16 - DE
OCTUBRE –MIERCOLES –
28ª – SEMANA DEL T.O. – B –
Santa Eduvigis
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (5,18-25):
Si os guía el Espíritu, no estáis bajo el
dominio de la ley. Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza,
libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias,
rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías
y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran
no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor,
alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio
de sí. Contra esto no va la ley.
Y los que son
de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Si
vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.
Palabra de Dios
Salmo:1,1-2.3.4.6
R/. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,42-46):
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la
ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el
amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello.
¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las
sinagogas y las reverencias por la calle!
¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin
saberlo!»
Un maestro de la Ley intervino y le dijo:
«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros.»
Jesús replicó:
«¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con
cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!»
Palabra del Señor
1,- El Apóstol San Pablo nos presenta hoy dos
maneras de vivir. Después de haber exhortado a los Gálatas sobre cómo ser hijos
de Dios y vivir en la libertad de Cristo, sigue insistiendo, más bien nos
previene de cuál debe ser nuestra norma de vida si queremos heredar la vida
eterna. Dos partituras, dos directores, dos sinfonías, una de vida y otra de
muerte. La pregunta es clara, ¿bajo qué batuta quieres estar?
Nuestra alma es
como un gran teclado, hay muchísimas notas para tocar, unas suenan mejor, otras
peor, depende de qué música queremos tocar. Si elegimos al padre de la mentira,
Satanás, el que existe para dividir y separar, nuestra melodía sonará estridente,
llena de las obras de la carne que no conducen más que a la muerte y al pecado.
Por el contrario, si queremos que la música de nuestra vida transmita vida,
esperanza, fe y amor, tenemos que ponernos bajo la dirección del Espíritu
Santo. Porque sólo el que sigue al Señor, tendrá la luz de la vida.
2.-
El Señor Jesús deja hoy al descubierto el corazón hipócrita, que utiliza
lo religioso para engordar su ego, mientras deja de lado el amor de Dios y el
derecho. También apunta en su lista la hipocresía de buscar el honor y el poder
so capa de santidad.
Y Jesús utiliza
las palabras más duras contra los “santos” de su época, los fariseos, “tumbas
sin señal que la gente pisa sin saberlo” y que, por tanto, según su propia ley,
hacen que esas personas queden contaminados, incapaces de entrar en contacto
con Dios y con los hermanos. En lugar de ser cauce de vida y entrega a Dios, se
convierten en obstáculos que impiden una relación y experiencia de Dios
auténtica.
¿Qué nos enseña
esto a nosotros? Que no debemos usar la religión para otros fines que no sean
dar gloria a Dios y servir con amor al prójimo; que nuestra vida debe estar
movida por el fruto del Espíritu que hemos visto en la primera lectura y que no
es otro que la caridad cristiana. Es entrar en la Ley del Espíritu, el yugo de
la gracia que no aplasta, sino que da alas de libertad para vivir como hijos de
Dios, redimidos del pecado y la muerte, y lanzados hacia lo que está por
delante, la vida eterna.
¿Qué es para ti vivir según el Espíritu?
¿Qué obras de la carne te separan de Dios y de tus hermanos?
¿Cómo puedes
luchar contra la hipocresía farisaica que te aleja de Dios y de los hermanos?
Nació en 1647 en la diócesis de Autun
(Francia). Entró a formar parte de las monjas de la Visitación de
Paray-le-Monial; llevó una vida de constante perfección espiritual y tuvo una
serie de revelaciones místicas, referentes sobre todo a la devoción al Corazón
de Jesús, cuyo culto se esforzó desde entonces por introducir en la Iglesia.
Murió el día 17 de octubre del año 1690.
Hacia el año 1174
nació en Baviera la niña Eduviges, hija del conde Bertoldo de Andechs. Sus
padres la confiaron a las religiosas del monasterio de Kintzingen, en
Franconia. Gertrudis, hermana de Eduviges, fue madre Santa Isabel de Hungría.
A los doce
años, Eduviges contrajo matrimonio con el duque Enrique de Silesia, quien sólo
tenía dieciocho años. Dios los bendijo con siete hijos. El esposo de Eduviges
heredó el ducado a la muerte de su padre, en 1202. Inmediatamente, a instancia
de su esposa, fundó el gran monasterio de religiosas cistercienses de Trebnitz,
a cinco kilómetros de Breslau. Se cuenta que todos los malhechores de Silesia
fueron ordenados a trabajar en la construcción del monasterio, que fue el
primer convento de religiosas en Silesia. El duque y su mujer fundaron además
otros muchos monasterios, con lo cual no sólo propagaron en sus territorios la
vida religiosa, sino también la cultura germánica. Entre los monasterios
fundados por los duques, los había de cistercienses, de canónigos de San
Agustín, de dominicos y de franciscanos. Enrique fundó el Hospital de la Santa
Cruz en Breslau, y Santa Eduviges, un hospital para leprosas en Neumarkt donde
solía asistir personalmente a las enfermas.
Después del
nacimiento de su último hijo, en 1209, Eduviges y su marido de mutuo acuerdo
hicieron voto de continencia perpetua. Según se cuenta, en sus restantes
treinta años de vida, Enrique no volvió a llevar oro, plata o púrpura.
