miércoles, 26 de junio de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 28 - DE JUNIO – VIERNES – 12ª – SEMANA DEL T.O. - B San Ireneo, obispo y mártir

 


 

 28 - DE JUNIO – VIERNES –

12ª – SEMANA DEL T.O. - B

San Ireneo, obispo y mártir

 

Lectura del segundo libro de los Reyes (25,1-12):

 

El año noveno del reinado de Sedecías, el día diez del décimo mes, Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén con todo su ejército, acampó frente a ella y construyó torres de asalto alrededor. La ciudad quedó sitiada hasta el año once del reinado de Sedecías, el día noveno del mes cuarto. El hambre apretó en la ciudad, y no había pan para la población. Se abrió brecha en la ciudad, y los soldados huyeron de noche por la puerta entre las dos murallas, junto a los jardines reales, mientras los caldeos rodeaban la ciudad, y se marcharon por el camino de la estepa. El ejército caldeo persiguió al rey; lo alcanzaron en la estepa de Jericó, mientras sus tropas se dispersaban abandonándolo. Apresaron al rey y se lo llevaron al rey de Babilonia, que estaba en Ribla, y lo procesó. A los hijos de Sedecías los hizo ajusticiar ante su vista; a Sedecias lo cegó, le echó cadenas de bronce y lo llevó a Babilonia. El día primero del quinto mes, que corresponde al año diecinueve del reinado de Nabucodonosor en Babilonia, llegó a Jerusalén Nabusardán, jefe de la guardia, funcionario del rey de Babilonia. Incendió el templo, el palacio real y las casas de Jerusalén, y puso fuego a todos los palacios. El ejército caldeo, a las órdenes del jefe de la guardia, derribó las murallas que rodeaban a Jerusalén. Nabusardán, jefe de la guardia, se llevó cautivos al resto del pueblo que había quedado en la ciudad, a los que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de la plebe. De la clase baja dejó algunos como viñadores y hortelanos.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 136,1-2.3.4-5.6

 

R/. Que se me pegue la lengua al paladar sí no me acuerdo de ti

 

Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. R/.

 

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión.» R/.

 

¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!

Si me olvido de ti, Jerusalén,

que se me paralice la mano derecha. R/.

 

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo 8, 1-4

      En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo:

"Señor, si quieres, puedes limpiarme".

       Extendió la mano y lo tocó diciendo:

"¡Quiero, queda limpio!"  Y enseguida quedó limpio de la lepra.

Jesús le dijo:

"No se lo digas a nadie, pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés".

 

Palabra del Señor

 

 

1.  Jesús baja del monte de las bienaventuranzas, ya que el relato sigue inmediatamente al final del sermón del monte.  El descenso del monte evoca el descenso también de Moisés cuando baja del Sinaí (Ex 34, 29).

Pero Moisés bajó para castigar al pueblo idólatra. Jesús baja para sanar el dolor humano del enfermo despreciado.

Se trataba, en efecto, de un "leproso".

Por lepra se entendía toda enfermedad de la piel que fuera contagiosa (Lev 13-14). Todo leproso era un peligro de epidemia. Por eso era despreciado, excluido, marginado. Hasta el extremo de que la religión le obligaba a ir por la vida gritando:

"¡Impuro, impuro!" y se veía excluido de la ciudad o la aldea (Lev 13, 44-46; Nnn 5, 2).

La religión no curaba, sino que humillaba y despreciaba al que ya se veía despreciado y humillado.

 

2.  La reacción de Jesús fue inmediata: tocó al leproso y quedó limpio.

Jesús no remueve más la humillación de aquel hombre.  Lo sana por completo y enseguida. 

