19 - DE JULIO – VIERNES –
15ª – SEMANA DEL T.O. - B
Santa Áurea de Córdoba
Lectura del libro de Isaías
(38,1-6.21-22.7-8):
En aquellos días, Ezequías cayó enfermo
de muerte, y vino a visitarlo el profeta Isaías, hijo de Amós, y le dijo:
«Así dice el Señor: "Haz testamento, porque vas a morir sin remedio y
no vivirás."»
Entonces, Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor:
«Señor, acuérdate que he procedido de acuerdo contigo, con corazón sincero
e íntegro, y que he hecho lo que te agrada.»
Y Ezequías lloró con largo llanto.
Y vino la palabra del Señor a Isaías:
«Ve y dile a Ezequías: Así dice el Señor, Dios de David, tu padre:
"He escuchado tu oración, he visto tus lágrimas. Mira, añado a tus días
otros quince años. Te libraré de las manos del rey de Asiria, a ti y a esta
ciudad, y la protegeré."»
Isaías dijo:
«Que traigan un emplasto de higos y lo apliquen a la herida, para que se
cure.»
Ezequías dijo:
«¿Cuál es la prueba de que subiré a la casa del Señor?»
Isaías respondió:
«Ésta es la señal del Señor, de que cumplirá el Señor la palabra
dada: "En el reloj de sol de Acaz haré que la sombra suba los diez grados
que ha bajado."»
Y desandó el sol en el reloj los diez grados que había avanzado.
Palabra de Dios
Salmo:
Is 38
R/.
Señor, detuviste mi alma ante la tumba vacía
Yo pensé: «En medio de
mis días
tengo que marchar
hacia las puertas del abismo; me privan del resto de mis años.» R/.
Yo pensé: «Ya no veré
más al Señor
en la tierra de los
vivos, ya no miraré a los hombres entre los habitantes del mundo.» R/.
«Levantan y enrollan mi
vida
como una tienda de
pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida, y me cortan la
trama.» R/.
Los que Dios protege
viven, y entre ellos vivirá mi espíritu; me has curado, me has hecho
revivir. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (12,1-8):
Un sábado de aquéllos,
Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a
arrancar espigas y a comérselas.
Los fariseos, al verlo, le dijeron:
«Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en
sábado.»
Les replicó:
«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres
sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados,
cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los
sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el
sábado en el templo sin incurrir en culpa?
Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais
lo que significa "quiero misericordia y no sacrificio", no
condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del
sábado.»
Palabra del Señor
1. Uno de los peligros más serios, que llevan consigo las
religiones, está en que establecen preceptos, que afectan a cosas importantes
en la vida de las personas, y convencen a sus fieles que la observancia de esos preceptos es
más importante que la felicidad, la dignidad o incluso la vida misma de los
seres humanos. Cuando las religiones hacen eso, lo que en
realidad hacen es dar más importancia a la religión que a la vida del ser
humano. Con lo cual se llega a la absurda situación de que se anteponen los
medios al fin.
La religión es un medio para un fin, que es la plenitud de vida del ser
humano. Una religión que no funciona así, no puede ser la religión que representa al Dios de la
vida.
2. Así era la religión de los fariseos que interpelaron a
Jesús y le exigieron que reprendiera a sus discípulos por arrancar espigas en
sábado para quitarse el hambre. La religión de los fariseos anteponía la observancia del sábado
(el medio) a la necesidad de saciar el hambre y poder vivir (el fin). Es algo
que ocurre constantemente en la vida de las gentes que se someten a la
religión. Por eso hay cada día más gente que no quiere saber nada de la religión, ni
de los dirigentes de la religión, ni del Dios al que la religión y sus dirigentes representan.
3. La respuesta de Jesús viene a decir que las exigencias
de la vida, y de una vida que no pasa faltas y se siente feliz, está antes que
la religión y sus observancias. Porque, de no ser así, tendríamos que llegar a
la horrible conclusión de que Dios quiere sumisión sin condiciones, aun a
costa del sufrimiento de las personas. - ¿Quién puede creer en semejante Dios?
