9 - DE JUNIO – DOMINGO –
10ª – SEMANA DEL T.O. - B
SAN EFREN,
diacono y doctor de la
Iglesia
Lectura del libro del Génesis. [Gén
39-15]
Cuando Adán comió
del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«¿Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo,
porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?,
¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me
ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú
entre todo el ganado y todas las fieras del campo;
te arrastrarás sobre el vientre
y comerás polvo toda tu vida;
pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia;
esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
Palabra de
Dios.
Salmo: Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-7ab. 7cd-8
(R/.: 7cd)
R/. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a
ti grito, Señor;
Señor, escucha mi Voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes temor. R/.
Mi alma espera en
el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R/.
Porque del Señor
viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios. [2 Cor
4, 13 — 5, 1]
Hermanos:
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo
que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso
hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a
nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin
de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria
de Dios.
Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun
cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se
va renovando día a día.
Pues la leve tribulación presente nos
proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos
en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es
transitorio; lo que no se ve es eterno.
Porque sabemos que, si se destruye esta
nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una
morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los
cielos.
Palabra de
Dios.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos. [Mc 3, 20-35]
En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los
demonios con el poder del jefe de los demonios».
El los invitó a acercarse y les hablaba en
parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un
reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede
subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no
puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo
para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con
la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá
perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el
que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su
pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro
un espíritu inmundo.
Llegan su madre y sus hermanos y, desde
fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le
dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus
hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados
alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que
haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Palabra del
Señor.
Desconfianza, condena, aceptación.
Estos son mi madre y mis hermanos
Después de tantas fiestas
(Pentecostés, Trinidad, Corpus Christi), volvemos al Tiempo Ordinario y a los
comienzos de la actividad de Jesús. Ateniéndonos al relato de Marcos, después
del Bautismo y las Tentaciones, Jesús ha predicado en la sinagoga de Cafarnaún
y ha realizado diversos milagros. Sin embargo, su forma de actuar, sus ideas y
sus pretensiones, provocan la oposición de los fariseos que, ya desde el
principio, «se pusieron a planear con los herodianos la forma de acabar con él»
(Mc 3,6). Pero todavía queda mucho para la pasión y muerte. Jesús sigue ganando
popularidad en todas partes (3,7-12) y elige a los doce (3,13-19).
En este momento comienza el evangelio de
hoy. Se compone de tres episodios que reflejan tres actitudes ante Jesús:
1) Desconfianza: la familia de Jesús
desconfía de él y piensa que está loco.
2) Condena: los escribas lo acusan de
endemoniado.
3) Aceptación: hay personas que se
convierten en la verdadera familia de Jesús.
Desconfianza de la familia
EN aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y
de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su
familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Los escribas y fariseos se escandalizan de
lo que hace y dice Jesús. La reacción de su familia es distinta. Cuando se
entera de que no tiene tiempo ni para comer, piensan que está loco, «fuera de
sí», y quieren llevárselo a la fuerza a Nazaret. [La traducción litúrgica deja
mejor a la familia. No traduce: «porque decían», sino «porque se decía», como
si la familia no compartiese del todo la opinión.] Al principio no queda claro
quiénes son «los suyos». Al final, cuando lleguen a Cafarnaúm, sabremos que son
«tu madre y tus hermanos y tus hermanas». Toda la familia.
Para Mateo y Lucas, la simple sospecha
de que la familia de Jesús lo considerase «fuera de sí» resultaba inaceptable,
y suprimieron estos versículos de su evangelio: la madre y los hermanos bajan a
visitarlo, no porque desconfíen de él. Sin embargo, el evangelio de Juan
confirma esta desconfianza de sus hermanos (no de María): «sus hermanos no
creían en él» (Juan 7,5). Si queremos conocer bien a Jesús, este dato es
fundamental. Las críticas de escribas y fariseos, el rechazo de los sacerdotes,
el desinterés de muchos de sus oyentes, le resultarían dolorosos; pero la
desconfianza de la propia familia sería algo más duro de lo que podemos
imaginar. Sin embargo, el saberlo serviría de consuelo a tantos cristianos del
siglo I para los que hacerse cristianos supondría un enfrentamiento a la
familia.
Condena de los escribas
Y los escribas que habían bajado de
Jerusalén decían:
-Tiene dentro a Belzebú y expulsa a
los demonios con el poder del jefe de los demonios.
El los invitó a acercarse y les
hablaba en parábolas:
-¿Cómo va a echar Satanás a Satanás?
Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no
puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra,
no puede subsistir, está perdido.
Nadie puede meterse en casa de un
hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces
podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá
perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el
que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su
pecado para siempre.
Se refería a los que decían que tenía
dentro un espíritu inmundo.
