2 - DE JULIO – MARTES –
13ª – SEMANA DEL T.O. - B
San Bernardino
Realino
Lectura de la profecía de Amós (3,1-8;4,11-12):
Escuchas la palabra que el Señor ha pronunciado contra vosotros, hijos de
Israel, contra toda tribu que saqué de Egipto:
«Solo a vosotros he escogido
de entre todas las tribus de la tierra.
Por eso os pediré cuentas
de todas vuestras transgresiones».
¿Acaso dos caminan juntos
sin haberse puesto de acuerdo?
¿Acaso ruge el león en la foresta
si no tiene una presa?
¿Deja el cachorro oír su voz desde el
cubil si no ha apresado nada?
¿Acaso cae el pájaro en la red,
a tierra, si no hay un lazo?
¿Salta la trampa del suelo
si no tiene una presa?
¿Se toca el cuerno en una ciudad sin
que se estremezca la gente?
¿Sucede una desgracia en una ciudad sin
que el Señor la haya causado?
Ciertamente, nada hace el Señor Dios
sin haber revelado su designio a sus servidores los profetas.
Ha rugido el león, ¿quién no temerá?
El Señor Dios ha hablado, ¿quién no
profetizará?
Os trastorné como Dios trastornó a
Sodoma y Gomorra,
y quedasteis como tizón sacado del incendio.
Pero no os convertisteis a mí
—oráculo del Señor—.
Por eso, así voy a tratarte, Israel.
Sí, así voy a tratarte: prepárate al
encuentro con tu Dios
Palabra de Dios
Salmo 5,5-8
R/. Señor, guíame con tu justicia
Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado
es tu huésped, ni el arrogante se mantiene en tu
presencia. R/.
Detestas a los malhechores, destruyes a los mentirosos; al hombre
sanguinario y traicionero lo aborrece el Señor. R/.
Pero yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa, me postraré ante tu templo santo con toda reverencia. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (8,23-27):
En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De
pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las
olas; él dormía.
Se
acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole:
«¡Señor,
sálvanos, que nos hundimos!»
Él
les dijo:
«¡Cobardes!
¡Qué poca fe!»
Se
puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos
se preguntaban admirados:
«¿Quién
es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!»
Palabra del Señor
1. Este extraño relato
del Evangelio es también un relato de "seguimiento" de Jesús. Y eso
es tan importante que ahí está la clave para enterarse de lo que aquí se quiere
enseñar.
Todo
empieza diciendo que "subió Jesús a la barca y sus discípulos lo
siguieron". Lo que viene a continuación es sencillamente explicar las
consecuencias que tiene (o puede tener) el seguimiento de Jesús. Tales
consecuencias fueron, en este caso, meterse en una tempestad que llegó a
representar un peligro de muerte.
Seguir
a Jesús, si es que estamos hablando en serio, es cosa seria. Y puede llegar a
ser asunto de vida o muerte.
2. Por
tanto, parece una empresa estéril dedicarse a hacer conjeturas sobre si aquí se
relata un hecho histórico, sobre la naturaleza meteorológica de las tempestades
en el pequeño mar de Galilea, sobre lo inverosímil del sueño de Jesús cuando el
mar bramaba amenazante, etc.
Lo
que aquí importa no es fijar la historia, sino aprender la enseñanza religiosa
que dan los evangelios. Y esa enseñanza se condensa en esto: "seguir a
Jesús es una confrontación tempestuosa con poderes cósmicos, políticos,
sociales, económicos y religiosos" (W. Carter, R Feiler).
Seguir
a Jesús, por lo tanto, es tener la libertad y la audacia de enfrentarse a
poderes que vemos que nos superan, que nos atemorizan, a los que no vemos
solución. Pero, si hay seguimiento, hay enfrentamiento. Porque el seguimiento
es fuente de libertad. Un seguidor de Jesús no se calla ante las injusticias
sociales, ante los atropellos políticos, ante la corrupción de los gestores del
capital.
