miércoles, 30 de diciembre de 2015

Parate un momento: evangelio del día 3 de Enero – IIº - DOMINGO de NAVIDAD – “Santísimo Nombre de Jesús”






3 de Enero
  IIº - DOMINGO de NAVIDAD –
“Santísimo Nombre de Jesús”

Lectura del libro del Eclesiástico (24,1-2.8-12):

     La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades.  En medio de su pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación plena de los santos; recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos.    El Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: «Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.»  Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás.  En la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los santos.

Salmo 147,12-13.14-15.19-20

R/.     La Palabra se hizo carne y                     acampó entre nosotros

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.  R/.

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz.  R/.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,3-6.15-18):

     Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales.   Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.  Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por eso yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo.   Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

Evangelio según san Juan (1,1-18):

     En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.  La Palabra en el principio estaba junto a Dios.  Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.  En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.  La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.  Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.  No era él la luz, sino testigo de la luz.  La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.  Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.  Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.  Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.  Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.  Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
     Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”»
     Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.  Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.  A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado ha conocer. 

     1.- Los creyentes tenemos múltiples y muy diversas imágenes de Dios.  Desde niños nos vamos haciendo nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos escuchando a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en el colegio o lo que vivimos en las celebraciones y actos religiosos.
     Todas estas imágenes que nos hacemos de Dios son imperfectas y deficientes, y hemos de purificarlas una y otra vez a lo largo de la vida.  No lo hemos de olvidar nunca.  El evangelio de Juan nos recuerda de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la tradición bíblica: «A Dios no lo ha visto nadie jamás».

     2.-Los teólogos hablan mucho de Dios, casi siempre demasiado; parece que lo saben todo de él: en realidad, ningún teólogo ha visto a Dios.  Lo mismo sucede con los predicadores y dirigentes religiosos; hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su interior no hay dudas de ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto a Dios.
     Entonces, ¿cómo purificar nuestras imágenes para no desfigurar de manera grave su misterio santo?  El mismo evangelio de Juan nos recuerda la convicción que sustenta toda la fe cristiana en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado a conocer».  En ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos muestra su rostro como en Jesús.
     Dios nos ha dicho cómo es encarnándose en Jesús.  No se ha revelado en doctrinas y fórmulas teológicas sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento y su mensaje, en su entrega hasta la muerte y en su resurrección.  Para aproximarnos a Dios hemos de acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro encuentro.

     3.- Siempre que el cristianismo ignora a Jesús o lo olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios verdadero y de sustituirlo por imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro y nos impiden colaborar en su proyecto de construir un mundo nuevo más liberado, justo y fraterno.  Por eso es tan urgente recuperar la humanidad de Jesús.
No basta con confesar a Jesucristo de manera teórica o doctrinal.  Todos  necesitamos conocer a Jesús desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios, sintonizar con su proyecto, dejarnos animar por su Espíritu, entrar en su relación con el Padre, seguirlo de cerca día a día.  Ésta es la tarea apasionante de una comunidad que vive hoy purificando su fe.  Quien conoce y sigue a Jesús va disfrutando cada vez más de la bondad insondable de Dios.     
     El Dios escondido no es un Dios ausente.  En el fondo de la vida, detrás de las cosas, en el interior de los acontecimientos, en el encuentro con las personas, en los dolores y gozos de la existencia, está siempre el amor de Dios sustentándolo todo.  Nos lo recuerda san Juan de la Cruz: "el mirar de Dios es amar".

“Santísimo Nombre de Jesús”


    
     Cada 3 de enero la Iglesia celebra el Día del Santísimo Nombre de Jesús.  “Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia”, decía San Bernardino de Siena.
    
     “Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción” (Lc. 2, 21).

     La palabra Jesús es la forma latina del griego “Iesous”, que a su vez es la transliteración del hebreo “Jeshua” o “Joshua” o también “Jehoshua”, que significa “Yahveh es salvación”.

