lunes, 29 de julio de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 31 - DE JULIO – MIERCOLES – 17ª – SEMANA DEL T.O. – B San Ignacio de Loyola

 

 


 31 - DE JULIO – MIERCOLES –

 17ª – SEMANA DEL T.O. – B

San Ignacio de Loyola

 

  Lectura del profeta Jeremías (15,10.16-21):

Ay de mí, ¡madre mía!, ¿por qué me diste a luz? Soy hombre que trae líos y contiendas a todo el país. No les debo dinero, ni me deben; ¡pero todos me maldicen! Cuando me llegaban tus palabras, yo las devoraba. Tus palabras eran para mí gozo y alegría, porque entonces hacías descansar tu Nombre sobre mí, ¡oh Yavé Sabaot! 

Yo no me sentaba con otros para bromear, sino que, apenas tu mano me tomaba, yo me sentaba aparte, pues me habías llenado de tu propio enojo.

- ¿Por qué mi dolor no tiene fin y no hay remedio para mi herida?

- ¿Por qué tú, mi manantial, me dejas de repente sin agua?

Entonces Yahvé me dijo:

«Si vuelves a mí, yo te haré volver a mi servicio. Separa el oro de la escoria si quieres ser mi propia boca. Tendrán que volver a ti, pero tú no volverás a ellos. Haré que tú seas como una fortaleza y una pared de bronce frente a ellos; y si te declaran la guerra, no te vencerán, pues yo estoy contigo para librarte y salvarte. Te protegeré contra los malvados y te arrancaré de las manos de los violentos.»

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 58,2-18

 

R/. Dios es mi refugio en el peligro

Líbrame de mi enemigo, Dios mío,

protégeme de mis agresores; líbrame de los malhechores, sálvame de los hombres sanguinarios. R/.

Mira que me están acechando y me acosan los poderosos.

      Sin que yo haya pecado ni faltado, Señor, sin culpa mía, avanzan para acometerme. R/.

Estoy velando contigo, fuerza mía, porque tú, oh Dios, eres mi alcázar; que tu favor se adelante, oh Dios, y me haga ver la derrota del enemigo. R/.

 

       Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,44-46):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Estas dos parábolas, aparentemente tan sencillas, nos enfrentan a un asunto capital: la diferencia entre creencia y convicción. Hay bastante gente que cree que lo que dicen los evangelios es verdad y que esa verdad nos conviene a todos.  Pero su creencia no pasa de eso, y por eso su fe no pasa de ser una fe que jamás se traduce en un comportamiento que esté de acuerdo con el Evangelio.  Por ejemplo, son personas que admiran las bienaventuranzas, pero jamás las cumplen.

 

2.  La convicción no se limita a la creencia. Una convicción se define por el hecho de que orientamos nuestro comportamiento conforme a ella (J. Habermas).  Por eso, la convicción consiste principalmente en el hecho de que está uno dispuesto a dejarse guiar en su actividad por la fórmula de la que está convencido (Ch. S. Peirce).

El que está convencido de una cosa, la hace. Y si no la hace, es que no está convencido de tal cosa. El que no se quita del tabaco es que no está convencido de que tiene que hacer eso. De ahí que las convicciones son las que determinan nuestros hábitos de vida y de conducta.

 

3.  Con las parábolas del tesoro y la perla, lo que Jesús quiere decir es que uno cree en el Evangelio cuando esa creencia llega a ser la convicción que determina nuestras decisiones y nuestros hábitos de comportamiento.

El que tiene y mantiene convicciones que nada tienen que ver con el Evangelio, se incapacita para creer en el Evangelio. Por ejemplo, creer en Jesús y no estar dispuesto a ceder ni pizca en lo que toca al honor o al dinero son cosas incompatibles.

 

San Ignacio de Loyola

 



 

Nació en el año 1491 en Loyola, en las provincias vascongadas; su vida transcurrió primero entre la corte real y la milicia; luego se convirtió y estudió teología en París, donde se le juntaron los primeros compañeros con los que había de fundar más tarde, en Roma, la Compañía de Jesús.

