9 - DE OCTUBRE
– MIERCOLES –
27ª – SEMANA DEL T.O. – B –
San Luis Bertrán,
presbítero dominico
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los Gálatas (2,1-2.7-14):
Transcurridos catorce años, subí otra vez a Jerusalén en compañía de
Bernabé, llevando también a Tito. Subí por una revelación. Les expuse el
Evangelio que predico a los gentiles, aunque en privado, a los más
representativos, por si acaso mis afanes de entonces o de antes eran vanos. Al
contrario, vieron que Dios me ha encargado de anunciar el Evangelio a los
gentiles, como a Pedro de anunciarlo a los judíos; el mismo que capacita a
Pedro para su misión entre los judíos me capacita a mí para la mía entre los
gentiles.
Reconociendo, pues, el don que he recibido, Santiago, Pedro y Juan,
considerados como columnas, nos dieron la mano a Bernabé y a mí en señal de
solidaridad, de acuerdo en que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los
judíos. Una sola cosa nos pidieron: que nos acordáramos de sus pobres, esto lo
he tomado muy a pecho. Pero cuando Pedro llegó a Antioquía, tuve que encararme
con él, porque era reprensible. Antes de que llegaran ciertos individuos de
parte de Santiago, comía con los gentiles; pero cuando llegaron aquéllos, se
retrajo y se puso aparte, temiendo a los partidarios de la circuncisión. Los
demás judíos lo imitaron en esta simulación, tanto que el mismo Bernabé se vio
arrastrado con ellos a la simulación.
Ahora que cuando yo vi que su
conducta no cuadraba con la verdad del Evangelio, le dije a Pedro delante de
todos:
«Si tú, siendo judío, vives a lo
gentil y no a lo judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a las prácticas judías?»
Palabra de Dios
Salmo:116,1.2
R/. Id al mundo entero y proclamad
el Evangelio
Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo,
todos los pueblos. R/.
Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad
dura por siempre. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,1-4):
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan
enseñó a sus discípulos.»
Él les dijo:
«Cuando oréis decid: "Padre,
santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del
mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo
el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."»
Palabra del Señor
1. En
esta semana XXVII del Tiempo ordinario hemos comenzado a leer la carta de S.
pablo a los Gálatas, y si hay algo que ya nos hemos dado cuenta es que Pablo
predica el Evangelio de Jesucristo, ese que le fue revelado directamente por el
Señor Jesús.
Pero dicho Evangelio como se puede ver a lo largo de todos los escritos
paulinos, tiene muchos matices y aspectos que dan para una vida dedicada al
estudio y la oración.
Podíamos destacar la gratuidad de la salvación, la criatura nueva que
somos después de la Pascua de Jesús y un largo etcétera. Pero nos vamos a fijar
en algo que lo enlaza con el evangelio de hoy, y es que Dios, para Pablo, ya no
es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, Dios es para él, el Padre de Nuestro
Señor Jesucristo ¡Qué “título” tan entrañable! Y lo que debe hacernos saltar de
gozo es que, en palabra de Pablo, recibisteis un Espíritu que nos hace clamar
“Abba, Padre”. Vemos como el Apóstol ha captado e intuido el fondo del
misterio: La Pascua nos hace hijos en el Hijo.
2. Abbá
Padre, esto es lo que precisamente el Señor Jesús nos dice en el evangelio que
hoy se proclama “cuando oréis decid: Padre” Eso es todo. No hacen falta métodos
de relajación, ni tal o cual cosa. Es algo muy simple, sencillo. Como un niño
ante su progenitor ¡Papá! Esta es la oración de Jesús, esto es lo que nos
enseña que debemos decir al entrar en diálogo con Dios.
3. Y esta Buena Noticia, este Evangelio de
Jesucristo, es lo que debemos proclamar, de ahí que hagamos nuestras las
palabras del salmo como programa de vida: Id al mundo entero y proclamad el
evangelio.
Id y decid a todos que Dios es Padre y nos ama.
