lunes, 21 de octubre de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 23 - DE OCTUBRE –MIERCOLES – 29ª – SEMANA DEL T.O. – B – San Juan de Capistrano

 

 


23 - DE OCTUBRE –MIERCOLES –

 29ª – SEMANA DEL T.O. – B –

San Juan de Capistrano

 

     Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (3,2-12):

    Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, del que os he escrito arriba brevemente. Leedlo y veréis cómo comprendo yo el misterio de Cristo, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la promesa de Jesucristo, por el Evangelio, del cual yo soy ministro por la gracia que Dios me dio con su fuerza y su poder.

     A mí, el más insignificante de todos los santos, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo, aclarar a todos la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo. Así, mediante la Iglesia, los Principados y Potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios, por la fe en él.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: Is 12,2-3.4bcd.5-6

   R/. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador

   Él es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

        Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. R/.

   Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es excelso. R/.

   Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de Sión: «Qué grande es en medio de ti el santo de Israel.» R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,39-48):

   En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

  «Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»

  Pedro le preguntó:

  «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»

  El Señor le respondió:

   «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así.

    Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.

    El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

 

Palabra del Señor 

 

1.-   La fe es algo absolutamente gratuito y por tanto es patrimonio de todos: judíos y gentiles. Cierto que Dios, en su designio de Amor escogió a un pueblo, necesitaba una coyuntura concreta, un medio en que adquirir y desarrollar su humanidad (lo mismo que necesitó unos padres).

Ya así comenzaba la kénosis, el abajamiento del Dios humanado en Jesús “tenía que parecerse en todo a nosotros menos en el pecado”. Así como los padres estaban preparados por la Gracia precedente, el pueblo escogido fue concreto y preparado desde siglos y siglos; hubo judíos que fueron fieles y esperaron y acogieron y reconocieron y por lo tanto gozaron de la Salvación del Mesías… pero la mayoría “no supieron reconocerle” …eran signos y realidades en que se presentaba, que no concordaba con lo que se habían imaginado: un soberano todopoderoso y vencedor. Cuando vieron un Niño, un pobre, un sencillo y humilde, un derrotado… … no pudieron traslucir su Amor y Misericordia, su mensaje y su vida, sus milagros, su promesa y su paz. Y el Reino no podía pararse, porque era para todos.

 

2,.   Pablo lo había vivido en su propia carne, había comprendido que los gentiles, los que los judíos despreciaban y no consideraban dignos, podían y debían reconocer al Salvador, ese que era para los pobres y pequeños, para los que no cuentan, para los de fuera… y a Pablo se le revela desde el Cielo, con la firmeza de haber sido rescatado y convencido. Así afirma que son (los gentiles): miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo; que él, como testigo, les va a conducir a aceptar este Regalo que, desde siempre también, estaba destinado para ellos.

Conocemos así que nuestro Dios, en su Hijo por el Espíritu Santo, es Padre y Salvador de todos los hombres y les asiste para la Redención final. Importa aprovechar el momento y la Gracia que se nos otorga en cada momento y reconocer que todo es DON sin merecimiento de nuestra parte. Hoy la Iglesia reclama nuestra unidad.

3.-   El profeta Isaías nos viene expresando la Paz universal que trae el Salvador, la que produce en los hombres que lo reconocen y se dejan iluminar y poseer por Él; manifiesta su interés por rescatar a los elegidos, por volver a buscarlos y hace que cesen las divisiones y resistencias porque Dios lo es de todos “esclavos y libres, hombres y mujeres… porque todos sois uno en Cristo Jesús”.

Impresiona constatar cómo la intervención continua de Dios en su pueblo conduciendo y haciendo relucir la justicia, la protección, la insistencia, la manifestación de su Amor…va rodeando a los hombres en el camino hacia la Plenitud para el que estamos todos llamados y cómo estos caminos no difieren de los nuestros; así podemos reconocer nuestra historia personal y eclesial en lo que ocurrió hace miles de años.  Por eso esta oración de gratitud, de confianza, de deseo de plenitud y su posibilidad en “Dios mi Salvador”, en la real certeza de esta Salvación que me hace no temer… es la actitud del pueblo fiel que avanza en su momento y lugar, sabiendo que la hazaña de Dios en favor de su pueblo fue y es descomunal, de proporciones tan grandiosas imposibles para nosotros y tan evidente de su intervención.

