3 - DE OCTUBRE
– JUEVES –
26ª – SEMANA DEL T.O. – B –
San Francisco de Borja
Lectura del libro de Job 19, 21-27
Dijo Job:
¡Piedad, piedad, amigos míos, que
me ha herido la mano de Dios!
¿Por qué me perseguís como Dios y
no os hartáis de escarnecerme?
¡Ojalá se escribieran mis
palabras!
¡Ojalá se grabaran en cobre, con
cincel de hierro y con plomo se escribieran para siempre en la roca!
Yo sé que mi redentor vive y que al
fin se alzará sobre el polvo:
después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios.
Yo mismo lo veré, y no otro; mis
propios ojos lo verán.
¡Tal ansia me consume por dentro!
Palabra de Dios
Salmo 26:
R. Espero gozar de la dicha del Señor en
el país de la vida.
Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón:
«Buscad mi rostro.» R.
Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo, que
tú eres mi auxilio; no me deseches. R.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente, ten
ánimo, espera en el Señor. R.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-12):
En aquel
tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en
dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos;
rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en
camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega,
ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero:
"Paz a esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos
vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed
de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de
casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad
a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el reino de
Dios."
Cuando entréis en un pueblo y no os reciban,
salid a la plaza y decid: "Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha
pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que
está cerca el reino de Dios." Os digo que aquel día será más llevadero
para Sodoma que para ese pueblo.»
Palabra del Señor
1. Se discute si el número
original, de los nuevos enviados que indica Lucas, era setenta y dos o solamente setenta. En cualquier caso, la utilización
del número siete indica plenitud, totalidad. Es decir, los Doce no tienen, en
la comunidad de Jesús, el monopolio de la verdad evangélica o de los poderes en
la Iglesia.
Es probable que Jesús no pensara en que este
ministerio de los setenta y dos no tuviera que perpetuarse en el movimiento que
el mismo Jesús puso en marcha. Pero tampoco se perpetuó el ministerio de los
Doce, ya que, a medida que fueron muriendo, a nadie se le ocurrió nombrar el
sucesor de cada uno. Es problemático que se tuviera conciencia de este asunto
concreto en el caso de Pedro, al menos desde el primer momento.
2. La misión de anunciar el
Evangelio es para toda la Iglesia. La distinción entre Iglesia docente (la que
enseña) e Iglesia discente (la que aprende) ha sido utilizada para justificar
dos categorías de cristianos, unos activos y otros pasivos. Pero eso no ha
beneficiado a la Iglesia.
Por supuesto, los obispos son en cuanto
sucesores de los apóstoles, algo querido por Dios para su Iglesia. Pero la
fractura en la Iglesia entre clero y fieles ni es de fe, ni debe seguir como se
viene gestionando hasta ahora.
La pasividad de los laicos en la
Iglesia, por una parte, y el excesivo protagonismo del clero, por otra, rompen
la unidad querida por Jesús.
3. Urge repensar la estructura
organizativa de la Iglesia. La crisis del clero, que va en aumento, puede tener
un efecto benéfico para recuperar la Iglesia que pudo
nacer del Evangelio. Eso no será seguramente fruto de un concilio, por muy
genial que fuera ese concilio. Lo que importa de verdad es recuperar la
centralidad del Evangelio en la Iglesia.
San Francisco de Borja
1510 - 1572
En Roma, san
Francisco de Borja, presbítero, que, muerta su mujer, con quien había tenido
ocho hijos, ingresó en la Compañía de Jesús y, pese a que abdicó de las
dignidades del mundo y recusó las de la Iglesia, fue elegido prepósito general,
siendo memorable por su austeridad de vida y oración.
Vida
de San Francisco de Borja
San Francisco
Borja nació en Gandía (Valencia) el 28 de octubre de 1510, primogénito de Juan
de Borja y entró muy joven al servicio de la corte de España, como paje de la
hermana de Carlos V, Catalina. A los veinte años el emperador le dio el título
de marqués. Se casó a los 19 años y tuvo ocho hijos. A los 29 años, después de
la muerte de la emperatriz, que le hizo comprender la caducidad de los bienes
terrenos, resolvió “no servir nunca más a un señor que pudiese morir” y se
dedicó a una vida más perfecta. Pero el mismo año fue elegido virrey de
Cataluña (1539-43), cargo que desempeñó a la altura de las circunstancias, pero
sin descuidar la intensa vida espiritual a la que se había dedicado
secretamente.
En Barcelona se
encontró con San Pedro de Alcántara y con el Beato Pedro Favre de la Compañía
de Jesús. Este último encuentro fue decisivo para su vida futura. En 1546,
después de la muerte de la esposa Eleonora, hizo la piadosa práctica de los
ejercicios espirituales de san Ignacio y el 2 de junio del mismo año emitió los
votos de castidad, de obediencia, y el de entrar a la Compañía de Jesús, donde
efectivamente ingresó en 1548, y oficialmente en 1550, después de haberse
encontrado en Roma a San Ignacio de Loyola y haber renunciado al ducado de
Gandía. El 26 de mayo de 1551 celebraba su primera Misa.
Les cerró las
puertas a los honores y a los títulos mundanos, pero se le abrieron las de las
dignidades eclesiásticas. En efecto, casi inmediatamente Carlos V lo propuso
como cardenal, pero Francisco renunció y para que la renuncia fuera inapelable
hizo los votos simples de los profesos de la Compañía de Jesús, uno de los
cuales prohíbe precisamente la aceptación de cualquier dignidad eclesiástica. A
pesar de esto, no pudo evitar las tareas cada vez más importantes que se le
confiaban en la Compañía de Jesús, siendo elegido prepósito general en 1566,
cargo que ocupó hasta la muerte, acaecida en Roma el 30 de septiembre de 1572.
Fue un organizador
infatigable (a él se le debe la fundación del primer colegio jesuita en Europa,
en su tierra natal de Gandía, y de otros veinte en España), y siempre encontró
tiempo para dedicarse a la redacción de tratados de vida espiritual. Se destacó
por su gran devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Incluso dos días
antes de morir, ya gravemente enfermo, quiso visitar el santuario mariano de
Loreto. Fue beatificado en 1624 y canonizado en 1671, uno de los primeros
grandes apóstoles de la Compañía de Jesús.
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