4 - DE OCTUBRE
–VIERNES –
26ª – SEMANA DEL T.O. – B –
SAN
FRANCISCO DE ASIS
Lectura del libro de Job
(38,1.12-21;40,3-5):
El Señor habló a Job desde la tormenta:
«¿Has mandado en tu vida a la
mañana o has señalado su puesto a la aurora, para que agarre la tierra por los
bordes y sacuda de ella a los malvados, para que la transforme como arcilla
bajo el sello y la tiña como la ropa; para que les niegue la luz a los malvados
y se quiebre el brazo sublevado?
¿Has entrado
por los hontanares del mar o paseado por la hondura del océano?
¿Te han enseñado las
puertas de la muerte o has visto los portales de las sombras?
¿Has examinado la
anchura de la tierra?
Cuéntamelo, si lo sabes todo.
¿Por dónde se
va a la casa de la luz y dónde viven las tinieblas?
¿Podrías
conducirlas a su país o enseñarles el camino de casa?
Lo sabrás, pues ya
habías nacido entonces y has cumplido tantísimos años.»
Job
respondió al Señor:
«Me siento pequeño, ¿qué
replicaré? Me taparé la boca con la mano; he hablado una vez, y no insistiré,
dos veces, y no añadiré nada.»
Palabra de Dios
Salmo: 138
R/. Guíame, Señor, por el
camino eterno
Señor, tú me sondeas y me conoces; me
conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues
mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. R/.
¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. R/.
Si vuelo hasta el margen de la aurora, si
emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu
derecha. R/.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias, porque me has
escogido portentosamente, porque son admirables tus obras. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(10,13-16):
En aquel
tiempo, dijo Jesús:
«¡Ay de ti, Corozaín!; ay de ti, ¡Betsaida!
Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que, en vosotras, hace
tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza.
Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú,
Cafarnaúm, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno.
Quien a vosotros os escucha a mí me escucha;
quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al
que me ha enviado.»
Palabra del Señor
1. El texto de Job que nos regala la liturgia hoy sitúa en el
escenario, por el que han pasado diferentes personajes, al mismo Dios. Job
había dado rienda suelta a su dolor y reprocha al Señor por sus desgracias,
injustas, siendo él un hombre justo y fiel a su Dios. Sus tres amigos le
insisten en la idea de que el mal es fruto del pecado. Elihú le recrimina haber
increpado al mismo Dios y expone la justicia, santidad y grandeza del Señor que
enseña también en el sufrimiento. Y ahora es Dios mismo quien habla “a Job
desde la tormenta”.
La imagen de la tormenta
hace de telón de fondo y banda sonora para las palabras de Dios que se revela
creador, sabio y poderoso, y le recuerda que sus caminos son inescrutables y
siempre superarán la capacidad del ser humano para comprenderlos. Interpela a
Job “Cuéntamelo, si lo sabes todo”, le confronta con su propia realidad finita
y limitada. El texto de hoy se queda en la primera parte del discurso de Dios,
al que luego seguirá en un segundo discurso en los capítulos posteriores.
Job le responde, vencido y honesto, en medio
de su dolor y oscuridad: ¿Qué puedo responder yo, que soy tan poca cosa? Dice
Kierkegard que “rezar no es escucharse hablar de sí mismo, sino llegar a callar
y, permaneciendo callado, velar hasta que el orante oiga a Dios”. En el
camino de la fe es necesario salir de nosotros mismos, como referencia vital, y
hacer silencio interior y exterior, hacernos conscientes desde lo más profundo
del ser de ese Alguien que es más que todo cuanto podamos conocer, descubrir o
imaginar, y estar dispuestos a escucharle.
El creyente escucha.
2. En la primera lectura vemos a Job, sintiéndose pequeño y sin
palabras ante Dios que le habla en la tormenta y le recuerda quién es. Dios y
hombre están ahí, con la evidencia de la inmensa diferencia entre ambos. El
texto de Lucas nos presenta una imagen que contrasta con la anterior: Jesús,
frustrado y dolido por la indiferencia de los pueblos de Galilea a los que
anuncia la buena nueva del Reino, donde ha hecho milagros y multitud de
curaciones. Dios hecho hombre, de una forma que ya no puede hacerse más cercano
y presente, que se revela totalmente con palabras y obras que liberan y hacen
el bien, no encuentra respuesta en aquellas gentes creyentes de su pueblo.