Ejerció un fecundo apostolado con sus escritos y con la formación de discípulos, que habían de trabajar intensamente por la reforma de la Iglesia.

Murió en Roma en 1556.

 

Íñigo López Sánchez, quien adoptaría el nombre de Ignacio, nació en 1491 en el castillo de Loyola junto a la aldea vasca llamada Azpeitia. Fue caballero al servicio de Carlos I de España y V de Alemania, "hombre dado a las vanidades del mundo", "con un grande y vano deseo de ganar honra" (Autobiografía, 1). Herido en 1521 por una bala de cañón cuando defendía la fortaleza de Pamplona, fue llevado al castillo de su familia y se sometió a dolorosas cirugías debido a la fractura de una pierna.

Durante su convalecencia, al no encontrar libros de caballería se dedicó a leer una vida de Cristo y las vidas de los santos.

Cuenta él mismo que "cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba mucho; más cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando en ir a Jerusalén descalzo, y en no comer sino yerbas, y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos, no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, más aún después de dejado, quedaba contento y alegre". (Autobiografía, 8). Esta experiencia lo conduciría a la conversión.

Su primera decisión fue ir a Jerusalén como peregrino. Una vez curado se dirigió a pie a la abadía benedictina de Nuestra Señora de Montserrat cercana a Barcelona. Allí, ante la imagen de María con el Niño Jesús, veló una noche entera y dejó sus armas de caballero para dirigirse a Manresa, pequeño poblado de Cataluña donde permaneció de marzo de 1522 a febrero de 1523 viviendo una experiencia de Dios que alcanzó su momento más luminoso junto al río Cardoner: "Y estando allí sentado se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas". (Autobiografía, 30). Él mismo consignaría su experiencia en el libro de los "Ejercicios Espirituales".

Después de pasar el año 1523 en Jerusalén buscando las huellas de Jesús, a quien quería "conocer mejor, para imitarlo y seguirlo", a su regreso se dedicó a estudiar gramática y letras en Barcelona y Alcalá. Pronto tuvo que afrontar dificultades y fue solicitado por la Inquisición en Salamanca, donde fue interrogado y declarado inocente. En febrero de 1528 llegó a París para estudiar en La Sorbona, donde en marzo de 1533 obtuvo el grado de Maestro en Artes, que según la titulación universitaria lo autorizaba para enseñar filosofía y teología. Desde entonces latinizó su nombre firmando como "Ignatius".

En París compartió un cuarto con dos estudiantes: Pedro Fabro, de Saboya, y Francisco Javier, de Navarra, ambos con 23 años. Se hicieron amigos y pronto Fabro, designado como su tutor de estudios, compartiría su deseo de llevar una vida austera en seguimiento de Cristo. Otro tanto sucedió con Javier, joven de gran ambición en quien hizo mella una frase de Jesús que le repetía Ignacio con frecuencia: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?". (Mateo 16,26). Otros estudiantes se unieron al proyecto: el portugués Simón Rodríguez y los españoles Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Nicolás de Bobadilla. Oraban juntos, discutían sobre la vida cristiana y hablaban de "cosas de Dios". Ignacio les comunicaba lo que había experimentado, principalmente en Manresa, y suscitaba en ellos el deseo de buscar a Dios.

Fortalecidos por su experiencia espiritual, los siete amigos deciden lo que van a hacer: servir como sacerdotes, si es posible en Jerusalén, o si no irán a Roma para presentarse ante el Papa "a fin de que él los envíe a donde juzgue que será más favorable a la gloria de Dios y utilidad de las almas". Se dan un año como plazo, desde cuando se encuentren en Venecia. El 15 de agosto de 1534 en París, en la capilla de Montmartre, sellan su proyecto con voto solemne en una misa presidida por Fabro, ordenado el 30 de mayo.

