21 de Diciembre –
LUNES –
IVª – Semana de
Adviento
San
Pedro Canisio,
presbítero
y doctor de la Iglesia
EVANGELIO
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Evangelio: Lc 1, 39-45
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Evangelio: Lc 1, 39-45
Unos días después, María se puso en camino
y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
- «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
- «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
1.- El Evangelio de Lucas, en su capitulo
primero, presenta dos mensajes angélicos, el que anuncia el nacimiento de Juan
Bautista (1,5-25) y el del nacimiento de Jesús 81,26-38). Relacionados también
con Juan y con Jesús, el mismo evangelio recuerda dos himnos, que sin duda
tienen la correspondiente relación con ambos nacimientos: El Magnificas de
María, la madre de Jesús (1,46-55); y el Benedictus de Zacarías, el padre de
Juan (1,67-79). Los puntos de comparación de estos dos himnos han sido
ampliamente estudiados por los especialistas (F. Bovon, H. Gunkel, H. J. Kraus,
C. Westermann).
2.- Lo que importa aquí, ante todo, es tener
presente que la madre de Jesús, María, fue una mujer sencilla del pueblo, que
vivía en Nazaret, una aldea humilde de Galilea. Mientras que el padre de Juan
Bautista, Zacarías, fue un sacerdote del templo de la capital, Jerusalén. Así
las cosas, lo que queda patente, en todo esto, es que cada ser humano ve este
mundo, piensa en Dios y en los problemas relacionados con el mundo y con Dios,
desde la situación en que está y desde la forma de vida que lleva.
3.- ¿Qué le interesaba y le preocupaba al
sacerdote del Templo? ¿En qué pensaba y qué deseaba la sencilla mujer del
pueblo? El sacerdote del Templo piensa enseguida en la “fuerza salvadora” (Lc.
1,69) que nos salvará “de nuestros enemigos” y “de los que nos odian” (Lc.
1,71). La mujer aldeana de Galilea piensa, ante todo, en que Dios Salvador
“desbarata los planes de los arrogantes: derriba del trono a los poderosos y
encumbra a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos
los despide de vacío (Lc. 1,51-53). Dos personajes, dos proyectos: el hombre
del Templo piensa en “enemigos” y en “odios”; la mujer del pueblo piensa en los
“humildes” y en los “hambrientos”. No cabe duda: la solución de este mundo no
está en los proyectos de los notables, sino en las preocupaciones de los
humildes.
SAN PEDRO CANISIO
(1521-1597)
Doctor de la Iglesia
Fiesta: 21 de diciembre
(1521-1597)
Doctor de la Iglesia
Fiesta: 21 de diciembre
Devoto del Corazón de Jesús
Uno de los primeros jesuitas devotos al Corazón de Jesús, se sintió impulsado a buscar a Cristo en el Santísimo Sacramento luego de sus últimos votos y a agradecerle al Cristo presente por la gracia que había recibido de Su Sagrado Corazón de posibilitarle continuar su misión en Alemania.
"no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
Historia
San Pedro Canisio, el segundo apóstol de
Alemania,
después de San Bonifacio. Se le venera como uno de los creadores de
la prensa católica. Además, fue el primero del numeroso ejercito de
escritores jesuitas.
Nació en 1521, en Nimega de Holanda, que
dependía entonces de la arquidiócesis alemana de Colonia. Era el hijo
mayor de noble Jacobo Kanis. Aunque Pedro tuvo la desgracia de perder a su
madre cuando era todavía pequeño, su madrastra fue para él una segunda
madre. El joven creció en el temor de Dios. Cierto que él mismo se
acusa de haber perdido el tiempo, de niño, en juegos inútiles; pero, dado que a
los diecinueve años obtuvo el grado de Maestro en Artes, en Colonia, resulta
difícil creer que haya sido muy perezoso.