Incluso los pueblos paganos se hubieran abierto a Él mucho más que ellos.
3. Destacaría tres ideas:
Jesús acaba de enviar a sus
discípulos, a los pueblos y lugares donde él iría después, para llevar su paz y
decirles que el reino de Dios está cerca. Es consciente de la dureza de la
misión y que el rechazo y el fracaso forman parte de ella. Él mismo lo ha
experimentado. Frente a esta realidad ancla lo nuclear del seguimiento, y es
que somos enviados. No vamos por iniciativa propia ni proclamamos
nuestros propios mensajes. Formamos parte de algo mucho más profundo y grande
que nosotros mismos. El Padre envía a Jesús, y Él nos envía a nosotros. Llevamos
ese tesoro en vasijas de barro, sí, pero es un tesoro, palabras que sanan y
liberan, gestos que hacen presente la salvación y el amor de Dios. Por eso,
quien “os escucha a vosotros, me escucha a mí”.
La llamada a la conversión,
a escuchar el mensaje de paz y de amor, implica una respuesta
de vida en quien lo escucha y acoge, un cambio coherente con la Palabra
anunciada. Creer no es solamente aceptar unas verdades de fe y llevar a cabo
unas prácticas religiosas. Creer me confronta con el Evangelio mismo y me
pide escuchar lo que el Señor me pide en cada momento, poniéndolo en práctica.
No se trata solamente de
una fe individual, que se reduce al ámbito de lo privado o al círculo de
aquellos con quienes compartimos nuestra fe. El Evangelio es un anuncio de
justicia y de paz, de amor y solidaridad, para los pueblos y ciudades, para las
relaciones sociales, familiares y políticas, porque el reino de Dios quiere
hacerse realidad para bien de todos.
4. Hoy celebramos a san Francisco de Asís. Nadie
mejor que él se entregó plenamente al anuncio de la paz, y fue testimonio
sencillez, pobreza, alabanza y hermandad con todo lo creado. Vivió una fuerte
conversión al Evangelio y lo hizo su camino de vida y santidad. Hoy sigue
inspirando el compromiso cristiano con la justicia, la paz y el cuidado de la
Creación, sin el que el anuncio de la Buena Noticia se quedaría vacío.
SAN FRANCISCO DE ASIS
(Giovanni di
Pietro Bernardone; Asís, actual Italia, 1182 - id., 1226) Religioso y místico
italiano, fundador de la orden franciscana. Casi sin proponérselo lideró San
Francisco un movimiento de renovación cristiana que, centrado en el amor a
Dios, la pobreza y la alegre fraternidad, tuvo un inmenso eco entre las clases
populares e hizo de él una veneradísima personalidad en la Edad Media. La
sencillez y humildad del pobrecito de Asís, sin embargo, acabó trascendiendo su
época para erigirse en un modelo atemporal, y su figura es valorada, más allá
incluso de las propias creencias, como una de las más altas manifestaciones de
la espiritualidad cristiana.
San Francisco de Asís
Hijo de un
rico mercader llamado Pietro di Bernardone, Francisco de Asís era un joven
mundano de cierto renombre en su ciudad. Había ayudado desde jovencito a su
padre en el comercio de paños y puso de manifiesto sus dotes sustanciales de
inteligencia y su afición a la elegancia y a la caballería. En 1202 fue
encarcelado a causa de su participación en un altercado entre las ciudades de
Asís y Perugia. Tras este lance, en la soledad del cautiverio y luego durante
la convalecencia de la enfermedad que sufrió una vez vuelto a su tierra, sintió
hondamente la insatisfacción respecto al tipo de vida que llevaba y se inició
su maduración espiritual.
Del lujo a la pobreza
Poco después,
en la primavera de 1206, tuvo San Francisco su primera visión. En el pequeño
templo de San Damián, medio abandonado y destruido, oyó ante una imagen
románica de Cristo una voz que le hablaba en el silencio de su muda y amorosa
contemplación: "Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha
una ruina". El joven Francisco no vaciló: corrió a su casa paterna, tomó
unos cuantos rollos de paño del almacén y fue a venderlos a Feligno; luego
entregó el dinero así obtenido al sacerdote de San Damián para la restauración
del templo.
Esta acción
desató la ira de su padre; si antes había censurado en su hijo cierta tendencia
al lujo y a la pompa, Pietro di Bernardone vio ahora en aquel donativo una
ciega prodigalidad en perjuicio del patrimonio que tantos sudores le costaba.