Los grandes conocedores de la Ley de
Moisés, los escribas, emiten un juicio más radical: «Tiene dentro a Belcebú y
expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Lo peor que
puede decirse de uno que pretende hablar y actuar en nombre de Dios. A nosotros
puede extrañarnos que el evangelista dedique tanta atención a este tema, pero
Jesús debía defenderse, y las comunidades cristianas saber responder a esta
acusación gravísima. Curiosamente, Jesús no reacciona de forma airada. Se porta
como un maestro que hace reflexionar a sus alumnos y los instruye. Su breve
discurso contiene un argumento, una enseñanza y una amenaza.
El argumento es de sensatez: si Satanás
se introduce en Jesús para expulsar a los endemoniados, está luchando contra sí
mismo, destruyéndose. Solo un estúpido puede decir que Jesús «expulsa a los
demonios con el poder del jefe de los demonios».
La enseñanza se centra en la victoria de
Jesús sobre Satanás. Los discípulos, al ver los milagros de Jesús y las
curaciones de endemoniados, pueden considerarlos hechos aislados, sin relación
entre ellos. Para Jesús, demuestran que él ha vencido a Satanás, el
aparentemente forzudo, y por eso puede arrebatarle todas sus víctimas. La
primera lectura de hoy, tomada del Génesis, pienso que se ha elegido porque
anuncia esta victoria de Jesús sobre el demonio.
La amenaza se dirige a los escribas y a
quienes piensan como ellos: quien considere a Jesús un endemoniado, blasfema
contra el Espíritu Santo y no tendrá perdón jamás. Es el famoso «pecado contra
el Espíritu Santo»: cuando Jesús perdona los pecados lo hace con el poder del
Espíritu; quien dice que ese espíritu es el demonio, se cierra el perdón,
porque Satanás no puede perdonar.
Aceptación
Llegan su madre y sus hermanos y,
desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice:
-Mira, tu madre y tus hermanos y tus
hermanas están fuera y te buscan.
Él les pregunta:
- ¿Quiénes son mi madre y mis
hermanos?
Y mirando a los que estaban sentados
alrededor, dice:
-Estos son mi madre y mis hermanos.
El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.
Jesús ha terminado su breve discurso y le
avisan de su familia está fuera y lo busca. Una vez más comienza formulando una
pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos»? Como Sócrates, quiere que la
gente piense, aunque lo más probable es que nadie respondiera nada. Pero así
adquiere más fuerza la solución: «El que haga la voluntad de Dios, ese es mi
hermano y mi hermana y mi madre». Esas palabras las dirige a quienes los rodean
y escuchan. Porque la condición indispensable para hacer la voluntad de Dios es
escuchar a Jesús. Y ellos lo hacen. Ellos son la familia de Jesús.
En nuestra sociedad, muchos presumen de
«conocer» a una familia importante, de haberla visto un día en directo, incluso
de haber dado la mano a alguno de ellos. Tenemos un motivo de orgullo mucho
mayor: ser la familia de Jesús… si lo escuchamos y cumplimos lo que nos dice.
Nota pastoral para la homilía
En el evangelio hay dos cuestiones que
pueden resultar complicadas (por no mencionar la primera lectura, en la que
todo es complicado):
1) La familia de Jesús. El mismo Marcos
ofrecerá más tarde los hombres de los hermanos: Santiago, José, Judas y Simón.
No creo que merezca la pena, en una homilía, perderse en las discusiones sobre
este tema: si eran hijos de un primer matrimonio de José (cosa que ya rechazaba
san Jerónimo), si se trata de primos hermanos (el concepto de «hermano» es
muchísimo más amplio entre los pueblos semitas que entre nosotros), etc.
2) Quienes disfrutan hablando del
demonio, como Marcos, tienen este domingo materia abundante. Pero otros pueden
sentirse molestos de tener que abordar este tema. El ejemplo de Mateo y Lucas
es muy instructivo. Cuando encontraban en Marcos algo que podía escandalizar o
extrañar a sus lectores, lo omitían.
Algo me parece
esencial en el evangelio de hoy: las actitudes tan distintas que provoca la
persona de Jesús, que siguen dándose hoy día. No creo que nadie lo acuse de
endemoniado (cada vez son menos los que creen en el demonio); pero el rechazo
de su persona, o el rebajarlo a un simple iluso «fuera de sí», son reacciones
muy frecuentes. Aunque su familia sea pequeña (cada vez más), aconsejaría
centrar en ella la atención.
diacono y doctor de la Iglesia
San Efrén, diácono y
doctor de la Iglesia
Nació en Nísibe, de familia
cristiana, hacia el año 306. Se ordenó de diácono y ejerció dicho ministerio en
su patria y en Edesa, de cuya escuela teológica fue el iniciador. A pesar de su
intensa vida ascética, desplegó una gran actividad como predicador y como autor
de importantes obras, destinadas a la refutación de los errores de su tiempo.
Murió en el año 373.
El mejor triunfo de San Efrén es el que a
él le debemos en gran parte la introducción de los cánticos sagrados e himnos
en las ceremonias católicas. Por medio de la música, los himnos se fueron
haciendo populares y se extendieron prontamente por todas las iglesias. Los
himnos de San Efrén se hicieron famosos por todas partes.