Hay que tener en cuenta que el Evangelio utiliza el verbo "kathariza", que, como es sabido, significa no solo "limpiar", sino sobre todo "purificar" de toda posible impureza del espíritu. De forma que así devuelve la rehabilitación social, económica y religiosa (W. Carter). Por eso Jesús, al final de este episodio, le dice al hombre (ya curado) que vaya a los sacerdotes y cumpla el trámite legal (Lev 14, 4.10). Para que, cumpliendo ese trámite, la reintegración social —en una sociedad tan religiosa— fuera total.

 

3. Al final, Jesús le dice al hombre curado: "No lo digas a nadie".  Algunos discuten si estas palabras son expresión del llamado "secreto mesiánico", que tanto destaca el evangelio de Marcos. Y aparece en relatos de Mateo (9, 30; 12, 16; 16, 20; 17, 9). No debe darse a estos textos un significado "moral" o "espiritual". Como si es que Jesús pretendiera pasar inadvertido. No tiene sentido semejante explicación. 

- ¿Cómo iba a pasar inadvertido, en aquellas aldeas de Galilea, que un ciego, un leproso o un enfermo incurable, de pronto se había curado?

Lo más seguro es que Jesús quería que la gente mantuviera cierta reserva en cuanto al tema del Mesías, ya que eso, tal como Jesús lo entendía, no se podía empezar a comprender hasta el final, hasta la muerte en cruz (J. J. Pilch, C. M. Tuckett).

Si se hubiera difundido que el Mesías ya estaba en Galilea, tal cosa, ni se habría entendido, ni habría aportado nada positivo, además de preocupar antes de tiempo a los romanos. Jesús era el Hijo de Dios, pero con los pies en el suelo. Y sabía muy bien lo que hacía. Y cómo lo tenía que hacer.

 

San Ireneo, obispo y mártir

 




     San Ireneo, educado en Esmirna; fue discípulo de la San Policarpo, obispo de aquella ciudad, quién a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan. En el año 177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad.

      Las obras literarias de San Ireneo le han valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes.

 Recibió la palma del martirio, según se cuenta, alrededor del año 200.

 

     Infancia y Estudios

 

   Nada se sabe sobre su familia. Probablemente nació alrededor del año 125, en alguna de aquellas provincias marítimas del Asia Menor, donde todavía se conservaba con cariño el recuerdo de los Apóstoles entre los numerosos cristianos. Sin duda que recibió una educación muy esmerada y liberal, ya que sumaba a sus profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras, una completa familiaridad con la literatura y la filosofía de los griegos. Tuvo, además, el inestimable privilegio de sentarse entre algunos de los hombres que habían conocido a los Apóstoles y a sus primeros discípulos, para escuchar sus pláticas. Entre éstos, figuraba San Policarpo, quien ejerció una gran influencia en la vida de Ireneo. Por cierto, que fue tan profunda la impresión que en éste produjo el santo obispo de Esmirna que, muchos años después, como confesaba a un amigo, podía describir con lujo de detalles, el aspecto de San Policarpio, las inflexiones de su voz y cada una de las palabras que pronunciaba para relatar sus entrevistas con San Juan, el Evangelista, y otros que conocieron al Señor, o para exponer la doctrina que habían aprendido de ellos. San Gregorio de Tours afirma que fue San Policarpio quien envió a Ireneo como misionero a las Galias, pero no hay pruebas para sostener esa afirmación.

 

     Sacerdocio

 