Por ello llevó a su hijo ante el obispo de Asís a fin de que renunciara
formalmente a cualquier herencia. La respuesta de Francisco fue despojarse de
sus propias vestiduras y restituirlas a su progenitor, renunciando con ello,
por amor a Dios, a cualquier bien terrenal.
A los
veinticinco años, sin más bienes que su pobreza, abandonó su ciudad natal y se
dirigió a Gubbio, donde trabajó abnegadamente en un hospital de leprosos; luego
regresó a Asís y se dedicó a restaurar con sus propios brazos, pidiendo
materiales y ayuda a los transeúntes, las iglesias de San Damián, San Pietro In
Merullo y Santa María de los Ángeles en la Porciúncula. Pese a esta actividad,
aquellos años fueron de soledad y oración; sólo aparecía ante el mundo para
mendigar con los pobres y compartir su mesa.
La llamada a la predicación
El 24 de
febrero de 1209, en la pequeña iglesia de la Porciúncula y mientras escuchaba
la lectura del Evangelio, Francisco escuchó una llamada que le indicaba que
saliera al mundo a hacer el bien: el eremita se convirtió en apóstol y,
descalzo y sin más atavío que una túnica ceñida con una cuerda, pronto atrajo a
su alrededor a toda una corona de almas activas y devotas. Las primeras (abril
de 1209) fueron Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani, a los que se sumó,
tocado su corazón por la gracia, el sacerdote Silvestre; poco después llegó
Egidio.
San Francisco
de Asís predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo de vida sencillo
basado en los ideales de los Evangelios. Hay que recordar que, en aquella
época, otros grupos que propugnaban una vuelta al cristianismo primitivo habían
sido declarados heréticos, razón por la que Francisco quiso contar con la
autorización pontificia. Hacia 1210, tras recibir a Francisco y a un grupo de
once compañeros suyos, el papa Inocencio III aprobó oralmente su modelo de vida
religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono.
Con el tiempo,
el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a formar una orden
religiosa, llamada actualmente franciscana o de los franciscanos. Además, con
la colaboración de Santa Clara, fundó la rama femenina de la orden, las Damas
Pobres, más conocidas como las clarisas. Años después, en 1221, se crearía la
orden tercera con el fin de acoger a quienes no podían abandonar sus
obligaciones familiares. Hacia 1215, la congregación franciscana se había ya
extendido por Italia, Francia y España; ese mismo año el Concilio de Letrán
reconoció canónicamente la orden, llamada entonces de los Hermanos Menores.
Por esos años
trató San Francisco de llevar la evangelización más allá de las tierras
cristianas, pero diversas circunstancias frustraron sus viajes a Siria y
Marruecos; finalmente, entre 1219 y 1220, posiblemente tras un encuentro con
Santo Domingo de Guzmán, predicó en Siria y Egipto; aunque no logró su
conversión, el sultán Al-Kamil quedó tan impresionado que le permitió visitar
los Santos Lugares.
Últimos años
A su regreso, a
petición del papa Honorio III, compiló por escrito la regla franciscana, de la
que redactó dos versiones (una en 1221 y otra más esquemática en 1223, aprobada
ese mismo año por el papa) y entregó la dirección de la comunidad a Pedro
Cattani. La dirección de la orden franciscana no tardó en pasar a los miembros
más prácticos, como el cardenal Ugolino (el futuro papa Gregorio IX) y el
hermano Elías, y San Francisco pudo dedicarse por entero a la vida
contemplativa.
Durante este
retiro, San Francisco de Asís recibió los estigmas (las heridas de Cristo en su
propio cuerpo); según testimonio del mismo santo, ello ocurrió en septiembre de
1224, tras un largo periodo de ayuno y oración, en un peñasco junto a los ríos
Tíber y Arno. Aquejado de ceguera y fuertes padecimientos, pasó sus dos últimos
años en Asís, rodeado del fervor de sus seguidores.
Sus
sufrimientos no afectaron su profundo amor a Dios y a la Creación: precisamente
entonces, hacia 1225, compuso el maravilloso poema Cántico de las criaturas o
Cántico del hermano sol, que influyó en buena parte de la poesía mística
española posterior. San Francisco de Asís falleció el 3 de octubre de 1226. En
1228, apenas dos años después, fue canonizado por el papa Gregorio IX, que
colocó la primera piedra de la iglesia de Asís dedicada al santo. La festividad
de San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre.
