1 - DE AGOSTO – JUEVES –
17ª – SEMANA DEL T.O. – B
San Alfonso María de
Ligorio
Lectura del libro de Jeremías (18,1-6):
Palabra del Señor que recibió Jeremías:
«Levántate y
baja al taller del alfarero, y allí te comunicaré mi palabra.»
Bajé al
taller del alfarero, que estaba trabajando en el torno. A veces, le salía mal
una vasija de barro que estaba haciendo, y volvía a hacer otra vasija, según le
parecía al alfarero.
Entonces me
vino la palabra del Señor:
«¿Y no podré
yo trataros a vosotros, casa de Israel, como este alfarero? –oráculo del
Señor–.
Mirad: como
está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de
Israel.»
Palabra de Dios
Salmo: 145
R/. Dichoso a
quien auxilia el Dios de Jacob
Alaba, alma mía, al Señor: alabaré al
Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras
exista. R/.
No confiéis en los príncipes, seres de
polvo que no pueden salvar; exhalan el espíritu y vuelven al
polvo, ese día perecen sus planes. R/.
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera
en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (13,47-53):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a la gente:
«El
reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge
toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y
reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final
del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los
echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos les
contestaron:
«Sí.»
Él les dijo:
«Ya veis, un
escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va
sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Cuando Jesús
acabó estas parábolas, partió de allí.
Palabra del Señor
1. Con
una imagen que tenía que resultar familiar para gentes que vivían de la pesca
en el lago, Jesús les asegura que en el Reino de Dios cabemos todos sin
distinciones de buenos y malos. Esas distinciones se harán al final de los
tiempos. Porque el juicio corresponde a Dios, no a los
hombres. Lo cual es tanto como decir que el proyecto
de Jesús es constitutivamente tolerante respetuoso y acepta a todos sin
distinciones ni rechazos. Es el proyecto de la humanidad, el proyecto en el que
coincidimos todos los humanos, sean cuales sean nuestras culturas, creencias e
ideologías. El proyecto de Jesús no es proyecto de religión, es un proyecto de
humanidad.
2. Toda
"religión monoteísta" es, por su misma naturaleza, un "proyecto
excluyente". Porque, como bien se ha dicho, "ningún dios
que verdaderamente se precie tolera otro dios junto a él. Su pretensión es
absoluta: pretensión de verdad, de evidencia y de obediencia. ¿Qué dios sería
aquel que consiente. la existencia de otros dioses junto a él?...
Los ídolos
exigen el reconocimiento de todos, la sumisión a todo precio" (Wolfgang
Sofsky).
Es evidente
que religión así, no coincide ni encaja con el Evangelio, que es tolerante y
acerca a pecadores, extranjeros, personas de otras religiones...
3. Jesús
habla de la separación final de buenos y malos. Y de castigo
al "horno encendido" para los malos, con "rechinar de
dientes". Con eso nos indica que Dios hace justicia para gentes que en
este mundo causan tanto sufrimiento.
No podemos
acabar todos igual si es que Dios es Dios de justicia. Pero lo que no sabemos
es en qué consistirá la aplicación de esa justicia para los causantes del
sufrimiento humano. En todo caso, una cosa es el castigo del infierno, tal como
se ha enseñado tradicionalmente como se nos ha dicho.
Ese infierno
eterno no existe, ni puede existir. Porque el castigo nunca puede ser fin, sino
que siempre tiene que ser medio (para corregir, evitar otros males mayores,
educar...). Pero un infierno eterno no puede ser medio para
nada. Es el castigo por el castigo, como fin en sí. Ahora bien, eso es
literalmente contradictorio con un Dios que se define como Amor.
San Alfonso María de
Ligorio
(1696 - 1787)
Nació en Nápoles en el año 1696; obtuvo
el doctorado en ambos derechos, recibió la ordenación sacerdotal e instituyó
la Congregación llamada del Santísimo Redentor (redentoristas).