Los hijos de
Enrique y Eduviges les hicieron sufrir mucho. En 1212, el duque repartió sus
posesiones entre Enrique y Conrado, sus hijos varones, pero ninguno de los dos
quedó contento con su parte. A pesar de que Santa Eduviges hizo cuanto pudo por
reconciliarlos, los dos hermanos y sus partidarios trabaron batalla, y Enrique
derrotó a su hermano Conrado. Esa pena ayudó a Santa Eduviges a deplorar la
vanidad de las cosas del mundo y a despegarse más y más de ellas. De los siete
hijos solo Gertrudis sobrevivió a sus padres y fue abadesa de Trebnitz.
A partir de
1209, la santa fijó su principal residencia en el monasterio de Trebnitz, a
donde solía retirarse con frecuencia. Durante sus retiros, dormía en la sala
común con las otras religiosas y observaba exactamente la distribución. No
usaba más que una túnica y un manto, lo mismo en invierno que en verano y
llevaba, sobre sus carnes una camisa de pelo con mangas de seda para que nadie
lo sospechase. Como acostumbraba a caminar hasta la Iglesia con los pies
desnudos sobre la nieve los tenía destrozados, pero llevaba siempre en la mano
un par de zapatos para ponérselos si encontraba a alguien por el camino. Un
abad le regaló en cierta ocasión un par de zapatos nuevos y le arrancó la
promesa de que los usaría. Algún tiempo después, el abad volvió a ver a la
santa descalza y le preguntó dónde estaban los zapatos. Eduviges los sacó de
entre los pliegues de su manto, diciendo: “Siempre los llevo aquí”
En 1227, los
duques Enrique de Silesia y Ladislao de Sadomir se reunieron para organizar la
defensa contra el ataque del “svatopluk” de Pomerania. Pero el svatopluk se
enteró y cayó sobre ellos, precisamente durante la reunión y Enrique, que
estaba en el baño, apenas logró escapar con vida. Santa Eduviges acudió lo más
pronto posible a cuidar a su marido, pero éste había partido ya con Conrado de
Masovia para defender los territorios de Ladislao, quien había perecido a manos
del svatopluk. La victoria favoreció a Enrique, el cual se estableció en
Cracovia. Pero al poco tiempo fue nuevamente atacado por sorpresa en Mass, y
Conrado de Plock le tomó prisionero. La fiel Eduviges intervino y consiguió que
ambos duques llegasen a un acuerdo, mediante el matrimonio de las dos nietas de
Enrique con los dos hijos de Conrado. Así se evitó el encuentro entre ellos con
gran regocijo de Santa Eduviges, quien siempre hacía cuanto estaba de su mano
para evitar el derramamiento de sangre.
En 1238, murió el
marido de Santa Eduviges y fue sucedido por su hijo Enrique, apodado el
“Bueno”. Cuando la noticia de la muerte del duque llegó al monasterio de
Trebnitz, las religiosas lloraron mucho; Eduviges fue la única que permaneció
serena y reconfortó a las demás: ¿Por qué os quejáis de la voluntad de Dios?
Nuestras vidas están en sus manos, y todo lo que Él hace está bien hecho, lo
mismo si se trata de nuestra propia muerte que de la muerte de los seres
amados”. La santa tomó entonces el hábito religioso de Trebnitz, pero no hizo
los votos para poder seguir administrando sus bienes en favor de los pobres. En
cierta ocasión, Santa Eduviges encontró a una pobre mujer que no sabía el
Padrenuestro y comenzó a enseñárselo; como la infeliz aldeana no consiguiese
aprenderlo, la santa la llevó a dormir a su propio cuarto para aprovechar todos
los momentos libres y repetirle la oración hasta que la mujer consiguió
aprenderla de memoria y entender lo que decía.
En 1240, los
tártaros invadieron Ucrania y Polonia. El duque Enrique II les presentó la
batalla cerca de Wahlstadt. Se dice que los tártaros emplearon entonces gases
venenosos: “un humo espeso y nauseabundo brotaba en forma de serpiente de unos
tubos de cobre y embrutecía a los soldados polacos.” Enrique pereció en la
batalla. Santa Eduviges tuvo una revelación sobre la muerte de su hijo tres
días antes de que llegase la noticia y dijo a su amiga Dermudis: “He perdido a
mi hijo; se me ha escapado de las manos como un pajarito y jamás volveré a
verle.” Cuando el mensajero trajo la triste noticia, Santa Eduviges consoló a
su propia hija Gertrudis y a Ana, la esposa de Enrique.
Dios premió la fe
de su sierva con el don de milagros. Una religiosa ciega recobró la vista
cuando la santa trazó sobre ella la señal de la cruz. El biógrafo de Eduviges
relata varias otras curaciones milagrosas obradas por ella y menciona diversas
profecías de la santa, entre las que se contaba la de su propia muerte. Durante
su última enfermedad, aunque todos la creían fuera de peligro, santa Eduviges
pidió la extremaunción. Murió en octubre de 1243 y fue sepultada en Trebnitz.
Su canonización se llevó a cabo en 1267. En 1706, la fiesta de Santa Eduviges
fue incluida en el calendario universal de la Iglesia de occidente.
Fuente: Vidas de Santos Tomo IV; Butler.
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