Por
complacer a su padre, Pedro estudió algunos meses el derecho canónico en
Lovaina; pero, al caer en la cuenta de que ésa no era su verdadera vocación,
hizo voto de castidad y volvió a Colonia a enseñar teología. La
predicación del Beato Pedro Fabro, miembro del grupo original de jesuitas,
había despertado gran interés en las ciudades del Rin. Bajo su dirección,
Canisio hizo los Ejercicios de San Ignacio, en Mainz y durante la segunda
semana prometió a Dios ingresar en la Compaña de Jesús. Entró en el
noviciado y pasó varios años en Colonia, consagrado a la oración, al estudio, a
visitar a los enfermos y a instruir a los ignorantes. El dinero que
recibió como herencia a la muerte de su padre lo dedicó en parte a los pobres y
en parte al mantenimiento de la comunidad.
Fue el octavo jesuita en
hacer los votos solemnes.
Canisio había empezado ya a escribir.
Su primera publicación había sido la edición de las obras de San Cirilo de
Alejandría y San León Magno. Después de su ordenación sacerdotal, comenzó
a distinguirse en la predicación. Había asistido a dos sesiones del
Concilio de Trento, una en Trento y otra en Bolonia, como teólogo del
cardenal Truchsess y consejero del
Papa. Se distinguió por la profundidad de su cultura teológica, por su
celo y actividad, pero también por el espíritu conciliador. De ahí le
llamó San Ignacio a Roma, donde le retuvo cinco meses, en los que Canisio dio
pruebas de ser un religioso modelo, dispuesto a ir a cualquier parte y a
desempeñar cualquier oficio. Fue enviado a Mesina a enseñar en la primera escuela
de los jesuitas de la que la historia guarda memoria, pero al poco tiempo
volvió a Roma a hacer su profesión religiosa y a desempeñar un cargo más
importante.
Recibió
la orden de volver a Alemania, pues había sido elegido para ir a Ingolstadt con
otros dos jesuitas, ya que el duque Guillermo de Baviera había pedido
urgentemente algunos profesores capaces de contrarrestar las doctrinas
heréticas que invadían las escuelas. No sólo tuvo éxito Canisio en la
reforma de la Universidad, de la que fue nombrado primero rector y luego
vicecanciller, sino que, con sus sermones, consiguió la renovación religiosa,
en la que también colaboró con su catequesis y su campaña contra la venta de
libros inmorales. Grande fue el duelo general cuando el santo partió a
Viena, en 1552, a petición del Rey Fernando, para emprender una tarea
semejante. La situación en Viena era peor que en Ingolstadt. Muchas
parroquias carecían de atención espiritual, y los jesuitas tenían que llenar
las lagunas y enseñar en el colegio recientemente fundado. En los últimos
veinte años no hubo una sola ordenación sacerdotal; los monasterios estaban
abandonados; las gentes se burlaban de los miembros de las órdenes religiosas;
el noventa por ciento de la población había perdido la fe y los pocos
católicos que quedaban, practicaban apenas la religión. San Pedro
Canisio empezó por predicar en iglesias casi vacías, en parte por el
desinterés general, o bien porque su alemán del Rin resultaba muy duro para los
oídos de los vieneses. Pero, poco a poco, fue ganándose el cariño del
pueblo por la generosidad con que atendió a los enfermos y agonizantes durante
una epidemia. La energía y espíritu de empresa del santo eran
extraordinarios; se ocupaba de todo y de todos, lo mismo de la
enseñanza en la universidad, que de visitar en las cárceles a los criminales más
abandonados.
El Rey, el nuncio y el mismo Papa hubiesen
querido nombrarle arzobispo de la sede vacante de Viena, pero San Ignacio sólo
permitió que administrase la diócesis durante un año, sin el título ni los
emolumentos de arzobispo. En vez del cardenalato que el papa
le ofreció Pedro Canisio prefirió el humilde servicio a la comunidad, empleando
el tiempo en la oración y en la penitencia.
