11 - DE JULIO – JUEVES –
14ª – SEMANA DEL T.O. - B
patrono de Europa
Lectura
del libro de los Proverbios 2,1-9:
Hijo mío, si
aceptas mis palabras y conservas mis consejos, prestando oído a la sensatez y
prestando atención a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la
prudencia; si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces
comprenderás el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios. Porque es
el Señor quien da sensatez, de su boca proceden saber e inteligencia. Él
atesora acierto para los hombres rectos, es escudo para el de conducta
intachable, custodia la senda del deber, la rectitud y los buenos senderos.
Entonces comprenderás la justicia y el derecho, la rectitud y toda obra buena.
Palabra de Dios
Salmo: 33,2-3.4.6.9.12.14-15
R/. Bendigo al Señor en todo momento
Bendigo al Señor
en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se
alegren. R/.
Proclamad conmigo
la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.
Contempladlo, y
quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. R/.
Gustad y ved qué
bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él.
Venid, hijos,
escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. R/.
Guarda tu lengua
del mal, tus labios de la
falsedad; apártate del
mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
19,27-29:
En aquel tiempo,
dijo Pedro a Jesús:
«Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido; ¿Qué nos va a tocar?»
Jesús les dijo:
«Os aseguro: cuando llegue la renovación, y
el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los
que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus
de Israel.
El que por mí deja casa, hermanos o hermanas,
padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la
vida eterna.»
Palabra del Señor.
1. El capítulo diez de Mateo tiene
una importancia singular. Es el capítulo de "la misión" de los
"apóstoles".
El relato de Mateo no habla directamente de
la Iglesia, pero habla de los doce apóstoles que, con el paso del tiempo, han
sido (y son) fundamentales en la vida y organización de la Iglesia.
La Iglesia cree que los obispos son sucesores
de los apóstoles. Por eso, lo que aquí dice Jesús sobre los
apóstoles de entonces es fundamental para los obispos de hoy.
2. Lo primero que dice este
evangelio es que Jesús dio a los discípulos "autoridad". Mateo
escogió bien esta palabra. No usa aquí el término griego dj'Inamis,
que indica el poder que se basa en la propia fuerza (natural o espiritual),
sino que utiliza la palabra exousía, que se refiere al poder o autoridad
vinculada a una misión determinada. De acuerdo con las
palabras de Jesús, la exousía que se les da a los apóstoles es, antes que nada,
un poder, una autoridad, para curar enfermos y expulsar demonios, es decir,
para aliviar sufrimientos y dar vida. Esto es lo que dice Jesús de entrada. Y a
partir de esto se ha de entender la misión de los apóstoles.
3. Mateo empieza llamándolos
"discípulos". Y de ahí, a renglón seguido, los llama
"apóstoles". Obviamente, eso quiere decir que
los doce apóstoles (y sus sucesores los obispos), antes que apóstoles, han de
ser discípulos. No como los "discípulos" de los rabinos, que se
caracterizaban por su sentido jerárquico y su sumisión a la Ley, sino los
discípulos de Jesús, que eran los que "compartían vida y mesa con él"
(M. Hengel).
Solo el que vive así puede ser llamado
"apóstol" y "sucesor de los apóstoles".
San Benito de Nursia
San Benito, patrono de Europa
Nació en Nursia, región de Umbría, hacia el año 480. Después de
haber recibido en Roma una adecuada formación, comenzó a practicar la vida
eremítica en Subiaco, donde reunió a algunos discípulos; más tarde se trasladó
a Cassino. Allí fundó el célebre monasterio de Montecassino y escribió la
Regla, cuya difusión le valió el título de patriarca del monacato occidental.
Murió el 21 de marzo del año 547, pero, ya desde finales del siglo VIII, en
muchos lugares comenzó a celebrarse su memoria el día de hoy. l
Benito de Nursia
(Nursia, Italia, h. 480 - Montecassino, id., 547) Patriarca de los
monjes de Occidente y fundador de la orden de los benedictinos. Nacido en el
seno de una familia patricia, estudió retórica, filosofía y derecho en Roma.
Los datos disponibles sobre su vida, relatada por San Gregorio Magno en el
segundo libro de sus Diálogos, son de escasa fiabilidad. Se cuenta que a los
veinte años huyó al desierto de Subiaco, donde el monje Román le impuso el
hábito monástico. En poco tiempo fundó doce monasterios. La fama de su santidad
le valió la enemistad de otros sacerdotes vecinos, por lo que abandonó Subiaco
y se instaló en Montecassino, donde hizo construir un monasterio sobre las
ruinas de un antiguo templo pagano. Allí redactó, hacia el año 540, su célebre
Regla, que establece la humildad, la abnegación y la obediencia como ejes
fundamentales de la vida del monje. El convento es definido como una comunidad
aislada del mundo por la clausura y vinculada a él por la hospitalidad.
Adoptados por San Benito de Aniano, los preceptos de San Benito de Nursia
fueron ampliamente difundidos durante la época carolingia y siguen rigiendo en
la actualidad la orden benedictina.
