor
1. Estas palabras de Jesús, después de lo que ha dicho en las bienaventuranzas y con las metáforas de la sal y de la luz, tienen su razón de ser. Es más, Jesús tenía que decir algo de esto. Porque él hablaba a gente educada en la religión de la ley y los profetas. Pero ahora acaban de escuchar que lo central en la vida no es someterse a la ley religiosa o escuchar las diatribas de los profetas de Dios.
Lo central para Jesús es la felicidad de
los humanos. De forma que eso es la sal y la luz de este mundo.
Pero, entonces,
- ¿no es eso acabar con la
religión?
- ¿Qué queda en pie de la
ley y los profetas?
2. Jesús sale al paso de
quienes, entonces o ahora, se hacen tales preguntas.
El punto de vista de Jesús es muy claro:
"No ha venido a suprimir (katal) la
ley o los profetas, sino a llevar todo eso a su plenitud (pleróo)".
Con esto Jesús quiso decir lógicamente
que la religión alcanza su plenitud, no cuando se centra en sí misma y se
reduce a la perfecta observancia de sus ritos y normas.
La religión alcanza su plenitud cuando ella deja de ser el centro y se pone al servicio de la felicidad humana, no mediante promesas para otra vida, sino mediante hechos tangibles para esta vida.
3. El que entiende y vive así la religión de la ley y los profetas es el que alcanza grandeza en el Reino de Dios. O sea, así la religión alcanza su pleno sentido. Jesús no anuló la religión. La puso en su sitio.
San Juan de Sahagún, el predicador
Cada 12 de
junio se celebra la memoria de San Juan de Sahagún, eremita y predicador
español de la Orden de Ermitaños de San Agustín, quien vivió en el siglo XV.
Fue
declarado, en 1688, Patrón único de Salamanca (España) por el Papa Pío IX. La
hermosa ciudad, de acuerdo a la tradición, fue librada de la peste del tifus
negro gracias a la intercesión del religioso.
Primero sacerdote
Juan González Martinez -nombre secular del
santo- nació en el municipio de Sahagún (España), en 1430. Fue hijo de Juan
González del Castrillo y Sancha Martínez, pareja poseedora de una gran fortuna.
Su educación estuvo a cargo de los monjes del monasterio de San Benito de
Sahagún y como demostró inclinación hacia el sacerdocio, recibiría del obispo
de Burgos la autorización para estudiar teología.
Juan fue ordenado presbítero en 1454, a los 23 años, tras lo cual fue
nombrado secretario y canónigo de la catedral de Burgos. Cuatro años más tarde,
concluiría sus estudios en la Universidad de Salamanca.
La gran promesa
A fines del 1462 o principios del 1463,
cayó enfermo, probablemente a consecuencia de su modo de vida. Los médicos le
recomendaron que se sometiera a una cirugía -en aquellos tiempos, un
procedimiento de ese tipo implicaba un riesgo incalculable, considerando, para
empezar, que ni siquiera los diagnósticos eran confiables. Juan, con temor, se
encomendó al Señor y le prometió que, si lograba sobrevivir, buscaría con ganas
renovadas cumplir su voluntad. La cirugía acabó bien y el P. Juan se recuperó.
Una de las cosas que el sacerdote había estado considerando mientras estaba
enfermo era convertirse en religioso. Ahora, sano y con fuerza nuevamente, no
tardaría en enrumbarse por el camino del discernimiento. Así, el 28 de junio de
1463, le fue concedido el hábito agustino en el célebre convento de San Agustín
de Salamanca. Un año después se incorporaba a la Orden mediante profesión
solemne.
Juan se convirtió en un predicador elocuente y con sus sermones ayudó a
muchas personas. El valor que mostraba en el púlpito tocó el corazón de muchos:
pobres y ricos se reconocían pecadores, todos interpelados en aquello que los
separaba de Dios. Por otro lado, ahí donde Juan se enteraba de alguna
injusticia, la denunciaba sin rubor -como cuando tuvo noticia del maltrato de
algunas familias pudientes a sus sirvientes y trabajadores- ganándose el
respeto de propios y extraños.
Sus preferidos fueron los huérfanos, enfermos, necesitados y ancianos, para
quienes recogía limosnas y buscaba refugio. A las mujeres que sufrían algún
tipo de abuso, como aquellas atrapadas en la prostitución, les conseguía
familias dignas que les dieran sanas ocupaciones y las protegieran.
Los milagros
De San Juan de Sahagún se recuerdan en
Salamanca dos milagros.
El primero ocurrió cuando un niño cayó a un pozo profundo y el santo echó su
cíngulo para salvarlo. El cíngulo llegó hasta donde estaba el niño, pero el
pequeño ya no tenía fuerzas para asirse a este. Entonces, el santo rogó a Dios
para que subiera el nivel del agua y así sucedió, de manera que el niño alcanzó
la superficie. La gente empezó a gritar "¡Milagro! ¡Milagro!", pero
él se escondió para no causar mayor alboroto.
El segundo milagro sucedió cuando un toro
bravísimo se escapó y empezó a correr por las calles de Salamanca aterrorizando
a la gente. El P. Juan lo detuvo y lo amansó diciéndole: "Tente,
necio".
Víctima inocente
Nuestro santo murió envenenado a los 49 años de edad, en 1479. Se dice que
fue víctima de una conspiración arreglada por una mujer adúltera, llena de odio
contra él porque su amante la dejó después de escuchar uno de sus sermones.
San Juan de Sahagún fue beatificado por el Papa Clemente VIII en 1601 y
luego canonizado por el Papa Alejandro VIII en 1691. La iconografía suele
representarlo con la Eucaristía en la mano, contemplando a Jesús Sacramentado.
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