     El Santísimo Nombre de Jesús comenzó a ser venerado en las celebraciones litúrgicas del siglo XIV.  San Bernardino de Siena y sus discípulos propagaron el culto al Nombre de Jesús. En 1530 el Papa Clemente VII concedió por primera vez a la Orden Franciscana la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de Jesús.
San Bernardino solía llevar una tablilla que mostraba la Eucaristía con rayos saliendo de ella y, en el medio, se veía el monograma “IHS”, abreviación del Nombre de Jesús en griego (ιησουσ).
     Más adelante la tradición devocional le añade un significado a las siglas: "I", Iesus (Jesús), "H", Hominum (de los hombres), "S", Salvator" (Salvador). Juntos quieren decir “Jesús, Salvador de los hombres”.
San Ignacio de Loyola y los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de la Compañía de Jesús.
El Nombre de Jesús, invocado con confianza:
     -Brinda ayuda en
las necesidades corporales, según la promesa de Cristo: "En mi nombre agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc. 16,17-18).  En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hch. 3,6; 9,34) y vida a los muertos (Hch. 9,40).
-Da consuelo en las pruebas espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador el padre del hijo pródigo y del buen samaritano; al justo le recuerda el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
-Nos protege de Satanás y sus artimañas, ya que el diablo le teme al Nombre de Jesús, quien lo ha vencido en la Cruz.
-En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "lo que pidan al Padre se los dará en mi nombre." (Jn. 16,23).  Por lo tanto, la Iglesia  concluye todas sus oraciones con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor", etc.

     Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos." (Flp. 2,10).



Párate un momento: Evangelio del dia 2 de Enero – SÁBADO – San Gregorio Nacianceno






2 de Enero – SÁBADO –
San Gregorio Nacianceno

Evangelio según san Juan (1,19-28):

     Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
     Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
     Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
     Él dijo: «No lo soy.»
     «¿Eres tú el Profeta?»
     Respondió: «No.»
     Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
     Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»
     Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
     Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
     Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

     1.- Como Juan el Bautista en el evangelio de hoy, nosotros, y con nosotros toda la Iglesia, tenemos que afirmar rotundamente que no somos el Cristo, aunque él está en medio de nosotros, pero que tenemos que ser su voz, sobre todo  por la forma cómo vivimos. Nuestras vidas tienen que apuntarle y señalarle a él.
     Juan Bautista no tenia  “ni siquiera aceptaba” titulo alguno. Por muy santos sagrados y celestiales que fueran los títulos, Juan no aceptó ni uno solo. Y es que, lo mismo que utilizamos las ropas que nos ponemos, para tapar nuestras vergüenzas, de la misma manera usamos títulos, apellidos, formas de tratamiento y cortesía para cubrir lo poco que valemos y pintamos en la vida. O lo mucho que pretendemos ser y representar en este “gran teatro del mundo”, la gran comedia de los mediocres. ¡De verdad!, somos unos “pobres diablos”, que damos risa.

     2.- No es cuestión de vanidad. Se trata de algo mucho más serio. Porque, en definitiva, lo que ocurre es que, en cada uno de nosotros (“yo el primero”), manda más la “apariencia” que la “realidad”. Lo que importa es tener “buena imagen”, aunque en realidad seamos “sepulcros blanqueados” (Mt. 23,27), que vamos por la vida enseñando una “apariencia”, que recubre la mediocridad y quizá incluso la fealdad repugnante, que ocultamos celosamente. ¡Excelentes fariseos!