4.-   Por eso el hombre que ha sabido lo que es la protección del Dios que nos salva y se da cuenta de que estos gestos son sólo la señal del Amor que Dios nos tiene… no para de dar gracias y alabarle, de proclamar a todos su Salvación que percibe, en la que vive y cimenta su vida, se convierte en evangelizador y testigo.  Él nos amó primero.

El Evangelio es exigente, pero no pide nada que no sea lógico. Para ser cristiano y seguidor fiel de Cristo no hay que ser excepcionales sino normales, con la firmeza propia de un ser humano sensato y responsable, cuerdo y consecuente. Porque la fe y su práctica, no nos hacen superiores sino plenamente humanos y ya esta naturaleza requiere una formación en los principios, tareas y costumbres que hacen posible que todo el que se ha encontrado con Jesús sea fiel (Él se hizo hombre) y el que no lo ha encontrado, tiene camino abierto para ello.

Este Evangelio no hace sino describir la actitud del que comprende y valora la comunión entre los hombres, cada cual, en su puesto, porque todos somos miembros y colaboradores del Bien. ¡Cuánto más si pasamos estas actitudes al Seguimiento de Cristo, entramos en la relación base del seguimiento que es producto del Amor recibido y correspondido!

 Habiendo recibido tantos beneficios de nuestro Amo que nos amó primero, sólo tendría que brotarnos la gratuidad y la entrega, como Él: hasta el extremo. En el Amor no hay medida ni límites, además este amo, ya vemos que es capaz de servirnos a nosotros sus siervos a los que llama Amigos… con Él nos salimos de los límites de la norma y somos contagiados e invadidos de su gran Amor y servicio hasta dar la vida. Ojalá que podamos captar esa realidad que nos hará Felices y capaces de construir el mundo nuevo donde habite la justicia y el derecho y no haya opresores ni oprimidos y habrá una tierra y un cielo nuevos; así viviendo el Evangelio estaremos instalado los cimientos para ello, será algo que nos deslumbrará y asombrará.         

Puesto que los hombres estamos configurados para ser constructores de Paz , ¿podríamos decir que aún es posible soñar y esperar que cesen las guerras?           

Al menos pongamos nuestro granito de arena en el propio entorno y Aquel que todo lo puede hará cosas mayores.    

 

San Juan de Capistrano

 


Año 1456

  Nació en Capistrano, en la región de los Abruzos, en el año 1386. Estudió derecho en Perusa y ejerció por un tiempo el cargo de juez. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores y, ordenado sacerdote, ejerció incansablemente el apostolado por toda Europa, trabajando en la reforma de costumbres y en la lucha contra las herejías. Murió en Ilok (Austria) en el año 1456.

   Gran apóstol: alcánzanos de Dios entusiasmo y valor para defender siempre nuestra amada religión católica.

    Orad y trabajad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien (S. Biblia. Jeremías 29).

 

   Misiones de California Es este uno de los predicadores más famosos que ha tenido la Iglesia Católica.

   Nació en un pueblecito llamado Capistrano, en la región montañosa de Italia, en 1386. Fue un estudiante sumamente consagrado a sus deberes y llegó a ser abogado y juez, y gobernador de Perugia. Pero en una guerra contra otra ciudad cayó prisionero, y en la cárcel se puso a meditar y se dio cuenta de que, en vez de dedicarse a conseguir dinero, honores y dignidades en el mundo, era mejor dedicarse a conseguir la santidad y la salvación en una comunidad de religiosos, y entró de franciscano.

   Como era muy vanidoso y le gustaba mucho aparecer, dispuso vencer su orgullo recorriendo la ciudad cabalgando en un pobre burro, pero montado al revés, mirando hacia atrás, y con un sombrero de papel en el cual había escrito en grandes letras: "Soy un miserable pecador". La gente le silbó y le lanzaron piedras y basura. Así llegó hasta el convento de los franciscanos a pedir que lo recibieran de religioso.

