31 - DE JULIO – MIERCOLES –
17ª – SEMANA DEL T.O. – B
San Ignacio de Loyola
Lectura del profeta Jeremías
(15,10.16-21):
Ay de mí, ¡madre mía!, ¿por qué me diste a luz? Soy hombre que trae líos y
contiendas a todo el país. No les debo dinero, ni me deben; ¡pero todos me
maldicen! Cuando me llegaban tus palabras, yo las devoraba. Tus palabras eran
para mí gozo y alegría, porque entonces hacías descansar tu Nombre sobre mí,
¡oh Yavé Sabaot!
Yo no me sentaba con otros para bromear, sino que, apenas tu mano me
tomaba, yo me sentaba aparte, pues me habías llenado de tu propio enojo.
- ¿Por qué mi dolor no tiene fin y no hay remedio para mi herida?
- ¿Por qué tú, mi manantial, me dejas de repente sin agua?
Entonces Yahvé me dijo:
«Si vuelves a mí, yo te haré volver a mi servicio. Separa el oro de la
escoria si quieres ser mi propia boca. Tendrán que volver a ti, pero tú no
volverás a ellos. Haré que tú seas como una fortaleza y una pared de bronce
frente a ellos; y si te declaran la guerra, no te vencerán, pues yo estoy
contigo para librarte y salvarte. Te protegeré contra los malvados y te
arrancaré de las manos de los violentos.»
Palabra de Dios
Salmo: 58,2-18
R/. Dios es mi refugio en el peligro
Líbrame de mi enemigo, Dios mío,
protégeme de mis
agresores; líbrame de los malhechores, sálvame de los hombres
sanguinarios. R/.
Mira que me están acechando y me acosan los poderosos.
Sin que yo haya pecado ni faltado, Señor, sin culpa mía, avanzan
para acometerme. R/.
Estoy velando contigo, fuerza mía, porque tú, oh Dios, eres mi alcázar; que tu favor se
adelante, oh Dios, y me haga ver la derrota del enemigo. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Mateo (13,44-46):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«El Reino de
los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo
vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra
el campo.
El Reino de
los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al
encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.»
Palabra del Señor
1. Estas
dos parábolas, aparentemente tan sencillas, nos enfrentan a un asunto capital:
la diferencia entre creencia y convicción. Hay bastante gente que cree que lo
que dicen los evangelios es verdad y que esa verdad nos conviene a todos. Pero
su creencia no pasa de eso, y por eso su fe no pasa de ser una fe que jamás se
traduce en un comportamiento que esté de acuerdo con el
Evangelio. Por ejemplo, son personas que admiran las
bienaventuranzas, pero jamás las cumplen.
2. La
convicción no se limita a la creencia. Una convicción se define por el hecho de
que orientamos nuestro comportamiento conforme a ella (J. Habermas). Por
eso, la convicción consiste principalmente en el hecho de que está uno
dispuesto a dejarse guiar en su actividad por la fórmula de la que está
convencido (Ch. S. Peirce).
El que está
convencido de una cosa, la hace. Y si no la hace, es que no está convencido de
tal cosa. El que no se quita del tabaco es que no está convencido de que tiene
que hacer eso. De ahí que las convicciones son las que determinan nuestros
hábitos de vida y de conducta.
3. Con
las parábolas del tesoro y la perla, lo que Jesús quiere decir es que uno cree
en el Evangelio cuando esa creencia llega a ser la convicción que determina nuestras decisiones y nuestros hábitos de comportamiento.
El que tiene
y mantiene convicciones que nada tienen que ver con el Evangelio, se incapacita
para creer en el Evangelio. Por ejemplo, creer en Jesús y no estar dispuesto a ceder ni pizca en lo que toca al honor o al dinero son cosas
incompatibles.
San Ignacio de Loyola
Nació en el año 1491 en Loyola, en las
provincias vascongadas; su vida transcurrió primero entre la corte real y la
milicia; luego se convirtió y estudió teología en París, donde se le juntaron
los primeros compañeros con los que había de fundar más tarde, en Roma, la
Compañía de Jesús.