     3.- Juan se veía como un “nadie”. Sin titulo, sin nombre, sin dignidad o distinción que pudiera presentar o representarlo. Juan se presenta simplemente como “una voz que clama en el desierto” (Jn. 1,23). Y allí, desde la soledad y el desamparo, en el que se refugiaban las “personas desarraigadas, deudores, bandidos o descontentos con el orden social” (R. Teja, H. Henne), desde allí, Juan “grita” (Mc 1,3; Mt 3,3; Lc 3,4; cf. Is 40,3). Es el grito de los inválidos y los débiles. Es decir, solo desde la realidad desnuda del que se presenta, ante los demás, sin apariencia alguna, tal cual es, solo así se puede anunciar al que “esta en medio de nosotros, pero no lo conocemos” (Jn. 1,26-27)

San Gregorio Nacianceno

San Gregorio Nacianceno, Llamado el Demóstenes cristiano por su elocuencia y, en la iglesia Oriental le dicen "el teólogo", por la profundidad de su doctrina y el encanto de su elocuencia. Es uno de los Padres Capadocios, muy cercano a los hermanos San Basilio y San Gregorio de Nicea, los llamados "Padres Capadocios" con quienes cooperó para derrotar la herejía arriana. Es uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Griega.
Nació en Nacianzo, Cappadocia (hoy en Turquía), el mismo año que su gran amigo San Basilio. 
Perteneció a una familia de santos: Su padre fue un judío converso, obispo de Nacianzo por 45 años(san Gregorio El Mayor), su madre, santa Nona. Sus hermanos, santos Cesáreo y Gorgonia;
Estudió en Cesárea, en Palestina, donde conoció a San Basilio. Estudió leyes por diez años en Atenas. Entre sus compañeros de estudio estaba San Basilio y el futuro emperador, Julián el Apóstata. Gregorio volvió a Nacianzo a los 30 años (aprox.) y se unió a San Basilio por 2 años en vida solitaria. 

Aunque prefería la vida solitaria, regresó para ayudar a su padre anciano en la administración de la diócesis. Fue ordenado contra su voluntad por su padre en el 362. Huyó para volver a la vida monacal con Basilio. Pero en 10 semanas regresó a sus responsabilidades como sacerdote. Escribió una apología sobre las responsabilidades del sacerdote.
Alrededor del 372, fue consagrado obispo por S. Basilio de Sasima pero no lo aceptó. Siguió como coadjutor de su padre. Esto causó la ruptura de la amistad entre Basilio y Gregorio pero se reconciliaron después.
Se retiró por 5 años a un monasterio en Seleucia, Isauria. Al morir el emperador Valens se mitigó la persecución de los ortodoxos y un grupo de obispos lo invitaron a Constantinopla. La ciudad había sido dominada por 30 años por los arianos. Fue nombrado obispo. Sufrió mucho por difamaciones y persecución de los arianos y otros herejes.
El Concilio de Constantinopla estableció y confirmó las conclusiones de Nicea. Poco después de su consagración como obispo de Constantinopla, sus enemigos pusieron en duda la validez de su elección en 381. El, para restaurar la paz, resignó. Volvió a Nacianzo, donde la cede estaba vacante y administró la diócesis hasta que eligieron a un sucesor. Alrededor del año 384 se retiró. Fue entonces que escribió sus famosos poemas y su autobiografía. Murió en Nacianzo 25 de enero de 389 o 390.
Enseñanza y escritos: 45 discursos, 244 cartas y 400 o más poemas. 
En la iconografía aparece como obispo oriental, con el palio y un libro.
San Gregorio Nacianceno sobre la oración
Benedicto XVI, 22 Agosto, 2007
"Gregorio nos enseña, ante todo, la importancia y la necesidad de la oración" 

El obispo de Nacianzo decía: «es necesario acordarse de Dios con más frecuencia de lo que respiramos»

«En la oración, tenemos que dirigir nuestro corazón a Dios para entregarnos a Él como ofrenda que debe ser purificada y transformada»

«En la oración, vemos todo a la luz de Cristo, dejamos caer nuestras máscaras y nos sumergimos en la verdad y en la escucha de Dios, alimentando el fuego del amor».

«(Gregorio) experimentó el empuje del alma, la vivacidad de un espíritu sensible y la inestabilidad de la felicidad efímera. Para él, en el drama de una vida sobre la que pesaba la conciencia de su propia debilidad y de su propia miseria, siempre fue más fuerte la experiencia del amor de Dios». 

