30 - DE
OCTUBRE –MIERCOLES –
30ª – SEMANA DEL T.O. – B –
San Marcelo de León
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Efesios (6,1-9):
Hijos,
obedeced a vuestros padres como el Señor quiere, porque eso es justo.
«Honra a tu padre y a tu madre» es el
primer mandamiento al que se añade una promesa: «Te irá bien y vivirás largo
tiempo en la tierra.»
Padres, vosotros no
exasperéis a vuestros hijos; criadlos educándolos y corrigiéndolos como haría
el Señor.
Esclavos, obedeced a vuestros amos según la
carne con temor y temblor, de todo corazón, como a Cristo. No por las
apariencias, para quedar bien, sino como esclavos de Cristo que hacen lo que
Dios quiere; con toda el alma, de buena gana, como quien sirve al Señor y no a
hombres. Sabed que lo que uno haga de bueno, sea esclavo o libre se lo pagará
el Señor.
Amos, correspondedles dejándoos de
amenazas; sabéis que ellos y vosotros tenéis un amo en el cielo y que ése no es
parcial con nadie.
Palabra de Dios
Salmo:
144,10-11.12-13ab.13cd-14
R/. El
Señor es fiel a sus palabras
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que
proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres, la
gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo, tu
gobierno va de edad en edad. R/.
El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a
caer, endereza a los que ya se doblan. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (13,22-30):
En aquel
tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿serán pocos los que se salven?»
Jesús les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta
estrecha.
Os digo que muchos intentarán entrar y no
podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis
fuera y llamaréis a la puerta, diciendo:
"Señor, ábrenos"; y él os
replicará: "No sé quiénes sois."
Entonces comenzaréis a decir:
"Hemos comido y bebido contigo, y tú has
enseñado en nuestras plazas."
Pero él os replicará:
"No sé quiénes sois. Alejaos de mí,
malvados."
Entonces será el llanto y el rechinar de
dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el
reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y
occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y
primeros que serán últimos.»
Palabra del Seño
1.-
Hoy, tanto en la primera lectura como en el salmo responsorial, vemos
que hay dos actitudes fundamentales: la obediencia y la gratitud. San Pablo, en
su carta a los efesios, insta a una obediencia “no como sujeción aparente que
busca sólo agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de
corazón la voluntad de Dios”. Hoy en día la palabra “obediencia” parece que no
está de moda, en realidad, a ojos del mundo parece una losa pesada que oprime y
quita libertad al ser humano. ¡Qué distinta es la obediencia en Cristo! El cual
vivió toda su vida como una obediencia al Padre, en oblación pura y perfecta
por nuestra salvación. El apóstol Pablo nos habla de la promesa al honrar padre
y madre: “para que seas feliz”, esto es una palabra que alienta a todo
cristiano ya que la familia, núcleo vital en toda sociedad, está hoy
desvirtuada y tantas veces desestructurada. Honrar al otro no es otra cosa que
dar continuas gracias a Dios por el don de su vida y corresponder con un amor
gratuito y sin intereses, con verdadero agradecimiento.
2.-
Dice el salmista: “Que todas tus criaturas te den gracias Señor, que te
bendigan tus fieles” y es que los cristianos hemos recibido el don inmenso de
la fe que nos permite vivir todas las realidades de nuestra vida como lo que
son, regalo y donación de un Dios que nos ama como hijos y nos regala la vida
eterna. ¿Has dado hoy gracias por el don de la vida, por todo lo que Dios te
está concediendo? Te invito a honrar a tu familia de manera concreta, con una
palabra, un gesto, una oración, un detalle que refleje el amor que Dios ha
puesto en ti. Da gracias también por tus superiores, bien sea en el trabajo, en
tus estudios, en tu comunidad, porque son ellos lo que, por medio de una
obediencia libre y generosa, te llevan a la hacer de corazón la voluntad del Padre.