Para fomentar la vida cristiana en el
pueblo, se dedicó a la predicación y a la publicación de diversas obras, sobre
todo de teología moral, materia en la que es considerado un auténtico maestro.
Fue elegido obispo de Sant’Agata dei
Goti, pero algunos años después renunció a dicho cargo y murió entre los suyos,
en Pagani, cerca de Nápoles, en el año 1787.
Alfonso significa: "listo para el
combate".
Nació cerca de Nápoles el 27 de septiembre de
1696. Sus padres fueron Don José, Marqués de Ligorio y Capitán de la Armada
naval, y Doña Ana Cabalieri.
Nuestro santo fue el primogénito de
siete hermanos, cuatro varones y tres niñas. Siendo aún niño fue visitado por
San Francisco Jerónimo el cual lo bendijo y anunció: "Este chiquitín
vivirá 90 años, será obispo y hará mucho bien".
A los 16 años, caso excepcional obtiene
el grado de doctor en ambos derechos, civil y canónico, con notas
sobresalientes en todos sus estudios.
Para conservar la pureza de su alma escogió
un director espiritual, visitaba frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba
con gran devoción a la Virgen y huía como de la peste de todos los que tuvieran
malas conversaciones.
Su padre, que deseaba hacer de él un
brillante político, lo hizo estudiar varios idiomas modernos, aprender música,
artes y detalles de la vida caballeresca. Y en su profesión de abogado iba
obteniendo resaltantes triunfos. Pero todo esto no lo dejaba satisfecho, por el
gran peligro que en el mundo existe de ofender a Dios.
A sus compañeros les repetía:
"Amigos, en el mundo corremos peligro de condenarnos".
Más tarde escribiría: "Las vanidades del
mundo están llenas de amargura y desengaños. Lo sé por propia y amarga
experiencia"
Su padre quería casarlo con alguna joven de
familia muy distinguida para que formara un hogar de alta clase social. Pero
cada vez que le preparaban algún noviazgo, la novia tenía que exclamar:
"Muy noble, muy culto, muy atento, pero... ¡Vive más en lo espiritual que
en lo material!.
Hubo un pleito famoso entre el Doctor Orsini
y el gran duque de Toscana. El Dr. Alfonso defendía al de Orsini. Su exposición
fue maravillosa, brillante. Sumamente aplaudida. Creía haber obtenido el
triunfo para su defendido. Pero apenas terminada su intervención, se le acerca
el jefe de la parte contraria, le alarga un papel y le dice: "Todo lo que
nos ha dicho con tanta elocuencia cae de su base ante este documento".
Alfonso lo lee, y exclama: "Señores, me
he equivocado", y sale de la sala diciendo en su interior: "Mundo
traidor, ya te he conocido. En adelante no te serviré ni un minuto más".
Se encierra en su cuarto y está tres días sin
comer. No hace sino rezar y llorar.
Después se dedica a visitar enfermos, y un
día en un hospital de incurables le parece que Jesús le dice: "Alfonso,
apártate del mundo y dedícate sólo a servirme a mí". Emocionado le
responde: "Señor, ¿qué queréis que yo haga?".
Y se dirige luego a la Iglesia de
Nuestra Señora de la Merced y ante el sagrario hace voto de dejar el mundo. Y
como señal de compromiso deja su espada ante el altar de la Stma. Virgen.
Pero tuvo que sostener una gran lucha
espiritual para convencer a su padre, el cual cifraba en este hijo suyo,
brillantísimo abogado, toda la esperanza del futuro de su familia. "Fonso
mío - le decía llorando - ¿Cómo vas a dejar tu familia? - y él respondía:
Padre, el único negocio que ahora me interesa es el de salvar almas".
Al fin, a los 30 años logra ser ordenado
sacerdote. Desde entonces se dedica trabajar con las gentes de los barrios más
pobres de Nápoles y de otras ciudades. Reúne a los niños y a la gente humilde,
al aire libre y les enseña catecismo.