     Desde tiempos muy remotos, existían las relaciones comerciales entre los puertos del Asia Menor y el de Marsella y, en el siglo segundo de nuestra era, los traficantes levantinos transportaban regularmente las mercancías por el Ródano arriba, hasta la ciudad de Lyon que, en consecuencia, se convirtió en el principal mercado de Europa occidental y en la villa más populosa de las Galias. Junto con los mercaderes asiáticos, muchos de los cuales se establecieron en Lyon, venían sus sacerdotes y misioneros que portaron la palabra del Evangelio a los galos paganos y fundaron una vigorosa iglesia local. A aquella iglesia llegó San Ireneo para servirla como sacerdote, bajo la jurisdicción de su primer obispo, San Potino, que también era oriental, y ahí se quedó hasta su muerte. La buena opinión que tenían sobre él sus hermanos en religión se puso en evidencia el año de 177, cuando se le despachó a Roma con una delicadísima misión. Fue después del estallido de la terrible persecución de Marco Aurelio, al tratar a San Potino, el 2 de junio, cuando ya muchos de los jefes del cristianismo en Lyon, se hallaban prisioneros. Su cautiverio, por otra parte, no les impidió mantener su interés por los fieles cristianos del Asia Menor. Conscientes de la simpatía y la admiración que despertaba entre la cristiandad su situación de confesores en inminente peligro de muerte, enviaron al Papa San Eleuterio, por conducto de Ireneo, "la más piadosa y ortodoxa de las cartas", con una apelación al Pontífice, en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, para que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia. Asimismo, recomendaban al portador de la misiva, como a un sacerdote "animado por un celo vehemente para dar testimonio de Cristo" y un amante de la paz, como lo indicaba su nombre.

 

     Obispado

 

     El cumplimiento de aquel encargo que lo ausentaba de Lyon explica por qué Ireneo no fue llamado a compartir el martirio de San Potino y sus compañeros. No sabemos cuánto tiempo permaneció en Roma, pero tan pronto como regresó a Lyon, ocupó la sede episcopal que había dejado vacante San Potino. Ya por entonces había terminado la persecución y los veinte o más años de su episcopado fueron de relativa paz. Las informaciones sobre sus actividades son escasas, pero es evidente que, además de sus deberes puramente pastorales, trabajó intensamente en la evangelización de su comarca y las adyacentes. Al parecer, fue él quien envió a los Santos Félix, Fortunato y Aquileo, como misioneros a Valence, y a los Santos Ferrucio y Ferreolo, a Besancon, Para indicar hasta qué punto se había identificado con su rebaño, basta con decir que hablaba corrientemente el celta en vez del griego, que era su lengua madre.

 

     Lucha contra el gnosticismo

 

     La propagación del gnosticismo en las Galias inspiró en el obispo Ireneo el anhelo de defender el cristianismo de sus falsas interpretaciones. Estudió sus dogmas, lo que ya de por sí era una tarea muy difícil, puesto que cada uno de los gnósticos parecía sentirse inclinado a introducir nuevas versiones propias en la doctrina. Afortunadamente, San Ireneo era un investigador minucioso e infatigable en todos los campos del saber, como nos dice Tertuliano y, por consiguiente, salvó aquel escollo sin mayores tropiezos. Una vez empapado en las ideas gnósticas, escribió un tratado en cinco libros, en cuya primera parte expuso completamente las doctrinas internas de las diversas sectas para contradecirlas después con las enseñanzas de los Apóstoles y los textos de las Sagradas Escrituras.

 

   Hay un buen ejemplo sobre el método de combate que siguió. Cuando trata sobre la creencia gnóstica de que el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por seres angelicales y no por Dios, quien sin participación seguirá eternamente desligado del mundo, superior, indiferente, Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta llegar a su conclusión lógica y, por medio de una eficaz reductio ad absurdum, procede a demostrar su falsedad. Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana sobre la estrecha relación entre Dios y el mundo que El creó los siguientes términos: "El Padre está por encima de todo y El es la cabeza de Cristo; pero a través del Verbo se hicieron todas las cosas y El mismo es el jefe de la Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos nosotros; es El esa agua viva que el Señor da a los que creen en Él y le aman porque saben que hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todas las cosas."