3. Pero
el "seguimiento" es también "seguridad". El que está junto
a Jesús ha de saber y tener muy claro que sale adelante, aunque la
impresión sea que fracasa, que se hunde, que los poderosos se le imponen y
lo aplastan.
Se
puede triunfar, a los ojos del sistema, pero en realidad
fracasar.
Porque
cuando lo que se consigue es perpetuar el statu quo, la situación establecida,
-
¿se puede cometer mayor canallada?
-
¿No hay que actuar de forma que se haga estallar tanta canallada de
desigualdades y atropellos contra los más indefensos, por más que se les dé un
plato de comida o ropa usada en Caritas?
San Bernardino
Realino
San Bernardino Realino nació en Carpi,
ducado de Módena, el 1 de diciembre de 1530 - Italia. Su familia pertenecía a
la nobleza provinciana. Su padre, don Francisco Realino, un hombre importante,
fue caballerizo mayor de varias cortes italianas. Por este motivo estaba casi
siempre ausente de su casa. La educación del pequeño Bernardino estuvo confiada
a su madre, Isabel Bellantini.
Fue bautizado en la
fiesta de la Inmaculada Concepción. Se le ponene los nombres de Bernardino
Luis. Bernardino en honor a San Bernardino de Siena, quien una vez fue huésped
de la familia de su madre.
Dicen que Bernardino era un niño siempre
afable y risueño con todos. A su buena madre le profesó durante toda su vida un
cariño y una veneración extraordinarios. Durante sus estudios un compañero le
preguntó: "Si te dieran a escoger entre verte privado de tu padre
o de tu madre. ¿qué preferirlas?"
Bernardino
contestó como un rayo: "De mi madre jamás." Dios,
sin embargo, le pidió pronto el sacrificio más grande.
Su madre se fue al cielo cuando él todavía
era muy joven, el 24 de Noviembre. Su recuerdo le arrancaba con frecuencia
lágrimas de los ojos. Ella se lo había merecido por sus constantes desvelos y
principalmente por haberle inculcado una tierna devoción a la Virgen María.
En Carpi comenzó el niño Bernardino sus
estudios de literatura clásica bajo la dirección de maestros competentes. "En
el aprovechamiento ¿escribe el mismo Santo?, si no aventajó a sus discípulos,
tampoco se dejó superar por ninguno de ellos." De Carpi pasó a
Módena y luego a Bolonia, una de las más célebres universidades de su tiempo,
donde cursó la filosofía.
En Bolonia termina sus estudios de
filosofía y se prepara para la carrera de Medicina. Fue un estudiante jovial y
amigo de sus amigos. Más tarde se lamentará de "haber perdido
muchísimo tiempo con algunos de sus compañeros, con los cuales trataba
demasiado familiarmente".
Fue, pues, muchacho normal. Hizo poesías.
Llevó un diario íntimo como todos, y se enamoró como cualquier bachiller del
siglo XX de una joven culta y piadosa. Le parece la mujer ideal para formar su
propio hogar. Cuenta de ella:
"Habiéndome
introducido por senda tan resbaladiza” escribe el Santo refiriéndose a aquellos
días, vino el ángel del Señor a amonestarme de mis errores, y, retrayéndome de
las puertas del infierno, me colocó otra vez en la ruta del cielo."
¿Quién fue este
"ángel del cielo"?
Un día vio en una iglesia a una joven y
quedó prendado de ella. La amó con un amor maravilloso, "hasta tal
punto ¿son sus palabras? de cifrar toda mi dicha en cumplir sus menores deseos.
No obedecerla me parecía un delito, porque cuanto yo tenía y cuanto era
reconocía debérselo a ella". Esta joven se llamaba Clorinda.
Bellísima, había dominado por sí misma, sin ayuda de nadie, el vasto campo de
la literatura y la filosofía. Era profundamente piadosa. Frecuentaba la misa y
la comunión. Precisamente la vista de su angelical postura en la iglesia fue lo
que prendió en el corazón de Bernardino, como lo demuestran las cartas y
poesías que se cruzaron entre los dos y que todavía se conservan.
