17 - DE JULIO – MIERCOLES –
15ª – SEMANA DEL T.O. - B
Lectura
del libro de Isaías (10,5-7.13-16):
Así dice el Señor:
«¡Ay, Asur, vara de mi ira, bastón de mi furor! Contra una nación impía lo
envié, lo mandé contra el pueblo de mi cólera, para entrarle a saco y
despojarlo, para hollarlo como barro de las calles. Pero él no pensaba así, no
eran éstos los planes de su corazón; su propósito era aniquilar, exterminar
naciones numerosas.
Él decía:
"Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi saber, porque soy
inteligente. Cambié las fronteras de las naciones, saqueé sus tesoros y derribé
como un héroe a sus jefes.
Mi mano cogió, como un nido, las riquezas de los pueblos; como quien recoge
huevos abandonados, cogí toda su tierra, y no hubo quien batiese las alas,
quien abriese el pico para piar."
- ¿Se envanece el hacha contra quien la blande?
- ¿Se gloría la sierra contra quien la maneja?
Como si el bastón manejase a quien lo levanta, como si la vara alzase a
quien no es leño. Por eso, el Señor de los ejércitos meterá enfermedad en su
gordura y debajo del hígado le encenderá una fiebre, como incendio de fuego.»
Palabra de Dios
Salmo:
93
R/.
El Señor no rechaza a su pueblo
Trituran, Señor, a tu
pueblo,
oprimen a tu heredad; asesinan a viudas y
forasteros, degüellan a los huérfanos. R/.
Y comentan: «Dios
no lo ve, el Dios de Jacob no se entera.»
Enteraos, los más necios del pueblo,
ignorantes, ¿cuándo
discurriréis? R/.
El que plantó el oído
¿no va a oír?;
el que formó el ojo
¿no va a ver?; el que educa a los pueblos ¿no va a castigar?;
el que instruye al
hombre ¿no va a saber? R/.
Porque el Señor no
rechaza a su pueblo, ni abandona su heredad: el justo obtendrá su derecho, y un porvenir los
rectos de corazón. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (11,25-27):
En aquel tiempo,
exclamó Jesús:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y
nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Palabra del Señor
1. Este texto, centro y clave del Evangelio, establece una
contraposición asombrosa entre los sabios y los sencillos. Lo que asombra es
que Jesús, orando al Padre, afirma que los sabios son los que no se enteran de
las cosas de Dios, mientras que los sencillos son los que saben de eso.
Jesús da gracias al Padre porque esto es así. Lo que indica claramente que
Jesús ve bien, y se alegra de ello, que sean precisamente los sencillos, con los que
Jesús se siente solidario, los que saben de Dios.
2. Los "sabios" son un grupo, una clase social, que se
contrapone al "pueblo ordinario". Son los que en Israel eran
considerados como "sabios", la aristocracia religiosa, principalmente
los "letrados", los estudiosos de la ley religiosa y sus complicadas
interpretaciones.
Los "sencillos" son los que en griego eran llamados los
népioi, literalmente los "niños", los "lactantes", términos
que designaban a los "simples, "incultos, "ignorantes".
Justamente, los que fueron los oyentes de Jesús, las mujeres, los galileos, los
pobres del campo, los que no pueden acudir a los centros de estudio de los
"sabios" (U. Luz).
3. Los "sabios" no saben de Dios y los
"ignorantes" saben de eso porque el Padre (Dios) no está al alcance
de los humanos. Nadie, nada más que el Hijo, Jesús, es quien da a conocer quién
es el Padre y cómo es el Padre. Y Jesús lo da a conocer, no a la gente de
estudios y de mucha religión, sino a los ignorantes y simples, los 'am
ha'arets. Sin duda alguna, lo más profundo y lo más sencillo, coinciden y se
funden de tal forma en el Padre del Cielo que la absoluta profundidad solo es
accesible en la absoluta sencillez. Esto es lo que los sencillos captan, mientras que
se nos escapa a quienes nos tenemos por entendidos.
Era hijo de un rico senador romano. Nació
y pasó su juventud en Roma. Sus padres le enseñaron con la palabra y el ejemplo
que las ayudas que se reparten a los pobres se convierten en tesoros para el
cielo y sirven para borrar pecados. Por eso Alejo desde muy pequeño repartía
entre los necesitados cuánto dinero conseguía, y muchas otras clases de ayudas,
y esto le traía muchas bendiciones de Dios.
Pero llegando a los veinte años se dio
cuenta de que la vida en una familia muy rica y en una sociedad muy mundana le
traía muchos peligros para su alma, y huyó de la casa, vestido como un mendigo
y se fue a Siria.
En Siria estuvo durante 17 años dedicado a
la adoración y a la penitencia, y mendigaba para él y para los otros muy
necesitados. Era tan santo que la gente lo llamaba "el hombre de
Dios". Lo que deseaba era predicar la virtud de la pobreza y la virtud de
la humildad. Pero de pronto una persona muy espiritual contó a las gentes que
este mendigo tan pobre, era hijo de una riquísima familia, y él por temor a que
le rindieran honores, huyó de Siria y volvió a Roma.
Llegó a casa de sus padres en Roma a pedir
algún oficio, y ellos no se dieron cuenta de que este mendigo era su propio
hijo. Lo dedicaron a los trabajos más humillantes, y así estuvo durante otros
17 años durmiendo debajo de una escalera, y aguantando y trabajando hacía
penitencia, y ofrecía sus humillaciones por los pecadores.
Y sucedió que al fin se enfermó, y ya
moribundo mandó llamar a su humilde covacha, debajo de la escalera, a sus
padres, y les contó que él era su hijo, que por penitencia había escogido aquél
tremendo modo de vivir. Los dos ancianos lo abrazaron llorando y lo ayudaron a
bien morir.
Después de muerto empezó a conseguir
muchos milagros en favor de los que se encomendaban a él. En Roma le edificaron
un templo y en la Iglesia de Oriente, especialmente en Siria, le tuvieron mucha
devoción.
La enseñanza de la vida de San Alejo es
que para obtener la humildad se necesitan las humillaciones. La soberbia es un
pecado muy propio de las almas espirituales, y se le aleja aceptando que nos
humillen. Aún las gentes que más se dedican a buenas obras tienen que luchar
contra la soberbia porque si la dejan crecer les arruinará su santidad. La
soberbia se esconde aún entre las mejores acciones que hacemos, y si no estamos
alerta esteriliza nuestro apostolado. Un gran santo reprochaba una vez a un
discípulo por ser muy orgulloso, y este le dijo: "Padre, yo no soy
orgulloso". El santo le respondió: "Ese es tu peor peligro, que eres
orgulloso, y no te das cuenta de que eres orgulloso".
La vida de San Alejo sea para nosotros una
invitación a tratar de pasar por esta tierra sin buscar honores ni alabanzas
vanas, y entonces se cumplirá en cada uno aquello que Cristo prometió: "El
que se humilla, será enaltecido".
Dijo Jesús: "Los últimos serán los
primeros. Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los
cielos". (Mt. 5)
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