 

   Ireneo escribe con estudiada moderación y cortesía, pero de vez en cuando, se le escapan comentarios humorísticos. Al referirse, por ejemplo, a la actitud de los recién "iniciados" dice: "Tan pronto como un hombre se deja atrapar en sus "caminos de salvación", se da tanta importancia y se hincha de vanidad a tal extremo que ya no se imagina estar en el cielo o en la tierra, sino haber pasado a las regiones del Pleroma y, con el porte majestuoso de un gallo, se pavonea ante nosotros, como si acabase de abrazar a su ángel. Ireneo estaba firmemente convencido de que gran parte del atractivo del gnosticismo, se hallaba en el velo de misterio con que gustaba de envolverse y de hecho, había tomado la determinación de "desenmascarar a la zorra", como él mismo lo dice. Y por cierto que lo consiguió: sus obras, escritas en griego, pero traducidas al latín casi en seguida, circularon ampliamente y no tardaron en asestar el golpe de muerte a los gnósticos del siglo segundo. Por lo menos, de entonces en adelante dejaron de constituir una seria amenaza para la Iglesia y la fe católica.

 

     Reconciliador ante el Pontífice

 

   El hecho de que luchara contra las herejías no significa que fuese intransigente. Al contrario. Trece o catorce años después de haber viajado a Roma con la carta para el Papa Eleuterio, fue de nuevo Ireneo el mediador entre un grupo de cristianos del Asia Menor y el Pontífice. En vista de que los cuartodecimanos se negaban a celebrar la Pascua de acuerdo con la costumbre occidental, el Papa Víctor III los había excomulgado y, en consecuencia, existía el peligro de un cisma. Ireneo intervino en su favor. En una carta bellamente escrita que dirigió al Papa, le suplicaba que levantase el castigo y señalaba que sus defendidos no eran realmente culpables, sino que se aferraban a una costumbre tradicional y que, una diferencia de opinión sobre el mismo punto no había impedido que el Papa Aniceto y San Policarpo permaneciesen en amable comunión. El resultado de su embajada fue el restablecimiento de las buenas relaciones entre las dos partes y de una paz que no se quebrantó. Después del Concilio de Nicea, en 325, los cuartodecimanos acataron voluntariamente el uso romano, sin ninguna presión por parte de la Santa Sede.

 

     Su muerte y veneración

 

   Se desconoce la fecha de la muerte de San Ireneo, aunque por regla general, se estima en el año 202. De acuerdo con una tradición posterior, se afirma que fue martirizado, pero no es probable ni hay evidencia alguna sobre el particular.

 

   Los restos mortales de San Ireneo, como lo indica Gregorio de Tours, fueron sepultados en una cripta, bajo el altar de la que entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante, llevó el nombre de San Ireneo. Esta tumba o santuario fue destruido por los calvinistas en 1562 y, al parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios de sus reliquias. Es digno de observarse que, si bien la fiesta de San Ireneo se celebra desde tiempos muy antiguos en el oriente (el 23 de agosto), sólo a partir de 1922 se ha observado en la iglesia de occidente.

                 

     Su Escritos

 

   No ha llegado hasta nosotros nada que pueda llamarse una biografía de la época sobre San Ireneo, pero hay, en cambio, abundante literatura en torno al importante papel que desempeñó como testigo de las antiguas tradiciones y como maestro de las creencias ortodoxas

 

   Su tratado contra los gnósticos ha llegado hasta nosotros completo en su versión latina.

 

   En 1904 se descubrió la existencia de otro escrito suyo: la exposición de la predicación apostólica, traducida al armenio. La obra era hasta entonces conocida como: "Prueba de la Predicación Apostólica". Se trata, sobre todo de una comparación de las profecías del Antiguo Testamento y de ese escrito, no se obtienen informaciones nuevas en relación con el espíritu y los pensamientos del autor.

 

     A pesar de que el resto de sus obras desapareció, bastan los dos trabajos mencionados para suministrar todos los elementos de un sistema completo de teología cristiana.

 

   San Ireneo, fundamentándose en San Pablo y en su conocimiento de las enseñanzas apostólicas, enseñaba el paralelismo Adán-Jesucristo; Eva-María.

 

Bibliografía: "Vidas de los Santos"

de Butler, ed. española.   

 

 

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