Conocemos la vida de
San Benito de Nursia gracias a los Diálogos de San Gregorio Magno, fuente digna
de atención desde el punto de vista histórico, aun cuando la figura del
patriarca del monacato occidental hubiera entrado ya, en la época de su
redacción, en la leyenda. Todavía muy joven, Benito fue enviado a Roma, de
donde procedía su familia, para estudiar allí las letras y las artes, cosa que
hizo con un provecho mayor de lo que generalmente suele creerse. No obstante,
hacia los veinte años, hastiado por la corrupción y la vida muelle que le era
dado contemplar, resolvió abandonar el mundo para dedicarse mejor a su
formación interna y a la oración.
Salió de la ciudad
ocultamente, y tras una breve permanencia en Enfida se retiró a la soledad de
una gruta cercana a Subiaco; allí vivió por espacio de tres años, en el secreto
más absoluto y en medio de numerosas privaciones, hasta la Pascua de 503. Descubierto
por la indiscreción de un sacerdote, se dejó elegir abad por un grupo de monjes
que residían cerca de Vicovaro, los cuales, posteriormente, al no lograr
adaptarse a la disciplina por él establecida, trataron de envenenarle.
Superada la
asechanza, Benito de Nursia reunió a cuantos habían acudido a él de todas
partes en busca de sus consejos y fundó en la región doce monasterios que muy
pronto se poblaron de monjes, a los cuales dio como norma de vida la regla de
San Basilio; de Roma llegaron también los patricios Tertulo y Equicio para
confiar al patriarca sus jóvenes hijos Plácido y Mauro, que luego habrían de
convertirse en dos de sus más ardientes discípulos y colaboradores.
Sin embargo, la paz y
la tranquilidad no duraron demasiado. El envidioso sacerdote Florencio
pretendió eliminarle; fracasado otro intento de envenenamiento llevado a cabo
mediante un pan, trató de perjudicarle de la manera más infame, y no
directamente en su persona, sino en sus jóvenes novicios, a los que sometió a
la más dura de las tentaciones. El castigo no tardó en llegar, y el presbítero
murió en el súbito derrumbamiento de su propia casa.
Benito, con unos
cuantos compañeros, se alejó de aquel lugar y se dirigió a Campania, hacia el
punto que habría de hacer para siempre famoso: Cassino, la antigua y bella
colonia romana, entonces arruinada por las devastaciones de los bárbaros y la
desolación de la guerra. En la Pascua del año 529 Benito destruyó el altar de
Apolo que los moradores, vueltos al paganismo, habían levantado en la colina
que dominaba el país, lleno de bosques sagrados, y lo reemplazó por los
oratorios de San Juan y San Martín; con ello inició, mediante un acto de
firmeza cristiana y romana, el futuro monasterio de Montecassino, el
"Archicoenobium Casinense", donde el santo vivió durante el resto de
su vida.
Fruto de este periodo
fue la Regla de los monasterios, obra que ha hecho de Benito de Nursia una de
las grandes figuras del cristianismo. En ella adaptó genialmente a las
tendencias, a la naturaleza, a las necesidades y a las condiciones de los
pueblos de Occidente las normas de vida monástica que entre los orientales habían
producido grandes frutos de santidad en el seno de la Iglesia católica. San
Gregorio Magno alabó sobre todo la "discreción", o sea el equilibrio,
de esta regla; a tal característica se debe, indudablemente, la inmensa fortuna
que conocería en el transcurso de los siglos dicho monumento de la sabiduría
cristiana, al cual se halla vinculada una parte tan importante de la vida
religiosa medieval.
La Regla de los
monasterios (Regula monasteriorum), más conocida como Regla de San Benito, es
una obra de importancia capital y decisiva para el desarrollo del monacato en
Occidente; ejerció una vasta influencia sobre la producción literaria medieval
y suscitó un vivo interés por la tradición de su texto y por la peculiaridad de
su lengua. La elaboración de este libro tomó largos años a San Benito de
Nursia. Recogiendo ampliamente la materia de escritos concernientes a los
preceptos de la vida monástica, la obra viene a constituir, por decirlo así, la
redacción y codificación oficial, la coordinación eficacísima, por parte de la
Iglesia, de la actividad independiente cenobítica, para salvaguardia del
patrimonio de la fe en una época de turbulencia y transición.
La Regla se inicia
con un prólogo en el que claramente se expone el altísimo programa ascético del
santo, y comprende, con una acabada concisión, setenta y tres capítulos,
escritos en un tono evangélicamente solemne, autoritario, reformador y, a la
vez, benévolo, suave y humano; algunos de los capítulos, más exquisitamente
espirituales, alcanzan a veces la sublimidad de la mística. La suave gravedad
romana de la Regla de San Benito estaba destinada a dominar sobre todas las
demás instituciones monásticas del mundo latino, así como sobre la rígida
disciplina irlandesa; a convertirse, en suma, según el explícito deseo del
santo y el título que le puso el papa Pelagio I, en "Regla de los
monasterios", en la norma universal de todo cenobio. La armonía de la
discreción, peculiar en San Benito, y su adaptación vigilante a las necesidades
de aquel tiempo lograron adaptar el severo y contemplativo monacato oriental al
espíritu activo y conquistador del Occidente romano.
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