  El Padre maestro de novicios dispuso ponerle pruebas muy duras para ver si en verdad este hombre de 30 años era capaz de ser religioso humilde y sacrificado. Lo humillaba sin compasión y lo dedicaba a los oficios más cansones y humildes, pero Juan en vez de disgustarse le conservó una profunda gratitud por toda su vida, pues le supo formar un verdadero carácter, y lo preparó para enfrentarse valientemente a las dificultades de la vida. Él recordaba muy bien aquellas palabras de Jesús: "Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, se queda sin producir fruto, pero si muere producirá mucho fruto"(Jn. 12,24).

   A los 33 años fue ordenado de sacerdote y luego, durante 40 años recorrió toda Europa predicando con enormes éxitos espirituales. Tuvo por maestro de predicación y por guía espiritual al gran San Bernardino de Siena, y formando grupos de seis y ocho religiosos se distribuyeron primero por toda Italia, y después por los demás países de Europa predicando la conversión y la penitencia.

   Juan tenía que predicar en los campos y en las plazas porque el gentío tan enorme no cabía en las iglesias.

   Su presencia de predicador era impresionante. Flaco, pálido, penitente, con voz sonora y penetrante; un semblante luminoso, y unos ojos brillantes que parecían traspasar el alma, conmovía hasta a los más indiferentes. La gente lo llamaba "El padre piadoso", "el santo predicador". Vibraba en la predicación de las verdades eternas. La gente al verlo y oírlo recordaba la figura austera de San Juan Bautista predicando conversión en las orillas del río Jordán. Y les repetía las palabras del Bautista: "Raza de víboras: tienen que producir frutos de conversión. Porque ya está el hacha de la justicia divina junto a la vida de cada uno, y árbol que no produce frutos de obras buenas será cortado y echado al fuego" (Lc. 3,7).

   Muchos pedían a gritos la confesión, prometiendo cambiar de vida y estallaban en llanto de arrepentimiento. Las gentes traían sus objetos de superstición y los libros de brujería y otros juegos y los quemaban en públicas hogueras en la mitad de las plazas.

   Muchos jóvenes al oírlo predicar se proponían irse de religiosos. En Alemania consiguió 120 jóvenes para las comunidades religiosas y en Polonia 130.

   Sus sermones eran de dos y tres horas, pero a los oyentes se les pasaba el tiempo sin darse cuenta. Atacaba sin miedo a los vicios y malas costumbres, y muchísimos, después de escucharle, dejaban sus malas amistades y las borracheras.

  Después de predicar se iba a visitar enfermos, y con sus oraciones y su bendición sacerdotal obtenía innumerables curaciones.

  Juan convertía pecadores no sólo por su predicación tan elocuente y fuerte, sino por su gran espíritu de penitencia. Dormía pocas horas cada noche. Vestía siempre trajes sumamente pobres. Comía muy poco, y siempre alimentos burdos y nunca comidas finas ni especiales. Una artritis muy dolorosa lo hacía cojear y dolores muy fuertes de estómago lo hacían retorcerse, pero su rostro era siempre alegre y jovial. En su cuerpo era débil, pero en su espíritu era un gigante.

   Después de muerto reunieron los apuntes de los estudios que hizo para preparar sus sermones y suman 17 gruesos volúmenes.

   La Comunidad Franciscana lo eligió por dos veces como Vicario General, y aprovechó este altísimo cargo para tratar de reformar la vida religiosa de los franciscanos, llegando a conseguir que en toda Europa esta Orden religiosa llegara a un gran fervor.

  Muchos se le oponían a sus ideas de reformar y de volver más fervorosos a los religiosos. Y lo que más lo hacía sufrir era que la oposición venía de sus mismos colegas en el apostolado. Se cumplía en él lo que dice el Salmo: "Aquél que comía conmigo el pan en la misma mesa se ha declarado en contra de mí". Pero esas incomprensiones le sirvieron para no dedicarse a buscar las alabanzas de las gentes, sino las felicitaciones de Dios. Él repetía la frase de San Pablo: "Si lo que busco es agradar a la gente, ya no seré siervo de Cristo".

   Juan tenía unas dotes nada comunes para la diplomacia. Era sabio, era prudente, y medía muy bien sus juicios y sus palabras. Había sido juez y gobernador y sabía tratar muy bien a las personas. Por eso cuatro Pontífices (Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III) lo emplearon como embajador en muchas y muy delicadas misiones diplomáticas y con muy buenos resultados. Tres veces le ofrecieron los Sumos Pontífices nombrarlo obispo de importantes ciudades, pero prefirió seguir siendo humilde predicador, pobre y sin títulos honoríficos.