Su padre que gozaba oyendo sus discursos de
abogado, ahora no quiere ir a escuchar sus sencillos sermones sacerdotales.
Pero un día entra por curiosidad a escucharle una de sus pláticas, y sin
poderse contener exclama emocionado: "Este hijo mío me ha hecho conocer a
Dios". Y esto lo repetirá después muchas veces.
Se le reunieron otros sacerdotes y con ellos,
el 9 de noviembre de 1752, fundó la Congregación del Santísimo Redentor (o
Padres Redentoristas). Y a imitación de Jesús se dedicaron a recorrer ciudades,
pueblos y campos predicando el evangelio. Su lema era el de Jesús: "Soy
enviado para evangelizar a los pobres".
Durante 30 años, con su equipo de misioneros,
recorre campos, pueblos, ciudades, provincias, permaneciendo en cada sitio 10 o
15 días predicando, para que no quedara ningún grupo sin ser instruido y
atendido espiritualmente.
La gente al ver su gran espíritu de
sacrificio, corría a su confesionario a pedirle perdón de sus pecados. Solía
decir que el predicador siembra y el confesor recoge la cosecha.
Es admirable como a San Alfonso le alcanzaba
el tiempo para hacer tantas cosas. Predicaba, confesaba, preparaba misiones y
escribía. Hay una explicación: Había hecho votos de no perder ni un minuto de
su tiempo. Y aprovechaba este tesoro hasta lo máximo. Al morir deja 111 libros
y opúsculos impresos y 2 mil manuscritos. Durante su vida vio 402 ediciones de
sus obras.
Su obra ha sido traducida a 70 lenguas, y ya
en vida llegó a ver más de 40 traducciones de sus escritos.
Para su libro más famoso, Las Glorias de
María, empezó San Alfonso a recoger materiales cuando tenía 38 años, y terminó
de escribirlo a los 54 años, en 1750. Su redacción le gastó 16 años.
Sus obras las escribió en sus últimos 35
años, que fueron años de terribles sufrimientos.
En 1762 el Papa lo nombró obispo de Santa
Agueda. Quedó aterrado y dijo que renunciaba a ese honor. Pero el Papa no le
aceptó la renuncia. "Cúmplase la Voluntad de Dios. Este sufrimiento por
mis pecados" - exclamó - y aceptó. Tenía 66 años.
Estuvo 13 años de obispo. Visitó cada dos
años los pueblos. En cada pueblo de su diócesis hizo predicar misiones, y él
predicaba el sermón de la Virgen o el de la despedida.
Vino el hambre y vendió todos sus utensilios,
hasta su sombrero y anillo y la mula y el carro del obispo para dar de comer a
los hambrientos.
Cuando le aceptaron su renuncia de obispo
exclamó: Bendito sea Dios que me ha quitado una montaña de mis hombros.
Dios lo probó con enfermedades. Fue perdiendo
la vista y el oído. "Soy medio sordo y medio ciego - decía - pero si Dios
quiere que lo sea más y más, lo acepto con gusto".
Su delicia era pasar las horas junto al
Santísimo Sacramento. A veces se acercaba al sagrario, tocaba a la puertecilla
y decía: "¿Jesús, me oyes?"
Le encantaba que le leyeran Vidas de Santos.
Un hermano tras otro pasaba a leerle por horas y horas.
Preguntaba: ¿Ya rezamos el rosario?
Perdonadme, pero es que del Rosario depende mi salvación . "Traedme, a
Jesucristo", decía, pidiendo la comunión.
San Alfonso muere el 1 de agosto de 1787,
(Tenía 90 años).
El Papa Gregorio XVI lo declara Santo en
1839. El Papa Pío IX lo declara Doctor de la Iglesia en 1875.
Para un devoto de la Virgen ninguna lectura
más provechosa que Las Glorias de María de San Alfonso.
No hay gente débil y gente fuerte en lo
espiritual, sino gente que no reza y gente que sí sabe rezar.
(San
Alfonso)
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