25 - DE JUNIO – MARTES –
12ª – SEMANA DEL T.O. - B
San Máximo de Turín
Lectura del segundo libro
de los Reyes (19,9b-11.14-21.31-35a.36):
En aquellos días, Senaquerib, rey de
Asiria, envió mensajeros a Ezequías, para decirle:
«Decid a Ezequías, rey de Judá:
"Que no te engañe tu Dios en quien confías, pensando que Jerusalén no
caerá en manos del rey de Asiria. Tú mismo has oído hablar cómo han tratado los
reyes de Asiria a todos los países, exterminándolos, ¿y tú te vas a
librar?"»
Ezequías tomó la carta de mano de los
mensajeros y la leyó; después subió al templo, la desplegó ante el Señor y oró:
«Señor, Dios de Israel, sentado sobre
querubines; tú solo eres el Dios de todos los reinos del mundo. Tú hiciste el
cielo y la tierra. Inclina tu oído, Señor, y escucha; abre tus ojos, Señor, y
mira. Escucha el mensaje que ha enviado Senaquerib para ultrajar al Dios vivo.
Es verdad, Señor: los reyes de Asiria
han asolado todos los países y su territorio, han quemado todos sus dioses,
porque no son dioses, sino hechura de manos humanas, leño y piedra, y los han
destruido. Ahora, Señor, Dios nuestro, sálvanos de su mano, para que sepan
todos los reinos del mundo que tú solo, Señor, eres Dios.»
Isaías, hijo de Amós, mandó a decir a
Ezequías:
«Así dice el Señor, Dios de Israel:
"He oído lo que me pides acerca de Senaquerib, rey de Asiria. Ésta es la
palabra que el Señor pronuncia contra él: Te desprecia y se burla de ti la
doncella, la ciudad de Sión; menea la cabeza a tu espalda la ciudad de
Jerusalén. Pues de Jerusalén saldrá un resto, del monte Sión los
supervivientes. ¡El celo del Señor lo cumplirá!
Por eso, así dice el Señor acerca del
rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, no disparará contra ella su flecha,
no se acercará con escudo ni levantará contra ella un talud; por el camino por
donde vino se volverá, pero no entrará en esta ciudad –oráculo del Señor–. Yo
escucharé a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David, mi siervo.»
Aquella misma noche salió el ángel del
Señor e hirió en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres.
Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento, se volvió a Nínive y se quedó
allí.
Palabra de Dios
Salmo: 47,2-3a.3b-4.10-11
R/. Dios ha fundado su ciudad para siempre
Grande es el Señor y muy digno de
alabanza en la ciudad de nuestro Dios.
Su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la
tierra. R/.
El monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey.
Entre sus palacios, Dios descuella como un
alcázar. R/.
Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo: como tu renombre, oh
Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra; tu diestra está llena de justicia. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (7,6.12-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«No deis lo santo a los perros, ni les
echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para
destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto
consiste la Ley y los profetas.
Entrad por la puerta estrecha. Ancha es
la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por
ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida!
Y pocos dan con ellos.»
Palabra del Señor
1. La exhortación enigmática
sobre los perros y los cerdos es desconocida, tanto en su origen como en su
significado. Seguramente el autor del evangelio de Mateo la puso aquí porque
así la encontró en la llamada "Fuente Q", la fuente de los dichos,
que sirvió de base a este evangelio.
2. El texto central de este
evangelio es la llamada "Regla de Oro", que, como es bien sabido, es
muy anterior al cristianismo. Ya se encuentra en Confucio (551-489), en el
judaísmo (Lev 19, 18) y se puede decir que es una norma de ética universal. Se
ha formulado negativamente ("lo que no quieres que te hagan los demás, no
se lo hagas a ellos) o positivamente, como hace aquí Jesús.
Se puede decir que la forma positiva es
más exigente que la negativa. Porque la positiva sugiere al interpelado una
iniciativa propia, mientras que la versión negativa puede acabar en mera
pasividad.