   40 años llevaba Juan predicando de ciudad en ciudad y de nación en nación, con enormes frutos espirituales, cuando a la edad de 70 años lo llamó Dios a que le colaborara en la liberación de sus católicos en Hungría. Y fue de la siguiente manera.

   En 1453 los turcos musulmanes se habían apoderado de Constantinopla, y se propusieron invadir a Europa para acabar con el cristianismo. Y se dirigieron a Hungría.

   Las noticias que llegaban de Serbia, nación invadida por los turcos, eran impresionantes.  Crueldades salvajes contra los que no quisieran renegar de la fe en Cristo, y destrucción de todo lo que fuera cristiano católico.

   Entonces Juan se fue a Hungría y recorrió toda la nación predicando al pueblo, incitándolo a salir entusiasta en defensa de su santa religión. Las multitudes respondieron a su llamado, y pronto se formó un buen ejército de creyentes.

   Los musulmanes llegaron cerca de Belgrado con 200 cañones, una gran flota de barcos de guerra por el río Danubio, y 50,000 terribles jenízaros de a caballo, armados hasta los dientes. Los jefes católicos pensaron en retirarse porque eran muy inferiores en número. Pero fue aquí cuando intervino Juan de Capistrano.

    El gran misionero salvó a la ciudad de Bucarest de tres modos. El primero, convenciendo al jefe católico Hunyades a que atacara la flota turca que era mucho más numerosa. Atacaron y salieron vencedores los católicos. El segundo, fue cuando ya los católicos estaban dispuestos a abandonar la fortaleza de la ciudad y salir huyendo. Entonces Juan se dedicó a animarlos, llevando en sus manos una bandera con una cruz y gritando sin cesar: Jesús, Jesús, Jesús. Los combatientes cristianos se llenaron de valor y resistieron heroicamente. Y el tercer modo, fue cuando ya Hunyades y sus generales estaban dispuestos a abandonar la ciudad, juzgando la situación insostenible, ante la tremenda desproporción entre las fuerzas católicas y las enemigas, Juan recorrió todos los batallones gritando entusiasmado: "Creyentes valientes, todos a defender nuestra santa religión". Entonces los católicos dieron el asalto final y derrotaron totalmente a los enemigos que tuvieron que abandonar aquella región.

   Jamás empleó armas materiales. Sus armas eran la oración, la penitencia y la fuerza irresistible de su predicación.

   Las gentes decían que aquellos cuarteles de guerreros más parecían casas de religiosos que campamentos militares, porque allí se rezaba y se vivía una vida llena de virtudes. Todos los capellanes celebraban cada día la santa misa y predicaban. Muchísimos soldados se confesaban y comulgaban. Y los militares repetían en sus batallones: "Tenemos un capellán santo. Hay que portarse de manera digna de este gran sacerdote que nos dirige. Si nos portamos mal no vamos a conseguir victorias sino derrotas". Y los oficiales afirmaban: "Este padrecito tiene más autoridad sobre nuestros soldados, que el mismo jefe de la nación".

   Mientras los católicos luchaban con las armas en Hungría, el Sumo Pontífice hacía rezar en todo el mundo el Angelus (o tres Avemarías diarias) por los guerreros católicos y la Stma. Virgen consiguió de su Hijo una gran victoria. Con razón en Budapest le levantaron una gran estatua a San Juan de Capistrano, porque salvó la ciudad de caer en manos de los más crueles enemigos de nuestra santa religión.

   Y sucedió que la cantidad de muertos en aquella descomunal batalla fue tan grande, que los cadáveres dispersados por los campos llenaron el aire de putrefacción y se desató una furiosa epidemia de tifo. San Juan de Capistrano había ofrecido a Dios su vida con tal de conseguir la victoria contra los enemigos del catolicismo, y Dios le aceptó su oferta. El santo se contagió de tifo, y como estaba tan débil a causa de tantos trabajos y de tantas penitencias, murió el 23 de octubre de 1456.

https://www.ewtn.com/spanish/saints/Juan_Capistrano.htm

 

 

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