Este
es el evangelio que Pablo proclama y el que proclama todo buen predicador que
se precie, como lo fue san Luis Bertrán cuya memoria hoy celebramos.
San Luis Bertrán,
presbítero dominico
Infancia y juventud.
Nació en Valencia el 1 de enero de 1576, en una casa junto a la iglesia de
San Esteban, en la que fue bautizado a los pocos días, y en la misma pila
bautismal en la que lo fue San Vicente Ferrer (5 de abril y segundo Lunes de
Pascua), pariente suyo por parte de madre. Cuando pequeño y lloraba, solo tenía
consuelo cuando le llevaban a las iglesias y veía las imágenes y sobre todo a
Nuestra Señora. A los 15 años eligió por confesor a Fray Ambrosio de Jesús, un
religioso mínimo, que le encaminó en la oración, la penitencia sin descuidar el
estudio. Sobre esta edad recibió la primera comunión. A los 16 años se escapó
de su casa para peregrinar a Santiago, pero su familia le alcanzó en Bunyol,
obligándole a regresar. Su padre le permitió ser clérigo, y Luis se dedicó a
servir en el Hospital de la Ciudad, sirviendo a los pobres día y noche. Para
poder comulgar frecuentemente ideó la estratagema de ir a diferentes iglesias y
así comulgar sin llamar la atención por la frecuencia. Pero su confesor le
regañó por actuar con doblez y no lo hizo más.
Religioso dominico.
A los 17 años
determinó tomar el hábito dominico, pero sus padres se opusieron por su débil
salud. Entristeció el joven que, de vez en cuando, se escondía en una capilla
del claustro para ver a los religiosos, oír sus cantos y en ocasiones escuchar
las pláticas del maestro de novicios. Finalmente, viendo sus padres la
melancolía de Luis, le dieron su bendición para ser fraile. Tomó el hábito el
26 de agosto de 1544, pero aun así tuvo que defender su vocación dominica ante
su padre, que le quería pasar a la Orden Jerónima, mucho menos austera. Luego
ocurrió que el demonio tentó a un seglar prominente que soltó un chismorreo
acerca de Luis, por lo que el prior determinó quitarle el hábito y mandarlo a
su casa, pero Luis clamó al cielo y el mentiroso se desdijo y Luis pudo
profesar el 27 de agosto de 1545.
Fue ejemplar
religioso, muy penitente, austerísimo aún en el trato y las conversaciones,
pues jamás dijo alguna palabra para provocar risa o gracia. Se disciplinaba
siempre que le permitían, y tanto que la sangre salpicaba las paredes, y
llevaba varios cilicios. Siempre llevaba los ojos bajos, las manos recogidas y
el pensamiento puesto en Dios, quiso dejar el estudio y ser solo un Hermano
Lego porque decía que el estudio le distraía de la contemplación, pero no se lo
permitieron y con los años confesó que eso era tentación del demonio. E hizo
bien, porque fue un docto religioso, muy versado en la Escritura y la doctrina
de Santo Tomás de Aquino Fue ordenado presbítero en 1547 por Santo Tomás de
Villanueva y fue destinado al convento de Santa Cruz de Lombay. Allí tuvo una
revelación de que su padre moría, y partió a Valencia antes que llegara el
mensajero con la noticia y ayudó a bien morir a su padre. Sufrió purgatorio muy
doloroso, según supo Luis por gracia de Dios, viendo los tormentos que padecía:
era arrojado de una torre, le molían los huesos, le apuñalaban, etc., así
durante ocho años durante los cuales el santo ofreció la misa, se disciplinó
duramente hasta que le vio subir a la gloria.
Maestro de novicios.