«Tienes una tarea --nos dice san Gregorio también a nosotros--, la tarea de encontrar la verdadera luz, de encontrar la verdadera altura de tu vida. Y tu vida consiste en encontrarte con Dios, que tiene sed de nuestra sed»



Parate un momento: Evangelio del dia 1 de Enero – VIERNES – SANTA MARÍA MADRE DE DIOS Jornada Mundial de la PAZ




1 de Enero – VIERNES –
SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
Jornada Mundial de la PAZ

Lectura del libro de los Números (6,22-27):

     El Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz.
     " Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»

Salmo 66

R/. El Señor tenga piedad y nos bendiga

     El Señor tenga piedad y nos bendiga,
     ilumine su rostro sobre nosotros;
     conozca la tierra tus caminos,
     todos los pueblos tu salvación. R/.

     Que canten de alegría las naciones,
     porque riges el mundo con justicia,
     riges los pueblos con rectitud
     y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

     Oh Dios, que te alaben los pueblos,
     que todos los pueblos te alaben.
     Que Dios nos bendiga; que le teman
     hasta los confines del orbe. R/.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (4,4-7):

     Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba! (Padre).» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,16-21):

     En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

     1.- Dios se hace presente en la historia. Dónde, cuándo y cómo menos se le podía imaginar. Y de la  manera como menos capaces somos los mortales ni de sospechar que Dios pueda entrar así en nuestras vidas. Nosotros relacionamos la palabra “Dios” con lo que es infinitamente superior a nosotros; altura, fuerza, poder, saber, grandeza ilimitada. Dios no puede tener limite alguno. Por esto es por lo que buscamos a Dios, creemos en Dios y ponemos en Dios el sentido de la vida. Si Dios no fuera así, ¿por qué o para qué creeríamos en Él?

     2.- Ante Dios, la experiencia base, que brota en los creyentes, es el “sentimiento de dependencia”. O, en otras palabras, el “sentimiento de criatura” que se hunde y se anega en su propia nada y hasta “desaparece frente a aquel que está sobre todas las criaturas (Rudolph Otto). Por eso el sentimiento específicamente religioso es siempre, de una manera o de otra, un “sentimiento de dependencia”.   Que es el sentimiento fundamental para que en el mundo pueda existir el “orden”. Solo así, podemos escapar del tan temido “káos”, que sería el desquiciamiento total de nuestra terrena existencia.

     3.- Pero ocurre que todo esto desencadena las consecuencias más patéticas que se podrían imaginar. Hablar así de Dios es lo mismo que hablar del ansía de poder, del deseo de dominar y controlar. De ahí, los “recortes” que nos imponen los que mandan. Y hasta nos convencen de que eso es lo que nos conviene. De ahí que creer en Dios es someterse. Pero apetece poder y someterse son sentimientos contradictorios. De ahí, la base de las mil contradicciones y de los cien mil sin-sentidos que sufrimos y aguantamos. Así, ni entendemos a Dios, ni nos entendemos a nosotros mismos. ¿Queda claro por qué el Dios de Jesús entró en el mundo por un establo, como un niño desvalido, como el último de los últimos?.

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primer Fiesta Mariana que apareció en la Iglesia Occidental, su celebración se comenzó a dar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1º de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras iglesias marianas de Roma.
       La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de “María, Madre de Dios” (Theotókos) que han sido encontradas en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos de las persecuciones.
       Más adelante, el rito romano celebraba el 1º de enero la octava de Navidad, conmemorando la circuncisión del Niño Jesús. Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en 1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del concilio de Éfeso (431), instituyó la Fiesta Mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este Concilio, en el que se proclamó solemnemente a Santa María como verdadera Madre de Cristo, que es verdadero Hijo de Dios; pero en la última reforma del calendario –luego del Concilio Vaticano II– se trasladó la fiesta al 1 de enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa María, Madre de Dios.
       De esta manera, esta Fiesta Mariana encuentra un marco litúrgico más adecuado en el tiempo de la Navidad del Señor; y al mismo tiempo, todos los católicos empezamos el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María.