Pionero de la prensa católica
Se le reconoce como pionero de la prensa
católica, siento el primero del numeroso ejército de escritores
jesuitas. Por aquella época, San Pedro empezó a preparar su famoso catecismo o
"Resumen de la Doctrina Cristiana", que apareció en 1555. A esa
obra siguieron un "Catecismo Breve" y un "Catecismo
Brevísimo", que alcanzaron enorme popularidad. Dichas obras serían
para la contrarreforma Católica lo que los catecismos de Lutero habían sido
para la Reforma Protestante. Fueron reimpresos más de doscientas veces y
traducidos a quince idiomas (incluyendo el inglés, el escocés de Braid, el
hindú y el japonés) en vida del autor. Ayudó a formar varias
editoriales católicas.
El santo nunca trató a los protestantes con
falta de caridad. Se
limitó a clarificar sus errores para el bien de todas las almas. Supo
ser caritativo y amable con los herejes y al mismo tiempo incisivo y claro
contra las herejías. Su recomendación a los sacerdotes: "no hieran,
no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
En Praga, a donde había ido a fundar un colegio,
se enteró con gran pena de que había sido nombrado provincial de una nueva
provincia, que comprendía el sur de Alemania, Austria y Bohemia.
Inmediatamente escribió a San Ignacio: "Carezco
absolutamente del tacto, la prudencia y la decisión necesarias para
gobernar. Soy orgulloso y apresurado por temperamento, y mi falta de
experiencia me hace totalmente inepto para el oficio de provincial". Pero
San Ignacio sabía lo que hacía. En los últimos años que pasó en Praga,
Pedro Canisio devolvió la fe a gran parte de la ciudad, y el colegio que fundó
era tan bueno, que aun los protestantes enviaban a él a sus hijos. En
1557, fue invitado a Worms a tomar parte en la discusión entre
teólogos católicos y protestantes. Asistió a dicha conferencia,
aunque estaba convencido de que ese tipo de reuniones provocaban
disputas que no hacían más que ensanchar el abismo que separaba a los
cristianos. Es imposible escribir aquí los numerosos viajes de su
provincialato y sus múltiples actividades. El P. Brodrick calcula
que, entre 1555 y 1558, recorrió diez mil kilómetros a pie y a caballo y que,
en treinta años, anduvo cerca de treinta mil kilómetros por Alemania,
Austria, Holanda e Italia. Para responder a quienes decían que
trabajaba demasiado, solía decir: "Quien tenga demasiado qué hacer
será capaz de hacerlo todo con la ayuda de Dios", otras veces decía:
"Descansaremos en el cielo".
Además
de los colegios que fundó o inauguró, dispuso la fundación de muchos otros. En
1559, a instancias del rey Fernando, fue a residir a Augsburgo durante seis
años. Ahí reavivó una vez más la llama de la fe, alentando a los
fieles, tendiendo la mano a los caídos y convirtiendo a muchos
herejes. Además, convenció a las autoridades para que abriesen de
nuevo las escuelas públicas, que habían sido destruidas por los
protestantes. Al mismo tiempo que hacía todo lo posible por
impedir la divulgación de los libros inmorales y heréticos, divulgaba
en cuanto podía los libros buenos, ya que comprendía, por intuición, como
aumentaba la importancia de la prensa. En aquella época recopiló y
editó una selección de las cartas de San Jerónimo, el "manual de los
Católicos", un martirologio y una revisión del Breviario de
Augsburgo. En Alemania se reza todavía, los domingos, la oración general
compuesta por el santo. Al fin de su provincialato, San Pedro residió en
Dilinga de Baviera, donde los jesuitas tenían un colegio y dirigían la
universidad. Además, ahí residía también el cardenal Otón de Truchsess,
que desde hacía largo tiempo era íntimo amigo de San Pedro Canisio. El
santo se dedicó sobre todo a la enseñanza, a oír confesiones y a
escribir los primeros libros de una colección que había comenzado por orden de
sus superiores. Dicha obra tenía por fin responder a una
historia del cristianismo, muy anticatólica, que habían publicado recientemente
los escritores protestantes, conocidos con el nombre de "Centuriadores de
Magdeburgo". Canisio continuó su obra mientras desempeñaba el
cargo de capellán de la corte en Innsbruck y sólo la interrumpió en 1577, a
causa de su mala salud. Sin embargo, seguía tan activo como siempre,
pues predicaba, daba misiones, acompañaba al provincial en sus visitas y aun
desempeñó, durante algún tiempo, el puesto de viceprovincial.