En 1549, con 23 años fue nombrado Maestro de novicios, oficio que ejerció
con gran ejemplo para sus religiosos, aunque conocida es su severidad y
aspereza para con los nuevos religiosos. Pero si les disciplinaba, luego lo
hacía él el doble. Conocido es que, aunque les animaba a perseverar, al mismo
tiempo les quitaba el hábito a la primera que no mostraban juicio u observancia
religiosa. Siempre que echaba a uno preguntaba a los demás quien quería volver
al mundo. Con solo mirarlos, atinaba si tenían devoción o la fingían, y les
echaba. No soportaba a los mentirosos, los holgazanes o los escrupulosos, a
todos les echaba. Quería novicios y religiosos santos y sabios, por lo que
insistía en la claridad de mente, la inteligencia y la perseverancia en el
estudio para ser un buen hijo de Santo Domingo; eso para los que serían
presbíteros, a la par que a los novicios que iban para Legos, les daba algún
libro piadoso o las Constituciones de la Orden, diciendo que con eso les
bastaba, para preservarles su sencillez y simpleza. Quiso estudiar en el
célebre convento salmantino de San Esteban de los dominicos, para tener título
universitario, pero su prior, Fray Micón le hizo desestimar aquello como algo
no necesario para formar novicios. Insistió, pero un fraile de la Orden le dijo
no era la voluntad de Dios, sino que se complacía en que formase a los
novicios.
En 1557 se destacó
como predicador y auxilio de los pobres durante una epidemia en Valencia. Se
prodigó socorriendo, enterrando difuntos, repartiendo pan y limosnas,
predicando y celebrando devociones y haciendo penitencia pública. En su mismo
convento murieron 22 frailes, entre ellos el prior, Fray Miguel de Santo
Domingo, que no se había reservado en los actos de caridad. Dios le reveló a
Luis que había entrado en el cielo por su gran caridad. A una mujer cuyo hijo
le pidió el demonio en forma de fraile para "hacerle santo", Luis le
contó la verdad: era un diablo que le quería arrebatar a su hijo. En 1560,
terminada la peste, atracó en Valencia una flota de moros para tratar el
rescate de los cautivos cristianos que poseían. San Luis dijo a sus novicios:
"¿Cómo se puede sufrir que los enemigos de Jesucristo se paseen por esta
ciudad, y se gloríen de pasar entre cristianos? A nosotros toca, hermanos,
terminar este negocio. Arrodillémonos todos y vueltos hacía la mar digamos con
devoción contra los moros el salmo que compuso el santo rey David contra los
enemigos del pueblo de Dios". Y una vez que se hizo el cambio, y los moros
emprendieron viaje una tormenta los echó a fondo.
Ese mismo año al
parecer recibe una carta de la Madre Santa Teresa de Jesús en la que, la santa
le consulta su intención de fundar un convento más austero y sencillo, donde
servir a Dios. Y digo “al parecer”, porque dicha carta no se conserva, pero sí
que se conoce la respuesta que habría dirigido a la Santa: "Madre Teresa,
recibí vuestra carta, y porque el negocio sobre que pedís mi parecer es tan en
servicio del Señor, he querido primero encomendárselo en mis pobres oraciones y
sacrificios, y esto ha sido la causa de haber tardado en responderos. Ahora os
digo en nombre del mismo Señor, que os animéis para tan grande empresa, que Él
os ayudará y favorecerá: y de su parte os certifico que no pasarán cincuenta
años que vuestra Religión no sea una de las más ilustres en la Iglesia de
Dios". Personalmente tengo dudas sobre su autenticidad, sobre todo porque
en 1560, la Santa Madre no pensaba ni por asomo ni reformar la Orden del
Carmen, ni mucho menos fundar una Orden nueva.
Apóstol de Indias.