       El Concilio de Éfeso
       En el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando: “¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”. Ante ello, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso –la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años– e iluminados por el Espíritu Santo declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
       Asimismo, San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad... Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer”.

       Madre del Niño Dios
       “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”
       Es desde ese fiat, hágase que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.
       La doncella de Nazaret, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a su Hijo Jesús.
Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí”.


Párate un momento: Evangelio 31 de Diciembre – JUEVES – San Silvestre I, papa





31 de Diciembre – JUEVES –
San Silvestre I, papa

EVANGELIO
La Palabra se hizo carne

Evangelio: Juan 1, 1-18

     En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
     Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
     En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
     Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
     La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
     Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
     Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
     Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
     Juan da testimonio de él y grita diciendo:
     - «Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."»
     Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

     1.- La Iglesia termina el año poniendo ante nosotros la cuestión más profunda y más necesaria que tenemos que afrontar quienes pretendemos relacionarnos con Dios. No olvidemos que la palabra “Dios” se refiere a una realidad que no conocemos, ni podemos conocer. Porque “Dios”, por definición, es el “Trascendente”, Ahora bien, ser “Trascendente” significa algo que no está a nuestro alcance. Es decir, esa palabra designa “ausencia de toda posible relación”. Ser “trascendente” no significa ser “infinitamente superior”, sino simplemente ser “inconmensurable”, es decir, “de un orden absolutamente otro, distinto, diverso, que no entra en el campo inmanente de nuestra capacidad o nuestra posibilidad de conocimiento o relación (Sophie Nordmann).

     2.- Entonces, ¿cómo podemos conocer a Dios, pensar a Dios y hablar de Él? El evangelio de Juan dice aquí: “la Palabra era Dios” (Jn 1,1). Pero después añade: “Y la Palabra se hizo carne”(Jn. 1,14). O sea, en Jesús, Dios se humanizó. Se hizo presente, visible y tangible. Todo eso, en un ser humano. Jesús. Y, mediante Jesús, Dios se ha fundido con todo ser humano (Mt 25,31-46).

     3.- El texto del evangelio termina diciendo: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El hijo único… es quien lo ha dado a conocer” (Jn. 1,18). En Jesús, en su forma de vida, en sus gustos y costumbres, en eso aprendemos lo que podemos saber sobre Dios. Y cómo podemos encontrar a Dios.

San Silvestre I, papa

Este Santo Padre ejerció su pontificado en la época en la que Constantino decretó la libertad para los cristianos, dando alto a las persecuciones. El emperador Constantino le regaló a San Silvestre el palacio de Letrán en Roma, y desde entonces estuvo allí la residencia de los Pontífices.
También tuvo este Pontífice la suerte de poder construir la antigua Basílica de San Pedro en el Vaticano, y la primera Basílica de Letrán. Durante su Pontificado se reunió en el Concilio de Nicea (año 325), en el cual los obispos de todo el mundo declararon que quien no crea que Jesucristo es Dios, no es católico. Compusieron allí el Credo de Nicea. Dicen que a San Silvestre le correspondió el honor de bautizar a Constantino, el primer emperador cristiano.
El Pontificado de San Silvestre duró 20 años. Murió el 31 de diciembre del año 335.


martes, 29 de diciembre de 2015

Párate un momento: Evangelio del día 30 de Diciembre – MIÉRCOLES – Octava de Navidad San Félix I, papa.






30 de Diciembre – MIÉRCOLES –
Octava de Navidad
San Félix I, papa.