En 1580 se hallaba en Dilinga, cuando
recibió la orden de ir a Friburgo de Suiza. Dicha ciudad, que se hallaba situada
entre dos regiones muy protestantes, quería que se fundase desde hacía mucho
tiempo un colegio católico, pero, además de otros obstáculos que oponían a la
empresa, carecía de fondos suficientes para realizarla. En pocos años
venció San Pedro Canisio esos obstáculos y consiguió dinero, eligió el sitio y
supervisó la erección del espléndido colegio que es en la actualidad la
Universidad de Friburgo, aunque nunca fue rector ni profesor en él. Además
del interés con que seguía los progresos del colegio, su principal actividad,
durante los ocho años que pasó en Friburgo, fue la predicación; los domingos y
días de fiesta predicaba en la catedral y, entre semana, visitaba los pueblos
del cantón. Se puede afirmar sin temor a equivocarse, que a San
Pedro Canisio se debe el que Friburgo haya conservado la fe en una época tan
crítica. Al final, la debilidad de su cuerpo obligó al santo a renunciar
a la predicación. En 1591, un ataque de parálisis le puso a las
puertas de la muerte, pero se rehízo lo suficiente para seguir escribiendo, con
la ayuda de un secretario, hasta poco antes de su muerte. Después de haber
rezado el Santo Rosario con varios jesuitas en Friburgo, el 21 de diciembre de
1597, de pronto exclamó lleno de alegría y emoción: "Mírenla, ahí
está. Ahí está". Y murió. Era la
Virgen Santísima que había llegado a llevárselo para el cielo.
San
Pedro Canisio fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia en 1925.
Una
de las principales lecciones de su vida es el espíritu y el estilo de sus
controversias religiosas. El mismo San Ignacio había insistido en la
necesidad de dar "ejemplo de caridad y moderación cristiana en
Alemania". San Pedro Canisio advertía que era un error
"citar en una conversación los temas que antipatizan a los protestantes .
. . , como la confesión, la satisfacción, el purgatorio, las indulgencias, los
votos monásticos y las peregrinaciones, pues, como algunos enfermos, tienen el
paladar estragado, son incapaces de apreciar esos manjares. Necesitan
leche, como los niños; sólo poco a poco es posible llevarles a aceptar los
dogmas sobre los que no estamos de acuerdo con ellos".
San
Pedro Canisio se mostraba duro con los que propagaban la herejía y, como la
mayor parte de sus contemporáneos, estaba dispuesto a emplear la fuerza para
impedírselo. Pero su actitud era muy diferente con quienes habían nacido
en el luteranismo o habían sido arrastrados a él. El santo pasó toda su
vida oponiéndose a la herejía y tratando de restaurar la fe y la vida católicas. Sin
embargo decía, hablando de los alemanes: "Es cierto que muchísimos de
ellos abrazan las nuevas sectas y yerran en la fe, pero su manera de proceder
demuestra que lo hacen más por ignorancia que por malicia. Yerran, lo
repito, pero sin intención, sin deseo y sin obstinación". Según
San Pedro Canisio, no había que enfrentarse ni siquiera a los más
conscientes y peligrosos de los herejes "con aspereza y descortesía, pues
ello no sólo es el reverso del espíritu de Cristo, sino que equivale a quebrar
la rama desquebrajada y a apagar la mecha que humea todavía".
Oración:
San Pedro Canisio, que descubriste lo bueno de las personas mas difíciles. Tu encontraste sus talentos y los utilizaste. Ayúdame a ver mas allá de lo que me molesta para amarlos como Jesús y junto con ellos poder servirle. Amen
San Pedro Canisio, que descubriste lo bueno de las personas mas difíciles. Tu encontraste sus talentos y los utilizaste. Ayúdame a ver mas allá de lo que me molesta para amarlos como Jesús y junto con ellos poder servirle. Amen
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