6 - DE JUNIO – JUEVES –
9ª – SEMANA DEL T.O. – B
SAN NORBERTO
Lectura de la segunda carta de
san Pablo a Timoteo (2,8-15):
Haz memoria de
Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de
David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como
un malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto
todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda
por Cristo Jesús, con la gloria eterna.
Es doctrina segura: «Si morimos con él,
viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él
nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí
mismo.»
Sígueles recordando todo esto,
avisándoles seriamente en nombre de Dios que no disputen sobre palabras: no
sirve para nada y es catastrófico para los oyentes. Esfuérzate por presentarte
ante Dios y merecer su aprobación como un obrero irreprensible que predica la
verdad sin desviaciones.
Palabra de Dios
Salmo: 24
R/. Señor, enséñame tus caminos
Señor,
enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas,
haz que camine con lealtad;
enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.
El Señor es
bueno y recto
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.
Las sendas del
Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con los fieles
y les da a conocer su alianza. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Marcos (12,28b-34):
En aquel
tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de
todos?»
Respondió Jesús:
«El primero es: "Escucha, Israel,
el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.
" El segundo es éste: "Amarás
a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, tienes razón cuando
dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo
el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como
a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido
sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios.»
Y nadie se atrevió a hacerle más
preguntas.
Palabra del Señor
1. Lo más notable de este
relato está en que el letrado, que pregunta a Jesús, se refiere solamente al
primero de todos los mandamientos. Y ese mandamiento primero, para un
israelita, era solamente el mandamiento que se refiere al amor de Dios por
encima de todo lo demás. Es lo que los judíos denominaban el
"semá" = "oye", la famosa declaración de fe del Deuteronomio
(6, 4-9;11,13-21) y del Libro de los Números (15, 37-41).
Era, pues, para un buen israelita, el
primer mandamiento que resumía toda la vida ética de los israelitas.
2. Pero Jesús amplía ese mandamiento y lo une, de forma inseparable, con el del amor al prójimo, que se contiene en Lev 19, 18. Y que el Nuevo Testamento recoge en la respuesta que recoge el episodio del joven rico, cuando Jesús, al recordar los "mandamientos", solamente menciona los que se refieren al amor al prójimo (Mc 10, 19 par), lo mismo que hace san Pablo (Rm 13, 9; cf. St 2, 8).
3. Por tanto, el planteamiento, que hace Jesús, es mucho más radical: nuestra relación con Dios se resuelve en nuestra relación con los seres humanos con quienes convivimos. Y la explicación es tan profunda como sencilla: a Dios no lo conocemos, ni podemos conocerle. Lo que conocemos es la vida que llevan quienes cada cual tiene cerca. Amando a esas personas, haciéndoles la vida lo más llevadera posible, siendo siempre buenos con todos y en todo, solamente así podemos estar seguros de que amamos a Dios y hacemos lo que Dios quiere.
SAN NORBERTO
Caminante infatigable en constante búsqueda de almas –cada una dentro de su
cuerpo– por las orillas del Rin. Sin descanso y resistente al desaliento.
Norberto nació en un siglo turbio, el XI; vivió en época de antipapas, de
confusión para dar y tomar, y con herejías y cismas, cuando el Sacro Imperio
Romano iniciaba su franca decadencia. Parece que nació en el 1080, en el
pequeño pueblo que se llama Santes, perteneciente a Clèves; su padre,
Heriberto, está emparentado con el emperador; su madre, Haduvije, viene de la
Casa de Lorena.
Lo educaron como corresponde a su rango; pero lo malo vino después. Su tío
Federico de Corintia, el arzobispo de Colonia, lo hace clérigo, ese modo de
vivir que en la época significaba honor y prebendas; él no tenía ninguna gana
de llegar al sacerdocio. Su entrada en la clerecía solo era el primer paso para
lograr una capellanía en la iglesia imperial de Santes con los pingües
emolumentos que llevaba consigo y poder dedicarse a los placeres. Pues lo
consiguió y más. Lo hicieron canónigo de la catedral de Colonia con lo que
entró de lleno y por la puerta grande en la Corte. Le llueven las damas,
nadando en la frivolidad. Para colmo, el emperador le hizo su limosnero. Esta
escalada fulgurante lo metió por completo en el lujo del escenario palatino,
donde abundan los bailes, las intrigas y las justas amorosas.
El problema de las investiduras no está ni mucho menos resuelto todavía. El
emperador Enrique V dijo que estaba dispuesto a arreglar el asunto con el Papa
Pascual II durante las conversaciones de Sutri que terminaron en un preacuerdo,
pero a la hora de poner los sellos en San Pedro, con toda la pompa papal
desplegada como la ocasión requería, arremetió alevosamente contra el papa y
los cardenales. Despojó a Pascual II de sus vestiduras y lo metió en prisión,
mientras que en la ciudad de Roma se dieron todas las tropelías imaginables por
parte de la soldadesca imperial que se entrega a la lujuria, al saqueo y al
incendio.