      Evangelio según san Lucas 2, 36-40

     En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

     1.- El elogio de Jesús, que hace la religión del Templo, brota de “un hombre” (Simeón) (Lc 2,25) y de “una mujer” (Ana) (Lc. 2,36). Del hombre, se menciona de forma destacada su grandeza interior, que se caracteriza por la presencia del “Espíritu”, al que se menciona tres veces actuando en él (Lc. 2,25.26.27). De la mujer, se recuerda su padre, su tribu (Lc. 2,36ª), su edad (Lc 2,36b), su relación con el Templo y sus devociones (Lc 2,36c-37). La diferencia es patente. Para la religión, el hombre es importante “por sí mismo”, mientras que la mujer lo es por lo que le aporta su familia, su religiosidad y las tareas a las que se dedica. ( cf. F. Bovon, M.P. John, A.T. Varela).

     2.- La religión del Templo distingue, divide, separa, sutilmente “elogia” y “humilla”. Es la inevitable consecuencia del “sistema vertical”. Y es evidente que “sin una crítica de la verticalidad, no podemos avanzar” (Peter Sloterdijk). Dios está en el extremo “más alto”, la mujer en el extremo “más bajo”. Y el hombre, siempre aprovechando su situación “súper”, utilizando el “vocabulario de la verticalidad”, tan característico de la cultura machista y de casi todas las tradiciones religiosas. Esto es lo que explica la posición de la mujer, que siempre ha de “mirar hacia arriba” para pensar y ver al hombre.

     3.- Por eso el cristianismo “tiene indiscutiblemente derechos de autor sobre el término “sobre-humano”, con una participación en los beneficios incluso en sus giros anticristianos” (Ernst Benz.). Aquí está la raíz de lo que Jesús puso al revés cuando sentenció. “Pero todos, aunque sean primeros, serán últimos, y aunque sean últimos, serán primeros (Mt. 19,30). Jesús detesta el “sistema vertical”. Como detesta el prefino “hyper” (sobre) que utiliza el jerarquismo que se invento Dionisio Areopagita (s.V). Porque hasta Dios está en los últimos: en los hambrientos, sedientos, enfermos, mendigos, presos, extranjeros” (Mt. 25,3º-46).

San Félix I, papa.


San Félix I: Roma; Enero 5, 269 - Diciembre 30, 274. Nació en Roma. Elegido el 5-I-269, murió el 30-XII-274. Afirmó la divinidad y humanidad de Jesucristo y las dos naturalezas distintas en una sola persona. Padeció la persecución de Aureliano. Inicia a enterrar a los mártires bajo el altar y a celebrar la misa sobre sus sepulcros.
S. FELIX I (269-274) Nació en Roma. Fue pontífice durante el imperio de Aureliano en una época inicialmente tranquila.

A él le atribuyen una carta dirigida a Máximo, obispo de Alejandría, que trata el tema entonces actual de la SS.ma Trinigad. A esta carta se la consideró de gran importancia en el Concilio de Éfeso del año 431. El texto, sintético, pero muy preciso, reza lo siguiente: «nuestra fe en la Encarnación es la que nos llega de los Apóstoles. Creemos que el Señor Jesucristo, nacido de la Virgen María, es el Verbo, el hijo eterno de Dios, y no un hombre distinto de Dios que Dios mismo ha elevado a este honor. El hijo de Dios no ha elegido un hombre para asociarle a Él; en Cristo no existen dos personas. El Verbo, perfecto Dios, se ha encarnado en el seno de la Virgen y se ha hecho hombre perfecto».

Félix destituyó al obispo de Antioquía Pablo de Samosata que doctrinalmente se equivocaba Combatió también el maniqueísmo, que negaba la esencia de Cristo, admitiendo sólo dos principios que gobiernan el mundo, el bien y el mal.