Ejerció un fecundo apostolado con sus
escritos y con la formación de discípulos, que habían de trabajar intensamente
por la reforma de la Iglesia.
Murió en Roma en 1556.
Íñigo López Sánchez, quien adoptaría el
nombre de Ignacio, nació en 1491 en el castillo de Loyola junto a la aldea
vasca llamada Azpeitia. Fue caballero al servicio de Carlos I de España y V de
Alemania, "hombre dado a las vanidades del mundo", "con un
grande y vano deseo de ganar honra" (Autobiografía, 1). Herido en 1521 por
una bala de cañón cuando defendía la fortaleza de Pamplona, fue llevado al
castillo de su familia y se sometió a dolorosas cirugías debido a la fractura
de una pierna.
Durante su convalecencia, al no encontrar
libros de caballería se dedicó a leer una vida de Cristo y las vidas de los
santos.
Cuenta él mismo que "cuando pensaba en
aquello del mundo, se deleitaba mucho; más cuando después de cansado lo dejaba,
hallábase seco y descontento; y cuando en ir a Jerusalén descalzo, y en no
comer sino yerbas, y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los
santos, no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, más
aún después de dejado, quedaba contento y alegre". (Autobiografía, 8).
Esta experiencia lo conduciría a la conversión.
Su primera decisión fue ir a Jerusalén como
peregrino. Una vez curado se dirigió a pie a la abadía benedictina de Nuestra
Señora de Montserrat cercana a Barcelona. Allí, ante la imagen de María con el
Niño Jesús, veló una noche entera y dejó sus armas de caballero para dirigirse
a Manresa, pequeño poblado de Cataluña donde permaneció de marzo de 1522 a
febrero de 1523 viviendo una experiencia de Dios que alcanzó su momento más
luminoso junto al río Cardoner: "Y estando allí sentado se le empezaron a
abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino
entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de
cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le
parecían todas las cosas nuevas". (Autobiografía, 30). Él mismo
consignaría su experiencia en el libro de los "Ejercicios
Espirituales".
Después de pasar el año 1523 en Jerusalén
buscando las huellas de Jesús, a quien quería "conocer mejor, para
imitarlo y seguirlo", a su regreso se dedicó a estudiar gramática y letras
en Barcelona y Alcalá. Pronto tuvo que afrontar dificultades y fue solicitado
por la Inquisición en Salamanca, donde fue interrogado y declarado inocente. En
febrero de 1528 llegó a París para estudiar en La Sorbona, donde en marzo de
1533 obtuvo el grado de Maestro en Artes, que según la titulación universitaria
lo autorizaba para enseñar filosofía y teología. Desde entonces latinizó su
nombre firmando como "Ignatius".
En París compartió un cuarto con dos
estudiantes: Pedro Fabro, de Saboya, y Francisco Javier, de Navarra, ambos con
23 años. Se hicieron amigos y pronto Fabro, designado como su tutor de
estudios, compartiría su deseo de llevar una vida austera en seguimiento de
Cristo. Otro tanto sucedió con Javier, joven de gran ambición en quien hizo
mella una frase de Jesús que le repetía Ignacio con frecuencia: "¿De qué
le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?". (Mateo
16,26). Otros estudiantes se unieron al proyecto: el portugués Simón Rodríguez
y los españoles Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Nicolás de Bobadilla. Oraban
juntos, discutían sobre la vida cristiana y hablaban de "cosas de
Dios". Ignacio les comunicaba lo que había experimentado, principalmente
en Manresa, y suscitaba en ellos el deseo de buscar a Dios.
Fortalecidos por su experiencia espiritual,
los siete amigos deciden lo que van a hacer: servir como sacerdotes, si es
posible en Jerusalén, o si no irán a Roma para presentarse ante el Papa "a
fin de que él los envíe a donde juzgue que será más favorable a la gloria de
Dios y utilidad de las almas". Se dan un año como plazo, desde cuando se
encuentren en Venecia. El 15 de agosto de 1534 en París, en la capilla de
Montmartre, sellan su proyecto con voto solemne en una misa presidida por
Fabro, ordenado el 30 de mayo.