Santa Áurea de Córdoba
En Córdoba, en la provincia hispánica
de Andalucía, santa Áurea, virgen, hermana de los santos mártires Adolfo y
Juan, la cual, en una de las persecuciones realizadas por los musulmanes fue
llevada ante el juez y, asustada, negó la fe, pero luego, arrepentida, se
presentó de nuevo ante el mismo juez y, repetido el juicio, se mantuvo firme,
venciendo al enemigo al derramar su sangre por Cristo.
Vida de Santa Áurea
Santa Áurea nació en Sevilla, en una acomodada y noble
familia en la que la mayor parte eran mahometanos, pero su madre Artemia, era
cristiana de probada virtud, fue ella quien la educó en las santas verdades de
los Evangelios, más tarde Áurea demostraría con su vida y gloriosa muerte el
ser digna de gozar de la eterna gracia. Sus hermanos Adulfo y Juan, también
alcanzaron el triunfo del martirio, en aquellos días Áurea vivía en el
monasterio de Cuteclara (Córdoba) dando ejemplo de devoción y caridad.
Su elevada
alcurnia y dado que muchos de sus parientes seguían la religión de Mahoma,
fueron los motivos por los que nadie se había atrevido a delatarla; pero
habiendo llegado la noticia de su fe a oídos de sus allegados en Sevilla,
usando como subterfugio su parentesco, fueron a visitarla para comprobar lo que
habían escuchado.
Gobernaba
por entonces el Califato de Occidente, Mahomet, hijo de Abdrrahman, célebre por
la terrible persecución que había emprendido contra los cristianos. Los
parientes Áurea descubrieron que ella no solo era cristiana sino una ferviente
religiosa, y apasionados por la doctrina de sus creencias, procuraron
convencerla de convertirse en seguidora del falso profeta.
Fue fútil
todos sus intentos, sus palabras chocaban contra la inamovible fe que Áurea tan
sinceramente profesaba. Fue tal su enojo que tomaron la decisión de delatarla
al cadi. El juez ordenó la llevasen al tribunal, y al verla vestida con el
hábito religioso se irritó de tal modo que la amenazó con los más terribles
castigos. Invocó, el juez, la noble sangre mahometana que circulaba en sus
venas y lo que su familia sufriría por culpa de ella. Le prometió en cambio que
si aceptaba las creencias familiares borraría la mancha que afectaba su ilustre
estirpe y se salvaría de los duros tormentos que la esperaban si no aceptaba.
Áurea
guardó silencio un momento dejándose llevar tal vez por el miedo, o bien de la
idea de disimular su fe lo que no es lícito ni permitido a los cristianos en
caso semejante, y el juez juzgándola vencida le concedió la libertad.
Recapacitó
Áurea sobre lo que había acontecido, y avergonzada por su debilidad decidió no
regresar al monasterio prefiriendo quedarse en una casa, posiblemente de alguno
de sus parientes cristianos, donde sumergida en tiernas lágrimas confesó su
pecado. Pidió a sus hermanos intercedieran ante el Señor a fin de tener una
posibilidad de demostrar al mundo cuan profunda era su fe en Cristo.
No tuvo
que esperar mucho para que su místico anhelo se hiciera realidad, fue delatada
nuevamente, y conducida por segunda vez ante el cadi, en esta ocasión ella
respondió, con un valor y una fortaleza inspiradas por el Espíritu Santo. La
firmeza de Áurea encendió el colérico corazón de su juez, ordenando la
encerraran en la más lóbrega prisión y que al día siguiente fuera conducida al
suplicio. Áurea fue decapitada y luego su cuerpo colgado de los pies en un palo
donde, pocos días antes había sido ajusticiado un reo de homicidio, luego sus
restos fueron arrojados, junto con los de varios malhechores, al Guadalquivir.
fuente: Suplemento á la última edición del Año Christiano
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