Félix murió mártir en el año 274 y fue enterrado en la iglesia romana de S. Práxedes.


lunes, 28 de diciembre de 2015

Párate un momento: Evangelio del día 29 de Diciembre - MARTES – Octava de Navidad Santo Tomás Becket




29 de Diciembre  - MARTES –
Octava de Navidad
Santo Tomás Becket

EVANGELIO
Luz para alumbrar a las naciones

Evangelio: Lc 2, 22-35
  C

uando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
     Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
     Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
     «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
     Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre:
     - «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

     1.- Es evidente que este episodio se realiza, todo él, en Jerusalén (Lc. 2, 22-25.28), la ciudad santa y la capital del pueblo elegido. Más aún, el ámbito que envuelve todo el relato está delimitado por el templo, el espacio sagrado. Y, junto al templo y asociada a él, la ley (Lc. 2, 22. 23. 24. 27. 39) (F. Bovon.). Es decir, aquí se vincula y se funde a Jesús con la religión, con la observancia de la ley religiosa, el espacio sagrado, el ritual prescrito. Y todo ello, legitimado y justificado por el Evangelio. Con lo que el lector “cristiano” de este texto, inevitablemente, se siente y se ve a sí mismo como un continuador (prolongación) de un hipotético lector “judío”, que pudiera leer este mismo relato.

     2.- Normalmente, los exegetas, los teólogos, los predicadores, que explican este evangelio, no se fijan en que, al pensar en lo que aquí se dice, y al explicarlo como aquí se dice, lo que en realidad hacen es presentar a Jesús y su Evangelio, asociado y fundido de tal manera con la religión, el templo, la ley sagrada, los rituales sacrosantos, de tal forma que, en definitiva, lo que se nos da a entender es que lo de Jesús y el Evangelio no es sino una prolongación, en línea de continuidad, con la religión de Israel. Como cumplimiento de lo que se esperaba y deseaba en aquella religión. Pero, entonces, ¿cómo se explica que el mismo Jesús que se ve aquí como plenitud de aquella religión, cuando fue adulto dijo allí mismo que aquello era una “cueva de bandidos”? (Mc. 11,17 par).

     3.- La Iglesia, que ha hecho del Evangelio un componente más de la religión (con sus templos, sus sacerdotes, sus ritos…), no puede entender así el Evangelio. Ni puede explicarlo. Ni puede vivirlo. Como hizo Jesús, tenemos que sacar el Evangelio del templo. Y tenemos que ponerlo en los caminos por los que la gente anda y busca trabajo, felicidad y vida. Como hizo Jesús.

Santo Tomás Becket

Becket, Thomas, o Santo Tomás de Canterbury (1118-1170).

 Prelado y político    británico,          canciller de Inglaterra (1155-1162) y arzobispo de Canterbury (1162-1170). Nació en Cheapside (Londres) probablemente el 21 de diciembre de 1118 (aunque no hay seguridad en esta fecha) y murió en la catedral de Canterbury (Kent) el 29 de diciembre de 1170, asesinado por cuatro caballeros vasallos del rey inglés, Enrique II. Hombre de profundos principios, su devenir vital representa un caso paradigmático de las tensas relaciones mantenidas en la Europa medieval entre la jerarquía eclesiástica y estamento regio. A su vez, la imagen piadosa de Tomás Becket ha prevalecido como ejemplo de obediencia a los preceptos de la iglesia, a lo que ayudó sobremanera su precoz canonización, en 1173, apenas transcurridos dos años de su fallecimiento. Su festividad, que cuenta con una riquísima tradición en tierras anglosajonas, se celebra el 29 de diciembre.
El día de Navidad de 1170, Becket pronunció una homilía en la catedral de Canterbury en la que excomulgaba a Roger de York y a Gilbert Foliot, a la vez que mantenía la amenaza de excomunión sobre Enrique II. Cuando en la corte se tuvo conocimiento de este hecho, el monarca, delante de todos los cortesanos, prorrumpió en gravísimas amenazas contra Becket. El 29 de diciembre, cuando el arzobispo se preparaba para su misa diaria, cuatro hombres de armas del rey irrumpieron en el espacio sagrado y le asestaron diversos tajos con sus armas. Según recogió en su crónica Edward Grim, secretario y más fiel colaborador de Becket, sus últimas palabras fueron "acepto mi muerte en servicio de la Iglesia de Jesucristo".