Bernardino tenía proyectado graduarse en
Medicina. Pero a Clorinda no le gustaba, y él se sometió dócilmente a los
deseos de ella. Había que cambiar de carrera y comenzar la de Derecho.
Por fin, el 3 de junio de 1546, a los
veinticinco años, se doctoró en ambos Derechos, canónico y civil.
A los seis meses de terminar la
carrera fue nombrado podestá, o sea alcalde, de Felizzano. Del gobierno de esta
pequeña ciudad pasó al cargo de abogado fiscal de Alessandría, en el Piamonte.
Después se le nombró alcalde de Cassine, De Cassine pasó a Castel Leone de
pretor a las órdenes del marqués de Pescara.
En todos estos cargos se mostró siempre
recto y sumamente hábil en los negocios.
El marqués de Pescara quedó tan satisfecho
de las actuaciones de Realino que, cuando tomó el cargo de gobernador de
Nápoles en nombre de España, se lo llevó consigo como oidor y lugarteniente
general.
En Nápoles le
esperaba a Bernardino la Providencia de Dios.
En los meses finales de 1561 fallece
Clorinda. Recibe la noticia por una carta de sus amigos de Bolonia. Se abrió en
el alma de Bernardino una herida profunda que difícilmente podría curarse.
El recuerdo de aquella joven querida le
alentaba ahora desde el cielo, presentándosele de tiempo en tiempo radiante de
luz y de gloria y exhortándole a seguir adelante en sus santos propósitos. En
carta a su hermano Juan Bautista dice: "No encuentro otro consuelo
sino en Dios. Me entrego a su divina voluntad. Él procura el bien de sus
creaturas, aunque nosotros nos inclinemos a otros bienes. Ruego al Señor y a su
Madre me protejan y me muestren el mejor camino para enderezar mi vida".
Un día paseaba por las calles de Nápoles
cuando tropezó con dos jóvenes religiosos cuya modestia y santa alegría le
impresionó vivamente. Les siguió un buen trecho y preguntó quiénes eran. Le
dijeron que "jesuitas", de una Orden nueva recientemente aprobada por
la Iglesia.
Era la primera noticia que tenía
Bernardino de la Compañía de Jesús. El domingo siguiente fue oír misa a la
iglesia de los padres.
Entró en el momento en que subía al
púlpito el padre Juan Bautista Carminata, uno de los oradores mejores de aquel
tiempo. El sermón cayó en tierra abonada. Bernardino volvió a casa, se encerró
en su habitación y no quiso recibir a nadie durante varios días. Hizo los
ejercicios espirituales, y a los pocos días la resolución estaba tomada.
Dejaría su carrera y se abrazaría con la cruz de Cristo.
Su madre había muerto, Clorinda había
muerto. Su anciano padre no tardaría mucho en volar al cielo. No quería servir
a los que estaban sujetos a la muerte. Pero ¿cuándo pondría por obra su
propósito? ¿Dónde? ¿No sería mejor esperar un poco?
Un día del mes de septiembre de 1564,
mientras Bernardino rezaba el rosario pidiendo a María luz en aquella
perplejidad, se vio rodeado de un vivísimo resplandor que se rasgó de pronto
dejando ver a la Reina del Cielo con el Niño Jesús en los brazos. María,
dirigiendo a Bernardino una mirada de celestial ternura, le mandó entrar cuanto
antes en la Compañía de Jesús: "Bernardino, es mi voluntad
que entres en la Compañía de mi Hijo Jesús".
Contaba Bernardino, al entrar en el
Noviciado, treinta y cuatro años. Era lo que hoy decimos una vocación tardía.