Efrén nació en Nisibe, Mesopotamia (Irak)
en el año 306. El afirma de sí mismo que de joven no le daba mucha importancia
a la religión, pero que cuando le llegaron las pruebas y los sufrimientos,
entonces así se dio cuenta de que necesitaba de Dios.
El santo narra que en un sueño vio que de
su lengua nacía una mata de uvas, la cual se extendía por muchas regiones,
llevando a todas partes racimos muy agradables y provechosos. Con esto se le
anunciaba que sus obras (sus himnos y cantos) se iban a extender por muchas
regiones, llevando alegría y agradabilidad.
El obispo lo nombró director de la
escuela de canto religioso de su ciudad, y allí formó muchos maestros de canto
para que fueran a darle solemnidad a las fiestas religiosas de diversas
parroquias.
Los persas de Irán invadieron la ciudad
de Nisibe, tratando de acabar con la religión católica, y entonces Efrén junto
con gran número de católicos, huyeron a la ciudad de Edesa, y en esa ciudad
pasó los últimos años de su vida, dedicado a componer sus inmortales poesías, y
a rezar, meditar y enseñar religión a cuantos más podía. Dicen que la idea de
dedicarse a componer himnos religiosos le llegó al ver que los herejes llevaban
mucha gente a sus reuniones por medio de los cantos que allí recitaban. Y entonces
Efrén dispuso hacer también muy simpáticas las reuniones de los católicos, por
medio de himnos y cánticos religiosos, y en verdad que logró conseguirlo.
Para mejor inspirarse, nuestro santo
buscaba siempre la soledad de las montañas, y en los sitios donde santos monjes
y eremitas vivían en oración y en continuo silencio. Allí lejos del remolino de
la vida social, le llegaba mejor la inspiración de lo alto.
Pero el obispo de Edesa al darse cuenta
de las cualidades artísticas del santo lo nombró director de la escuela de
canto de la ciudad y allí estuvo durante 13 años (del 350 al 363) formando
maestros de canto para las parroquias. Y sus himnos servían en las iglesias
para exponer la doctrina cristiana, alejar las herejías y los vicios, y
aumentar el fervor de los creyentes. Y aun hoy sus composiciones poéticas
siguen siendo de grandísimo provecho para los lectores. El expone las
enseñanzas de la religión católica demostrando gran admiración por nuestros
dogmas, o grandes verdades de la fe.
Dicen los historiadores que cuando
hablaba de la segunda venida de Cristo y el día del juicio final, empleaba una
elocuencia tan vigorosa que el pueblo estallaba en gemidos y sonoros llantos. Y
en sus predicaciones consideraba como deber suyo principalísimo prevenir y
preparar al pueblo para que nadie se dejara engañar por los errores de las
sectas.
Los herejes se quejaban de que los muy
bien ensayados coros de Efrén en los templos católicos atraían tantos devotos,
que los templos de las sectas se quedaban vacíos.
La humildad de San Efrén era tan grande
que se creía totalmente indigno de ser sacerdote (Aunque las gentes lo
consideraban un gran santo, y su vida era la de un fervoroso monje o
religioso). Por eso prefirió quedarse de simple diácono.
La última vez que tomó parte en los
asuntos públicos fue en el año 370 cuando hubo una gran carestía y una pavorosa
escasez de alimentos. Los ricos habían acaparado los alimentos y se negaban a
repartirlos entre los pobres por temor a que se aprovecharan los avivados.
Entonces San Efrén se ofreció de mediador y como a él si le tenían total
confianza, organizó un equipo de entrenados distribuidores y logró llevar
cuantiosos alimentos a las gentes más necesitadas. En una grandísima epidemia
organizó un grupo de 300 camilleros y con ellos recogía a los enfermos y los
llevaba a sitios especiales para tratar de conseguir su curación. Uno de sus
biógrafos comenta: "Estas dos labores fueron dos ocasiones formidables que
Dios le dio a nuestro santo, para que se ganara dos bellísimas coronas más para
la eternidad: la de calmar el hambre de los más pobres y la de devolverles la
salud a los enfermos más abandonados". Seguramente al llegar al cielo,
habrá oído de labios de Jesús aquella bellísima frase que El prometió que dirá
un día a los que ayudan a los pobres y enfermos: "Estuve enfermo y me
fuiste a visitar: tuve hambre y me diste de comer. Ven al banquete preparado
desde el comienzo de los siglos". (Mt. 25,40).
De San Efrén se conservan 77 himnos en
honor de Cristo, de la Virgen Santísima y de los temas más sagrados de la
religión católica. Sus admiraciones inmensas hacia los sufrimientos son
verdaderamente admirables y conmovedoras. Con razón las gentes lloraban cuando
lo escuchaban o cuando leían sus emocionantes escritos. Por Jesús y por María
tenía los más profundos sentimientos de simpatía y admiración. A María la llama
siempre "Madre de Dios".
Su muerte sucedió probablemente en junio
del año 373.
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