Pasaron por
Valencia dos frailes, misioneros en Indias, y contaron a los religiosos la
falta que hacían apóstoles de Cristo en Nueva Granada (la actual Colombia y
Venezuela) y Luis enseguida supo que Dios le quería para ello, aunque fuera
para morir comido por los infieles, como muchos creían que pasaba. El deseo de
salvar almas creció en él con gran ímpetu, y el primer Sábado de Cuaresma de
1562 salió de Valencia con otros religiosos rumbo al Nuevo Mundo. Llegaron el
28 de septiembre del mismo año y apenas desembarcar, un indio corrió hacia él
para que bautizase a su hijo que se moría y quería que se salvase. Habitó en el
convento de San José que los dominicos habían fundado en Cartagena de Indias y
desde allí misionó en Cipacoa, Sierra de Santa Marta, Tubara, Tuneara,
Tenerife, Mompoix y Pelvato. Predicaba constantemente y tuvo Dios de lenguas,
pues los indios le entendían en su propia lengua, obrando muchas conversiones.
A pesar del clima, los trabajos, el hambre…, nunca abandonó sus penitencias,
ayunos y horas de contemplación. Amansaba a las fieras que se cruzaba en la
selva solo con hacer la señal de la cruz. Famosas fueron sus predicaciones de
Cuaresma y Semana Santa en Cartagena, donde convertía, reconciliaba y
denunciaba a los que maltrataban a los indios.
En Tubara
convirtió a los indios y desterró a un demonio que les asustaba para que no se
adhirieran a Cristo. Un indio polígamo que reprendió le lanzó una saeta, que
cayó a los pies del santo como detenida por un escudo invisible. A otro que
había sido sacerdote de los dioses, le libró del demonio y le ayudó a bien
morir luego que la Virgen del Rosario le advirtiera del peligro al que estaba
sometido el indio. Los indios, testigos de su éxtasis, le veneraban en vida y
escuchaban hasta sus más sencillas palabras como si vinieran del cielo. Y es
que a su ejemplo sumaba los portentos: atraer o alejar la lluvia, cruzar
rezando el rosario él y sus compañeros el río Cinoga, que estaba crecido y
salir ilesos. Se le vio predicando y a su lado asistiéndole aparecían San
Ambrosio (4 y 5 de abril, muerte y entierro; 7 de diciembre, consagración
episcopal) y Santo Tomás de Aquino. Otro día mientras se disciplinaba abrazó un
árbol y al separarse dejó impresa la huella de una cruz, que convirtió a
muchos. Por la conversión de los indios ofrecía la penitencia de quitarse la
camisa por las noches, dejando que le picaran los mosquitos, a los que decía:
"Hermanos mosquitos, ya habéis comido suficiente, dejad sitio a vuestros
compañeros".
También tuvo
enemigos, como aquel indio que le dio a beber un veneno y que el santo lo tragó
sin sucederle nada, salvo que al cabo de cinco días vomitó algunas culebras
pequeñas. También, por su protección a los indios, un español apuntó su arcabuz
para dispararle y el cañón de este se transformó en un crucifijo. Y a su
iconografía han pasado estos milagros.
De nuevo España.
Su pelea con los encomenderos y su defensa por los indios (en ocasiones se
los sacaban de la iglesia para que fueran a trabajar) melló su firmeza y en
1569 regresó a España. Volvió a Valencia como un fraile más y de allí le
destinaron en 1570 al convento de San Onofre como prior. En 1575 regresó a
Valencia como prior, continuando dando ejemplo a los religiosos. En una
ocasión, se fue a la celda que había sido de San Vicente Ferrer y ante su
imagen se desahogó: "Padre San Vicente, me me han hecho prior de esta
casa, habiendo en ella personas muy dignas. Yo renuncio el Priorato en vuestras
manos. Sed vos el prior, mandad y regid a vuestro modo, que yo seré subprior y
gobernaré según vuestras órdenes". Y quiso besar las plantas del santo,
cuando la imagen de San Vicente se animó y doblándose, le abrazó.
