domingo, 6 de octubre de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 7 - DE OCTUBRE –LUNES – 27ª – SEMANA DEL T.O. – B – Nuestra Señora del Rosario

 



7 - DE OCTUBRE –LUNES –

27ª – SEMANA DEL T.O. – B –

Nuestra Señora del Rosario

 

      Lectura de la profecía de Zacarías 2, 14-17

 

     Alégrate y goza, Sion,
pues voy a habitar en medio de ti
—oráculo del Señor—.
     Aquel día se asociarán al Señor
pueblos sin número; ellos serán mi pueblo, y habitaré en medio de ti.
     Entonces reconocerás que el Señor del universo me ha enviado a ti.
      Judá será la herencia del Señor, su lote en la tierra santa,
y volverá a elegir a Jerusalén.
      ¡Silencio todo el mundo ante el Señor que se levanta de su morada santa!

 

Palabra de Dios

 

       Salmo Lc 1, 46b-47. 48-49. 50-51. 52-53. 54-55

 

      El Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo.

 

      Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. R/.

 

      Porque ha mirado la humillación de su esclava.
      Desde ahora me felicitaran todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo.
R/.

 

      Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
        Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón.
R/.

 

      Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. R/.

 

      Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. R/.

 

      Lectura del Santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38

 

     En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

      El ángel, entrando en su presencia, dijo:
     «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

     Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.

     El ángel le dijo:
     «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.   Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

      Y María dijo al ángel:
      «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».

      El ángel le contestó:
     «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, "porque para Dios nada hay imposible"».

      María contestó:
      «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

      Y el ángel se retiró.

 

Palabra del Señor

 

       1.  La alegría inunda las lecturas, como un nuevo amanecer que se despereza al compás de una fiesta que se enraíza en un jardín de rosas. La devoción del Rosario, con tantos siglos de historia y tan arraigada en la religiosidad del pueblo cristiano, es una forma de oración asequible a todos los que nos ayuda a contemplar, con la mirada de María, los misterios de la vida del Señor para identificarnos con Él y ser cada día mejores discípulos suyos.

       En este camino de unión con Dios, la Virgen María es nuestra maestra, por su docilidad a la Palabra. Y la oración del Rosario el modo más sencillo para contemplar con los ojos de María los Misterios de la vida, muerte y resurrección de su Hijo. Oración que nos hace contemplar a Cristo a partir de la experiencia de María.

 

      2.   Hoy siguen resonando como nuevas las palabras de San Juan Pablo II al afirmar que el Rosario nos ayuda a recordar, configurarse, rogar y anuncia a Cristo con María y comprender a Cristo desde Ella. Recordar no es sólo, mirar al pasado con nostalgia, sino actualizar permanentemente un acontecimiento de salvación. María, en el Rosario, nos va llevando de la mano hacia esos acontecimientos salvadores, para experimentar en nosotros la salvación y abrirnos constantemente a la gracia que brota de ellos. Con María, nos hacemos contemporáneos de esos misterios que dan sentido a nuestra vida y nos van haciendo crecer en la fe. En el recorrido espiritual que hacemos en el Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo, en compañía con María, este ideal de configuración con El se va consiguiendo a través de una especie de asidua amistad, de repetición amorosa, que nos va metiendo de un modo que podríamos llamar natural en la vida de Cristo. Nos mete en una atmósfera en la que casi de forma imperceptible nuestra mentalidad se va aproximando cada vez más a su mentalidad y a sus sentimientos. El Rosario es a la vez meditación y súplica.    María apoya nuestra oración con su intercesión materna. Esa plegaria insistente del avemaría que se va repitiendo una y otra vez se apoya en la confianza segura de que Ella con su intercesión lo puede todo ante el corazón de su Hijo. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización en el misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia humana. La contemplación de los misterios de Cristo llena de contenido y de esperanzas esos diversos momentos de nuestras experiencias humanas.

 

          3.   No basta con aprender las cosas de El, su enseñanza, lo importante es comprenderle. Entrar en su intimidad. Conocer sus sentimientos. Identificarnos con su misión. Y nadie como María puede ayudarnos a comprender a Jesús. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a su escuela para conocer a Cristo, para penetrar en sus secretos e intimidades y para entender su mensaje.

      Necesitamos ir con asiduidad a la escuela de María, la esclava del Señor, la del eterno Magnificat, la alegría y el gozo de Sión. 

 

Nuestra Señora del Rosario

 




Esta conmemoración fue instituida por el papa san Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla naval de Lepanto (1571), victoria atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del Rosario.

La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios.

 

El 7 de octubre se celebra a la Virgen del Rosario, advocación que hace referencia al rezo del Santo Rosario que la propia Madre de Dios pidió que se difundiera para obtener abundantes gracias.

En el año 1208 la Virgen María se le apareció a Santo Domingo y le enseñó a rezar el Rosario para que lo propagara. El santo así lo hizo y su difusión fue tal que las tropas cristianas, antes de la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), rezaron el Santo Rosario y salieron victoriosos.

El Papa San Pío V en agradecimiento a la Virgen, instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias para el primer domingo de octubre y añadió el título de “Auxilio de los Cristianos” a las letanías de la Madre de Dios.

Más adelante, el Papa Gregorio XIII cambió el nombre de la Fiesta al de Nuestra Señora del Rosario y Clemente XI extendió la festividad a toda la Iglesia de occidente. Posteriormente San Pío X la fijó para el 7 de octubre y afirmó: “Denme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo”.

Rosario significa “corona de rosas y, tal como lo definió el propio San Pío V, “es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor".

San Juan Pablo II, quien añadió los misterios luminosos al rezo del Santo Rosario, escribió en su Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” que este rezo mariano “en su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad”.

El Papa peregrino termina esa misma Carta con una hermosa oración del Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario, que dice:

Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios,

vínculo de amor que nos une a los Ángeles,

torre de salvación contra los asaltos del infierno,

puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás.

Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía.

Para ti el último beso de la vida que se apaga.

Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre,

oh Reina del Rosario de Pompeya,

oh Madre nuestra querida,

oh Refugio de los pecadores,

oh Soberana consoladora de los tristes.

Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo.

 

 

 

 

 


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