Ignacio enferma en 1535 y va a recuperarse en su tierra natal. La cita en Venecia se aplaza entonces para comienzos de 1537. Mientras tanto el grupo aumenta con los franceses Claudio Jay, Pascasio Broet y Juan Bautista Codure. Restablecido Ignacio, el 8 de enero de 1537 se encuentran en Venecia, donde el 24 de junio son ordenados sacerdotes los que aún no lo eran. La guerra con los turcos dificulta el viaje, y mientras esperan a embarcarse trabajan pastoralmente y se designan "Compañía de Jesús". Desde entonces añaden a sus nombres las iniciales S.J. (Societatis Jesu, en latín).

Como no parte ningún barco se dirigen a Roma, donde se encuentran en la Pascua de 1538. Ignacio llega con Laínez y Fabro hacia mediados de noviembre de 1537. A 15 kilómetros de Roma, en la capilla de La Storta, Ignacio "sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente que Dios Padre lo ponía con Cristo, su Hijo, que no se atrevería a dudar de esto..." (Autobiografía, 96). A sus compañeros les dijo: "He visto a Cristo con su cruz a cuestas y a su lado al Padre Eterno que le decía a su Hijo: 'quiero que tomes a éste como servidor', y Jesús me dijo: 'quiero que nos sirvas' ".

Los compañeros son recibidos por el Papa en noviembre de 1538 y se ofrecen para cualquier misión que les confíe. Y siendo de países tan diferentes, se hacen esta reflexión: “más vale que permanezcamos de tal manera unidos y ligados en un solo cuerpo, que ninguna separación física, por grande que sea, nos pueda separar”. Deciden por ello formar una nueva orden religiosa, cuya primera "Fórmula del Instituto" es sometida a la consideración de Paulo III, quien el 27 de septiembre de 1540 firma la bula o documento pontificio de aprobación. El 17 de abril de 1541, después de haber rechazado dos veces el voto unánime de sus compañeros, Ignacio acepta el cargo de Prepósito (del latín: puesto delante como guía) General. El 22 de abril los compañeros hacen votos solemnes de pobreza, castidad y obediencia, y otro voto especial de obediencia al Papa para las misiones que les confíe.

En 1541 Ignacio fija su residencia en una vieja casa situada en el centro de Roma frente a una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Estrada. La Compañía de Jesús recibe la responsabilidad de la parroquia, e Ignacio se instala en tres pequeñas piezas cercanas al presbiterio. Su principal trabajo allí fue la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús, lo cual hizo hasta su muerte, siempre en proceso de incorporar las observaciones de sus compañeros y las nuevas experiencias. Su libro de los Ejercicios Espirituales fue aprobado y recomendado por el Papa Paulo III el 31 de julio de 1548.

El 21 de julio de 1550 la Compañía de Jesús obtiene del Papa Julio III su confirmación como orden religiosa, mediante la bula aprobatoria de una segunda Fórmula del Instituto, con un texto ampliado. Las misiones se multiplican en Europa, Asia, África y América.

El Papa envía a algunos teólogos jesuitas al Concilio de Trento, convocado para tratar los puntos de discusión suscitados con motivo del cisma protestante. Ignacio funda instituciones educativas, casas para catecúmenos judíos y mahometanos, un refugio para mujeres errantes, y organiza colectas para los pobres y los prisioneros.

A comienzos de julio de 1556, una fatiga extrema lo obliga a descansar y muere al amanecer del 31 del mismo mes, a los 65 años. Al morir Ignacio, la Compañía de Jesús contaba en el mundo con 1036 jesuitas, unos sacerdotes y otros hermanos, distribuidos en 11 Provincias (circunscripciones territoriales), y con 92 casas de las que 33 correspondían a obras educativas. Fue canonizado como santo por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, con Francisco Javier y Teresa de Ávila. Sus restos reposan en Roma, en la Iglesia del Gesú.

 

 

 

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