La situación cambió a Norberto, acompañante del emperador. Desaprobó la
conducta de su amo al verlo despojado de toda dignidad, en su salsa, como era,
falso, arrogante y traidor. En Roma, se acercó a reverenciar al Pontífice a la
cárcel y a ponerse a su disposición; a la vuelta, en Alemania, no aceptó el
obispado de Cambray que el emperador le ofrecía.
Un día, cuando cabalgaba acompañado de su escudero camino de Wreten, cayó
del caballo fulminado por un rayo, y dado por muerto. En el mismo momento de su
recuperación decidió su cambio de vida y buscar la santidad; ya le ayudó el
buen abad de Legeberg, haciéndole ver la necesidad de hacer penitencia por sus
pecados.
Ahora sí que se determinó a hacerse sacerdote; al capellán real culto,
brillantísimo, elegante como el primero y mundano de otro tiempo se le vio
ahora descalzo, vestido con piel de oveja, clamando contra la simonía e
invitando a sus compañeros clérigos a un cambio de vida; pero aquellos
canónigos no habían tenido un rayo tan cercano que les motivara, no sentían
muchas ganas de cambiar y ponerse a dar ejemplo; más bien le respondían
echándole en cara sus amoríos anteriores y su vida mundanal. Cuando predicó en
su primera misa, confesó con humildad y públicamente todas sus frivolidades
escandalosas y terminó invitando a la gente de Santes a emprender como él el
camino de la conversión.
Repartió entre los pobres todas sus riquezas; renunció a todos los cargos
eclesiásticos y comenzó a deambular por las dos márgenes del Rin, predicando e
instruyendo a la gente que estaba sumida en la más grande ignorancia. Vinieron
milagros, don de lenguas, maravillas de la gracia. Él no deja de andar, sin que
sea capaz de pararlo la meteorología, busca gente a la que hablar de
Jesucristo; se le llenan los templos hasta abarrotarse y entre los oyentes
abundan los letrados, los clérigos. La envidia –no podía faltar– de algunos y
la maldad acumulada en su antiguo cabildo de Colonia motivaron que se le
acusara con mentiras y calumnias, voceando que predicaba por su cuenta y sin
encargo ni licencia. En 1118, el papa Gelasio II, que residía en Provenza, lo
hizo su legado para predicar por todo el mundo latino, y se le unió el valón
Hugo de Fosses, el capellán de su amigo Buscardo, obispo de Cambray, para
predicar en una buena parte de Bélgica y en Laon donde el obispo quería que
hicieran lo imposible para reformar a su clero, comenzando por el mismo
cabildo. No lo consiguieron.
Después de asistir al concilio de Reims –reunido para intentar por enésima
vez el arreglo del asunto de las investiduras que seguía coleando–, en 1121 y
sobre las ruinas de una ermita abandonada, se edificó a costa del obispo de
Laon, don Bartolomé, el primer monasterio en Premontré que Norberto fundó. ¿La
regla? La de san Agustín. ¿Monjes? No; solo podrán entrar los clérigos, serán
canónigos regulares, vivirán en común, con una ascética rigurosa en la que
abunda la oración, el estudio, la penitencia y el silencio; no habrá clausura,
ni estarán de por vida vinculados a un monasterio; lo suyo será caminar sin una
moneda en la bolsa mientras aguanten los pies para predicar el Evangelio,
confundir herejes, buscar pecadores e instruir en la fe a los ignorantes. El
hábito de lana blanca comenzó a hacerse pronto familiar; cada hábito lleva
dentro a un premonstratense lleno de celo.
Como Cluny está en crisis en todos los monasterios a los que se extendía su
influencia, porque le han llevado a la decadencia las riquezas acumuladas, los
privilegios que le concedieron los papas y la arrogancia del poder, se facilita
que Francia, Alemania y Bélgica abrieran sus puertas a aquellos predicadores
nuevos que llevaban aire fresco. En cuatro años ya hay nueve monasterios donde
se forman los canónigos, que se reparten luego por los campos haciendo tanto
bien. Y hasta aparece una rama secular y otra de mujeres a la sombra de las
abadías; una anticipación de las futuras terceras órdenes del Medioevo.
Aclamado por el clero y por el pueblo, terminó Norberto siendo arzobispo de
Magdeburgo, después de dejar a los premonstratenses bajo la guía de Hugo de
Fosses. Su condición arzobispal no le libró de tener enemigos; ¡cómo andaban
las cosas! por dos veces pudo escapar de los intentos criminales de sus
clérigos.
Colaboró en la deposición del antipapa Pedro de León, el llamado Anacleto
II, que se había hecho fuerte en el castillo de Sant’Angelo, comprometiendo al
rey Lotario para que repusiera en su sede romana al verdadero papa Inocencio
II.
Murió el 6 de junio de 1134.
Arrepentidos los quiere Dios.
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