3.-
En el Evangelio, Jesús nos llama a entrar por la puerta estrecha, pero
¿cuál es esta puerta? La puerta de la cruz, de la entrega, del salir de uno
mismo, en definitiva, la puerta de la verdad que nos hace libres y nos lleva a
la verdadera vida. Llama la atención el pasaje en que Jesús dice: “Muchos
intentarán entrar y no podrán”, en el fondo todos anhelamos la felicidad, la
plenitud, la vida eterna y esto no sólo lo esperamos para cuando se termina el
paso de una vida por este mundo, esto lo deseamos constantemente dentro de
nuestro corazón, en el día a día. Mira en tu interior, asómate a lo profundo de
tu corazón y pregúntate: ¿cuántas veces has intentado alcanzar la felicidad y
no has podido? ¿cuántas veces has intentado tener éxito, que todo te salga según
tus planes, que los demás reconozcan tu esfuerzo? Y sin embargo de tantos
intentos hemos salido cansados y tristes, con un vacío dentro que no se acaba.
4.- Para entrar por una puerta estrecha,
es necesario hacernos pequeños, humildes, reconocer que muchas veces vivimos
para nosotros mismos y no para Dios ni para el prójimo. La puerta estrecha nos
invita a soltar los proyectos a nuestra medida, nuestras prioridades, miedos e
inseguridades, para hacer todo según el proyecto de Dios, según su modo y su
tiempo. ¿Quieres ser feliz, quieres ser santo? Entra por la puerta estrecha, la
que te lleva al Cielo, la que te hará feliz aquí, hoy y en la eternidad. ¿Cuál
es la puerta a la que llamas constantemente: a la de tus proyectos y
comodidades o a la de Dios que te llama a vivir en comunión y sencillez de
corazón? ¡Ánimo, hermanos! Hoy el Señor nos da una Palabra de alegría y
plenitud. Frente a todos los problemas y angustias, frente a tantos temores y
esclavitudes, soltemos las riendas, la vida verdadera nos espera, un Cielo
eterno se nos ha prometido. Vivamos ya hoy alegres y confiados porque todo
pasa, sólo Cristo permanece.
San Marcelo de León
En Tánger, de
Mauritania, pasión de san Marcelo, centurión, que el día del cumpleaños del
emperador, mientras los demás sacrificaban, se quitó las insignias de su
función y las arrojó al pie de los estandartes, afirmando que por ser cristiano
no podía seguir manteniendo el juramento militar, pues debía obedecer solamente
a Cristo, e inmediatamente fue degollado, consumando así su martirio.
Marcelo fue un Centurión
que, según parece, pertenecía a la Legio VII Gemina y el lugar de los hechos
bien pudo ser la ciudad de León.
Su
proceso tuvo lugar en dos pasos: primero en España, ante el presidente o
gobernador Fortunato (28 de Julio del 298) y en Tánger el definitivo, ante
Aurelio Agricolano (30 de Octubre del mismo año).
Fortunato envió a
Agricolano el siguiente texto causa del juicio contra Marcelo: «Manilio
Fortunato a Agricolano, su señor, salud. En el felicísimo día en que en todo el
orbe celebramos solemnemente el cumpleaños de nuestros señores augustos
césares, señor Aurelio Agricolano, Marcelo, centurión ordinario, como si se
hubiese vuelto loco, se quitó espontáneamente el cinto militar y arrojó la
espada y el bastón de centurión delante de las tropas de nuestros señores».
Ante Fortunato, Marcelo
explica su actitud diciendo que era cristiano y no podía militar en más
ejército que en el de Jesucristo, hijo de Dios omnipotente.
Fortunato, ante un hecho de
tanta gravedad, creyó necesario notificarlo a los emperadores y césares y
enviar a Marcelo para que lo juzgase su superior, el viceprefecto Agricolano.
En Tánger, y ante Agricolano, se lee a Marcelo el acta de acusación, que él
confirma y acepta, por lo que es condenado a la decapitación.
La leyenda -no necesariamente falsa- abunda
en algunos detalles que, si bien no son necesarios para el esclarecimiento del
hecho, sí lo explicita, o al menos lo sublima para estímulo de los cristianos.
Así, se añade la puntualización de que se trataba de un acto oficial y solemne
en que toda la tropa militar estaba dispuesta para ofrecer sacrificios a los
dioses paganos e invocar su protección sobre el Emperador.
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