Ignacio enferma en 1535 y va a recuperarse en
su tierra natal. La cita en Venecia se aplaza entonces para comienzos de 1537.
Mientras tanto el grupo aumenta con los franceses Claudio Jay, Pascasio Broet y
Juan Bautista Codure. Restablecido Ignacio, el 8 de enero de 1537 se encuentran
en Venecia, donde el 24 de junio son ordenados sacerdotes los que aún no lo
eran. La guerra con los turcos dificulta el viaje, y mientras esperan a
embarcarse trabajan pastoralmente y se designan "Compañía de Jesús".
Desde entonces añaden a sus nombres las iniciales S.J. (Societatis Jesu, en
latín).
Como no parte ningún barco se dirigen a Roma,
donde se encuentran en la Pascua de 1538. Ignacio llega con Laínez y Fabro
hacia mediados de noviembre de 1537. A 15 kilómetros de Roma, en la capilla de
La Storta, Ignacio "sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente
que Dios Padre lo ponía con Cristo, su Hijo, que no se atrevería a dudar de
esto..." (Autobiografía, 96). A sus compañeros les dijo: "He visto a
Cristo con su cruz a cuestas y a su lado al Padre Eterno que le decía a su Hijo:
'quiero que tomes a éste como servidor', y Jesús me dijo: 'quiero que nos
sirvas' ".
Los compañeros son recibidos por el Papa en
noviembre de 1538 y se ofrecen para cualquier misión que les confíe. Y siendo
de países tan diferentes, se hacen esta reflexión: “más vale que permanezcamos
de tal manera unidos y ligados en un solo cuerpo, que ninguna separación
física, por grande que sea, nos pueda separar”. Deciden por ello formar una
nueva orden religiosa, cuya primera "Fórmula del Instituto" es
sometida a la consideración de Paulo III, quien el 27 de septiembre de 1540
firma la bula o documento pontificio de aprobación. El 17 de abril de 1541,
después de haber rechazado dos veces el voto unánime de sus compañeros, Ignacio
acepta el cargo de Prepósito (del latín: puesto delante como guía) General. El
22 de abril los compañeros hacen votos solemnes de pobreza, castidad y
obediencia, y otro voto especial de obediencia al Papa para las misiones que
les confíe.
En 1541 Ignacio fija su residencia en una
vieja casa situada en el centro de Roma frente a una capilla dedicada a Nuestra
Señora de la Estrada. La Compañía de Jesús recibe la responsabilidad de la
parroquia, e Ignacio se instala en tres pequeñas piezas cercanas al
presbiterio. Su principal trabajo allí fue la redacción de las Constituciones
de la Compañía de Jesús, lo cual hizo hasta su muerte, siempre en proceso de
incorporar las observaciones de sus compañeros y las nuevas experiencias. Su
libro de los Ejercicios Espirituales fue aprobado y recomendado por el Papa
Paulo III el 31 de julio de 1548.
El 21 de julio de 1550 la Compañía de Jesús
obtiene del Papa Julio III su confirmación como orden religiosa, mediante la
bula aprobatoria de una segunda Fórmula del Instituto, con un texto ampliado.
Las misiones se multiplican en Europa, Asia, África y América.
El Papa envía a algunos teólogos jesuitas al
Concilio de Trento, convocado para tratar los puntos de discusión suscitados
con motivo del cisma protestante. Ignacio funda instituciones educativas, casas
para catecúmenos judíos y mahometanos, un refugio para mujeres errantes, y
organiza colectas para los pobres y los prisioneros.
A comienzos de julio de 1556, una fatiga
extrema lo obliga a descansar y muere al amanecer del 31 del mismo mes, a los
65 años. Al morir Ignacio, la Compañía de Jesús contaba en el mundo con 1036
jesuitas, unos sacerdotes y otros hermanos, distribuidos en 11 Provincias
(circunscripciones territoriales), y con 92 casas de las que 33 correspondían a
obras educativas. Fue canonizado como santo por el Papa Gregorio XV el 12 de
marzo de 1622, con Francisco Javier y Teresa de Ávila. Sus restos reposan en Roma,
en la Iglesia del Gesú.
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