Obras de San Francisco de Asís
Privadas de
datos cronológicos, las obras de San Francisco de Asís documentan, no la vida
del santo, sino el espíritu y el ideal franciscanos. Gran parte de estos
escritos se ha perdido, entre ellos muchas epístolas y la primera de las tres
reglas de la orden franciscana (compuesta en 1209 o 1210), que recibió la
aprobación oral de Inocencio III.
Sí que se
conserva la llamada Regla I (en realidad segunda), compuesta en 1221 con la
colaboración, por lo que hace referencia a los textos bíblicos, de Fray Cesario
de Spira. Esta regla (llamada no sellada porque no fue aprobada con el sello
papal) consta de veintitrés capítulos, de los cuales el último es una plegaria
de acción de gracias y de súplica al Señor, y reúne las normas, amonestaciones
y exhortaciones que San Francisco dirigía a sus cofrades, las más veces en
ocasión de los capítulos de la orden.
La Regla II,
en realidad tercera (y llamada sellada, puesto que recibió la aprobación
pontificia el 29 de noviembre de 1223), consta de sólo doce capítulos y no es
más que una repetición más concisa y ordenada de la precedente, respecto a la
cual no presenta (como algunos investigadores han querido afirmar) novedades
sustanciales. Es la que continúa en vigor en la orden franciscana. En el
Testamento, escrito en vísperas de su muerte e impuesto como parte integrante
de la regla, San Francisco lega a sus compañeros de orden, como el mayor tesoro
espiritual, a madonna Pobreza.
En la primera
edición completa de las obras de San Francisco de Asís (la de Wadding), fueron
diecisiete las epístolas reputadas auténticas, pero su número se vio muy
disminuido en las ediciones críticas posteriores. La exhortación a la
penitencia y a la virtud, la importancia de la pobreza y del amor a Dios y los
preceptos de la orden son algunos de los temas recurrentes de su epistolario.
Se conservan asimismo unas pocas poesías religiosas en latín.
Otras obras
destacadas son las Admonitiones, que contienen indicaciones de San Francisco
para la recta interpretación de la regla, y De religiosa habitatione in eremo,
dirigida a los frailes deseosos de llevar una vida eremítica. Las Admonitiones
muestran sus ideas morales en advertencias prácticas dadas a sus hermanos,
fruto de un continuo análisis de la propia vida interior. Fundada en los
evangelios y las Epístolas de San Pablo, esta moral se halla centrada por
completo en el primer precepto, el del amor a Dios por sí mismo y como único
bien, del que todos los demás proceden y que se sitúa por encima de todas las
cosas: quien ama al Señor de esta forma lo posee ya interiormente en la medida
en que comprende que, sin Él, la razón de nuestra vida se hundiría en las
tinieblas y la nada.
El Cántico de las criaturas
A estas
obras, todas ellas de alta significación espiritual, debe sumarse una que
reviste además una gran importancia literaria: el Cántico de las criaturas
(llamado también Laudes creaturarum o Cántico del hermano Sol), redactado
probablemente un año antes de su muerte. Según refiere la leyenda, la escritura
de este poema fue un don y el remedio para su avanzada ceguera. Se trata de una
plegaria a Dios, escrita en dialecto umbrío y compuesta de 33 versos que no
tienen un metro regular. La rima repite el mismo modelo estilístico de la prosa
latina medieval y de la poesía bíblica, sobre todo el del Cantar de los
cantares.
La plegaria,
cuyo ritmo lento recuerda los rezos matutinos, es de una extraordinaria
belleza. Comienza elogiando la grandeza de Dios y continúa con la belleza y la
bondad del sol y los astros, a los que alaba como hermanos; para la humildad
del hombre reclama el perdón y la dignidad de la muerte. La maestría poética
con que quedó expresado en esta composición el ideal franciscano tuvo
importantes consecuencias literarias y religiosas. No hay que olvidar que su
movimiento espiritual estaba formado en su mayor parte por gente del pueblo que
utilizaba la lengua vulgar; los cantos de esta multitud de seguidores que
recorrían campos y villas se llamaron laudes, y luego fueron recogidos en los
laudarios o libros de rezos de las cofradías de devotos. La influencia del
poema de San Francisco y de su literatura derivada se haría visible en la
poesía ascética y mística del Renacimiento.
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