Fue amigo del
franciscano Beato Nicolás Factor, el cual durante un éxtasis en público
exclamó: "Yo no soy santo, pero Fray Luis Bertrán sí". Y aquí que
ocurrió que, a los pocos días, cuando Luis predicaba en la catedral de Valencia
enseñó a los fieles que no todos los arrobamientos eran divinos, algunos
entendieron que hablaba mal de Nicolás, juzgándole por falso místico. Ambos
amigos pusieron rápidamente fin al malentendido. Se cuenta que el 29 de
septiembre de 1579, al salir de maitines se le aparecieron los Santos Padres
San Francisco y Santo Domingo, que le bendijeron y le consolaron en sus
pesares, enfermedades y tentaciones del demonio. Porque mucho le atacó el
maligno, apareciéndosele en forma de perro que le impedía llegarse al agua
bendita a persignarse.
En 1581 los
achaques se le arreciaron, perdió visión, agudeza, oído, teniendo que suspender
algunas predicaciones que ya tenía concertadas. A finales de verano tuvo que
guardar cama, y le administraron el viático, estando presente el arzobispo de
Valencia, San Juan de Ribera. Profesó su fe católica, pidió el auxilio de la
Virgen del Rosario y sus santos dominicos y franciscanos. Comulgó con ardor y
luego tuvo una leve mejoría. Gustaba de las visitas de los demás religiosos, a
los que pedía perdón y besaba las manos, a la par que impedía besaran las
suyas, huyendo de reverencia alguna. Un religioso que pretendió tomarle las
manos, le quitó las sábanas y vio que tenía bajo la espalda un ladrillo. Le
preguntó que era aquello, estando tan mal de salud. "Hermano mío, ya se
acerca la jornada y es menester mucho para ir al cielo. Mas, mire que le
conjuro que no de parte de esto a persona del mundo", fue la respuesta.
San Juan de Ribera
le llevó consigo a Godella, donde tenía una casa de descanso, y allí le servía
de su mano, le complacía y entretenía. Volvió a Valencia cuando agravó y fue
hospitalizado en el Hospital de los Clérigos, y luego a su convento, al ser
previsible su muerte. El 6 de octubre reveló que moriría en cuatro días. El día
9 un franciscano que no alcanzó a conocerle, le vio por revelación siendo
protegido por Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino y San Pedro Mártir. A las 10
de la mañana del 9 de octubre dijo al arzobispo: "Despídame, que ya me
muero", pidió a los religiosos rezasen por él las típicas oraciones de la
Orden por sus difuntos y expiró suavemente, al tiempo que se vio una luz
sobrenatural sobre él, y un olor suavísimo emanó de su cuerpo. 9 de octubre de
1581. Varios días duraron los funerales, durante los cuales el pueblo acudió en
masa para venerarle y llevarse, como no, reliquias de su hábito o tocar objetos
a su cuerpo. Llegó la histeria a tanto que, al ir a enterrarle, fue necesario
apartar con antorchas a la multitud que le arrancaba el hábito. Y aun así
algunos prefirieron les quemaran las manos, quedando el cuerpo casi desnudo.
Esa noche cuatro religiosos bajaron a la cripta y le vistieron decentemente,
hallándole flexible y emanando un leve resplandor.
En 1582 se exhumó
el cuerpo y fue hallado incorrupto, fue sepultado de nuevo y junto a él se
pusieron los huesos de sus padres, enterrados en la iglesia de San Juan del
Mercado. En esta ocasión Felipe II se procuró un escapulario hecho con el
escapulario del santo fraile, para protección de su hijo mayor. En 1585 se
inició el proceso de canonización, impulsado por el arzobispo Ribera. El papa
Pablo V le beatificó el 19 de julio de 1608, y el 18 de noviembre del mismo año
la Ciudad de Valencia le nombró patrono de esta. Alejandro VII le nombró santo
patrono del Nuevo Reino de Granada. Clemente X le canonizó el 12 de abril de
1671. Su cuerpo fue profanado y desapareció durante la persecución religiosa en
España luego de 1936, aunque algunas reliquias se conservan en la catedral
valenciana.
En Cuba se le considera protector de los niños, especialmente contra
"el mal de ojos", siendo costumbre que su oración sea puesta bajo las
sábanas de los infantes.
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