3. En cualquier caso, lo más
importante es tener el coraje de aplicar esta regla a todas las situaciones de
la vida, sobre todo, en cuanto se refiere, no solo al amor a los enemigos, sino
a las relaciones con los creyentes de otras religiones. Y, por supuesto, con
los ateos, agnósticos y, en general, con quienes tienen ideas y conductas
distintas a las propias en todo lo relacionado con la religión. Esto es ahora
especialmente urgente, cuando la sociedad es más plural y la convivencia
resulta más complicada.
San Máximo de Turín
Obispo
Martirologio Romano: En Turín, Italia, san
Máximo, primer obispo de esta sede, que con su paterna palabra llamó al pueblo
pagano a la fe de Cristo, y con sólida doctrina lo condujo al premio de la
salvación eterna. (c.465)
Se conserva la mayor parte de la obra
literaria de san Máximo de Turín, pero es muy poco lo que se sabe acerca del
autor. Parece que vino al mundo alrededor del año 380 y, por referencias
extraídas de algunos de sus escritos, se conjetura que era natural de Vercelli,
o de algún otro lugar en la provincia de Recia. El escritor declara que, hacia
el año de 397, presenció el martirio de tres obispos misioneros de Anaunia, en
los Alpes Réticos. El historiador Genadio, en su «Libro de Escritores
Eclesiásticos», que completó hacia fines del siglo quinto, describe a san
Máximo, obispo de Turín, como a un profundo estudioso de la Biblia, un
predicador diestro en instruir al pueblo y autor de muchos libros, algunos de
cuyos títulos menciona. La nota concluye señalando que la actuación de san
Máximo floreció particularmente durante los reinados de Honorio y de Teodosio
el Joven. En realidad, el obispo sobrevivió a esos dos soberanos, puesto que,
en el año 451 un obispo Máximo de Turín asistió al sínodo de Milán, presidido
por su metropolitano, san Eusebio y, con la participación de otros prelados del
norte de Italia, firmó la carta dirigida al papa san León Magno para declarar
la adhesión de la asamblea a la doctrina de la Encarnación, tal como se expuso
en la llamada "Epístola dogmática" del Papa. También estuvo presente
en el Concilio de Roma del 465. En los decretos emitidos en esa ocasión, la
firma de Máximo figura inmediatamente después de la del pontífice san Hilario
y, como por aquel entonces se daba precedencia por la edad, es evidente que
Máximo era muy anciano. Se supone que murió poco después de aquel Concilio.
La colección que se hizo de sus supuestas
obras, editadas por Bruno Bruni en 1784, comprende unos 116 sermones, 118
homilías y 6 tratados; pero esta clasificación es muy arbitraria y,
posiblemente, la mayoría de las obras citadas deban atribuirse a otros autores.
Son particularmente interesantes por darnos a conocer algunas costumbres
extrañas y pintorescas de la antigüedad sobre las condiciones en que vivían los
pueblos de la Lombardía, en la época de las invasiones de los godos. En una de
sus homilías describe la destrucción de Milán por las hordas de Atila; en otra,
habla de los mártires Octavio, Solutor y Adventus, cuyas reliquias se conservan
en Turín. "Debemos honrar a todos los mártires, recomienda; pero
especialmente a aquellos cuyas reliquias poseemos, puesto que ellos velan por
nuestros cuerpos en esta vida y nos acogen cuando partimos de ella". En
dos homilías sobre la acción de gracias inculcaba el deber de elevar
diariamente las preces al Señor y recomendaba los Salmos como los mejores
cánticos de alabanza. Insistía en que nadie debía dejar las oraciones de la
mañana y la noche, así como la acción de gracias, antes y después de las
comidas. Máximo exhortaba a todos los cristianos para que hiciesen el signo de
la cruz al emprender cualquier acción, puesto que "por el signo de
Jesucristo (hecho con devoción) se pueden obtener bendiciones sin cuento sobre
todas nuestras empresas". En uno de sus sermones, abordó el tema de los
festejos un tanto desenfrenados del Año Nuevo y criticó la costumbre de dar regalos
a los ricos, sin haber repartido antes limosnas entre los pobres. Más adelante,
en esa misma prédica, atacó duramente a "los herejes que venden el perdón
de los pecados", cuyos pretendidos sacerdotes piden dinero por la
absolución de los penitentes, en vez de imponerles penitencias y llanto por sus
culpas.
VIDAS DE LOS SANTOS
Edición 1965
Autor: Alban Butler
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