Por eso una de sus mayores dificultades fue encontrarse de la noche a la mañana
rodeado de muchachos, risueños sí y bondadosos, pero que estaban muy lejos de
poseer su cultura y su experiencia de la vida y los negocios. Con ellos tenía
que convivir, y el exlugarteniente del virrey de Nápoles tenía que participar
en sus conversaciones y en sus juegos, y vivir como ellos pendiente de la campanilla
del Noviciado, siempre importuna y molesta a la naturaleza humana. Pero a todo
hizo frente Bernardino con audacia y a los tres años de su ingreso en la
Compañía se ordenó de sacerdote el 24 de Mayo de 1567, por el Arzobispo de
Nápoles Mario Caraffa. Su primera misa la dice en la fiesta del Corpus Christi.
Todavía continuó estudiando la teología y al mismo tiempo desempeñó el delicado
cargo de maestro de novicios.
En una carta dirigida a su padre dice: "Esta
es gran misericordia de Dios. Él me ha elevado al honor de ofrecer al Padre
eterno el cuerpo y la sangre de su divino Hijo. Esto es lo mas grande que el
hombre puede hacer en la tierra. Yo me asusto, porque conozco mi indignidad.
Soy, pues, sacerdote. Ud. jamás lo habría pensado. No entré a la Compañía con
ese pensamiento. Pero el hombre propone y Dios dispone. Quiera la divina
Majestad que yo sea un buen ministro para ayudar a las almas. Le ruego
calurosamente, vaya Ud. a una iglesia y ante el Santísimo Sacramento dé gracias
por el gran beneficio dado a su hijo. Ni Ud. ni yo merecemos tan grande
favor".
En Nápoles permaneció tres años ocupado en
los ministerios sacerdotales como director de la Congregación, recogiendo a los
pillos del puerto, visitando las cárceles y adoctrinando a los esclavos turcos
de las galeras españolas. Pero en los planes de Dios era otra la ciudad donde
iba a desarrollar su apostolado sacerdotal.
En 1574, el P. Alfonso de Salmerón destina
al Santo a Lecce. Desde hacía tiempo la ciudad deseaba un colegio de Jesuitas,
y los superiores decidieron enviar al padre Realino con otro padre y un hermano
para dar comienzo a la fundación y una satisfacción a los buenos habitantes de
la ciudad, que oportuna e inoportunamente no desperdiciaban ocasión de pedir y
suspirar por el colegio de la Compañía.
Los tres jesuitas, con sus ropas negras y
sus miradas recogidas, entraron en la ciudad el 13 de diciembre de 1574. Por lo
visto la buena fama del padre Bernardino Realino le había precedido, porque el
recibimiento que le hicieron más parecía un triunfo que otra cosa. Un buen
grupo de eclesiásticos y de caballeros salió a recibirles a gran distancia de
la ciudad. Se organizó una lucidísima comitiva, que recorrió con los tres
jesuitas las principales calles de Lecce hasta conducirlos a su domicilio provisional.
"Este domingo llegamos a esta noble ciudad
de Lecce, sanos y salvos a pesar del largo y el incómodo viaje. Fuimos
recibidos con aplauso de todos. Esto confunde. No escribo detalles, porque me
da vergüenza. Basta que Ud. sepa que el amor por la Compañía es grande. La
hermosura del país y la calidad de la gente son espléndidas. No me imaginaba
todo esto. Aquí parece que estamos siempre en primavera. Espero confiado que
Ud. lo constate con sus propios ojos. Me propongo establecer pronto el Colegio
y nuestra Casa. La juventud es numerosa y est muy bien dispuesta".
El padre Realino era el superior de la
nueva casa profesa. En cuanto llegó puso manos a la obra de la construcción de
la iglesia de Jesús y a los dos años la tenía terminada. Otros seis años, y se
inauguraba el colegio, del cual era nombrado primer rector el mismo Santo.
Desde el primer día de su estancia en
Lecce el padre Realino comenzó sus ministerios sacerdotales con toda clase de
personas, como lo había hecho en Nápoles. Confesó materialmente a toda la
ciudad, dirigió la Congregación Mariana, socorrió a los pobres y enfermos. Para
éstos guardaba una tinaja de excelente vino que la fama decía que nunca se
agotaba. Después de los pobres de bienes materiales, comenzaron a desfilar por
su confesonario los prelados y caballeros, tratando con él los asuntos de
conciencia. "Lo que fue San Felipe Neri en la Ciudad Eterna ? dice
León XIII en el breve de beatificación de 1895? esto mismo fue para Lecce el
Beato Bernardino Realino. Desde la más alta nobleza hasta los últimos
harapientos, encarcelados y esclavos turcos, no había quien no le conociese
como universal apóstol y bienhechor de la ciudad." El Papa, el
emperador Rodolfo II y el rey de Francia Enrique IV le escribieron cartas
encomendándose en sus oraciones. Tal era la fama de el "Santo de
Lecce".
Los superiores de la Compañía pensaron en
varias ocasiones que el celo del padre Realino podría tal vez dar mejores
frutos en otras partes y decidieron trasladarle del colegio y ciudad de Lecce.
Tales noticias ocasionaron verdaderos tumultos populares. En repetidas
ocasiones los magistrados de la ciudad declararon que cerrarían las puertas e
impedirían por la fuerza la salida del padre Bernardino. Pero no fue necesario,
porque también el cielo entraba en la conjura a favor de los habitantes de
Lecce. Apenas se daba al padre la orden de partir, empeoraba el tiempo de tal
forma que hacía temerario cualquier viaje. Otras veces, una altísima fiebre
misteriosa se apoderaba de él y le postraba en cama hasta tanto se revocaba la
orden. De aquí el dicho de los médicos de Lecce: "Para el padre
Realino, orden de salir es orden de enfermar."
Pasaron muchos años y la santidad de
Bernardino se acrisoló. Recibió grandes favores del cielo. Una noche de Navidad
estaba en el confesonario y una penitente notó que el padre temblaba de pies a
cabeza a causa del intenso frío. Terminada la confesión la buena señora fue al
que entonces era padre rector a rogarle que mandara retirarse al padre
Bernardino a su habitación y calentarse un poco. Obedeció el Santo la orden del
padre rector. Fue a su cuarto y mientras un hermano le traía fuego se puso a
meditar sobre el misterio de la Navidad. De repente una luz vivísima llenó de
resplandor su habitación y la figura dulcísima de la Virgen María se dibujó
ante él. Como la otra vez, llevaba al Niño Jesús en sus brazos. "¿Por
qué tiemblas, Bernardino?", le preguntó la Señora. "Estoy
tiritando de frío", le respondió el buen anciano. Entonces la buena
Madre, con una ternura indescriptible, alarga sus brazos y le entrega el Niño
Jesús. Sin duda fueron unos momentos de cielo los que pasó San Bernardino
Realino. Lo cierto es que, al entrar poco después el hermano con el brasero, le
oyó repetir como fuera de sí: "Un ratito más, Señora; un ratito
más." En todo aquel invierno no volvió a sentir frío el padre
Bernardino.
Una otra vez el Hermano enfermero lo
encuentra en la mañana con el rostro encendido y llorando. "¿Por
qué llora, Padre?", le dice con cariño. Bernardino contesta: "¡Ah,
si Ud. supiera lo que he visto!. Y ¿qué es lo que ha visto?, dice el
Hermano. Realino no puede callarse: "He visto a la Santísima
Virgen resplandeciente como un sol y vestida de púrpura y azul. He estrechado
también en mis brazos al Niño Jesús". Después asustado, ruega al
Hermano que no lo diga a nadie. Pero es inútil, porque éste lo cuenta a todos.
Llegó el año 1616. La vida del padre
Realino se extinguía. "Me voy al cielo", dijo, y con la
jaculatoria "Oh Virgen mía Santísima" lo cumplió el
día 2 de julio. Tenía ochenta y dos años, de los cuales la mitad, cuarenta y
dos, los había pasado en Lecce, dándonos ejemplo de sencillez y de constancia
en un trabajo casi siempre igual.
Fue canonizado por el Papa Pío XII el 22
de junio de 1947 y declarado Patrono de la ciudad de Lecce.
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